4 de agosto del 2002
Crisis, corralito y represión
Rubén Montedónico
La Jornada
La crítica situación económico-social actual de
Uruguay no tiene precedentes. Las largas filas de la última quincena
ante los bancos y los saqueos a algunos supermercados de Montevideo en esta
semana, son la expresión más directa del agravamiento de una crisis
prolongada que cumple su cuarto año consecutivo.
La libre flotación del dólar, decretada el 20 de junio como consecuencia
de la pérdida de confianza de los ahorradores en los bancos uruguayos
-donde una parte considerable son argentinos- y ante el ejemplo cercano de lo
ocurrido en Argentina, no solamente resultó ineficaz para detener la
corrida en el mercado bancario, sino que, por el contrario, la impulsó.
Sin embargo, sin minimizar la cuota de contagio que el entorno sudamericano
aportó a la crisis presente, el análisis sería insuficiente
si no se consideraran otros elementos propios de la economía uruguaya
que están entre las causas fundamentales de la crisis.
En la década pasada, el modelo de acumulación aplicado tuvo dos
pilares de sustentación: la política cambiaria y el nacimiento
del Mercosur. Por un lado, se aplicó una política de estabilización
fincada en el ancla cambiaria -que permitió bajar sustancialmente la
inflación-, con el costo de una fuerte sobrevaloración del peso
uruguayo (los precios de equilibrio se ubicaron en niveles más altos
que los del resto del mundo, aunque eran similares a los de Argentina y Brasil).
Por otro, la puesta en marcha del Mercosur, que potenciado por la sobrevaloración
de las monedas regionales facilitó el incremento del intercambio comercial
intrarregional, lo que trajo aparejada una fuerte dependencia comercial de Uruguay
respecto de sus principales vecinos, Argentina y Brasil. La balanza comercial
con esos países, favorable a Uruguay, sirvió fundamentalmente
para enjugar el déficit creciente con el resto del mundo.
La primera señal de alarma en el sistema provino de Brasil, cuando este
país devaluó su moneda en el marco de una distorsión de
los precios relativos de la región comparados con el resto del mundo,
provocada por la dolarización de Argentina (Plan de Convertibilidad,
1991) y Brasil (Plan Real, 1994).
Los efectos negativos de la pérdida de competitividad de la producción
uruguaya de bienes y servicios se vio reflejada en la baja del PIB, el aumento
del desempleo, el incremento del déficit fiscal y el empeoramiento de
la situación de la balanza comercial.
La libre flotación dista mucho de ser un mecanismo apto para dotar a
los agentes económicos de un horizonte seguro para la toma de decisiones,
por lo que el abandono del ancla cambiaria generó un escenario imprevisible.
Antonio Elías, economista y maestro de la Facultad de Economía
de Uruguay, sintetiza sus pronósticos, señalando que entre otros
aspectos negativos, sobrevendrá "a) una espiral inflacionaria, generada
por una pugna distributiva entre empresarios y trabajadores; b) la profundización
de la crisis de pequeños y medianos empresarios, del campo y la ciudad,
lo que incidirá en una mayor ruptura de la cadena de pagos; c) el incremento
de los conflictos sociales provocados por las pérdidas de poder adquisitivo
de asalariados, pasivos y la población en general".
Acuciado por la situación financiera -el país debe pagar casi
mil millones de dólares por concepto de deuda externa en lo que queda
del año y sus reservas cayeron a 625 millones de dólares, menos
de un tercio de las que poseía a principios de año-, la demanda
de los ahorradores en el momento en que finalice el feriado bancario y la explosión
de descontento social, el gobierno del presidente Jorge Batlle intenta dos salidas
para el corto plazo: una, en la que demanda a los parlamentarios de la coalición
bipartidista de gobierno que voten una ley que le permita establecer un "corralito
a la uruguaya", y, por otro lado, de cara a la insatisfacción popular,
ensaya métodos de guerra psicológica con un trasfondo de amenaza
represiva.
El Parlamento de Uruguay trata este fin de semana de aprobar una ley mediante
la cual los depósitos en dólares a plazo fijo en la banca estatal
sean devueltos en un periodo escalonado de tres años, con pagos trimestrales
de los dividendos.
Por otro lado, frente al descontento popular y algunos pocos saqueos, el Ministerio
del Interior descubre la existencia de una poderosa organización subversiva
ultraizquierdista a la que responsabiliza por esos actos.
El viernes, policías uniformados se dedicaron a recorrer zonas comerciales
advirtiendo a sus propietarios de que podrían ser asaltados por una turba
de 5 mil personas que se estaba moviendo por distintos barrios de Montevideo.
Nadie vio a esa banda, ningún fotógrafo o camarógrafo pudo
presentar una sola escena con ese contingente humano.
En una situación inédita como la que se vive en Uruguay, el peor
error del gobierno es intentar aplacar la ira popular inyectando miedo a la
sociedad o criminalizándola y politizándola para usos gubernamentales.
La población uruguaya reclama tanto por la certidumbre de sus depósitos,
salarios y pensiones como por el castigo de aquellos que coadyuvaron a generar
esta crisis, por lo que piden que en el caso de tres bancos que -tras ser saneados
por el Estado y reprivatizados- fueron saqueados por sus dueños, sean
encarcelados y se le confisquen los bienes para cubrir las cuentas de sus clientes.
Eso sí podría devolver al gobierno parte de la confianza ciudadana
perdida.