Mitos y verdades a veinte años de la ocupación de las Malvinas
Hace hoy veinte años, tropas argentinas desembarcaban en las islas Malvinas. Fue el último intento de la dictadura que tomó el poder en 1976 para tomar aire, ganar espacio político, apoyándose en una añeja reivindicación de los argentinos por esos archipiélagos del Atlántico Sur tomados por la fuerza por los ingleses en 1833.
- ISIDORO GILBERT
Responder a esa humillación, a las siempre torpedeadas, por Londres, negociaciones para que Gran Bretaña restituyera las islas, como lo recomienda desde 1966 el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, fue la fachada de las verdaderas razones que llevaron a una dictadura, que había liquidado a las organizaciones armadas, pero también al disenso sindical y político mediante el terrorismo de Estado, a lanzarse a la aventura militar.
Londres frenó el diálogo cuando supuso que el Atlántico Sur era un Kuwait en potencia. Pero desde entonces la búsqueda de petróleo no ha dado resultados o es muy oneroso extraerlo.
El gobierno de las FFAA daba síntomas inequívocos de agotamiento y de que sus contradicciones internas se agudizaban. La sospecha entre sus jefes de que "vendrían en algún momento por nosotros", por la vastedad de las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos, los enfrentaba al dilema de cómo salir ordenadamente del marasmo.
Ningún sector militar influyente esos días propugnaba elecciones democráticas. Pero uno, como el efímero gobierno del general Roberto Viola, creyó que era posible conformar un movimiento satélite a las FFAA para legalizarse mediante comicios. Otro, que en esos días representaba el general Leopoldo Fortunato Galtieri, no quería ninguna elección: "Las urnas están bien guardadas", proclamó. Y logró respaldo suficiente para desplazar a Viola y quedarse con el poder. Tuvo, o creyó ver, un guiño de los EEUU. (Viola había volado un año antes a Washington buscando lo mismo, el corsi y ricorsi de los gobernantes argentinos) por la fuerte presencia de oficiales argentinos en la preparación y respaldo logístico de los "contras" en la conflictiva Centroamérica. "Es un general majestuoso", dijeron de él los capitostes del Pentágono. Tampoco las FFAA nunca entendieron que EEUU no tiene amigos, sino intereses.
La Junta Militar constataba entonces que la situación económica empeoraba y que el descontento social superaba los temores al terror de los primeros años. De una manera u otra, el movimiento obrero reconstruía fuerzas y exhibía presencia con importantes huelgas, incluso de carácter general. Una de ellas, el 30 de marzo de 1982, en vísperas de la invasión. La demostración de fuerza mostrada en las calles de todo el país era una señal ominosa para los militares.
La idea de tomar por las fuerzas las islas irredentas --generaciones de argentinos fueron educados en el concepto de que las Malvinas eran argentinas-- provino de la Armada. En tiempos del almirante Emilio Eduardo Massera, se activaron los planes de invasión, frenados tanto por el temor a las FFAA de Chile, por el conflicto sobre el canal de Beagle como por disensos internos, especialmente en el Ejército.
Apoyo de los partidos
Galtieri, bajo la enorme influencia del jefe naval, Almirante Isaac Anaya, dio luz verde a la operación después de llegar a la presidencia a fines de 1981. Todavía se discute cuáles eran los objetivos inmediatos: si debía ser una ocupación transitoria conocida como "toco y me voy", para forzar la suspendida negociación diplomática o, dentro de la misma concepción, la Junta, esperaba que los EEUU se convirtieran en mediadores, con el señuelo de que podrían colocar un pie en el portaviones más grande del hemisferio sur o explotar el petróleo.
Pero Galtieti creyó, o quiso creer, que Washington no iba a actuar contra Argentina, mal quistándose el humor latinoamericano. Doble pésima lectura.
Los acontecimientos tomaron dinámica propia y las multitudes en Plaza de Mayo y en otras del país, seducidas por el inopinado nacionalismo de los militares, alentó las ilusiones de Galtieri y de un sector de las FFAA de su legitimación ante la opinión pública y no quiso o no pudo aceptar mediaciones. Tampoco la orgullosa señora Margaret Thatcher facilitó una solución cuando ordenó torpedear al General Belgrano.
Casi todo el espectro político que lentamente iba ganando espacio al punto de que se había constituido una multipartidaria con el objetivo indisimulado de forzar un retorno a la legalidad constitucional, vio con buenos ojos el paso dado. Las razones fueron diversas.
En el peronismo creyeron ver un regreso a las fuentes de los militares de cuyo seno surgió Juan Domingo Perón en los años 40. En el Partido Comunista el desembarco se recibió con júbilo porque pensó en un nuevo escenario capaz de concretar su tesis sobre un gobierno cívico-militar, una lejana búsqueda entre supuestos nacionalistas de las FFAA y fuerzas civiles afines. Los radicales no fueron ajenos a la euforia, pero no la tuvo Raúl Alfonsín, quien captó la esencia de lo ocurrido y la inevitable derrota, lucidez que llevó a los argentinos a hacerlo presidente en 1983. El espacio de lo que quedaba aquí y sobre todo en el exilio de las organizaciones armadas fue de respaldo a la invasión. Elucubraron también que el enfrentamiento con los ingleses derivaba indefectiblemente en su ampliación a los EEUU. Efectivamente Washington, después de buscarle una salida diplomática a la crisis, terminó dándole todo el respaldo logístico a las Task Force con que Thatcher, respondió la ocupación de Malvinas (Falkland, para los británicos). La réplica a la invasión le permitió recuperar prestigio en el frente interno, Gran parte del conservadurismo sostuvo la nueva situación. Era ministro de economía de Galtieri, Roberto Alemann, hombre representativo de lo más granado del poder económico. Con las noticias que iban llegando del sur después de que los ingleses abrieron una cabecera de playa en las islas, el humor de los banqueros y empresarios, especialmente los extranjeros, comenzó a cambiar.
La diplomacia de Galtieri conducida por Nicanor Costa Méndez, no leyó bien el mapa mundial. Estuvieron persuadidos de que en el Consejo de Seguridad, tanto la Unión Soviética como China iban a torpedear cualquier resolución que atara las manos al Reino Unido. Moscú y Pekín hicieron gala de solidaridad verbal con los argentinos. Dentro de la URSS, lo menos que se quería era un involucramiento directo que afectara las relaciones con Londres y Washington de manera brutal.
Los soviéticos se habían convertido en el primer comprador de alimentos argentinos y por eso la Junta Militar se negó a apoyar el bloqueo comercial contra Moscú por su invasión a Afganistán.
¿Giro pro soviético?
Los países latinoamericanos, especialmente Perú, Panamá, Venezuela y Cuba (Castro supuso que nacía un nuevo momento antiimperialista y quiso influir) dieron respaldo fervoroso a la Argentina. Se dio el hecho inusitado de que el derechista canciller Costa Méndez fuera recibido en el aeropuerto de La Habana por Fidel Castro cuando viajó a recabar solidaridad --que recibió--de los No Alineados.
Las FFAA no estaban preparadas como lo reveló el informe que preparó el teniente general (r) Benjamín Rattenbach, para una pelea bajo temperaturas insoportables y en terreno desconocido. Amén de irresponsabilidad, el dato revela que el apuro por ir hacia las islas tuvo motivaciones políticas internas, de pujas dentro del frente castrense y por la creencia de que bajo presión de Washington, Londres se vería obligado a negociar.
Papeles desclasificados del Departamento de Estado revelan que se evaluó que en el clima antiimperialista, se pudiera consumar un "golpe de Estado pro soviético". Quién más temió ese giro fue el dictador Alfredo Stroessner quien pidió a Washington el desplazamiento de Galtieri. ¿Hubo bases objetivas para ese temor? Moscú, amén de desplegar una intensa actividad propagandística, otorgó información satelital que fue muy útil para varias de las acciones exitosas sobre la Armada británica. Esa información la recibía la Fuerza Aérea.
Un grupo de militares, encabezados por el general Flouret, requirió a Galtieri enviar una misión a Moscú para adquirir armamento. Nunca se concretó. Galtieri aguardaba un ofrecimiento soviético, pero en la URSS no pensaban en eso. Oficiosamente la Junta Militar supo de Moscú que preparar pilotos de sus aviones sofisticados, era una tarea de no menos de seis meses y que en todo caso, debía hacerse un acuerdo público a pedido de la Argentina. Ese paso no podía darlo un generalato integrado por quienes justificaron los 30.000 desaparecidos como la primera gesta de la inevitable Tercera Guerra Mundial contra el comunismo y su bastión, la URSS.
La guerra cobró 648 vidas argentinas y 255 británicas. El Chile de Augusto Pinochet acordó inteligencia y hostigamiento con Londres, como lo acaba de confirmar el general de la Fuerza Aérea Fernando Matthei esta actitud no modificó el rumbo de los acontecimientos.
Pese a la deficiente preparación, a la escasez de armamento, sobre todo la nula presencia naval en el Atlántico después del torpedeo por un submarino nuclear al crucero General Belgrano fuera de la zona de exclusión, la mayoría de los efectivos lucharon con heroicidad.
Malvinas y la democracia recuperada
Testimonios de los soldados desnudaron también las lacras de una oficialidad que había crecido bajo el terrorismo de Estado. Ya se sabe, en la guerra sale de todo. Algunos de los combatientes, alcanzaron gran notoriedad. El general Martín Balza, con destacada actuación como artillero, como jefe del Ejército protagonizó la autocrítica de los militares por la "guerra sucia".
Otros, como los entonces tenientes coroneles Aldo Rico y Mohamed Alí Seineldín, fueron protagonistas de movimientos castrenses para mantener la impunidad por esos crímenes.
Con la rendición del gobernador de Malvinas, el fatuo general Benajamín Menéndez, llegó el fin de Galtieri, empujado por los generales y coroneles con vínculos con la embajada de los EEUU durante todo el conflicto y la irritación popular con una frustración ahondada por el engaño de la acción sicológica de los medios de comunicación.
La derrota en Malvinas fue paradójicamente la partera del retorno al sistema previsto por la Constitución Nacional y un antídoto que colocó en otro plano a las FFAA: de respeto a la legalidad.
Pero la reconquista de los derechos democráticos estaba ya madurando por las luchas populares, políticas y especialmente por las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos. Es parte de la historia, todavía no está cerrada. *