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26 de marzo del 2002
La cumbre árabe, dura prueba
Robert Fisk
The Independent
Unos 100 mil manifestantes en las calles de Damasco. Medio millón.
Un millón. Las estimaciones no tenían fin, pero algo era seguro:
nada, absolutamente nada, ocurre en Siria sin permiso gubernamental. Así
que la manifestación insólita de ayer contra la ocupación
israelí y en apoyo a la insurrección palestina en la Franja Occidental
y en Gaza fue la forma en que el presidente Bachar Assad hizo saber a sus hermanos
árabes que no llevará una postura blanda a la cumbre de esta semana
en Beirut.
Las multitudes recibieron una rara oportunidad de gritar ofensas a la Organización
de Naciones Unidas y proferir amenazas de muerte al primer ministro israelí,
responsabilizado "personalmente" por una comisión investigadora de su
país de la matanza de palestinos en Beirut, en 1982. "Carnicero Sharon,
tu sangre será derramada por árabes", gritaron miles de sirios.
Las pancartas demandaban un boicot de productos estadunidenses, y una bandera
de Estados Unidos fue quemada en la plaza, gesto simbólico de exasperación
en toda manifestación contra Washington.
Fue una poderosa expresión de la rabia oficial siria frente al colapso
de la política estadunidense en Medio Oriente y el fracaso de Washington
en dar un tratamiento parejo a palestinos e israelíes. El gobierno ordenó
el cierre de todas las oficinas y escuelas de Damasco para que los servidores
públicos y estudiantes pudieran asistir a la gigantesca marcha -la espontaneidad
definitivamente no es un rasgo de la política siria-, mientras miles
de policías antimotines rodeaban la plaza Omayad, junto al antiguo zoco
y cerca de la mezquita más hermosa de la capital, para evitar que los
manifestantes repitiesen el ataque de hace dos años a la residencia del
embajador estadunidense.
El mensaje era claro. El "plan de paz" del príncipe saudita Abdulá
-poner fin a la ocupación israelí a cambio de reconocimiento y
normalización de relaciones- no satisface las exigencias sirias: antes
de cualquier reconocimiento diplomático Israel debe retirarse por completo,
cesar la ocupación de las alturas del Golán, que pertenecen a
Siria, y garantizar el retorno de 3,5 millones de refugiados palestinos. La
idea de que Tel Aviv permitirá alguna vez que tantos millones de palestinos
vuelvan a territorio ubicado dentro de Israel resulta casi tan disparatada como
la fantástica propuesta realizada por Sharon el fin de semana: viajar
a Beirut y tomar el lugar de Arafat en la cumbre árabe. De hecho, si
pudieran ponerle las manos encima, los libaneses y sirios sin duda acusarían
a Sharon de crímenes de guerra, entre otras cosas porque los propios
abogados del primer ministro en Bruselas donde por ahora se llevan a cabo los
intentos de someterlo a juicio por la masacre de Sabra y Chatila han insinuado
que cualquier juicio debe efectuarse en Beirut.
Pero si bien la manifestación en Damasco fue auspiciada por las autoridades
-sus organizadores adoptaron el poco inspirado nombre de Comité Popular
Permanente Sirio de Apoyo a la Intifada, patrocinados, claro está, por
el goberbante Partido Baa'th-, no hay muchas dudas de que reflejó lo
que millones de árabes creen: que los palestinos libran una guerra de
guerrillas conta la ocupación y que Estados Unidos es un enemigo tan
poderoso como Israel. La intifada, según un vocero, el mayor general
sirio retirado Ahmed Abdul-Karim, representa el "honor y dignidad árabes".
Así que la retórica de Sharon y Bush acerca del "terror" logró
romper muy poco hielo.
Tampoco es casualidad que los grupos palestinos del enorme campo de refugiados
de Ein Helwe, en el sur de Líbano, se declaren miembros de la Brigadas
de los Mártires de Al Aqsa, milicia responsable de muchos bombardeos
suicidas recientes en Israel.
Nadie en Líbano cree que exista contacto serio entre estos refugiados
y los escuadrones suicidas palestinos. Sin embargo, la apariencia de estos jóvenes
de Ein Helwe, con sus lanzacohetes y sus rifles Kalashnikov, constituye otro
mensaje de Siria: no habrá aceptación de la propuesta de Abdulá
a menos que se incluya específicamente a los refugiados palestinos. En
otras palabras, la cumbre árabe de esta semana será una dura prueba.
© The Independent
Traducción para La Jornada: Jorge Anaya