3 de septiembre del 2002
La nueva derecha
Octavio Rodríguez Araujo
King escribía que el liberalismo actual implica la restauración
de los valores tradicionales del individualismo, gobierno limitado (en su ámbito
económico de acción) y mercados libres. Y lo que él llamaba
conservadurismo, en cambio, consiste en exigencias de un gobierno fuerte que
pueda mantener orden y autoridad, basada ésta en valores religiosos y
morales. Cuando King escribió su libro (The new right), el concepto
"neoliberalismo" no era muy usado. Pero ahora, sin temor de tergiversar al autor
citado, la mezcla de ese liberalismo (en lo económico) y de ese conservadurismo
(en lo político y lo social), podría ser equivalente al neoliberalismo.
El neoliberalismo es, además de muchas cosas, una respuesta al estatismo,
al intervencionismo estatal en la economía; pero no nos confundamos,
ese estatismo se mantiene para reorientar no sólo la economía
sino también la educación, las ideas sociales, la salud pública
y otros servicios, el papel de las organizaciones de trabajadores y de los partidos
políticos.
Cuando Marx proponía la idea de la dictadura del proletariado como periodo
de transición entre el capitalismo y el socialismo, explicaba que no
se trataba sólo de que el proletariado tomara el poder, sino que con
ese poder transformara el Estado capitalista en otro de nuevo tipo que, mediante
la educación sobre todo, pudiera servir para cambiar la conciencia colectiva
de las masas y los valores de las mismas con el objeto de crear una sociedad
nueva que pudiera funcionar como tal en el socialismo, es decir en una sociedad
sin clases --que era el objetivo.
Lo que están haciendo los gobiernos neoliberales, y no sólo en
México, es precisamente lo que sugería Marx para los obreros,
pero con signo distinto y para toda la sociedad. Esto es, a partir de la toma
del poder por los tecnócratas defensores de la globalización neoliberal,
modificar los valores y la conciencia colectiva de las masas para crear una
sociedad nueva, acrítica, pasiva, conformista, religiosa (de la iglesia
que sea, da igual) o esotérica (que también da igual), pero que
acepte la dominación del capital, del gran capital en su modalidad global,
como una especie de fatalidad.
En este modelo se inscriben las reformas constitucionales (salinistas) que le
han permitido mayor injerencia a la Iglesia católica (apoyada por Fox
para que lo apoye), los intentos de reformar la Ley Federal del Trabajo, la
creación de órganos de evaluación educativa, la orientación
de las lecturas para los niños, la introducción (todavía
subrepticia) de valores religiosos en la educación y toda suerte de medidas
para fomentar el individualismo y la competencia entre personas. Con una nueva
sociedad como la que tienen planeada los gobiernos neoliberales se pueden imponer
los valores conservadores y supuestamente morales (de aquí la insistencia
en la lucha contra la corrupción, que no es otra cosa que la mano izquierda
del mago) que llevarán a la gente a la condición del siglo XIX
y a la aceptación de los implícitos del liberalismo de aquella
época, es decir el laissez-faire-laissez passer o el dominio de
las fuerzas económicas del mercado.
¿Se puede imaginar una fuerza ideológica mayor que la ejercida por la
iglesia católica, con un Papa que acepta la beatificación de dos
traidores a su comunidad en la lógica de la "Santa inquisición",
y por una nueva Secretaría de Educación Pública que tiene
como modelo de educación el de Estados Unidos? No parece haber modo de
contrarrestar esa influencia ideológica, y menos si los grandes monopolios
de la comunicación electrónica y masiva coinciden, como es el
caso, con esa ideología.
Buena parte de la sociedad mexicana ya ha aceptado su aparente "destino fatal".
Se mueve más, hasta ahora, por razones materiales (tierras, impuestos,
inseguridad, defensa de bosques, jardines y murales), que no está mal,
pero acepta, por pasividad, la gran ofensiva ideológica que está
tratando de conformar una nueva sociedad, la que conviene a los intereses de
la globalización neoliberal. ¿Y los diputados y senadores? Lo mismo.
Qué bueno que varios de ellos, hasta ahora la mayoría, se oponen
a la privatización de algunas empresas públicas de carácter
estratégico nacional, pero ¿qué hacen para frenar esa ofensiva
de valores liberales en lo económico y conservadores en lo político
y lo social? Nada hasta la fecha. Como que la vuelta a los tiempos anteriores
a la revolución de 1910 y a la Reforma no fuera importante, como si así
tuviera que ser, como si la historia no nos enseñara nada. ¿O será
que a los diputados y senadores ya les tocaron los nuevos libros de texto?