Mr. O'Neill salió de compras
León Bendesky/La Jornada
Con la chequera abierta fue Mr. O'Neill a Sudamérica para comprar un poco de estabilidad económica y un seguro político. Para ello usó algo de los fondos de la cuenta del Tesoro y una parte mayor vino de la cuenta del Fondo Monetario Internacional. Este organismo funge de guardián de las nuevas deudas mediante una serie de condiciones establecidas para disponer del dinero. Con este viaje el secretario del Tesoro de Bush cambió su posición de hace apenas unas semanas cuando se negó a intervenir en Brasil porque, según dijo, los recursos acababan en cuentas suizas. Aunque eso no es necesariamente una mentira, su posición moral era débil y, como bien sabemos, primero están los negocios. También los funcionarios del gobierno brasileño olvidaron la ofensa y estaban muy contentos con el dinero.
La crisis argentina contagió de lleno al sistema financiero uruguayo, completamente dependiente de los depósitos bancarios de sus clientes del otro lado del mar del Plata. Ahí el costo fue más bien bajo para los estándares prevalecientes, 1.5 mil millones de dólares (mmd) que, puestos en perspectiva, equivalen al reciente préstamo del BID al gobierno de México para el programa de impulso a las pequeñas empresas.
Brasil, por supuesto es otra cosa. Por el tamaño de su economía y por las fuertes inversiones que tienen ahí las grandes empresas y bancos de Estados Unidos, el costo fue mucho mayor, además de que su deuda externa llega a 260 mmd. En total se pusieron a disposición del gobierno hasta 30 mmd, de los que sólo pueden usarse ahora 6 mil y el resto luego de las elecciones y la demostración de disciplina del nuevo gobierno. La cifra supera todos los anteriores créditos del FMI, que cada vez tiene que poner más dólares para comprar una estabilidad que no dura; sólo a Brasil le ha dado tres megacréditos en los últimos cuatro años (18 mmd en 1998 y 15 mmd en 2001). Esto supera los 18 mmd de México en 1995 y los 21 mmd a Corea en 1997. Se consiguió un respiro, pero puede ser que sólo sea para que los inversionistas muy comprometidos en Brasil tengan cómo salirse con menores pérdidas, como ocurrió en México en 1995 con los tesobonos. Se habla abiertamente de que esto le dará a Bush el apoyo político de Wall Street.
La actual crisis brasileña sólo ha sido interpretada como asunto financiero asociado con las expectativas de los inversionistas, tanto por el efecto de la debacle argentina como, por supuesto, por la dirección que está tomando la elección presidencial de octubre y la fuerza de los candidatos de oposición de izquierda. Así que los nuevos recursos tienen una intención también claramente política que se amarra con los rígidos compromisos que se incluyen para quienquiera que resulte ganador.
Todo esto tiene dos curiosas vertientes para seguir los acontecimientos. Una se refiere a los premios y los castigos. El viaje de O'Neill y el nuevo dinero reconocen el buen comportamiento del gobierno de Cardoso en la gestión de la economía. Ha generado un superávit fiscal de 3.75 por ciento del PIB, antes del pago de intereses de la deuda, realmente sobresaliente, pero que no deja ningún margen de maniobra al Estado. Merecen un premio, a diferencia de Argentina, con lo que no se sabe quiénes son los castigados si los ladrones y malos políticos o la gente común, pero claro, siempre se podrá decir que son cómplices por elegir a tan oscuros personajes. Ahí aparece la segunda cuestión: ¿Qué es entonces la democracia y cuánto vale para la chequera del Tesoro y del FMI? Duhalde no cumple con las exigencias y el problema es que en la descomposición política no se sabe quién sí lo hace. Lula y Gomes no son confiables y por ello el FMI impuso candados para el uso del nuevo crédito, lo que induce una influencia sobre el voto. El destinatario natural del préstamo es Serra, el candidato oficial, y todo esto recuerda mucho los recursos que los acreedores hicieron al gobierno mexicano en 1988 poco antes de la elección de Salinas.
Todo este nuevo affaire de la globalización se plantea como asunto eminentemente financiero con trama de: contagios especulativos, déficit fiscales, inestabilidad monetaria e insolvencia de los bancos. Lo que no aparece en primer plano es el tema de la producción y la generación de la riqueza. Ni la economía brasileña, ni la argentina o la uruguaya crecen a las tasas requeridas para diluir sus deudas y crear empleo e ingresos para la gente. Este es el soporte real necesario para cualquier medida del éxito de la intervención que se ha hecho en el cono sur del continente. El entorno económico local y mundial no augura un crecimiento alto y sostenido. Una vez que salió de compras Mr. O'Neill y tras él Köhler, director del FMI, ¿cuánto van a estar dispuestos a gastar si el contagio de la enfermedad económica se mueve al norte o si la infección política se agrava en Venezuela y Colombia? Como hombres prácticos estos representantes del mundo posconsenso de Washington ya no sermonean a los gobiernos de la región, sino que exigen y pagan en efectivo. Estas son algunas lecciones de lo que significa vivir en la provincia americana.