|
4 de junio del 2002
Munición israelí sin explotar sigue cobrándose más vidas
Tiempo de hacer limpieza en el campo de batalla de una guerra
sucia
Jonathan Cook
The Guardian
Traducido para Rebelión por L.B.
El enviado especial de las Naciones Unidas Terje Roed-Larsen entró
en el campo de refugiados de Jenin el 18 de abril, poco después de que
Israel levantara su bloqueo informativo, y describió el devastado campamento
como un espectáculo "horripilante más allá de toda descripción".
El mundo quedó estremecido por las imágenes de un vasto paisaje
lunar que pocos días antes había sido el hogar de miles de palestinos.
Seis semanas después, el horror del campamento permanece imutable. La
única diferencia visible es que los mediadores del tipo de Roed-Larsen
han desaparecido del paisaje. La semana pasada había en el campamento
de Jenin multitud de familias aguantando el calor del mediodía en tiendas
improvisadas o en edificios al borde del colapso apuntalados con andamios de
madera. Al menos 2000 personas han perdido su hogar y algunos todavía
escarbaban entre las ruinas a la búsqueda de algún objeto que
haya podido sobrevivir a la destrucción de sus hogares.
Los niños mostraban los casquillos de munición real que habían
recogido. Según la UNRWA, la oficina para los refugiados de las Naciones
Unidas, desde que los israelíes abandonaron el campamento 34 personas
han resultado heridas por explosiones de munición abandonada y dos personas
han muerto por la misma causa, una de ellas una niña de 12 años.
Muchos de los 15.000 habitantes del campamento están aún en estado
de shock después de padecer 10 días de disparos y bombardeos realizados
desde helicópteros Cobra y Apache y desde los tanques Merkava.
De vez en cuando se desentierra algún cadáver. La cifra oficial
de bajas palestinas se eleva a 56, pero en la confusión provocada por
las redadas masivas llevadas a cabo por los israelíes nadie sabe a ciencia
cierta cuál es el número real de las personas desaparecidas.
Después de que el pasado mes de abril la atención mundial quedara
fijada de forma compulsiva sobre Jenin durante una semana, el silencio actual
de la comunidad internacional resulta escandaloso. Uno no puede por menos que
concluir que el mundo ha elegido olvidar a Jenin.
Dos factores interrelacionados contribuyeron a esta acelerada pérdida
de interés. El primer factor vino dado por la supina aceptación
por parte de Occidente de la decisión israelí de bloquear una
misión investigadora de las Naciones Unidas. Hay pocas dudas de que la
ONU perdió sus papeles a la hora de presionar a Israel para exigir una
investigación. La crítica furibunda de que es objeto actualmente
la UNRWA en los Estados Unidos ha aumentado su renuencia a hacer pública
la situación dramática que vive el campamento de Jenin.
El segundo factor lo constituyeron las apresuradas denuncias realizadas sin
respaldo de datos concretos tanto por portavoces palestinos como israelíes
en el sentido de que cientos de habitantes de Jenin habían sido asesinados.
Dadas las infladas expectativas del mundo, el discurso sobre una masacre apareció
como burdamente desproporcionado una vez que el campo pudo ser inspeccionado.
Las bajas del ejército israelí, que perdió a 23 de sus
soldados, alimentaron la percepción de que los acontecimientos de Jenin
habían sido los propios de una batalla confusa pero esencialmente justa.
La teoría de la masacre pronto fue descartada. El umbral numérico
–cualquiera que éste sea—no había sido franqueado y, según
los israelíes, tampoco lo había sido el umbral moral. Esta posición
fue justificada por la afirmación israelí de que casi todas las
víctimas de Jenin fueron combatientes. Sin embargo, la evidencia aportada
por la UNRWA demuestra que al menos una cuarta parte de los muertos y heridos
fueron mujeres, niños, jubilados o discapacitados.
Pero no hace falta enfangarse en imprecisos debates acerca de lo que constituye
o no una masacre. Más allá de toda discusión, estas muertes
son susceptibles de ser catalogadas como crímenes de guerra según
los baremos legales de que disponemos actualmente, por ejemplo la Cuarta Convención
de Ginebra.
Tómese solamente un ejemplo que reclama a gritos una investigación.
Jamal Fayid, un discapacitado físico y mental de 37 años, fue
asesinado cuando un bulldozer israelí arrasó su domicilio familiar
a pesar de que sus hermanos avisaron al ejército israelí de que
Jamal estaba dentro. La familia desenterró su abollada silla de ruedas
pero pasadas siete semanas aún no han podido encontrar su cuerpo. La
familia afirma que el cadáver fue sustraído por los israelíes
para eliminar las pruebas de un crimen de guerra.
Los comentaristas israelíes se han apresurado a rechazar las apelaciones
a favor de una investigación por crímenes de guerra, sugiriendo
que los palestinos se obstinan en esa demanda solo para consolarse del hecho
de no haber conseguido que sus alegaciones de masacre sean reconocidas.
Agencias de ayuda y grupos pro derechos humanos, entre ellos Cruz Roja Internacional,
Médicos Sin fronteras, Amnistía Internacional y Human Rights Watch,
han acumulado una sólida masa de datos que indican que el ejército
israelí cometió toda una serie de crímenes de guerra. Al
menos algunas de esas evidencias han sido confirmadas por soldados israelíes
que admiten que sus compañeros fueron presa del pánico y dispararon
indiscriminadamente después de que se produjeran bajas en su ejército.
El pliego de acusaciones contra Israel es largo. Incluye el hecho de no haber
dado suficiente tiempo a la población civil para evacuar el campamento
antes de comenzar a bombardearlo, el uso de escudos humanos para proteger a
los soldados, el trato degradante dado a la población masculina, el bloqueo
de la ayuda humanitaria, los ataques contra los equipos médicos y la
negativa a permitir el acceso a equipos de investigación y rescate.
Yo y otros periodistas estamos en condiciones de corroborar personalmente algunas
de esas alegaciones. Por ejemplo, después de que el ejército israelí
hubiera controlado militarmente la ciudad de Jenin y el campamento de refugiados,
pude ver, aparcados en un parking del pueblo limítrofe de Jalameh, docenas
de camiones con ayuda humanitaria que supuestamente había sido entregada
a Jenin en días anteriores. Y un conductor de la Media Luna Creciente
en cuya ambulancia recorrí el campo de batalla me mostró varios
orificios de bala, uno de ellos en el parabrisas.
Pero no es necesario mirar al pasado para encontrar evidencias de crímenes
de guerra israelíes. Un crimen de guerra está teniendo lugar en
Jenin en el mismo momento en que usted está leyendo estas líneas.
Durante más de dos semanas, la ONU ha tratado de obtener del ejército
israelí autorización para introducir en el campamento el equipo
necesario para desactivar los cientos de bombas y balas sin explotar que salpican
las ruinas de Jenin y que amenazan las vidas de los habitantes y de los trabajadores
humanitarios.
Se habrían podido evitar bajas si los israelíes hubiera ayudado
–o al menos no hubiera impedido-- los esfuerzos de la ONU para eliminar los
restos de munición sin detonar. Según Guy Siri, un trabajador
de la UNRWA en Cisjordania, el ejército israelí se ha negado a
facilitar su propio equipo de desactivación de explosivos y ha impedido
el acceso de contratistas particulares. El campamento de Jenin no puede comenzar
a ser reconstruido hasta que se limpie toda la munición sin explotar
que permanece en él.
Una posible explicación de este obstruccionismo es que Israel tal vez
ha decidido que la infraestructura terrorista que deseaba destruir no puede
ser desvinculada de la infraestructura civil del campamento. El ejército
israelí se enfrentó no a unos pocos fugitivos que se escondían
entre la población local, sino a una red de combatientes cuyas familias
apoyaban lealmente su decisión de resistir la ocupación israelí.
Israel ha realizado recientemente una serie de incursiones más discretas
en Jenin, destruyendo propiedades y arrestando a sospechosos. Hay motivos para
temer que en el futuro se realicen incursiones mayores. Mantener el corazón
del campamento en ruinas hará que éste sea más accesible
la próxima vez que los tanques israelíes tengan que entrar en
él. Si esta es la visión que tiene Israel sobre el futuro de Jenin,
la comunidad internacional le está prestando su apoyo tácitamente.
Hablando con una agencia de ayuda humanitaria fui informado de que las donaciones
occidentales se han interrumpido en seco. Invertir en la reconstrucción
de las ciudades palestinas se considera un despilfarro. ¿Para qué ayudar
a construir un Estado palestino si el ejército israelí está
aguardando el momento de destruirlo?
desde Jenin
Lunes 3 de junio del 2002
Jonathan Cook vive en las cercanías de Jenin y está recopilando
información para elaborar un libro sobre la Intifada entre los ciudadanos
árabes de Israel