10 de agosto del 2002
Muerte lenta: castigo detallado
Edward W. Said
La Jornada. Traducción: Ramón Vera Herrera
Regresando a las prácticas israelíes y a la fijeza mental
que con obstinación se ha apoderado de ese país en años
recientes, piénsese en el plan de Sharon. Este entraña nada menos
que la erradicación de un pueblo entero mediante los métodos lentos,
sistemáticos, de la sofocación, el asesinato directo y el escamoteo
de la vida cotidiana. Hay un relato memorable de Kafka: En la colonia penal,
que muestra a un oficial enloquecido que presume una máquina de tortura
fantásticamente detallada, cuyo propósito es escribir sobre el
cuerpo entero de la víctima, usando un complejo sistema de agujas que
inscriben en el cuerpo del cautivo letras diminutas que terminan por desangrar
al prisionero hasta la muerte. Esto es lo que Sharon y sus brigadas de verdugos
le hacen a los palestinos, y no existe sino una oposición muy simbólica
y muy limitada.
Todo palestino es hoy un prisionero. Gaza está rodeada por una cerca
de alambre electrificada en tres de sus lados; presos como animales, los habitantes
están imposibilitados de moverse, de trabajar, de vender sus verduras
y frutas, de ir a la escuela. Están expuestos por aire a los aviones
y helicópteros israelíes, y en tierra son sacrificados como pavos
por los tanques y las ametralladoras. Empobrecida y hambreada, Gaza es una pesadilla.
Cada uno de los fragmentos y episodios - como lo que ocurre en Erez o cerca
de los asentamientos- implica miles de soldados para perpetrar la humillación,
el castigo, el intolerable debilitamiento de cada uno de los palestinos sin
importar edad, género o enfermedad. Las medicinas están detenidas
en la frontera, les disparan o detienen a las ambulancias. Hay cientos de casas
demolidas y cientos de miles de árboles están destruidos al igual
que la tierra de cultivo mediante actos sistemáticos de castigo colectivo
contra los civiles, muchos de los cuales eran ya refugiados que huyeron de la
destrucción de su sociedad, a cargo de los israelíes, en 1948.
Esperanza es un término erradicado del vocabulario palestino, así
que lo que permanece únicamente es el crudo desafío, y encima
Sharon y sus sádicos secuaces parlotean sobre cómo eliminar el
terrorismo mediante una ocupación incrustada que continúa ya por
35 años. Que la campaña misma sea inútil, como toda brutalidad
colonial, o que tenga como efecto volver a los palestinos más desafiantes
-y no menos- simplemente no le entra en la cabeza a Sharon.
Cisjordania está ocupada por mil tanques israelíes, cuyo único
propósito es disparar contra los aterrorizados civiles. Se imponen toques
de queda por periodos de hasta dos semanas, sin respiro alguno. Las universidades
y las escuelas se encuentran cerradas o es imposible llegar a ellas. Nadie puede
viajar, no ya entre las nueve ciudades principales sino en el interior de ellas.
Hoy todo poblado es un baldío de edificios destruidos, oficinas saqueadas,
agua echada a perder, sistemas eléctricos arruinados, y todo esto a propósito.
El comercio está acabado. La desnutrición prevalece en la mitad
de los niños. Dos tercios de la población viven por debajo del
nivel de pobreza de dos dólares diarios. En Jenin (donde un campo de
refugiados fue demolido por la artillería israelí, lo que representa
un enorme crimen de guerra que nunca fue investigado porque los cobardes burócratas
internacionales como Kofi Annan se echan para atrás en cuanto Tel Aviv
los amenaza) los tanques disparan sobre los niños y los matan. Pero lo
anterior es sólo una gota en el interminable torrente de muertes de civiles
palestinos ocasionadas por los soldados israelíes que brindan un servicio
leal y sin cuestionamientos a la ilegal ocupación militar palestina.
Todos los palestinos son "sospechosos de terrorismo". El alma de esta ocupación
yace en otorgarle rienda suelta a los jóvenes conscriptos israelíes
para someter a los palestinos a toda suerte de tortura personal y abyección
en los puestos de revisión. La espera puede durar horas, se requisan
todas las medicinas y productos perecederos hasta que se pudren, los insultos
y las golpizas se administran a voluntad, la repentina irrupción de los
jeeps y los soldados contra los civiles que por millares esperan su turno
en los puestos de revisión ha hecho de la vida palestina un infierno
asfixiante, docenas de jóvenes son arrodillados en el sol por horas,
a los hombres se les fuerza a quitarse la ropa, se insulta y se humilla a los
padres enfrente de sus hijos, se prohíbe pasar a los enfermos sin que
medie otra razón que el capricho personal, se detiene o se dispara contra
las ambulancias. Y el número constante de muertes palestinas (cuatro
veces más que las israelíes) aumenta diario sin tabulación
alguna. Son "sospechosos de terrorismo" con sus esposas e hijos, pero "nosotros"
lamentamos mucho esas muertes. Gracias.
Con frecuencia se dice que Israel es una democracia. Si esto es así entonces
es una democracia sin conciencia, un país cuya alma se halla prisionera
de la manía de castigar al débil, una democracia que refleja fielmente
la mentalidad sicópata de su gobernante: el general Sharon. Este tiene
la sola idea -si puede llamarse así- de matar, reducir, baldar y expulsar
palestinos "hasta que se quiebren": ni antes ni ahora ha proporcionado algo
más concreto como objetivo de campaña y al igual que el locuaz
oficial del cuento de Kafka se encuentra de lo más orgulloso de su máquina
para abusar de los indefensos civiles palestinos, mientras su corte de asesores
y filósofos y generales, así como su coro de fieles sirvientes
estadunidenses, encubren de manera monstruosa sus grotescas mentiras.
No existe un ejército palestino de ocupación, ni tanques ni soldados
ni helicópteros de combate, ni artillería ni gobierno palestino
al que pueda uno dirigirse. Pero están los "terroristas" y la "violencia"
que Israel ha inventado para que sus propias neurosis queden inscritas en los
cuerpos de los palestinos, sin que exista una protesta efectiva por parte de
la inmensa mayoría de haraganes filósofos, intelectuales, artistas
y activistas de paz israelíes.
Las escuelas, las bibliotecas y las universidades palestinas han interrumpido
su funcionamiento normal por meses ya: y todavía esperamos que los grupos
que pregonan la libertad de expresión en Occidente y los vociferantes
defensores de la libertad académica en Estados Unidos alcen sus voces
para protestar. No he visto aún que alguna organización académica,
en Israel u Occidente, se declare en torno a esta profunda abrogación
del derecho palestino al conocimiento, al aprendizaje o a la asistencia a los
recintos escolares.
En suma, los palestinos deben morir una muerte lenta para que Israel pueda alcanzar
su seguridad, algo que está a la vuelta de la esquina pero no puede concretarse
por la especial "inseguridad" israelí. El mundo entero debe compadecerse
mientras los llantos de los huérfanos, las ancianas enfermas, las comunidades
desamparadas y los prisioneros torturados palestinos simplemente no se escuchan
ni se documentan. Es innegable, se nos dirá, que estos horrores sirven
un propósito más amplio que la mera crueldad sádica. Después
de todo, "los dos lados" están trabados en un "ciclo de violencia" que
debe detenerse, alguna vez, en alguna parte.
De vez en cuando debemos hacer una pausa y declarar indignados que únicamente
hay un lado que posee ejército y un país: el otro es una población
sin Estado, desposeída, un pueblo sin derechos y sin una manera de asegurarlos,
por ahora. El lenguaje del sufrimiento y de la vida cotidiana fue secuestrado
o se ha pervertido para hacerlo inservible, en mi opinión, excepto en
su papel de pura ficción desplegada como pantalla que cubra el propósito
de continuar la matanza y la tortura -lenta, fastidiosa, inexorablemente. Esa
es la verdad del padecimiento palestino. Pero en cualquier caso, la política
de Israel fracasará.