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23 de febrero del 2002
El otro Israel
Ángel Guerra Cabrera
La Jornada
El llamado "consenso del miedo" comienza a resquebrajarse en Israel. Orquestado por el premier Ariel Sharon en su plan de aplastar mediante el terrorismo de Estado exacerbado la segunda intifada palestina, su fracaso está a la vista. El pasado enero, 52 oficiales de la reserva de las fuerzas armadas israelíes publicaron un manifiesto que expresaba su negativa a prestar servicios en los territorios ocupados de Palestina. La cifra de firmantes ha seguido creciendo y ayer ascendía a 263. Los oficiales expresan: "No continuaremos luchando del otro lado de nuestras fronteras con el fin de ocupar, deportar, destruir, impedir el libre movimiento, eliminar a sospechosos, hambrear a la población y humillar a la totalidad del pueblo palestino." (Declaración completa y lista de firmas actualizada en www.seruv.org.il) No es la opinión de una minoría de militares; según encuestas, 26 por ciento de la población de Israel los apoya. Dato elocuente en una cultura política donde negarse al servicio militar equivale a la traición.
Al valiente gesto de los oficiales se han sumado actos públicos en Tel Aviv los dos últimos sábados, con la asistencia de 10 y 15 mil personas, respectivamente. "Hermano, hermano, sal de los territorios ocupados", coreaba la multitud. Convocadas por la coalición Paz Ahora y otros grupos, son las más grandes demostraciones pacifistas efectuadas en Israel desde el comienzo, en septiembre de 2000, de la segunda intifada. El emblema de uno de los grupos, Gush Shalom, entrelaza las banderas palestina e israelí, símbolo subrayado por la presencia entre los oradores del sábado pasado de Sari Nusseibe, representante de la OLP en Jerusalén. Roman Bronfman, diputado al Knesset por el partido Opción Democrática, de inmigrantes rusos, dijo de los militares objetores que son la "fuerza motriz del movimiento contra la ocupación".
Desde que estalló la segunda intifada, la lógica del terrorismo de Estado, llevada al paroxismo por Sharon, ha costado ya mil muertos del lado árabe -entre ellos 258 niños- y 256 de la parte hebrea. Slomo Aharonitsky, jefe de la policía israelí, afirma que el último ha sido "un año de violencia y terror como no lo habíamos visto en la historia del Estado".
Ni la lluvia de fuego de los helicópteros Apache, ni las bombas de mil libras arrojadas por los F- 16 sobre poblaciones indefensas, ni los ultramodernos tanques (uno de los cuales fue volado recientemente por una mina palestina) han podido contener la resistencia popular a la ocupación. La política de Sharon sólo podría tener éxito con el aniquilamiento del pueblo palestino (żotro Holocausto?) a un costo en vidas humanas y, sobre todo moral, insoportable para Israel. Lo que ha conseguido Sharon es desatar una espiral de violencia incontrolable y multiplicar las acciones desesperadas de los palestinos. A los medios bélicos más sofisticados, los débiles responden cada vez más con el acto suicida. Ya no son sólo un puñado de fanáticos religiosos los que se inmolan. Con frecuencia se trata de jóvenes de Fatah, a los que nadie puede controlar.
Menos Arafat, cercado en sus oficinas y ahora bombardeado. Cada día está más claro en Israel, como lo afirmó uno de los oficiales objetores, que la violencia se genera del lado del ocupante. Cuando hay calma, dijo, nos piden que disparemos. Y añadió que cuando los palestinos lo hacen es casi siempre en respuesta al fuego israelí.
Sharon y Bush vieron en el 11 de septiembre la oportunidad de legitimar ante la opinión internacional la liquidación del movimiento de liberación palestino a través de un juego mediático en el que las acciones de Israel contra aquél se equiparaban con la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo: Arafat era igual a Bin Laden. Si esa imagen tiene aún aceptación en la manipulada opinión pública estadunidense, en el resto del mundo y en el propio Israel es rechazada ya por muchos, como está ocurriendo con la inmoral e ilegal guerra de Bush.
El nuevo movimiento pacifista israelí merece solidaridad y aliento de los que creen que otro mundo es posible. Ajeno al liderazgo de la izquierda hegemónica de Israel, se adhiere a la tradición humanista hebrea y universal. La cooperación entre él y los sectores palestinos más lúcidos podría revertir la dinámica de violencia y retomar el deseable y arduo camino hacia la solución política del conflicto más antiguo de la historia contemporánea. Otro Israel también es posible.