28 de augusti del 2002
Brasil y el FMI: La democracia y el futuro del liberalismo en los mercados emergentes
Norman Madarasz
Counterpunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Cuando Brasil recibió, el 9 de agosto, el mayor rescate del FMI
en la historia, los mercados bursátiles del mundo se regocijaron. Fue
uno de los pocos días en semanas en los que hubo un alza importante en
las bolsas de valores. Pero, al final, pareció una supernova. Una última
alza que relampagueó brillantemente antes de que ningún economista
escrupuloso pudiese seguir negando el comienzo de la recesión. En este
momento podría también señalar el fin de las medidas del
FMI de una efectiva administración monetaria. La deuda pública
de Brasil no sólo ha aumentado con el préstamo, incluso si ha
disminuido el riesgo de incumplir los pagos. Y a pesar de todo, menos de una
semana después del rescate, en sintonía con el escepticismo de
los medios sobre el préstamo como un camino para interferir en las próximas
elecciones brasileñas, la moneda del país, el real, comenzó
a agitarse de nuevo.
El préstamo y la necesidad de que fuera otorgado han llevado a una admisión
más insidiosa en la prensa financiera mundial. Considera que el liberalismo
de mercado ha fracasado en los países emergentes. Con el desastre de
Argentina y la amenazante nube de Turquía y Brasil, el Financial Times,
el New York Times y el Wall Street Journal han estado leyendo el mensaje impreso
en el recibo del banco. Cuando se descifra algo siempre interesa preguntar qué
tecnología está siendo utilizada. Cuando lo hacemos, nos encontramos
con los enfoques analíticos típicos de una banda de maltrechos
llorones perdedores, una postura indigna de la crema de los intelectuales del
mercado.
Anatol Lieven y Amity Shlaes escriben sobre los mercados emergentes para el
Financial Times. Él apunta al "toque final a muerto de la transitología,"
mientras ella expresa su fe en el dictamen que mientras más libre el
mercado, mayor es la riqueza. El resultado viene a ser el mismo al final. La
transitología deja al descubierto las restricciones de la lógica
capitalista. Mientras la crisis financiera repercute desde la Central del Mercado,
EE.UU., las líneas directas políticas según las cuales
los mercados emergentes pueden hacer la transición al liberalismo de
mercado, han beneficiado en primer lugar a los financistas, acreedores y especuladores
-en dos palabras, a los bancos y sus semejantes. El resultado, por lo tanto,
es un período vulnerable a las fuerzas populistas que están listas
para saltar sobre el convulso torso del mercado.
Lo que no mencionan estos comentaristas es que una reacción popular se
avecina no sólo contra el libre mercado. Se está propagando contra
los que han estado pavoneándose como demócratas de libre mercado,
sólo para impulsar los intereses de los oligarcas. La ira de la población
comienza en sus propias capitales. Por buenas razones llega a Washington / Nueva
York y a Ottawa / Toronto. En su expresión está la segura prueba
de que este tipo de democracia, incluso más que el liberalismo de mercado,
se ha convertido en una fábula. Y entonces se preguntan: ¿hay otros tipos
de democracias?
Durante años los economistas del mercado se han deshecho en elogios sobre
su ética de beneficios. El camino a la riqueza se redime si pasa por
encima de la emisión de votos de una persona-un voto. Lo que la democracia
gana con esto es la seguridad de la prosperidad financiera. Aun en ese caso,
escabulléndose entre bastidores había voces muy suaves que se
dieron cuenta que la prosperidad no tenía absolutamente nada que ver
con la democracia en China, Corea del Sur, Malasia e Indonesia. Eran los días
en que los tigres asiáticos gruñían más fuerte que
cualquier cosa proveniente del Oriente desde Hiroshima y Nagasaki. Los PIB que
hacían erupción en esa región hasta fines de los años
90 fueron directamente influenciados por el populismo intervencionista de estado,
con la ayuda de los inversionistas extranjeros.
No olvidemos tampoco precipitadamente que el continuo crecimiento de EE.UU.
se debe en gran parte a un círculo cerrado keynesiano de continuos contratos
gubernamentales pasados a las mayores industrias. El capitalismo estadounidense
moderno funciona abajo y en el medio. Sus trabajadores y sus pequeños
empresarios pagan con exceso por ese privilegio. Arriba, se parece más
a la intervención del estado en todos los frentes, incluyendo los sistemas
tributarios, incluyendo a veces los rescates.
Y todavía escuchamos a expertos como Ms Shlaes, citando con entusiasmo
a economistas como Reuven Brenner diciendo que para cosechar riquezas la democracia
debe ir "mano a mano con la liberalización de los mercados financieros,
dando a los ciudadanos un interés en el sistema." (FT, 1 de agosto de
2002) No importa que razonamientos de este tipo estén comúnmente
desacreditados como una explicación de por qué las democracias
comunistas funcionan sólo en teoría para girar hacia el terror
en la práctica. Es sólo una locura probabilística si se
llega a creer que los mercados pueden ser liberalizados de manera tan completa
como lo requieren las promesas de ecuanimidad.
Se supone que el tipo de desarrollo al que apunta Brenner no suene como una
esperanza. Pero eso es todo lo que queda cuando se niega la falla sistémica
que todo el tiempo estoquea el corazón del comercio internacional. En
la medida en la que los grandes propietarios de recursos naturales están
menos dispuestos a establecer economías liberales, no sólo proceden
a impedir la democracia, en realidad producen pobreza. No es más que
un débil análisis si se insiste en que los mercados emergentes
debieran simplemente llegar a una etapa algo más democrática.
Todos han escuchado una y otra vez lo difícil que es implementar el proceso
democrático. Las coyunturas actuales muestran claramente que durante
los últimos treinta años las democracias han sido arrancadas del
potencial revolucionario mediante el cual toma forma la voluntad popular. Lo
que significa que las democracias son sólo cortinas de humo del régimen
oligárquico.
Los liberalistas de mercado no están siendo reelegidos en una sucesión
de esos estados periféricos. Se teje argumentos cada vez más astutos
para justificar el fracaso del liberalismo de mercado en los mercados emergentes.
Los especuladores del Norte sobre los movimientos intelectuales son llevados
a lamentarse por el deceso de la democracia en las naciones pobres. Pero ni
uno solo ha llegado a preguntarse qué característica de las democracias
septentrionales refleja este modelo.
La democracia en el mundo está en un estado lamentable. A pesar de todo,
las mentes de nuestro pensamiento, de Platón a Aristóteles y de
Marx a Foucault, incluyendo a Adam Smith, han considerado que la democracia
posibilita la peor forma de gobierno. Su organización es tan caótica
que permanece eternamente vulnerable a la tiranía. Basta con echar una
mirada: en la autoproclamada mayor democracia del mundo, apenas la mitad de
los estadounidenses sigue yendo a votar. Durante más de veinte años,
los presidentes de EE.UU. han pretendido que han vencido en victorias aplastantes,
cuando lo que han logrado en el recuento es un magro quinto de los votos. Nadie,
sin embargo, había llegado al extremo de la reciente farsa de Florida.
En Canadá, por otro lado, con un ojo más avivado que el antiguo
director general de Nortel, John Roth, para las previsiones económicas,
el Primer Ministro Jean Chretien, convocó a elecciones instantáneas
en 1999, sólo dos años después de haber sido reelegido
por última vez. Ahora ha gobernado la "democracia" canadiense durante
un tiempo récord de tres períodos consecutivos, cerca de diez
años. La única oposición que el sistema político
ha logrado presentar es un poco de fundamentalismo cristiano a medio hacer que
pretende que puede implementar mejor la democracia imponiendo su rígido
código moral.
No importa que la mayor parte de las "democracias" haya eliminado hace tiempo
la posibilidad de gobernar más de dos períodos. Mr. Chretien,
como Blair, Jospin y Gore ha tratado de atribuirse una prosperidad económica
que ha resultado sobre todo de trucos de contabilidad, todos legales en la letra
más microscópica. La economía se ha convertido en un vástago
de la termodinámica, ya que lo que se pensaba que era crecimiento resulta
ser un porcentaje de expansión de burbujas. En 1999, los canadienses,
que tienen una reputación mundial por su elevado nivel educativo, creyeron
en la estratagema de Chretien y lo devolvieron al poder en otra victoria "aplastante,"
equivalente a algo como un 33% de los que tienen derecho de voto. Después
de darse cuenta de que se encontraban frente a un tirano, los canadienses, como
los demás demócratas occidentales, sólo pudieron barbotear
que en todo caso no existía una verdadera oposición que valiera
la pena para reemplazarlo. Los atolondra completamente ver a una auténtica
oposición librando mano a mano batallas bajo la bandera general de las
ONGs contra los grupos de presión y las organizaciones multilaterales.
Esta oposición, al no constituir un partido político acreditado,
no tiene, desde luego, legitimidad en una democracia.
No está mal el cuadro de la democracia del actual primer mundo. Mientras
tanto la prensa de la elite se lamenta interminablemente de su ausencia en el
mundo en desarrollo. Las restricciones de la longitud de los artículos
y los plazos de publicación impiden seguramente a los periodistas financieros
de arquear sus cejas estocásticas respecto a sus propios patios traseros.
¿Falta legitimidad, entonces, si se tiene incluso la más ligera sospecha
de que la prensa del establishment sea servil hacia los intereses empresariales
de los accionistas que poseen los periódicos en los que escriben? Claro
que no: la libertad de expresión está también firmemente
estructurada en las democracias del Norte. Como un ejemplo que viene al caso,
una libertad semejante implica la detención sin acusación como
una práctica común para presuntos crímenes políticos
-por no mencionar el tenebroso fisgoneo en la ciber-basura, en los préstamos
en las bibliotecas y en las cuentas de las librerías. Maniatada a los
libre mercados, la democracia, por cierto, ha nutrido una multitud de métodos.
Claro, el estado de las democracias ha progresado. Su máximo logro ha
sido el corte del problema de la inestabilidad social y política. La
inestabilidad social, ese azote, es lo que le sucede a un país cuando
las masas de trabajadores y estudiantes salen a las calles para introducir una
cuña entre los grupos de presión del capital y los gobiernos,
de los cuales el pueblo es -o se supone que sea desde el punto de vista constitucional-
actor y señor. Pero para la mente norteamericana, la inestabilidad política
en una democracia es cuando el partido de oposición está detestablemente
activo. Si ha habido algún progreso en las democracias occidentales desde
los años 70, ha sido que se han librado del acceso a los sistemas parlamentarios
y de asambleas de los partidos reformistas y verdes profundamente arraigados,
que son cualquier cosa pero no "populistas" en el sentido en el que la elite
intelectual financiera los trata de representar.
Baste con considerar que ningún gobierno autoproclamado o designado como
populista ha jamás traído un cambio estructural a la estructura
de clases en alguna escala significativa en las democracias occidentales, tal
vez desde Franklin Delano Roosevelt. ¿Quién es el populista, después
de todo? Pero los niños y niñas mimados intelectuales siguen clamando:
los movimientos populares, las manifestaciones y llamados a la reforma tributaria,
la eliminación de los paraísos fiscales, refugios y reducciones
tributarias, el que los bancos respondan por el hurto legal auspiciado por las
corporaciones con el cual ganan sus lingotes, la imposición de impuestos
sobre las transacciones financieras internacionales y que se continúe
con el proyecto de edificar un sistema gratuito de educación para todos,
con los recursos para dotar a sus maestros con el nivel más elevado de
educación -todo esto a los ojos de los liberales de mercado no constituye
más que expresiones de populismo. Rechazan las manifestaciones como legítimas
expresiones de la voluntad política. Capitulan ante el destino de la
humanidad de destruir su hábitat natural. Y, como estos intelectuales
mismos siguen a líderes y gurús, lo mismo debiera hacer la población
en general.
Al final, es sólo una extensión lógica de los mitos de
los colonos de EE.UU. e Israel. Ya que nuestra gente migró a estas hermosas
tierras, lo mismo deben haber hecho los nativos árabes e indígenas
Científicamente, esto se traduce como la necesaria migración de
las primeras naciones -¿oigo decir migración obligada? -a través
de la masa de tierra que conectaba Rusia a Alaska hace unos 11.000 años.
En términos políticos modernos, hace valer que una república
siempre necesita un presidente.
¿Y qué pasa con la democracia en Europa? Los colonos primero izaron sus
velas desde allí para escapar a la persecución (a veces por lo
menos), para encontrar una nueva tierra virgen (que nunca lo fue en realidad.)
Francia es la sede de la Revolución de 1789, como lo fue de las menos
conocidas de 1830, 1848, de nuevo 48 y de 1871. Habiendo nacido de la sangre
de la Marsellesa y de los comuneros, cuenta como una fuente de invención
política para Occidente. ¿Dónde está ahora? Francia está
trabada entre la victoria de la abstención y la mutación de la
socialdemocracia hacia el populismo de centro-derecha. El populismo rige. No
necesita de la bandera roja para ponerle su marca. Aunque tenga éxito
en apartar de la exposición pública lo que piden a gritos las
mentes de la gente: un gobierno nacional responsable que distribuya la riqueza
y que termine con privilegios absurdos. Pero como les gusta recordar a los demócratas
matemáticos, la abstención cuenta en la política menos
todavía que en el sexo.
Marcha atrás es el camino emprendido por las democracias occidentales
desde mediados de los años 70. Las doctrinas monárquicas del parlamentarismo
británico del siglo XVIII han logrado mantener su dominio. Al margen
del sistema político hemos tenido la oportunidad de experimentar la invención
política desde 1917 a fines de los años 60 y en los 70. Entonces,
con la oposición marginada, los directores generales y los defensores
del mercado pudieron, mediante el brillo de los avances electro-tecnológicos,
prometer una sociedad -un globo- de acrecentada influencia de los muchos. Los
mercados emergentes fueron puestos en el camino de la transitología.
Como religión, la democracia podrá seguir fuerte y sonora en Occidente,
es decir en el Norte. Pero, durante los últimos treinta años,
desde Chicago en 1968 en adelante, importantes partidos de oposición
-tal vez con la excepción del Bloc Quebecois en Canadá, pero por
otras razones, -han sido todos supeditados. Como destacara patéticamente
el Washington Post el 19 de agosto, los demócratas están ahora
"preocupados" de que una guerra contra Irak "podría distraer la atención
de los temas económicos que ahora dominan su agenda". De la retórica
y de la acción, los partidos de oposición han sido relegados a
los estados de ánimo. Y cómo se preocupan.
Una sociedad democrática es raramente amenazada desde afuera. Sus instituciones
se vuelven vulnerables al abuso del poder desde adentro. Sus monumentos son
atacados por los hijos y las hijas que mutiló y mató afuera. Pero
mientras el manto de la seguridad nacional se tensa para convertirse en el escudo
de la negación cívica, el proceso político termina como
rehén de la población en su conjunto. ¿Qué hacer entonces?
¿Seguir a los defensores del libre mercado, que afirman que el capitalismo está
en crisis, y que vocalizan que democracia se equipara fundamentalmente con disfunción?
La OPEC y la crisis del petróleo de 1973 han finalizado completamente
su explosiva profecía. La democracia tal como es defendida por las corporaciones
"cuasi-benevolentes" de las industrias del acero y del automóvil terminó
su rol hace tiempo. Los cruzados de la contra-ilustración de la escuela
neo-conservadora han ansiado retornar a los principios del gobierno oligárquico
escondido en la lección de historia sobre la "democracia" ateniense.
Eso, si siguen enseñando esa lección. Es la única democracia
que conoció realmente el pasado -una democracia impulsada parcialmente
por la codicia del poder que hizo morder el polvo a su propia gloria mediante
la guerra continua. En lo que se refiere a las sociedades modernas, ninguna
de ellas ha logrado o deseado ir mucho más lejos. Después de todo,
el derecho universal de voto -reservado a los ciudadanos, naturalmente, - existe
sólo desde algunas décadas.
En cuanto al Informe de Desarrollo Humano de la ONU, es la libreta de calificaciones
de la democracia. Basándose en los éxitos democráticos
de Europa Occidental y Central, prueba que la teoría según la
cual el desarrollo tiene prioridad sobre la democracia se equivoca. Uno de los
coautores del informe, Omar Noman, agrega que "la mejor receta para la estabilidad
y el desarrollo es la democracia". (Globe and Mail, 24 de julio) Tan auto-segura
como pueda aparecer a las prósperas clases medias superiores y a sus
controladores de los medios ideológicos, la medida es satisfecha consistentemente
por el nivel logrado en Occidente. Ni una vez se pregunta si la falta de prosperidad
económica fuera de Occidente, con algunas brillantes, aunque raras, excepciones,
es sólo asunto de acumulación de capital con o sin éxito
democrático.
De manera que corresponde a la población más que a los expertos
identificar las endebles democracias. Anatol Lieven podrá comparar a
América Latina en el siglo XX con "un enfermo en cama, que está
cambiando continuamente su posición para aliviar su dolor, y que siempre
encuentra sólo un respiro momentáneo." (FT, 11 de agosto) Termina
blandiendo todavía las medidas adoptadas por el Norte para impedir que
las poblaciones establezcan los sistemas que necesitan y desean. Argentina podrá
estar mostrando un vacío político, probablemente para el alivio
de militares y oligarquía. Recordemos sólo un segundo que, como
Chile, el pasado reciente de Argentina dejó un agujero de una generación
de activistas progresistas asesinados y torturados que sigue emitiendo sus lamentos
de congoja mientras su economía acéfala gira hacia el colapso
total.
No cabe duda que la democracia ha progresado como una alternativa a sí
misma, después que los inventores pretéritos de nuevas formas
políticas han sido silenciados hasta quedar en el olvido. Ya no se precisa
de la tiranía para pacificar a la clase superior. La democracia lo hace
perfectamente bien.
26 de agosto de 2002
Norman Madarasz es un filósofo canadiense. Su correo es: normanmadarasz@hotmail.com