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Latinoamérica

El horror de ser sindicalista en Colombia

Por Fernando Garavito
fuente: EL ESPECTADOR

¿Quiere usted morir en el curso de los próximos días? La fórmula es simple: afíliese a un sindicato. En menos de lo que canta un gallo las fuerzas oscuras que pululan en este país y que son simplemente eso: "fuerzas oscuras", lo darán de baja en cualquier esquina.
Así ocurrió a partir de 1990 con mil sindicalistas, según lo denuncia el Defensor del Pueblo, quien se basa en la investigación adelantada por su oficina y en estudios elaborados por la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y por la OIT en una reciente inspección sobre el caso de Colombia. Ni las Naciones Unidas ni la OIT, que yo sepa, son organizaciones "comunistas", como tampoco lo es el ortodoxo doctor Cifuentes. Por lo que podrá creérsele cuando dice que en este país vivimos una "grave violación de los derechos fundamentales de los trabajadores y de los líderes sindicales"; que esas mil y más muertes se deben a que los grupos paramilitares han convertido a los sindicatos en "objetivos militares"; que hay "grupos de justicia privada que buscan forzar la solución de conflictos laborales determinados, liquidando los sindicatos o cercenando el derecho de huelga"; y que muchos de esos crímenes han quedado en la total impunidad. El defensor reconoce que el gobierno no ha sido indiferente al problema, pero trae a colación un grave ejemplo que, de quererlo, podría multiplicar por mil: cuando Ricardo Orozco, vicepresidente de ANTHOC, el sindicato de los trabajadores de la salud, pidió protección al Ministerio del Interior, recibió como respuesta una rotunda negativa. Orozco fue asesinado el 2 de abril del año pasado.
El defensor señala que hay épocas en las que la persecución se recrudece. Pues bien: esta es una de ellas. La CUT ha hecho algunas denuncias: en lo que va corrido del año 2002, esa central ha sufrido 115 asesinatos, siete agresiones de la fuerza pública contra movilizaciones pacíficas, dos allanamientos, doce atentados, nueve desapariciones forzosas y 16 secuestros, en tanto que varios de sus miembros han sido desplazados y amenazados. La impunidad -dice la Central- ha sido del ciento por ciento. La semana pasada Omar Romero Díaz, miembro del sindicato de la industria de materiales para la construcción, resultó seriamente herido en un atentado que sufrió en Cali; el 15 de agosto grupos paramilitares asesinaron a Felipe Mendoza, trabajador de la USO, en Tibú; a Amparo Figueroa, afiliada a ANTHOC, en Miranda, Cauca; y a Francisco Méndez, miembro de FECODE, en Sincelejo; y Jesús Antonio González, director de Derechos Humanos, dijo que en la madrugada del 16 de agosto, tropas de la III Brigada allanaron su casa de habitación buscando armas. Entre tanto, las directivas de "Equipos Cristianos de Acción por la Paz" afirmaron que grupos paramilitares amenazaron con dar de baja a uno de sus integrantes como represalia por la acción que cumplen en Barrancabermeja. Y así podríamos seguir hasta el cansancio.
Pues bien. Todo esto se desarrolla en un ambiente de intimidación al que no son ajenas las grandes empresas. A su llegada al país, la DRUMMOND, que explota los yacimientos de carbón en el Cesar, trató de desbaratar la organización sindical. Esa actitud hizo carrera, tanto que en el año 2001 los paramilitares asesinaron a cinco dirigentes, entre ellos a dos presidentes sucesivos del Sindicato de la Industria Minera y Energética y a uno de sus vicepresidentes, y hoy tienen amenazados de muerte a doce trabajadores. Uno de ellos, Julio Nieto, se vio obligado a regresar a su puesto sin protección alguna, lo cual lo obligó a poner una tutela que ha tenido algún eco en los Estados Unidos. Sin embargo, a la empresa nadie la detiene y acaba de despedir a 37 trabajadores sindicalizados, señalándolos como responsables de los sabotajes que los paramilitares cometieron contra sus instalaciones hace más de un año.
El panorama es turbio. Pero, por fortuna, la conmoción interior decretada por el gobierno, está a punto de garantizarnos a todos la paz de los sepulcros.
fuente: El Espectador.