MILES DE URUGUAYOS SOBREVIVEN GRACIAS A LOS MERENDEROS
El otro corralito
* Mientras el gobierno se ufana de que en el país no existe corralito
financiero, miles de personas acorraladas por la crisis socioeconómica
deben acudir a merenderos y comedores en busca de un plato de comida.
Mediodía en la quinta presidencial. Batlle sonríe aliviado. El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O´Neill, anuncia el okey del préstamo de U$S 1.500 millones otorgado por el Fondo Monetario Internacional. Faltaba más. We are fantastic, dijo Batlle. A pocos quilómetros, en Santa Catalina, en la zona oeste de Montevideo, cientos de personas aguardan en fila dentro de un local a la espera de un plato de comida.
Como en tantas otras zonas de Montevideo, la idea de abrir un comedor popular en Santa Catalina surgió a iniciativa de un grupo de vecinos ante la crítica situación padecida por una amplia franja de su población. Un dato significativo: de los 8 mil habitantes que viven en la zona el 40% se encuentra desocupado. Y, se sabe, la línea que separa el desempleo de la indigencia es imperceptible.
"La idea nació de un grupo de vecinos. Ante la miseria existente, se decidió formar una comisión con miras a abrir el comedor. Después empezamos a trabajar en el tema de las donaciones de comestibles y, por suerte, la gente respondió con solidaridad" , explica Nazareth Apostoloff, una de la voluntarias que trabaja en la obra social.
Solidarios
Optimistas, los vecinos precursores pensaban en 30 o 40 comensales a lo sumo. El 25 de julio, día de la apertura, se agolparon 270 personas en el local donde funciona la improvisada cocina. Dos semanas después, 750 personas, vianda en mano, hacían lo mismo.
"La miseria es grande y el hambre se nota", grafica William Consul, otro de los voluntarios. "La cantidad de gente que se acercó fue impresionante. Por suerte, un vecino que es parte de esta historia desde sus inicios nos cedió un local donde funciona la cocina. Continuamente los vecinos se acercan y se ofrecen para pelar papas o ayudar en lo que se necesite".
En boca de los protagonistas, conseguir donaciones de alimentos, organizar el local y cocinar para 700 personas parece cosa fácil, pero la tarea es titánica. Sobran ganas y solidaridad, pero el trabajo es arduo y no conoce descanso.
El comedor funciona de lunes a lunes, con un grupo de 15 personas que se reparten las tareas. Unos se encargan de realizar un relevamiento de cada vecino y su núcleo familiar. En una prolija cartulina blanca anotan cuántos integrantes conforman el núcleo familiar, menores incluidos y la escuela donde concurren. En base a esta información, se le proporcionan las porciones de alimentos necesarias. Nazareth, por ejemplo, juntos a otras dos compañeras, se encarga de conversar con los vecinos que esperan su porción de comida. Después, en grupos de a cinco, se trasladan hasta el local contiguo donde funciona la cocina. Allí, otros seis vecinos cocinan y otros tantos ayudan en la organización.
"Esto nos ha desbordado", reconoce Apostoloff, sin ánimo de queja. "Hay días que se acercan 750 personas, pero no nos quejamos. Se trata de que, aunque sea una vez al día, los vecinos puedan tener un plato de comida. La solidaridad de los vecinos y comerciantes de Santa Catalina y del Cerro es digna de destacar. Ahora también contamos con el apoyo del Instituto Nacional de Alimentación".