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Medio Oriente

13 de noviembre del 2002

África: Mentiras piadosas

George Monbiot
ZNt
Esta semana, en la fortaleza canadiense de Kananaskis, el culto mesiánico al imperio se adorará a sí mismo solemnemente. Los líderes de las naciones del G8 declaran que han venido para librar al mundo del mal. Anunciarán que se sacrifican por el bien de naciones menos poderosas. Propondrán soluciones desde lo alto, sin reconocer responsabilidad alguna en los problemas.
Es tradicional, cuando el imperio celebra algo, que sus estados vasallos vengan a pagar tributo y a pedir su liberación. Esta vez, los líderes africanos que serán admitidos en la cumbre del jueves están preparados para sufrir la humillación final, culpándose a sí mismos por los desastres que les han acontecido por culpa del G8.
"África", de acuerdo con el gobierno canadiense, "seguirá siendo el foco central de la cumbre de Kananaskis." Las conversaciones girarán en torno a un plan llamado New Partnership For Africa's Development (Nueva Asociación para el Desarrollo de África) o "Nepad", diseñado por los líderes africanos y entusiásticamente respaldado por el G8.
El entusiasmo no es enteramente sorprendente, ya que el Nepad sitúa en la misma África casi toda la culpa en los problemas de África, y casi toda la responsabilidad de arreglarlos. En la esperanza de que el plan pudiera hacerles ganar algunas migajas de ayuda y algún alivio en el pago de la deuda, los líderes del continente parecen haber dicho al mundo rico todo lo que éste quiere oír.
El Nepad acepta que el colonialismo, la Guerra Fría y "el funcionamiento del sistema económico internacional" han contribuido a los problemas de África, pero que la responsabilidad primordial descansa en la "corrupción y la mala administración económica" casera. Pocos negarían que éstos han desempeñado un papel significativo, pero en ninguna parte del documento en el que se basa el plan hay mención alguna de las mucho más importantes corrupción y mala administración de las naciones a las cuales están apelando.
El problema subyacente de África es, como reconocen los líderes del continente, la deuda. El Nepad acepta implícitamente la explicación del mundo rico a tal deuda:
que los líderes africanos anteriores han desperdiciado su independencia económica a través de una pobre planificación y el soborno personal.
En ninguna parte se ofrece un contexto: que el déficit de África es meramente un componente de una vasta y creciente deuda global, que afecta a consumidores y naciones del mundo rico tanto como a las naciones del mundo pobre. En ninguna parte se menciona el sistema de "reservas bancarias fraccionales" que la provoca, y que apareció como consecuencia de la corrupción y la mala gestión en las naciones occidentales. El sistema se asegura de que la única manera de que las deudas puedan pagarse sea endeudándose más.
El problema, como saben las naciones pobres pero no se atreven a reconocer, se agrava por culpa del sistema de vigilancia impuesto por el mundo rico en 1944.
Más que como el mecanismo de auto-corrección propuesto por John Maynard Keynes, que obligaba tanto a los acreedores como a los deudores a ir eliminando la deuda, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional fueron creados como un modo de persuadir sólo a las naciones deudoras a que actuasen, con el convencimiento de que tal cosa no podría funcionar de ninguna manera.
El sistema garantizó al mundo rico el control económico completo sobre el mundo pobre. El poder que las naciones exhiben en el FMI está en función de su producto nacional bruto: cuanto más ricos son, más votos obtienen. El Banco Mundial está enteramente dirigido por los estados "donantes". Estas dos instituciones, en otras palabras, sólo responden ante las naciones en las que no operan.
Las consecuencias para la democracia nacional son devastadoras. Los votantes africanos pueden demandar un cambio de gobierno, pero no un cambio de política.
Todas las decisiones importantes que afecten al continente son tomadas en Washington, y se reducen a la demolición neoliberal de la capacidad del estado para preocuparse por su gente. Así que cuando los líderes africanos anuncian que "África asume el respeto a los estándares globales de democracia", están aceptando un peso del que no se pueden librar. La democracia en África carece de significado hasta que los líderes estén preparados para desafiar el control externo de sus economías.
Pero lejos de denunciar a los culpables de sus infortunios, sólo parecen aplaudirles.
El "ajuste estructural", la política del FMI que ha obligado a los países a pagar la deuda en lugar de invertir en sanidad y educación, es ahora casi universalmente reconocida como la némesis del desarrollo en África.
La crítica más feroz que se le ha hecho al Nepad es que "sólo proporcionaba una solución parcial" a la pobreza. Los líderes de África se han comprometido a apoyar no sólo las políticas de su sucesor (como la petición del FMI de que Malawi privatice sus reservas alimentarias, con el resultado de que millones de sus habitantes están en peligro de morir de hambre), sino también la Ley de Oportunidad y Crecimiento de África aprobada por el congreso estadounidense.
Esta ley busca completar el trabajo que comenzó el ajuste estructural: obligar a los países africanos a desmantelar los apoyos estatales y a privatizar sus economías a cambio de mínimas concesiones comerciales y de ayuda.
Sin tratar directamente con ninguno de estos obstáculos, el Nepad promete alegremente eliminar la pobreza, escolarizar a todos los niños, reducir la mortalidad infantil en dos tercios y abastecer al continente de agua potable e infraestructura efectiva. Logrará estos valiosos objetivos en gran medida a través de la "asociación privada pública": el mecanismo que falla tan espectacularmente en el mundo rico, mientras es impuesto en África por el G8.
El desarrollo agrícola depende, nos dice el Nepad, "de la eliminación de varias restricciones estructurales que afectan al sector." Se podría haber esperado que esto se refiriese al dumping de productos subvencionados en el mercado africano por parte de Europa y Norte América, lo que es ampliamente considerado como un impedimento abrumador a que haya una agricultura efectiva en el continente.
Pero nunca se menciona tal cosa. En lugar de eso, el plan insiste, "la restricción clave es la poca certeza climática". Cómo pretenden los líderes africanos "eliminar" dicha restricción no se explica, pero lo realista del objetivo es tan discutible como lo que tiene de realista cualquier otro de los que proponen.
Aparte de unas pocas tímidas peticiones de incremento en la ayuda y un poco más de alivio en el pago de la deuda, los líderes del continente absuelven a las naciones del G8 de toda responsabilidad. En lugar de ello, proclaman orgullosamente que "determinaremos nuestro destino" y se llama a la gente de África a "movilizarse con el fin de acabar con la marginación del continente". La auto-determinación es un objetivo admirable, pero sin control sobre la política económica, esto no son más que palabras rimbombantes.
Algunos pueden argumentar que esta auto-flagelación es un modo realista de entablar un compromiso con los poderes imperiales en Kananaskis: las naciones del G8, después de todo, no se toman a bien que se les eche en cara sus responsabilidades. El Nepad podría ser considerado como una mentira piadosa:
las mentiras de los blancos, repetidas, con las mejores intenciones, por los líderes de África. (N. del T.: En el original en inglés, "white lie", cuya traducción literal -incorrecta- sería "mentira blanca". De ahí el consecuente juego de palabras del autor.) Pero el desarrollo no se puede construir sobre una mentira, porque el desarrollo es una cuestión de realidad. Así que mientras su plan los admite en la corte imperial, simplemente refuerza la descompensación que asegura que África siga siendo pobre mientras el G8 permanece rico. Los líderes del continente serán obligados a ponerse de rodillas en el rocoso suelo de Kananaskis. Pero, al menos, han traído un Nepad. (Nota del T.: Parece que el autor introduce otro juego de palabras entre "Nepad" y "kneepad", en castellano "rodillera", palabra cuya pronunciación, ['ni:pæd], quizá sería la misma que la de "Nepad".)