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10 de marzo del 2002
La trama económica del conflicto de Medio Oriente: el Imperio tiene una estrategia
Victor Ego Ducrot
El Corresponsal de Medio Oriente y Africa
En un artículo reciente sobre la grave crisis que atraviesa la
Argentina sostuvimos que ese país sudamericano podría ser considerado
como un verdadero caso testigo de la estrategia utilizada por el Imperio Global
Privatizado. Este concepto puede usarse para analizar lo que denominamos trama
económica y financiera de la crisis de Medio Oriente.
En primer lugar consideraremos cómo la estrategia general del Imperio
se aplica en Medio Oriente y cuáles son sus principales agentes y protagonistas.
Luego veremos hasta dónde llegan las alianzas de la capital del Imperio
con los factores del poder dominante en la región.
Por último, constataremos que existe un proyecto económico corporativo
capaz de relegar o aprovechar en su favor las diferencias y hasta las enemistades,
y que los mecanismos de dependencia recreados por el Imperio y sus aliados contemplan
la explotación de recursos naturales tan esenciales como el agua.
Sin embargo, y a título de introducción, se hace imprescindible
recordar algunas reflexiones sobre nuestra categoría de trabajo.
En aquel artículo, difundido por el boletín electrónico
de La Otra Aldea, decíamos que "el Imperio Global Privatizado encierra
una profunda relación dialéctica, pues es totalizador en términos
geográficos, y en ese sentido las distintas facciones del sistema financiero
mundial, aliadas cada una de ellas con distintos grupos empresarios, tienen
un interés estratégico común".
Por supuesto que el interés estratégico común es la defensa,
la consolidación y la profundización del poder del Imperio. Sin
dejar de reconocer sus antagonismos y eventuales necesidades de colisión,
las distintas facciones del Imperio reconocen la hegemonía de Estados
Unidos como cabeza visible de la coalición de poder.
Para lograr esa hegemonía, Estados Unidos tuvo que superar muchos desafíos.
Ganar la Guerra Fría y alcanzar el liderazgo económico y tecnológico
no fueron condiciones menores. Pero su gran salto, lo que le permitió
erigirse como cabeza del nuevo Imperio fue su capacidad para ver que, llegado
al punto de desarrollo económico que alcanzaba el sistema capitalista
mundial de cara al siglo XXI, sus dos mejores valores agregados pasaban a ser
la posibilidad de otorgarle un definitivo reconocimiento a las corporaciones
financieras propias, ya no como influyentes en el poder sino como titulares
directas del poder político, instaladas a la cabeza de las instituciones
constitucionales.
Para ello debieron privatizar no sólo todos los resortes de ese nuevo
Estado sino las herramientas fundamentales del poder político mismo de
un país imperial: su política exterior y sus fuerzas armadas,
pues la tercera pata del trípode fundamental, la regulación del
sistema financiero -la Reserva Federal-, ya estaba en manos privadas desde los
orígenes mismos de Estados Unidos como gran acumulador capitalista.
El proceso de privatización de la política exterior y de las fuerzas
armadas, analizado en el libro Bush & ben Laden S.A., comenzó en
la pasada década del ´80, después del escándalo Irangate
y culminó con la vuelta de la dinastía Bush a la Casa Blanca,
de la mano de George W., y ahí está el caso Enron para ratificarnos.
Fue ese complejo proceso el que le permitió a Estados Unidos convertirse
en el principal administrador de fondos financieros -especialmente desde los
paraísos fiscales, a salvo de las propias leyes norteamericanas- y en
el proveedor numero uno de fuerzas militares y de seguridad. Ello explica a
su vez cómo, con el paraguas de la ONU, desde comienzos de la última
década del siglo XX Estados Unidos es el que pone la maquinaria bélica
para todas las operaciones armadas de carácter global, y pasa después,
muy rápidamente por cierto, a recaudar los recursos financieros que la
utilización de esa maquinaria militar implican. Los contribuyentes principales
de esos fondos son los otros Estados miembros del Imperio Global Privatizado
y sus respectivos sistemas corporativos locales -muy especialmente los de la
Unión Europea- que se han quedado atrás respecto del proceso privatizador
del poder político.
En ese marco, y como lo analizamos respecto de Argentina, el Imperio Global
Privatizado tiene una estrategia más o menos común para todo el
mundo en desarrollo o dependiente: destruir la nación-Estado y por consiguiente
el concepto de soberanía, subdividir las unidades políticas hasta
ahora conocidas y hacer que esas nuevas regiones se conviertan en agentes directas
del corporativismo financiero y empresario.
El Imperio propone un nuevo mapa
El especialista en temas de Medio Oriente Ibrahim Alloush analiza el conflicto
en esa región en términos coincidentes con nuestra categoría
del Imperio Global Privatizado. En un artículo difundido el 19 de febrero
pasado por Rebelión, Alloush sostiene que la estrategia de desintegración
que se está poniendo en práctica en los países árabes
y musulmanes de Medio Oriente se ha convertido en una cuestión de máxima
actualidad a causa de dos factores interrelacionados que se entrecruzan y refuerzan
mutuamente en sus causas y efectos. El primero de ellos está relacionado
con el interés general del sionismo, mientras que el segundo tiene relación
con el proceso de globalización.
El primer factor tendría su origen en una realidad objetiva por la cual
la seguridad real del Estado de Israel no puede darse a largo plazo si no se
destruye la identidad árabe-islámica regional o si siguen existiendo
en la región Estados o entidades árabes relativamente grandes.
La seguridad real del Estado de Israel requiere la transformación de
la región en una identidad medio-oriental, así como la transformación
de sus estructuras políticas y sociales en un mosaico localista.
Si la tierra sigue siendo árabe, entonces no hay sitio para una entidad
llamada "Israel" en ella.
Pero si la identidad regional se transforma en medio-oriental, la presencia
anómala de Israel en la misma se normalizaría. Por ello, la seguridad
de este estado requiere a largo plazo la puesta en práctica de un proyecto
de desintegración con el objeto de crear un vacío regional que
permita a Israel jugar el papel de poder subimperial que tanto desea para sí.
Ibrahim Alloush sostiene que el proyecto israelí coincide con el de globalización
capitalista, cuyos límites vienen impuestos por las corporaciones y las
instituciones internacionales, como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC).
En términos parcialmente coincidentes con nuestros planteos acerca del
concepto de Imperio Global Privatizado, para Alloush las manifestaciones más
evidentes en el terreno político del proceso de globalización
se observan en el debilitamiento de la soberanía nacional de todos los
países, así como el debilitamiento generalizado de los países
del Tercer Mundo. Está claro que los fervorosos llamamientos a favor
de la libertad ilimitada de movimiento de mercancías, de los servicios
y del capital, no son en esencia más que llamamientos contra las limitaciones
impuestas por diversas naciones sobre el comercio, la explotación de
los recursos o los medios de comunicación.
También coincidimos cuando este analista dice: es evidente que los ataques
ideológicos que han lanzado los vendedores de la globalización
contra los Estados nacionales y sus proyectos, conducirían a la prominencia
de dos tendencias fragmentarias en los países del Tercer Mundo, puesto
que las entidades nacionales en cuestión han iniciado el proceso de globalización
desde una posición considerablemente más débil que sus
vecinos occidentales.
La primera de dichas tendencias fragmentarias es una corriente supranacional
que exige la construcción de un proceso de globalización total
bajo el discurso generalista sobre "lo humanitario", la "equidad en el comercio
exterior", y la explotación de los recursos extranjeros.
En cuanto a la segunda de las tendencias mencionadas, que necesariamente contribuirá
a que se acentúe la debilidad de los Estados nacionales, se trata necesariamente
de un proceso que se traduce en el desarrollo de tendencias localistas y etnicistas.
De ahí la observación anteriormente apuntada sobre el hecho de
que el plan sionista de disgregación del Mundo Árabe en entidades
más pequeñas guarda relación con las manifestaciones políticas
de la globalización en los países del Tercer Mundo. Los intereses
de las empresas multinacionales exigen el debilitamiento de la soberanía
nacional en términos generales, y muy especialmente de la soberanía
en los países del Tercer Mundo, todo ello con el objetivo de la adquisición
de materias primas, mano de obra barata, y de tener a su disposición
mercados sin ningún tipo de limitación (...).
La seguridad que verdaderamente pretende conseguir el proyecto sionista no existe
pues, sin dos, cosas:
primero, la extinción de la identidad "civilizacional" de la región
y su transformación de identidad árabe en una identidad medio-oriental.
El Estado sionista será siempre una entidad extraña en el entorno
árabe-islámico, pero podría, sin embargo naturalizarse,
en un Medio Oriente con menos sales árabes e islámicas.
En segundo lugar, acabar con los grandes Estados árabes del entorno,
con el objetivo de eliminar los obstáculos existentes en la zona, siendo
indudablemente Egipto, Siria y Arabia Saudita los principales países
árabes de los que hablamos, por ser los países que dirigen el
proceso de toma de decisiones árabes a nivel oficial desde la segunda
Guerra del Golfo.
En ese contexto surge lo que Ibrahim Alloush denomina mapa del Nuevo Orden Regional.
Este nuevo orden, es un viejo trazado norteamericano-israelí, cuya existencia
se intuye ya en varios documentos, como por ejemplo en uno traducido del hebreo
al inglés por Israel Shahak en 1982 en la revista Kfanim. El documento
refleja la postura oficial de la Organización Sionista Mundial (OSM).
En dicho documento se habla de la necesidad de dividir a los países árabes
grandes (como por ejemplo Egipto, Siria, Irak o Arabia Saudita), y del establecimiento
de un Estado que sustituya a la actual Jordania. La idea fundamental de esa
estrategia es la disgregación de los Estados árabes, y la misma
se apoyaría sobre la explosión de luchas intestinas entre diversas
facciones y etnias, avivando disputas regionales como es el caso de Jordania.
Dentro del contexto de ese Nuevo Medio Oriente, un Estado palestino se convertiría
simplemente en parte integrante del mosaico regional y sería un terreno
propicio para el avance de la penetración israelí en la zona.
En este contexto, es evidente que los Acuerdos de Oslo entre palestinos e israelíes
incluyen toda una serie de artículos relativos al libre acceso del estado
de Israel los mercados árabes.
Lo mismo se evidencia en las declaraciones del embajador israelí en Ammán,
David Dadon, según recogió la agencia France Press el 26 de octubre
último: "Solamente el día en que se cree un Estado palestino independiente
dicha soberanía abrirá las mentes y los corazones de todos los
pueblos árabes para que concedan legitimidad al derecho del pueblo judío
a tener un Estado propio (). Si queremos gozar de legitimidad, entonces tenemos
que reconocer que tal legitimidad va pareja a la creación de un Estado
palestino".
La derecha israelí, representada por el Likud, a causa de sus estrechas
miras en lo político y de un paroxismo bíblico que la ha llevado
a creer que el control directo sobre trozos de algunos barrios habitados en
Hebrón (Cisjordania) tiene más importancia incluso que el avance
del proyecto medio-oriental en el plano vital, sigue chocando no ya con el Partido
Laborista y otros, sino con las elites gobernantes en Occidente, a quienes también
les interesa que el proyecto subimperial avance hacia una etapa más defensiva.
Consecuentemente, las convulsiones de la derecha israelí y su insistencia
por mantener las viejas fórmulas del proyecto sionista (es decir, otorgar
la primacía al ejercicio de la soberanía directa sobre la tierra
frente al sacrificio de algunos territorios con el objetivo de mantener el control
político, cultural y económico en su entorno vital), han empezado
a ser un obstáculo para el propio proyecto medio-oriental.
Una relación muy particular
El Imperio Global Privatizado traza muy claras políticas de alianzas
y resulta más o menos evidente que, en Medio Oriente, esa política
se expresa en la mancomunidad de intereses que existe entre Estados Unidos e
Israel.
James Petras sostiene que esa relación estratégica tiene características
muy peculiares. En un artículo publicado por CSCAweb y Rebelión
el 22 de enero último, el pensador norteamericano afirma que, a diferencia
de la relación de Washington con la Unión Europea (UE), Japón
y Oceanía, Israel es quien presiona y obtiene vastas transferencias de
recursos financieros (2.800 millones de dólares por año; 84.000l
millones en 30 años). Israel obtiene transferencias de los más
modernos armamento y tecnología, acceso sin restricciones a los mercados
de EE.UU, libre acceso de emigrantes, el compromiso de apoyo incondicional de
EE.UU en caso de guerra y represión del pueblo palestino colonizado,
y la garantía del voto de EE.UU en contra de cualquier resolución
de Naciones Unidas.
Desde el punto de vista de las relaciones entre Estados, la potencia menor y
regional es la que arranca un tributo al Imperio, un resultado aparentemente
único o paradójico. La explicación de esta paradoja se
encuentra en el poderoso e influyente papel de los judíos proisraelíes
en sectores estratégicos de la economía norteamericana, partidos
políticos, el Congreso y el Poder Ejecutivo.
El Estado de Israel ha protegido a judíos fugitivos de la justicia norteamericana,
especialmente a riquísimos estafadores como Mark Rich, e incluso a gángsters
y asesinos. Las ocasionales demandas oficiales de extradición por parte
de la justicia norteamericana han sido deliberadamente ignoradas, destaca Petras.
La relación entre EE.UU e Israel es la primera de la historia contemporánea
en la que el país imperial encubre un importante ataque militar deliberado
de un supuesto aliado. En 1967 el U.S.
Liberty, un barco de comunicaciones y de reconocimiento, fue bombardeado y destruido
durante casi una hora por aviones de combate israelíes en aguas internacionales,
lo que provocó cientos de muertos y heridos entre los marineros y oficiales.
Washington actuó como habría actuado cualquier dirigente del Tercer
Mundo ante un embarazoso ataque a su hegemonía: silenció a sus
oficiales de marina que habían sido testigos del ataque y aceptó
discretamente una compensación y una disculpa formal.
Petras recuerda que el caso más reciente y quizá más importante
del servilismo de Washington tuvo lugar en los meses anteriores y posteriores
al ataque del 11 de septiembre a los Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono.
El 12 de diciembre de 2001, los informativos de la cadena Fox supieron por fuentes
del servicio de inteligencia de EE.UU e investigadores federales que desde el
11 de septiembre habían sido detenidos 60 israelíes implicados
en una campaña mantenida durante largo tiempo para espiar a funcionarios
del gobierno norteamericano.
Muchos de estos detenidos -dice Petras- son agentes israelíes activos,
militares o de la inteligencia. Fueron arrestados según la Ley Patriótica
antiterrorista. Muchos fueron descubiertos en el detector de mentiras al responder
a preguntas relativas a actividades de vigilancia contra y en EE.UU.
Pero lo más grave -subraya el pensador norteamericano- es que investigadores
federales creen con razón que los agentes israelíes habían
recopilado previamente informaciones acerca de los atentados del 11 de septiembre
y que no informaron a su aliado de Washington. El grado de implicación
de Israel en los hechos del 11 de septiembre es un secreto celosamente guardado.
Un importante investigador federal dijo a los informativos de la Fox que existen
"conexiones". Cuando se le pidió que diera detalles, el investigador
federal se negó: "Las pruebas que vinculan a estos israelíes con
el 11 de septiembre están clasificadas. No puedo hablarles de las pruebas
que se han reunido. Es información clasificada".
Imperio Global Privatizado es igual a dependencia
Hace ya tiempo, el periodista y dirigente sindical israelí Efraim Davidi
escribió lo siguiente: "los trabajadores portuarios de Israel lucharon
contra las tentativas de privatización. El gobierno laborista de Ehud
Barah está tratando de llevar a cabo lo que no pudo concretar el anterior
gobierno de Benjamin Netanyahu, la privatización de los puertos".
La primera tentativa, la de Netanyahu y su gobierno derechista, fracasó.
Luego de 10 días de huelga, el primer ministro de entonces envió
una carta de puño y letra en la cual se comprometía a "no privatizar
a los puertos" y "a respetar los derechos adquiridos por los portuarios". El
nuevo gobierno de Sharón también tuvo que enfrentarse con varias
huelgas portuarias.
Gobiernos de todo el mundo han tratado de privatizar a los puertos. Algunos
lo han logrado. Otros han fracasado. El ejemplo israelí no tiene nada
de particular: un enfrentamiento de los asalariados para impedir que el gobierno
de turno siga transfiriendo los bienes públicos a unos cuantos ricos.
Pero esta vez, en Israel, los patrones están preocupados. Representantes
de la organización burguesa mas potente (La Asociación de Industriales
de Israel) han buscado los medios para quebrar la huelga. Pero para su mayor
desgracia, ante la falta de un puerto privado y la firme voluntad de los portuarios
de Ashdod, Haifa y Eilat, no encontraron la vía para cristalizar este
deseo.
Las mentes febriles de los empleadores israelíes llegaron entonces a
la conclusión de que la mejor forma de debilitar la lucha de los portuarios
es encaminar sus cargas a los puertos de Egipto o Chipre y desde allí,
a Israel. Pero existe un obstáculo de mayor envergadura: el costo del
transporte de Alejandría a Tel-Aviv por tierra es muy alto.
Es en este punto que los industriales llegaron a la inevitable conclusión,
de que la solución del problema pasa por utilizar el puerto de Gaza,
en territorio palestino. "Esta cerca, es muy barato y allí no hay perspectiva
de huelga", se dijeron. Sin mayores demoras, se remitieron a la Autoridad Palestina.
El ministro de Transportes palestino respondió el mismo día: En
tiempos de crisis, el puerto de Gaza podrá se utilizado por los importadores
y los exportadores israelíes.
Pero aquí surgió una nueva cuestión: en la Franja de Gaza
no hay puerto. Es decir, existen muchos planes para construir el futuro puerto
de Gaza, pero puerto no existe. Los sucesivos gobiernos israelíes se
negaron rotundamente a la construcción del susodicho puerto "por razones
de seguridad".
Instalados sobre nuestra categoría del Imperio Global Privatizado podemos
coincidir con las conclusiones alcanzadas por Davidi. Primero, que las corporaciones
económicas y sus organizaciones son más creativas que sus gobiernos.
Segundo, que cuando se trata de aplastar la protesta popular, no existe ningún
obstáculo para convertir en aliados a los enemigos del ayer.
Y tercero, que ya hay quienes están tratando de lanzarse en una política
que conlleva a la competencia entre los trabajadores de los puertos israelíes
y sus colegas palestinos.
Podemos criticar a la burguesía israelí, pero no debemos menoscabar
su capacidad para pensar en su futuro y el futuro de sus intereses. Por ejemplo,
ya en los comienzos de la década del noventa, la dirigencia industrial
comenzó a expresarse públicamente a favor de un Estado palestino.
Esto era visto como una "salida plausible" y hasta "lógica", claro está
a condición de garantizar sus intereses de clase. Intereses que se han
visto claramente reflejados en los acuerdos firmados entre el Israel y la OLP
en 1994 y conocidos como "Acuerdo Económico de París". Por la
parte israelí, los acuerdos de París fueron firmados por el ministro
de Finanzas de entonces, Abraham "Baiga" Shojat, dice Davidi.
Un gran amigo de Shojat, el historiador Shlomo Ben-Ami, escribió: "La
elite económica y social de Israel ha perdido la confianza en una solución
de fuerza en el conflicto mesoriental. Para la elite esta claro que las pérdidas
son mayores que las ganancias".
Ben-Ami también sostuvo que los Acuerdos de Oslo "se firmaron con una
visión neo-colonialista y la óptica de una eterna interdependencia.
Los acuerdos de París son una expresión de esta interdependencia.
En lugar de que la economía palestina se oriente hacia Jordania y el
mundo árabe, estos tratados aseguran una economía palestina totalmente
dependiente de Israel. Los acuerdos han creado una situación colonial
que no tiene fin. Los mismos prevén que en caso de una paz definitiva
entre nosotros y los palestinos, la dependencia perpetuará el desarrollo
desigual de los dos países".
Después de analizar y reproducir análisis como los de Davidi podemos
concluir que nuestra intención a la hora de pensar en esteartículo
quedó, por lo menos, parcialmente justificada, pues nos proponíamos
instalar una cuestión que parece haber sido dejada de lado por los grandes
medios periodísticos internacionales: bajo la superficie política
y militar del conflicto de Medio Oriente corren verdaderos torrentes de intereses
corporativos globales, especialmente de aquellos que se manejan desde Washington,
la capital del Imperio Global Privatizado.
El agua, un breve ejemplo final
No sería correcto cerrar este enfoque de la trama económica y
financiera del conflicto de Medio Oriente, que reconocemos polémico y
por consiguiente abierto al debate, sin dedicar aunque sea una pocas líneas
al capítulo del agua y de los recursos hídricos de la región,
capítulo que debemos calificar de crucial y estratégico.
Desde el principio de la ocupación hasta la actualidad, las demandas
palestinas por un acceso justo al agua vienen incrementándose en forma
proporcional al aumento de su falta de recursos.
Hace 30 años que Israel ejerce un estricto control del acceso al agua
en los territorios ocupados. Ayman Rabi, director ejecutivo del Palestinian
Hydrology Group (PHG), sostuvo más de una vez que, para lograr sus objetivos,
Tel-Aviv ha impedido por todos los medios el desarrollo de proyectos hidráulicos
que puedan satisfacer las necesidades palestinas.
El artículo 40 de los Acuerdos de Oslo, de septiembre de 1995, conocidos
como Interim Agreement, define algunas de las vías por la cuales los
palestinos podrían incrementar su acceso al agua sin afectar las cuotas
de consumo israelí. En su momento, los negociadores palestinos manifestaron
sus desacuerdo porque entendieron que las propuestas eran insuficientes.
Más allá de las controversias hay cifras que son elocuentes: en
1995, Israel aseguraba para sí el 85 por ciento de los recursos acuíferos,
en desmedro de las necesidades palestinas.
Cientos de millones de dólares de la Agencia norteamericana para el Desarrollo
Internacional (USAID), del Banco Mundial y del Banco Europeo de Inversiones
(EIB) fueron destinados en los últimos años al desarrollo de proyectos
acuíferos para Palestina.
Sin embargo, Jennifer Moorehead, una investigadora que presentó sus estudios
ante el PHG, sostiene que esos proyectos no son sustentables, es decir que no
promueven el desarrollo de la región sino que provocan una sobreexplotación
de los recursos con grave riesgo para el medio ambiente y el futuro económico.
Y lo que es peor -destaca Moorehead-, los responsables de esos proyectos son
conscientes del desastre que están provocando, sobre todo en materia
de contaminación.
Subhi Kahhaleh egresó como ingeniero civil del Robert College, de Estambul
y de la Universidad de Illinois, Estados Unidos. Fue presidente de la Unión
Árabe de Ingenieros; ministro de Comunicaciones de Jordania y ministro
de Planeamiento y Transporte de Siria. Se desempeñó también
como director general del organismo de la Liga Árabe dedicado al estudio
de la explotación acuífera del río Jordán y sus
tributarios.
En su libro The Water Problem in Israel and Its Repercussions on the Arab-Israeli
Conflict, publicado por el Institute for Palestine Studies, de Beirut, Líbano,
Subhi Kahhaleh sostiene que el control de los recursos acuíferos pertenece
al corazón mismo de la estrategia sionista. Desde el principio mismo
de la ocupación de los territorios palestinos, el sionismo tuvo en claro
que necesitaba tierras, pero tierras provistas de agua. Por ello siempre dirigió
su accionar al control del río Jordán y sus tributarios. Ese especialista
afirma también que Israel no hubiese podido mantener su estructura productiva
sin explotar los recursos hídricos que no le pertenecen. Dominio sobre
los recursos naturales, sociedades disgregadas en términos funcionales
a los intereses del mercado, licuación de formulas políticas heredadas
de la modernidad, como lo es el concepto de nación-Estado, y asociaciones
de intereses regionales acordes con una estrategia general. Esos son los elementos
que esconde la trama económica y financiera del Imperio Global Privatizado
en Medio Oriente, de la misma forma que lo hace en otras áreas del planeta,
como bien lo indica la crisis argentina en el contexto sudamericano.
La fuente: El autor es un periodista y escritor argentino de larga trayectoria
internacional. Especialista en temas globales, es autor de varios libros, entre
ellos El Color del Dinero (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 1999) y Bush
& ben Laden S.A (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2001). Escribe para
varios medios especializados locales e internacionales, entre ellos El Corresponsal
y La Otra Aldea.