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18 de febrero del 2002
Las naciones árabes, perdidas en un pozo de desesperación
Robert Fisk
The Independent
Hace unos días, el príncipe heredero Abdullah, de Arabia Saudita, apeló a la "conciencia" del pueblo estadunidense y solicitó ayuda para los palestinos. El emir de Qatar cayó un poco más bajo en la degradación. Los árabes, dijo - después de disculparse por el uso de la palabra- tenían que "suplicar" a Estados Unidos que use su influencia sobre los israelíes.
Pronunciar este tipo de palabras nos remite, realmente, al pozo más profundo de la desesperación árabe.
¿"Suplicar"? ¿"Conciencia"? Puede ser que Washington aún rechace la petición de Ariel Sharon de romper todo contacto con Yasser Arafat, pero el presidente Bush olvidó desde hace mucho su "visión" de un Estado palestino -el cual mencionó cuando necesitaba la anuencia árabe antes de bombardear Afganistán, y lo sepultó rápidamente una vez que dicha "visión" cumplió su cometido?. Y la función de Arafat ahora es recordar cuál es su trabajo: proteger a Israel de los palestinos, es decir, de su propio pueblo.
Desde su oficina en Ramallah, rodeado de tanques israelíes, Arafat fantasea sobre sus hazañas, como cuando estuvo sitiado por Israel en Beirut occidental en 1982, pero es difícil subestimar el grado de vergüenza que muchos palestinos ahora asocian con su líder. La Navidad pasada, Arafat insistió en que asistiría a la misa católica en Belén aunque tuviera que ir caminando. Pero cuando los israelíes le negaron el permiso de salida, se limitó a aparecer en la televisión palestina y, de manera absurda, calificó la negativa de Israel de "crimen" y "acto de terrorismo".
El diario árabe Al Quds al-Arabi se preguntó sobre la posible explicación a esta "extraña e incomprensible" actitud de Arafat. ¿Por qué no salió caminando de Ramallah acompañado por los clérigos cristianos que habían ido a darle su apoyo, y siguió avanzando hasta que las tropas israelíes lo detuvieran físicamente frente a las cámaras de televisión? Entre más hable Arafat sobre el "terrorismo" de Israel, menos propensos estaremos a analizar su propio historial de corrupción, amiguismo y brutalidad.
Mientras tanto, sigue adelante la fabricación de mitología por parte de Israel. En Nueva York, Shimon Peres anuncia la presencia en Líbano de miembros de la Guardia Revolucionaria Iraní y la llegada de 8 mil misiles de largo alcance destinados a Hezbollah. Ahora bien: no ha habido un miliciano iraní en Líbano en los últimos 15 años, y los "nuevos" misiles no existen; pero estos absurdos están siendo reportados por los medios de comunicación estadunidenses sin que haya el menor intento de corroborar los hechos.
La mentirota más reciente provino de Sharon. Lamentaba, dijo, no haber "liquidado" a Arafat durante el sitio en torno a Beirut de 1982, porque había un acuerdo con el gobierno libanés de no hacerlo. Esas son pamplinas; durante el sitio, los jets israelíes bombardearon en cinco ocasiones los edificios en los cuales Sharon, entonces ministro de Defensa, creía que se escondía Arafat. En dos ocasiones Israel destruyó bloques completos de departamentos ?matando, desde luego, a todos los civiles que los ocupaban? sólo minutos después de que Arafat salió de ellos. De nuevo, la visión falsa de Sharon sobre la historia es reportada por la prensa estadunidense como si fuera un hecho.
Ciertamente, todos los participantes en el conflicto de Medio Oriente están ahora enfrascados en un juego de autoengaño, en un intento masivo y fraudulento de evadir cualquier análisis de los temas críticos que se encuentran más allá de la tragedia. Los sauditas quieren apelar a la "conciencia" estadunidense no porque les perturbe el predicamento de Arafat, sino porque 15 de los aeropiratas del 11 de septiembre eran sauditas. La pretensión de Sharon de unirse a la "guerra contra el terror" -por ejemplo, inventando enemigos iraníes imaginarios en Líbano que estén a un lado de algunos de sus muy reales enemigos en Cisjordania y Gaza- es un intento descarado de asegurarse el apoyo estadunidense para destruir la intifada palestina y continuar la colonización israelí de las tierras palestinas.
De manera similar, las aseveraciones mesiánicas de Bush de que está combatiendo el "mal" (asumiendo, aparentemente, que el "mal" sea un Estado- nación), y de que los enemigos de la red Al Qaeda detestan a Estados Unidos porque están "contra la democracia", son tonterías. La mayoría de los enemigos musulmanes de Estados Unidos no saben qué es la democracia y ciertamente nunca la han disfrutado, pero sus actos, que desde luego son malvados, tienen motivos.
Bush sabe, al igual que su secretario de Estado, Colin Powell, que existe una íntima relación entre los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre y Medio Oriente. Después de todo, los asesinos eran árabes en su totalidad; escribían y hablaban en árabe y venían de Arabia Saudita, Egipto y Líbano. Esto nos da pie para reflexionar.
Pero en el momento en que alguien da el siguiente paso lógico y observamos al mundo árabe en sí, ya estamos caminando sobre territorio prohibido. Cualquier análisis de la situación actual en Medio Oriente arrojará como conclusión la injusticia, la violencia y la muerte como resultados ?directos o indirectos? de las políticas de Estados Unidos y sus aliados árabes e israelíes en la región.
Al llegar a este punto, toda discusión debe terminar, porque resulta que el involucramiento estadunidense en la región (en lo que se refiere a su respaldo incondicional a Israel, su indulgencia ante la colonización judía de tierras árabes, las sanciones contra Irak por las cuales han muerto decenas de miles de niños), así como la falta de democracia que Bush considera el origen del ataque, sugieren que los propios actos de Estados Unidos son elementos que podrían tener algo que ver con la rabia y la furia que originaron los asesinatos masivos del 11 de septiembre. Estamos, de hecho, en territorio muy peligroso.
Cuando se comete un crimen, incluso el más banal asesinato doméstico, lo primero que busca la policía es el móvil. Pero cuando se trata del más terrible de los crímenes posibles, no están permitidos los procedimientos normales y el móvil es lo último que buscamos. Hacer esto, tratar de discutir el ambiente que originó esos asesinatos, trae consigo acusaciones de "antiestadunidense" y "antisemita" y convierte el tema en tabú, lo cual, claro, es la intención.
De manera extraña, los regímenes árabes caen en el juego, no así los pueblos árabes (ellos saben perfectamente qué hay detrás de los horribles actos del 11 de septiembre). Pero sus líderes deben fingir ignorancia. Se solidarizan con la "guerra contra el terrorismo" y luego piden a Estados Unidos ?suplican? que se reconozca la diferencia entre "terrorismo" y "resistencia nacional".
De su lado, los sauditas pasan por alto de manera deliberada las implicaciones del hecho de que sus propios ciudadanos hayan participado en los atentados del 11 de septiembre, y prefieren vociferar sobre la "conspiración judía" contra Arabia Saudita. Arafat dice que apoya la "guerra contra el terrorismo", y después -no nos hagamos tontos- permite que sus acólitos lleven a cabo una operación de contrabando de armas a bordo del Karine A.
Y Sharon, desesperadamente incapaz de proteger a su pueblo de los crueles atentados suicidas con bomba palestinos, se concentra en presentar la intifada como parte del "terrorismo mundial" y no como lo que es: un levantamiento nacionalista. Porque en realidad tiene que ver con el nacionalismo y la ocupación israelí; pero al igual que las políticas estadunidenses en la región, esto no debe ser puesto a discusión.
A fines del próximo mes, los presidentes y monarcas árabes sostendrán una cumbre en Beirut. Lanzarán sonoras declaraciones de apoyo a los palestinos y manifestarán un apoyo casi igual de serio a la guerra contra el "terrorismo". No pueden criticar la política estadunidense, no importa qué tan ultrajante la consideren, porque casi todos están agradecidos con ella. Por lo tanto, volverán a apelar a la conciencia de Estados Unidos y harán lo que hizo hace unos días el emir de Qatar: suplicarán. Y no obtendrán nada.
© Copyright: The Independent Traducción para La Jornada: Gabriela Fonseca