24 de agosto del 2002
Las mujeres palestinas luchan por sus derechos bajo la ocupación y la guerra
Son mujeres en una nación ocupada. Pilares indispensables de la continuidad de la resistencia, fueron pioneras en tender puentes con mujeres israelíes pero hacia una paz justa. Trabajan por unificar su lucha en todos esos trozos desgajados que conforman la Palestina ocupada. Y lo hacen frente al olvido al que les ha sometido la dirigencia de la ANP y contra la opresión del sistema patriarcal.
LLas palestinas viven la doble opresión de ser mujeres en una nación ocupada. Ellas se llevan la peor parte de la negación de derechos a la población palestina en Israel, Cisjordania y Gaza. Una trabajadora palestina cobra la mitad del sueldo que un palestino, que cobra el 70% del de un israelí.
Como ciudadanas de tercera están más expuestas a los abusos del ocupante: un 47% de las trabajadoras palestinas en Israel sufre abuso sexual.
En el núcleo familiar amortiguan las violencias israelíes: lidian con la pobreza que crea el alto desempleo y el estrangulamiento de la economía; protegen a hijos y familiares del ataque exterior y se hacen cargo de la frustración de toda la familia, a veces a costa de su propia salud mental y sufriendo violencia doméstica.
Constituyen un 54% de la población y el pilar material de familias de más de siete hijos, pero su papel social va más allá de su centralidad en la batalla demográfica con un estado israelí que basa la ocupación en su superioridad numérica.
Son ejes fundamentales de la transmisión de la memoria y la cultura palestinas y de la resistencia a la ocupación en todas sus formas. Junto con mujeres israelíes, fueron las primeras en establecer un puente hacia una paz justa y sin renuncias.
Con el lastre de la desigualdad de género en todo el mundo, tratan de conjugar la lucha por la liberación de su pueblo con su la suya propia como mujeres en un sistema patriarcal. Sin idealizar el modelo occidental, encumbrado como el mejor de los patriarcados posibles, formulan sus demandas en voz alta y clara.
El Jerusalem Center of Women surgió en 1994 en paralelo a la organización de mujeres israelíes Bat Shalom, fruto de las conversaciones informales iniciadas en el 89. Pese a su total autonomía, el JCW centra gran parte de su trabajo en el Enlace de Jerusalén, un espacio donde mujeres de comunidades enfrentadas tienden puentes hacia la resolución justa y digna del conflicto y luchan por los derechos humanos y de las mujeres en la región.
Este primer espacio no ha sido impermeable a la tensión: el principio de la Intifada Al-Aqsa desató una crítica a la legitimidad de la resistencia palestina por grupos israelíes y una crisis de relaciones. En 2001, y «tras un debate considerable, hubo una respuesta positiva de la parte israelí, que incrementó sus actividades de protesta contra la ocupación, la agresión y los crímenes de guerra. Bat Shalom pidió un posicionamiento sobre los suicidas. El JCW se mostró en contra de cualquier acción que ataque deliberadamente a civiles inocentes, sean palestinos o israelíes».
En abril, ambas presentaron un documento ante el Consejo de Seguridad de la ONU pidiendo el fin inmediato de la ocupación y la construcción de dos estados palestino e israelí.
El JCW trabaja con mujeres jóvenes y adultas para mejorar su estatus en la sociedad, organizando cursos de formación profesional y política e introduciendo la perspectiva de género en las discusiones sobre democracia, derechos humanos, individuales.
Creen que la ocupación obliga a las organizaciones de mujeres a supeditar su lucha a las necesidades colectivas. Durante la Primera Intifada, en la década de los ochenta, los Comités de Mujeres irrumpieron en el ámbito público como pieza esencial de la resistencia, pero no supuso el reconocimiento civil de la igualdad que prometía la declaración de principios de la OLP. Según su análisis previo del proceso a las elecciones constituyentes de la ANP, el rol de las mujeres disminuyó notablemente en las negociaciones de paz, y se las excluyó de las decisiones clave, además de que los objetivos de género no se han incluido en ninguna de las fases de la lucha nacional. En el Consejo Legislativo Palestino sólo cinco son hoy mujeres.
El JCW trata de acercar a las mujeres palestinas en Israel y Cisjordania y romper los recelos que la dispersión y separación forzada por Israel han creado entre ellas.
Algunas cisjordanas no perciben como iguales a las palestinas israelíes, y sus distintas realidades las llevan a tener diferentes visiones, objetivos y prioridades de lucha. El JCW y el Kayan Center, una organización de mujeres feministas de Haifa, organizan seminarios conjuntos sobre feminismo, nacionalismo y relación entre emancipación sexual y rasgos culturales para avanzar juntas hacia una participación plena de las mujeres en la construcción de Palestina.
Según Rana Salfiti, del Centro de Ayuda y Asesoramiento Legal para Mujeres en Jerusalén y Hebron (CAAL), la fragmentación territorial y la debilidad de la Autoridad palestina impiden que exista un derecho familiar unificado.
En Jerusalén se aplica el derecho familiar israelí, mientras que en Cisjordania y Gaza están el jordano y el egipcio, basados en la shari'a (ley islámica). Pese a las demandas feministas, la ANP no quiere aplicar una ley civil. Salfiti cree que «los que hacen la ley son hombres y, por tanto, no es igualitaria». Las mujeres maltratadas no tienen casas de acogida donde acudir a pedir ayuda. Las órdenes judiciales las relegan a centros correccionales que a menudo las rechazan, por lo que la Policía las ingresa en la cárcel. El CAAL está visitando a cinco mujeres maltratadas en la prisión de Nablus. Según Safiti, la reocupación y el asedio actual de Cisjordania propician un aumento de agresiones a mujeres, ya que el cierre las confina en un entorno doméstico intranquilo. Según su informe del 2001, el año pasado registraron 279 casos de agresiones, 151 de las cuales fueron conyugales. El CAAL cuenta con 5 unidades de trabajo: legal, social, de formación, social y de salud.
La diversidad no impide que mujeres palestinas con distintas realidades esbocen objetivos comunes en términos de género. Mujeres del JCW y de campos de refugiados como Qalandia y Shu'fat discuten juntas sobre sus derechos individuales y colectivos y constatan un vacío entre sus deseos y la realidad sin necesidad de tutela occidental.
Las mujeres del campo de refugiados de Shu'fat, el único en el área de Jerusalén, han creado un centro para afrontar sus necesidades como mujeres y madres. La mitad de población del campo no puede trabajar porque tiene identidad cisjordana y les detendrían al salir al exterior; más de 200 refugiados están la cárcel; 300 jóvenes son drogodependientes y sólo hay tres colegios para un número aproximado de 2.500 niños.
Con fondos del Gobierno alemán y la ONU, montaron un centro con una guardería para madres que trabajan, espacios para formación profesional e informática, manufactura de productos alimenticios, cursos de atención primaria, inglés, peluquería. Al preguntarles por la aceptación de los proyectos de mujeres, se sonríen. «Esperamos que nuestra sociedad acepte las necesidades y la visión de las mujeres. Por supuesto que tenemos problemas. Vivimos en una sociedad de hombres, como sucede incluso en Europa. Intentamos no alejarnos de nuestra cultura, porque no somos sólo un centro de mujeres sino también comunitario. Cuando empezamos en el 98, tuvimos mucho apoyo de los hombres mayores. Se sentaron con nosotras, discutimos y nos dejaron solas».