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Latinoamérica

Los autotorturados y la impunidad militar

Por Raúl A. Wiener
A Leonor La Rosa no la torturaron, se le caía la cabeza desde chiquita. Cumplía tareas para el SIN con ese cuerpo gelatinoso. Que lo diga un juez militar es toda una garantía de verdad. El soldado Rolando Quispe no fue maltratado y violado por un grupo de sargentos mencionados en la denuncia original. ¡Qué va!. Rolando se violó solo con un foco de luz eléctrica. También lo dice un juez militar. Ahora tanto Leonor como el recluta ayacuchano están siendo acusados en tribunales de uniforme por haber incurrido en supuesta falsedad y por haberle faltado el respeto a sus superiores. Y son ellos, y no los torturadores y violadores los que van a terminar de culpables.
En estos días se difunde un video que se conoció primero en España, que muestra la brutalidad de los "entrenamientos" militares, orientados a templar el ánimo de los combatientes antisubversivos. ¡Qué Al Qaeda!, Los peruanos hemos superado todo espanto al obligar a los jóvenes que se inician en las armas a soportar descargas eléctricas, asfixias, violencia sobre violencia, hasta borrarles la racionalidad y los sentimientos para que respondan como máquinas a los estímulos de la batalla. El ministro Loret de Mola -cuándo no- y los generales han dicho que esas vistas corresponden a hechos aislados y que los oficiales responsables fueron sancionados. ¿Ustedes les creen?.
Hay una relación obvia entre la idea de embrutecer al combatiente y la de no querer reconocer que los comportamientos brutales forman parte de la vida del cuartel. El concepto elemental es que los civiles y especialmente las entidades de vigilancia de derechos humanos no entienden los códigos de los uniformes: la hombría, la dureza, la subordinación, el espíritu de cuerpo, la razón del superior, que son consustanciales a organizaciones conformadas para imponerse por la fuerza. Así cuando han ocurrido los llamados "excesos", sean estos daños a la población civil que no es parte del conflicto, abusos sobre el enemigos prisionero o rendido, y agresiones a sus propios subalternos, la tendencia invariable ha sido negar los hechos o mentir directamente sobre ellos, hasta límites del absurdo.
Nótese el detalle, no es que piensen necesariamente que hicieron mal al arrasar Accomarca como represalia a una emboscada senderista o que se arrepientan de los fusilados y bombardeados de los penales; que les erice el cuerpo haber fusilado a los capturados del MRTA en Los Molinos y años después en la retoma de la residencia del embajador japonés; o que piensen que una suboficial casi insignificante pueda creerse en el derecho de resistir el asedio autoritario de un oficial y encima filtrar información sobre los operativos encubiertos, o que un soldado demasiado delicado para el gusto de sus sargentos pueda discutir el trato machista con que se corrigen o expulsan probables desviaciones. Ellos ocultan y mienten porque no quieren ser juzgados dentro de parámetros no militares. Más aún reclaman jurisdicción para resolver a su manera, es decir como están haciendo con Leonor La Rosa, Rolando Quispe e hicieron con los cansos La Cantuta, Barrios Altos y tantos otros.
La misión grotesca del barra brava Alfredo González es sembrar la duda sobre las acusaciones en relación a derechos humanos que recaen sobre el régimen de Fujimori. Pero en la cúpula actual, la motivación tiene otros ingredientes: cerrar filas hacia adentro; lograr pasar de acusados de crímenes y corrupción imperdonable, a ser nuevamente la institución de los intocables, con sus leyes propias. Para lograr este objetivo, por cierto, la comandancia ha descubierto la debilidad de Toledo y lo mucho que necesita de soporte militar. Por eso lo están presionando y obligando a hacer cada vez mayor número de declaraciones militaristas. Y para el caso se presta el ministro Loret de Mola que al igual que el titular del interior entienden su rol como el de ser voceros civiles de unas fuerzas armadas y policía qu8e se resisten a ser reformadas, democratizadas y humanizadas.

FUENTE: Pedro Flecha