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Latinoamérica

Una fresca mañana


Sobre el gasto público argentino
Una fresca mañana

por Gabriel Fernández

La fresca mañana de Buenos Aires permite sentir, junto a la brisa, la energía de algún tango con pocas notas y bastante brillo. Los colectivos pueblan como manada las avenidas, los pibes llevan las manitos escondidas en los puños de los guardapolvos; los porteros sacan las tierras de ayer mientras pispean las medialunas calientes que convocan desde las panaderías. Varias personas apuran el paso; los canillitas, en tanto, trajinan las esquinas sin gritar, mostrando las tapas de los diarios.

Podría ser un lindo país la Argentina. Pero lo que tiene que pasar, pasa. Como en una conspiración para rasgar la belleza emergente, de todas las radios brotan aromas pestilentes. Castigan los ánimos y golpean las esperanzas. Magdalena Ruiz Guiñazú, Nancy Pazos, Oscar Gómez Castañón, Daniel Hadad, Néstor Ibarra, Jorge Jacobson, Antonio Laje, Raúl Carnota, Ari Paluch, Luis Majul y mil aguafiestas más vocean, escupen, cagan a coro: "Hay que bajar el gasto público". Y realizan una serie de consideraciones que incluyen "el costo político", "los excesos de las provincias", "las exigencias del Fondo", "la tendencia a emitir" y "la falta de control en las cuentas públicas".

Algunos oyentes, conspiradores también, les dicen que sí, pero que se quedan cortos. Y las autoridades entrevistadas, en lugar de contrastar, les dicen que ¡claro! pero que no es fácil. Los mandatarios provinciales cuestionados, como Felipe Solá (Buenos Aires) y Carlos Reutemann (Santa Fe), en lugar de arremeter contra los que les niegan financiamiento y les prohíben difundir bonos, condenan a los gremios del Estado. Sucede que esa manga de locos pretende ¡oponerse a los despidos! ¡rechazar los recortes! En tanto, los voceros del gobierno central sostienen que "si hacemos el esfuerzo necesario vamos a salir adelante".

Claro: los escasos periodistas decentes que logran salir al aire, los pocos sindicalistas que consiguen un micrófono para comunicarse con sus afiliados, los cada vez menos dirigentes piqueteros que captan la atención de los medios, los muy pocos opositores políticos populares que obtienen difusión, no pueden centrar el problema. Alegan la justicia de sus reclamos, informan sobre el avance de la miseria, dan cuenta de luchas y conflictos. Pero les da verguenza decir (o no saben cómo hacerlo, o prefieren aprovechar los minutos con otros asuntos) que todo es un gran error intencionado: que el gasto público argentino es uno de los más bajos del mundo y que su continua reducción sólo genera recesión.
Todo suena disonante. El eje del debate nacional está trazado sobre líneas falsas. El pueblo argentino no le teme a los esfuerzos; el bajón profundo se origina en la inutilidad de esa carga, en la innecesariedad del ajuste, en la estupidez de la argumentación. El gran problema argentino, planteado por el FMI y admitido por autoridades nacionales y provinciales, ha vuelto a ser un ítem mal definido, equívocamente desagregado y jamás adecuadamente mensurado. Una gleba de sucios mentirosos lanza epítetos disfrazados de comentarios y pretende instalar el tema como preocupación popular: y no falta el avivato que descubre: el gasto se abulta por las "jubilaciones de privilegio". Y lanza una cívica campaña al respecto.

¿Porqué somos tan enfáticos en esta definición? ¿Vale la pena? ¿El tema del gasto público amerita confrontar con una parte importante del gremio de prensa? ¿No es necesario un debate al respecto? ¿O se trata de "temas opinables" sobre los cuales este periodista tiene una visión "ideologista"? A ver, venga lector. Prepare el mate.

La mascota del abuelo

Si uno se toma el tiempo adecuado, puede hacer ciertas comprobaciones de interés: así como la birome, el alfajor y el dulce de leche, la Argentina ha creado una variable económica propia, original.

Se trata de la identificación sin matices de gasto público y déficit fiscal. Por alguna razón, que supera incluso la ortodoxia liberal, la salud, la educación y la asistencia son caracterizados como parte de un déficit a erradicar.

Por eso, en ocasiones, algunos expertos europeos asienten cuando los economistas de esta región sudamericana afirman la necesidad de ³acabar con el gigantesco déficit fiscal². Asienten porque creen que en nuestro país, como en el Viejo Continente, se da por sentado que hay ítems esenciales intocables. En Francia, el debate en derredor del área de salud, lejos de analizar una disminución presupuestaria, se asienta por estos días en la perspectiva de incrementar los recursos hasta equipararse con Suecia.

Los franceses están deslumbrados: la atención gratuita incluye la preocupación del Estado sueco para trasladar al paciente de la tercera edad con su mascota hasta el centro de salud. La idea es que el abuelo sienta contención afectiva.

A decir verdad: el abuelo y los hijos y los nietos. Suecia deslumbra con su récord presupuestario destinado a la salud pública, pero el resto de los países que han crecido en las últimas décadas tienen poco que envidiarle. Francia exagera sus aspiraciones; y Gran Bretaña tiene un sistema de médicos gratuitos por manzana equivalente al cubano.

Los esquemas educativos poseen un criterio semejante, con las diferencias que impone la especificidad. Y aunque los indicadores de desempleo son mucho menores a los padecidos aquí, la protección al desocupado está presente. Es posible que, con esta descripción, alguien se confunda: no hablamos de paraísos, sino de necesidades básicas satisfechas. Eso es todo.

¿Qué descubrieron ­desde hace rato‹los europeos? Que la salud, la educación y la asistencia, lejos de ser ³déficit fiscal², ni siquiera son ³gasto público² sino ³inversión social²: jóvenes más sanos y mejor formados, trabajadores más eficientes, abuelos más felices. El factor humano decisivo a la hora de hacer la diferencia.



Lo que es más: los españoles entendieron las bondades activadoras del ¡doble aguinaldo! para la época de las fiestas. Y nadie discute seriamente sobre el origen del movimiento de la rueda económica: liberales, socialdemócratas, populistas y comunistas saben que el verdadero ahorro de una sociedad es su circulante; saben que los fajos de billetes acumulados no generan prosperidad.

Pero ese es otro tema.

La bananez de las estrellas

La Nación argentina ha sido privada de sus recursos genuinos mediante la enajenación de sus principales fuentes de ingresos: las empresas públicas. Los países antes mencionados obtienen sus recursos de la propia capacidad estadual para generar ganancias y de los impuestos (en general, aunque también tienen casos de evasión, los ricos pagan impuestos). Es decir, de mercados internos activos y reimpulsados continuamente por la intervención de estados que no aspiran a la quiebra. En tercer lugar su ubican los mercados externos; aquí se presentan como llave maestra del crecimiento.

El "déficit fiscal" fue lanzado en marzo de 1976 como epicentro discursivo. Se concretó numéricamente en la década menemista. Las privatizaciones, también resultado del endeudamiento artificial, condensaron y simplificaron la economía argentina. Así, los medios de comunicación --salvo excepciones-- quedaron en manos, directa o indirectamente, de bancos y empresas de servicios. Los lineamientos editoriales se asientan casi exclusivamente en los intereses de esos sectores, pero su aplicación a rajatabla descree de las más elementales normas del periodismo. No ya alternativo, popular o como se lo quiera llamar. Del periodismo.

Entonces, en lugar de denunciar el brutal saqueo que implica el corralito, en lugar de informar sobre el continuo drenaje de divisas al exterior por parte de las privatizadas, lejos de admitir el nivel de ganancias récord de la última década y por lo tanto, de situar allí los problemas económicos nacionales, aquellos propagandistas gimen, claman, lloran por el "gasto público". Se escandalizan por la falta de "disciplina fiscal" del gobierno y las provincias. Pero no contentos con ello se alarman ante los planteos sindicales referidos a las urgentes necesidades sociales.

En la base del "análisis" se encuentra la teoría del "recalentamiento" de la economía. Algo que, como todos saben, es "muy negativo". ¿Qué es el "recalentamiento"? Aquello que el ex ministro Domingo Cavallo combatió durante sus varias gestiones. La existencia de un mercado interno. Desde el momento en que existe demanda sobre un producto --dicen estos "técnicos"-- el producto tiende a aumentar. Por lo tanto, lo mejor es que no exista el mercado interno, que nadie pueda comprar nada y que la economía nacional se concentre sobre bancos y servicios, que dejan de lado la diabólica tentación consumista, ya que no producen bienes de producción y consumo.

Imagine, lector, una propuesta de esta naturaleza lanzada por los medios en el seno de las poderosas economías europeas. Por ejemplo.

Sin embargo, la bananez de las estrellas periodísticas argentinas es lo suficientemente profunda como para presentar semejantes hipótesis cual verdades excluyentes. Y el acorralamiento ideológico de los sectores populares, lo suficientemente férreo como para que muy pocos se animen seria, franca y públicamente a esta discusión. Nadie quiere quedar como "el que pide aumentar los costos de la política". La dirigencia política, sindical y social argentina es timorata, temerosa, cobardona: se la pasa dando explicaciones a la oligarquía por haber comprado un paquete de yerba "selección especial" en lugar de patear el tablero y exigir la devolución de las fuentes genuinas de financiamiento nacional.

La fresca mañana de Buenos Aires permite observar, también, a los pibitos que andan buscando un rayo de sol para quitarse la helada que caló sus cuerpitos en la noche impiadosa. A los crottos. A las señoras mendicantes. A los desocupados haciendo cola, ya no para ser rechazados en un improbable empleo sino para obtener un seguro social de 150 mangos (sobre una canasta familiar de 1000 dólares). Es la mañana de las radios de amplitud modulada argentinas. Y de buena parte de su prensa gráfica y televisiva. Pues reducir el "gasto público" implica desentenderse de todos ellos.

Si se le enfrió el agua, lector, haga una pausa, arregle el brebaje y relea este artículo. Es más: quítele la pasión (si quiere) y concéntrese en los argumentos. Difúndalo. Es una fase central de la lucha contra la vuelta del zonzo. Si perdemos esta batalla, las demás, en tanto derivadas de la misma, pueden ser liquidadas con mayor facilidad.

GF/