5 de agosto del 2002
Brasil, el riesgo es seguir el mismo rumbo
Frei Betto
Revista Veneno
Se habla de "riesgo Brasil" como si este país ya no estuviese
naufragando en alarmantes índices sociales. El riesgo es proseguir en
el mismo rumbo, profundizando aún más la desigualdad social y
la exclusión de la mayoría de la población. No somos nosotros
los que debemos temer ser mañana la Argentina de hoy.
Es la nación vecina que teme ser mañana el Brasil de hoy. Basta
recordar que la población argentina (cerca de 36 millones) es inferior
al número de brasileños que viven bajo la línea de la pobreza.
Las dos naciones ya no soportan gobernantes indiferentes a la esfera social.
Allá, los cuenta ahorristas no pueden sacar sus depósitos bancarios.
Aquí, el Banco Central redujo el rendimiento de los fondos. Allá,
se sale a las calles. Aquí se prepara para ir a las urnas.
Brasil es la décima economía del mundo. Somos, por lo tanto, una
nación rica, que desentona de las demás por soportar un altísimo
índice de pobreza. De la población brasileña. ¿Cuántos
viven en situación de miseria? Para el Banco Mundial, 15 millones; para
el Instituto de Investigación de Economía Aplicada (Ipea), 22
millones; para el Instituto Ciudadanía, 44 millones; y para la Fundación
Getúlio Vargas, 50 millones. Estadísticas aparte, basta abrir
la ventana para ver el triste panorama bajo los puentes.
Por encima de la línea de la miseria, sobreviven 30 millones de personas
más con una renta mensual inferior a los 80 Reales. En total, son 53
millones de brasileños bajo la línea de la pobreza.
Esa contradicción se debe al modelo económico adoptado por el
gobierno federal en los últimos ocho años, de acentuada concentración
de la renta. Del PIB -hoy, cerca de R$ 1 billón de reales-, el 21 por
ciento es destinado al área social. Ninguna nación de América
Latina, exceptuando Cuba, gasta tanto en lo social -R$6 de cada R$10 recaudados.
Ocurre que los pobres se quedan con la menor parte de ese dinero. De los recursos
pagados a los jubilados, casi la mitad va para el 10 por ciento de los más
ricos de la población. Solo 7 por ciento va para el 20 por ciento más
pobres de la población. Del presupuesto de la educación, las universidades
públicas, que forman a la élite brasileña, engullen cerca
del 60 por ciento. Y solo el 2 por ciento del área social es destinado,
por ejemplo, al saneamiento básico, imprescindible para reducir la mortalidad
infantil y la diseminación de enfermedades infecciosas, como la fiebre
amarilla y el mal de Chagas. Como dice Oded Grajew, de nada sirve secar
el piso si el techo está agujereado.
Uno de los índices para medir la indigencia es el de la Organización
Mundial de la Salud, que considera miserable a quien no dispone de recursos
para consumir 2000 calorías por día, indispensables para ser una
persona productiva. Eso implica el consumo diario de un panecillo y medio, margarina,
cinco cucharas de arroz, medio cucharón de frijol, un vaso de leche,
un bife de 100 gramos, medio huevo, tres cucharas de azúcar, aceite de
soya, harinas de trigo y yuca.
Es muy poco. Mejor dicho, es nada en un país que tiene comida de sobra.
¡La cosecha de granos de este año debe pasar de 99 millones de toneladas!
Como observa Amartya Sen, premio Nobel de Economía, hay naciones
en que la miseria se da por la falta de alimentos, y otras en que lo que falta
es dinero en los bolsillos de la población, como es nuestro caso. Distribución
de la renta y reforma agraria, dos desafíos que ningún gobierno
enfrentó en la historia de Brasil.
Todo es indignante cuando se trata de fotografiar la indigencia del brasileño.
Sin embargo, algo más preocupante se destaca en el escenario: según
la Fundación Getulio Vargas, casi la mitad de los miserables (45 por
ciento) son niños y jóvenes que aún no cumplen 15 años
de edad. El 17 por ciento tiene de 16 a 25 años. ¿Qué futuro tendrán
los que escapen de la muerte precoz? Como admitió Fernando Henrique
Cardoso, somos una nación injusta. De los miserables del mundo, cerca
de 830 millones de personas, el 3 por ciento se encuentra en nuestro país.
Sería poco si nuestro comercio exterior no representase menos del 1 por
ciento del movimiento mundial de compra y venta. Solo para tener una idea: Suiza
representó, en 1990, el 6 por ciento. De acuerdo con el Ipea, en la India
es de 5 veces la distancia entre el 20 por ciento más rico y el 20 por
ciento más pobre; en los Estados Unidos, 8 veces; en México, 13
veces; en Chile, 18 veces; en Brasil, 33 veces.
Está probado que cuanto mayor el nivel de estudios de los padres, mayor
la escolaridad de los hijos. Invertir en la educación básica sería
una de las formas de desarmar los mecanismos de concentración de la renta
en Brasil, ¡donde el 1 por ciento de la población detenta la misma cantidad
de recursos que el 50 por ciento más pobre!
Además de la falta de reforma agraria efectiva, la de vivienda afecta
al 12 por ciento de la población (20,2 millones de personas). Brasil
posee, de acuerdo con la Fundación João Pinheiro, 44,9 millones
de domicilios. Necesita 6,6 millones más.
El riesgo Brasil será tanto mayor cuanto menos la nación se empeñe,
este año, en sacar del mapa electoral a aquellos políticos que
no tienen programas de reducción de la indigencia y de la exclusión
social. A propósito, la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil
(CNBB, por sus siglas en portugués) está lanzando un mutirão
(acción colectiva comunitaria) nacional contra la miseria y el hambre.
Y, en el caso de Brasil, ni se precisa que haya la multiplicación de
los panes. Basta repartirlos.