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Latinoamérica

Chiapas ( lo mismo vale para Guatemala): de República bananera a República maquiladora

Andrés Aubry
Masiosare

Los embates de la modernidad neoliberal van condenando a la finca chiapaneca a una progresiva desaparición. Su relevo, con ropaje industrial, son las nuevas maquiladoras del Plan Puebla Panamá, las cuales se presentan como la panacea para ofrecer sueldo a los campesinos sin tierra y a los migrantes a las ciudades que no encuentran empleo. Como la finca, violan sin contemplación las legislaciones laborales, fiscal y ambiental así como otras conquistas constitucionales; es lo que se llama elegantemente "la flexibilización del trabajo"
En Chiapas la finca es lo que, en el resto del país, se llama hacienda. El cambio de nombre corresponde a un cambio de realidad porque la finca chiapaneca (o centroamericana) es más que una simple explotación agrícola; es un genuino sistema agrario, político, laboral y de producción que descansa: 1) en la ilegalidad de su extensión y de las condiciones de trabajo, 2) en el empleo exclusivo de una reserva de mano de obra subpagada pero cautiva de la empresa por el amarre del enganche, y 3) en el mercado de exportación (facilitado por su ubicación fronteriza) en el cual la diferencia entre las ganancias en divisas y el pago de salarios en pesos generan jugosos beneficios. Pese a su anticonstitucionalidad, ha sobrevivido a la Revolución por sus apoyos políticos pues, como lo asentó Thomas Benjamín antes de la alternancia del 2000, "en Chiapas finquero y gobierno son lo mismo".
Pero ahora los embates de la modernidad neoliberal la van condenando a su progresiva desaparición, por arcaica. Su relevo, con ropaje industrial, son las nuevas maquiladoras del Plan Puebla Panamá. El principal cambio es su flexibilidad. En el anticuado sistema de la finca, la tierra era primero, lo que obligaba al finquero a buscar y atraer su mano de obra. Pero, con el principio de la "delocalizacion" neoliberal (o traslado de la empresa a miles de kilómetros de su ubicación primitiva, pero siempre en zonas fronterizas), la maquila es móvil: en respuesta a los golpes de un mercado de por si caprichoso, puede empacar fácil su maquinaria ligera y trasladarla a otra zona periférica en la primera bodega desafectada que encuentra, y captar en beneficio propio el desempleo que siembran las sacudidas de la economía. Fuera de esta diferencia de peso, todos los modales de la maquila son los de la finca.
La plantación tropical de la finca se presentaba como un servicio a los ejidatarios puesto que les hacía "el favor" de ocuparlos en la temporada agrícolamente muerta de las tierras frías; fue la excusa del Estado para no invertir en los ejidos, abandonándolos a su triste suerte. De igual manera, la maquila se presenta como la panacea para ofrecer sueldo a los campesinos sin tierra y a los migrantes a las ciudades que no encuentran fuentes de trabajo. Como la finca, viola sin contemplación las legislaciones laborales, fiscal y ambiental así como otras conquistas constitucionales; es lo que se llama elegantemente "la flexibilización del trabajo". Lo documenta el estudio reciente de la OIT intitulado "La situación en las zonas francas y empresas maquiladoras del Istmo Centroamericano y República Dominicana".
Para escapar a sus obligaciones legales, el finquero, de repente, convertía su plantación tropical en ganadera (ésta última no necesita abundante mano de obra) o excluía a los chiapanecos para contratar exclusivamente a guatemaltecos; así las maquiladoras, que se delocalizan en cuanto asoman problemas laborales o sindicales. Las nuevas "repúblicas maquiladoras" (la expresión es de Karin Lievens de OXFAM-Solidaridad de Bélgica) son la modernización de las repúblicas bananeras de las viejas fincas.
El arcaísmo de la finca fue la culpable de la deforestación (para convertir el bosque en pastizales o por codicia maderera como en las llamadas monterías) con sus desastrosas consecuencias climáticas, la degeneración de suelos y la pérdida de biodiversidad; pero su excusa era su captación de divisas. Igual sucede con las maquiladoras: en donde está surgen problemas insolubles de agua, drenaje, basura y contaminación tóxica, con igual excusa: propicia la inversión extranjera. Según el despacho de prensa de la agencia ALAI del 14 de noviembre del 2000, intitulado "América Latina en movimiento", las personas afectadas por esos estragos ambientales no son solamente las trabajadoras de las maquiladoras sino toda la comunidad.
Uno de los saldos de este "desarrollo" fueron las enfermedades endémicas de las fincas cafetaleras, como la oncocercosis y su ceguera (la que nunca ocurrió en cafetales ejidales); aquél de las maquilas, como lo documenta un informe pastoral de la diócesis de Matamoros en las empresas Autotim y Customtrim, son: embarazos que no llegan a feliz término (diez casos en la misma maquiladora en un solo año), bebés sin cerebro, con columna vertebral torcida o encefalías (seis casos en un año), y las enfermedades "profesionales" o del oficio según sus empresarios: irritación nasal, urticarias y serias dolencias dermatológicas, sin contar la pérdida de habilidad en dedos, manos y brazos que no solamente quita el empleo a las trabajadoras sino que además las incapacita para sus tareas domésticas (como las barridas, el lavado de ropa o de platos). En San Cristóbal de Las Casas, en donde se capacita la mano de obra de la maquiladora textil en formación, las jóvenes empleadas salen mareadas del trabajo con dolor en los ojos y disturbios de la vista. "Aquí fabrican ciegas", me dijo con ironía una de las vendedoras callejeras que atiende el receso de las doce, a la puerta de la maquiladora, para engañar el hambre o el frío de las trabajadoras.
La plaga laboral y social de las fincas era su personal de mando: el amo con su derecho de pernada cuyo producto fueron a veces personalidades chiapanecas, el autoritarismo del mayordomo, las humillaciones groseras del enganchador, y la crueldad de los caporales quienes descontaban el día a los peones que no alcanzaban a terminar la tarea antes de la noche o completar la cosecha con el peso deseado. Según la información de la agencia francesa de prensa DIAL (1-15 de diciembre 2001), lo mismo ocurre en las maquiladoras con sus jefes y supervisores, con una circunstancia que lo agrava porque, en México, su personal es femenino (en una proporción que va de 58% a 95%) y joven (en San Cristóbal, el requisito es de 18 a 30 años). Insultos, vejaciones, castigos corporales y hostigamiento sexual son la suerte de las empleadas que no alcanzan las cuotas o ritmos de producción.
En San Cristóbal, este personal se capacita en una bodega desafectada del desaparecido IMPECSA mientras se reacondiciona una vieja fábrica, ahora entrada de la creciente zona galáctica. Esta ciudad, con su flamante maquiladora ¿será candidata a nuevas tragedias periféricas como en Ciudad Juárez, cuyas víctimas, en aplastante mayoría, fueron trabajadoras de las maquiladoras?