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28 de marzo del 2002
La cumbre árabe queda en ruinas mientras Arafat es acorralado
Robert Fisk
The Independent
El primer ministro israelí, Ariel Sharon, arrojó a Yasser
Arafat a un valle de humillación la noche del pasado martes, al prohibir
su asistencia a la cumbre árabe en Beirut, en medio de débiles
protestas estadunidenses. "Desafortunadamente, las condiciones no están
dadas para la partida de Arafat a Beirut", dijo Sharon luego de que dos palestinos
hicieron estallar una bomba cerca de un puesto de control israelí en
Jerusalén.
Más tarde, dos observadores militares de la fuerza internacional estacionada
en Hebrón, Cisjordania, fueron baleados y muertos cuando circulaban por
un camino empleado por colonos israelíes al ser emboscados, aparentemente,
por pistoleros palestinos. Ambas víctimas, que inicialmente se creyó
eran de nacionalidad noruega, fueron los primeros muertos entre los miembros
de esta fuerza sin armas creada en 1997 para ayudar a mitigar las tensiones
que surgieron tras la partición de Hebrón en zonas israelíes.
Otro observador fue levemente herido en la misma emboscada.
El presidente George W. Bush, quien urgió a Sharon permitir al líder
palestino viajar a Beirut para apoyar versión diluida de la resolución
de la ONU que exige a Israel devolver las tierras ocupadas a cambio de paz,
en realidad dejó que el primer ministro se salga con la suya. El vocero
de Bush, Ari Fleischer, dijo: "La postura del presidente es simple y clara.
Estamos tratando con un gobierno (is-raelí) soberano. Los gobiernos tienen
derecho a tomar determinaciones (sic)".
Arafat podría, tal vez, hablar con los líderes árabes vía
satélite, aunque esto lo haría aparecer como prisionero de los
israelíes en cualquier pantalla de Beirut. Pero los árabes ya
vieron la trampa. Y si alguien es capaz de olerse algo sospechoso, ése
es Hosni Mubarak. Cuando el presidente egipcio decidió la noche del martes
que no asistiría a la cumbre, la voz se corrió. Manténganse
alejados. Fueron los cuates de Yasser Arafat quienes le recomendaron al líder
quedarse en su oficina de Ramallah, aun cuando los israelíes hubieran
sido lo suficientemente generosos para permitirle viajar a Líbano.
El coronel Kadafi no vendrá, ni tampoco Saddam Hussein. Ni siquiera el
dirigente de los Emiratos Arabes Unidos se dignó a venir, al igual que
el emir de Qatar. ¿Llaman a esto una cumbre árabe?
En verdad, es una tragedia. Como símbolo puede uno mirar las ruinas del
Holiday Inn. Convertido en un encaje irlandés por los cientos de agujeros
de metralla que le hicieron durante la guerra civil, su fachada demacrada cubierta
con un anuncio de 500 pies de largo que muestra la imagen de las más
antiguas ruinas romanas de Baalbek. Vivre le Liban, dice: Larga vida a Líbano.
Pero la cumbre está muerta.
Los estadunidenses quieren que reyes y presidentes árabes respalden el
"plan de paz" del príncipe heredero Abdullah, una vaga y ambigua propuesta
de "territorios por paz" que en sí es una versión diluída
de la resolución 242 del Consejo de Seguridad, el famoso -o infame- documento
que exigía a Israel retirarse de los territorios árabes capturados
durante la guerra de Medio Oriente de 1967, a cambio de la seguridad de todos
los estados de la zona, incluido Israel.
Pero los sauditas no querían hablar de los refugiados palestinos -decenas
de miles que languidecen en el lodo y la mugre a sólo cuatro millas del
hotel en el que se celebrará la cumbre de Beirut, tampoco quieren hablar
de la ocupada meseta siria de Golán, de la que quiere escuchar el presidente
sirio, Bashar Assad.
La última versión de las propuestas sauditas se centra en compensaciones
para los refugiados que muy pocos de ellos aceptarían. Tampoco aceptarían
dichas compensaciones los libaneses, anfitriones de esta cumbre fantasma, que
quisieran que los 250 mil palestinos en su territorio pudieran irse a su casa
-donde quiera que sea su "casa"-. Entonces ¿qué esperanza de paz había
anoche en las lluviosas calles de Beirut?
Bueno, Kofi Annan, el secretario general de la ONU, va a venir. Javier Solana,
el más conocido y menos elocuente de los estadistas europeos está
aquí. De hecho, los no árabes parecían más importantes
que los gobernantes árabes que decidieron venir a esta ciudad, que Arafat
y su némesis israelí, Ariel Sharon, contribuyeron a destruir en
1982.
Solana hablaba anoche sobre un "rayo de esperanza", pero los árabes no
podían verlo. Aun si el más grande y corrupto de los potentados
pudiera venir a Líbano, sólo serían capaces de aceptar
el más amorfo plan saudita de "paz". Así, a media mañana
de este martes la mejor oferta -es decir una nueva versión de la propuesta
de Abdullah- fue la del "fin del conflicto" con Israel. No suena exactamente
a que haya un entusiasta apoyo a la paz y la seguridad, ni de judíos
ni de árabes.
Muchos palestinos consideran que si Arafat hubiese aceptado el "permiso" de
Israel para asistir a la cumbre, esto hubiera sido una humillación vergonzosa,
debido a que Sharon había advertido a Arafat no "incitar a la violencia"
en ninguno de los discursos que pronunciara en Líbano, lo que hubiera
convertido al líder palestino en un prisionero de los israelíes.
En las últimas horas de la noche del martes, los libaneses ya estaban
sugieriendo que la cumbre de dos días durara sólo uno. Va a haber
una aceptación ritual hacia el "plan de paz" del príncipe heredero
Abdullah -¿quién va a ofender a un saudita en el mundo árabe?-
y una advertencia igualmente ritual en el sentido de que sería mala idea
bombardear Irak. Un borrador del documento dirigido a líderes árabes
señalaba que había "serias preocupaciones" sobre "la unidad y
seguridad" de Irak, y que los países participantes rechazaban "el uso
de la fuerza y las amenazas de usarla" contra Saddam Hussein. Esto seguramente
hará que el presidente Bush tiemble dentro de sus botas.
© The Independent
Traducción para La Jornada: Gabriela Fonseca