1 de agosto del 2002
Adelanto del nuevo libro de Heinz Dieterich
El socialismo del siglo XXI
Heinz Dieterich Steffan
Prólogo a la edición mexicana
El Nuevo Proyecto Histórico (NPH) de las mayorías, comprendido
como la Democracia Participativa o el Socialismo del siglo XXI,
nace dentro del turbulento contexto de la primera recesión económica
global desde 1945; de la guerra en Afganistán y del surgimiento del Tercer
Orden Mundial (TOM). Mientras la guerra, la recesión y el nuevo orden
mundial son fieles retratos del estado en que se encuentra la civilización
burguesa y del futuro que ella significa para la humanidad, la democracia participativa
es la respuesta de los pueblos y la esperanza de los movimientos sociales.
Ninguno de los tres flagelos de la humanidad —miseria, guerra y dominación—
es casual o obra del azar. Todos son resultados inevitables de la institucionalidad
que sostiene a la civilización del capital: la economía nacional
de mercado, el Estado clasista y la democracia plutocrática-formal. Esta
institucionalidad no es conducente a que el ser humano actúe de manera
ética, crítica y estética, sino que fomenta sistemáticamente
los anti-valores del egoísmo, del poder y de la explotación. Es
la doble deficiencia estructural de la sociedad burguesa —ser anti- ética
y, disfuncional para las necesidades de las mayorías— que la hace obsoleta
y la condena a ser sustituida por el Socialismo del siglo XXI y su nueva
institucionalidad: la democracia participativa, la economía democráticamente
planificada de equivalencias, el Estado no-clasista y, como consecuencia, el
ciudadano racional-ético-estético.
El renacimiento de una praxis liberadora que avanza hacia la sociedad postcapitalista
se manifiesta en múltiples rebeliones y movimientos populares que abarcan
desde el Zapatismo en México, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en
Brasil, la revolución bolivariana en Venezuela, el levantamiento indígena-popular-
militar en Ecuador y el "argentinazo" del 20 de diciembre, hasta las protestas
de Seattle y Génova. Y esta ola de rebeldía empieza a impactar
en las universidades, donde se observan los primeros rebrotes de la teoría
crítica del futuro, mientras, desde otra trinchera, la heroica lucha
de la Revolución Cubana se integra al socialismo del siglo XXI, practicando
cada vez más elementos de la democracia participativa. No hay motivo,
por lo tanto, de resignarse ante la trilogía horrorizante del capital
—miseria, guerra y dominación— que desaparecerá con el fin definitivo
de la burguesía que es, al mismo tiempo, el fin de la prehistoria humana.
Con la recesión global del capitalismo de postguerra, los sueños
y mentiras de los intelectuales neoliberales sobre una "nueva economía
de mercado", sin crisis recurrentes ni convulsiones sociales, han desaparecido:
la gran contrarrevolución del neoliberalismo se encuentra desnuda ante
los ojos de la teoría y la ira de las mayorías. Existe, por supuesto,
el intento de los mandarines de ocultar las raíces del nuevo desastre
de la economía de mercado, alegando que los atentados de Nueva York y
Washington causaron la crisis del sistema; sin embargo, esto es un burdo intento
de manipulación. Los parámetros que expresan la salud de una economía
ya habían indicado desde el año 2000 la tendencia hacia la recesión
global. Los atentados sólo aceleraron un proceso que estaba en marcha
y que era inevitable, porque nace periódicamente del sistema de acumulación
de la economía nacional de mercado.
Con la recesión mundial, las consecuencias económicas del
capitalismo actual para los países neocoloniales quedan aún más
claras: sus economías se vuelven estructuralmente inviables y desaparecen
como sujetos nacionales de la historia mundial. Esto es valido no sólo
para las pequeñas repúblicas, como las centroamericanas, sino
también para economías grandes como las de Brasil y Argentina
que, igualmente han perdido su capacidad para la reproducción ampliada
del capital, dentro de los parámetros de la economía global neoliberal.
Peor aún, ninguna medida de los gobiernos nacionales —ni el mayor endeudamiento
externo e interno, ni las recurrentes reducciones de los presupuestos nacionales,
las privatizaciones a ultranza o la ortodoxia monetaria-fiscal fondomonetarista—
puede romper ya el ciclo de empobrecimiento y destrucción que el imperialismo
y las elites criollas han impuesto. Dentro de la lógica de la economía
nacional de mercado no hay mejoramiento económico posible para las mayorías
neocoloniales.
El cambio de los ciclos de acumulación-desacumulación del capital
mundial no puede lograrse desde los débiles subsistemas de la economía
mundial, como son las naciones latinoamericanas. De ahí, lo quimérico
de las desesperadas luchas electorales por el poder nacional que libran los
partidos de centroizquierda. De hecho, ni siquiera las grandes potencias, como
Japón o Estados Unidos tienen la fuerza para cambiar las dinámicas
de la economía global. Para romper el ciclo destructivo (para las mayorías)
de la acumulación de capital contemporánea, se requeriría
una iniciativa concertada del grupo G-7 que cambiara los parámetros institucionales
fundamentales del sistema actual, de tal manera que todos los países
de la aldea global pudieran participar con igualdad en una reproducción
ampliada del capital. Tal iniciativa presupondría, sin embargo,
un cambio en la correlación de fuerzas dentro de la alta burguesía
global económica para el cual no hay, ni probablemente habrá nunca,
condiciones.
Para las fuerzas democratizadoras del sistema global, desde los sindicatos clasistas
hasta los movimientos de base, las organizaciones político-militares,
los partidos políticos y los Estados progresistas, es importante comprender
que la lucha por la transformación del sistema se lleva a cabo en un
entorno diferente, a partir del 11 de septiembre del 2001, en cuatro sentidos:
1. Los sujetos de cambio tienen que actuar en un Nuevo Orden Mundial; 2. Se
enfrentan a una metodología imperialista diferente; 3. Deben lidiar temporalmente
con la pérdida de la iniciativa estratégica y, 4. Disponen, con
el Nuevo Proyecto Histórico, de una perspectiva de lucha no- sistémica.
El Nuevo Orden Mundial que vemos nacer es el tercer diseño estratégico
que la burguesía atlántica —la europea y la estadounidense— ha
impuesto a la sociedad global en los últimos cien años. La primera
camisa de fuerza global elaborada por los amos del sistema durante el siglo
XX, surgió de las negociaciones de Versailles (1919), al termino de la
Primera Guerra Mundial. Aquel sistema de repartición del mundo trató
de alcanzar cuatro objetivos: a) la reducción del poder alemán,
para garantizar la paz en Europa central mediante la hegemonía de Inglaterra
y Francia; b) una nueva repartición de las colonias de los países
vencidos durante la conflagración bélica y de aquellos que se
habían vuelto secundarios (Bélgica, Portugal, etc.); c) la consolidación
de la hegemonía estadounidense-británica en el Pacífico,
frente al creciente poder de Japón y, d) la instalación de un
organismo supranacional capaz de dirimir los conflictos entre los capitalismos
nacionales, conocido como la Liga de las Naciones. Sin embargo, este primer
sistema de regulación global capitalista del siglo XX —moldeado sobre
el sistema regional europeo de equilibrio de fuerzas del siglo XVII (Paz de
Westfalia)— no resistió las crecientes contradicciones entre las potencias
rivales, y perdió toda vigencia práctica a menos de dos décadas
de su concepción, para ser disuelto formalmente en 1946.
En las conferencias de Yalta (1943) y Potsdam (1945) se fraguó el segundo
Orden Mundial. Basado en la bipolaridad de los sistemas capitalistas y socialistas,
su estabilidad estructural radicaba en la capacidad nuclear de destrucción
mutua entre la Unión Soviética y Estados Unidos, mientras que
su dinamismo devenía del proyecto del American Century, por una
parte, y de la lucha por la emancipación nacional y social antiimperialista,
por otra. Este sistema de postguerra colapsó con la implosión
de uno de sus dos polos, la Unión Soviética, en 1990, para dar
lugar a una fase de transición (interregno) que duró hasta el
11 de septiembre del 2001. (Ver, Noam Chomsky, Heinz Dieterich, Los Vencedores,
Ed. Planeta, 1996).
El carácter de esta etapa de transición estuvo determinado por
el choque entre tres principios de estructuración del orden ecuménico:
a) la pretensión imperial del "siglo de dominación estadounidense"
(American Century) proclamado en 1941 por Henry Luce como axioma ordenador
de la humanidad para el siglo XX; b) la evolución de facto del
sistema global hacia la multipolaridad, sobre todo por la progresiva importancia
de China y la Unión Europea y, c) la creciente lucha por la democratización
de la tiranía neoliberal (Seattle, Génova).
Los atentados de septiembre han modificado la correlación de fuerzas
entre esas tres tendencias evolutivas, privilegiando el desarrollo de unas sobre
otras y provocando, de esta manera, un cambio cualitativo en el sistema global
que amerita cualificarlo como algo sui generis, es decir, el Tercer Orden
Mundial. Algunos de los rasgos más distintivos de este Tercer Orden Mundial
(TOM), plasmados en los objetivos estratégicos de guerra de Washington,
pueden resumirse de la siguiente manera.
1. La proclamación de un futuro Estado palestino por parte de George
Bush II significa la consolidación definitiva del dominio estadounidense
en Medio Oriente, basado en el control neocolonial de Israel, Egipto, Jordania
y Palestina. Tel Aviv tendrá que aceptar la realidad del nuevo Estado
palestino el que, convirtiéndose en una dependencia neocolonial económica
de Israel y de Estados Unidos, aminorará las tensiones que hacen inestables
a la principal cuenca petrolera del mundo. La realización de este objetivo
encuentra la resistencia de ciertos movimientos palestinos y sectores sionistas
de Israel, pero todo indica que en un tiempo no muy lejano ese proyecto de Washington
(y de la Unión Europea) se impondrá.
2. Una segunda zona regional estratégica que caerá bajo el dominio
de la elite estadounidense es Asia Central. Uzbekistán tiene, de hecho,
desde 1995 una alianza militar de facto con el imperio, que ha entrenado
desde aquella fecha a sus fuerzas armadas. El estacionamiento de tropas y de
la fuerza aérea en esa república durante el último trimestre
del 2001 se transformará, sin lugar a duda, en un acuerdo de colaboración
mutua militar que le dará a Washington, junto con sus bases en Afganistán,
la anhelada presencia bélica permanente en esa región de Asia
Central que contiene la segunda mayor cuenca petrolera del mundo, así
como una gran parte de las reservas globales de gas natural. Con los atentados,
Washington ha recuperado la iniciativa mundial que había perdido, y esto
significa para la región que la alianza estratégica concertada
entre China, Rusia y las repúblicas de Asia Central (reunión de
Shangai), prácticamente dejará de existir.
3. La tercera región importante que caerá víctima del American
Century es Asia del Sur, donde las elites de Washington e India —y eventualmente,
Pakistán— tienden hacia la formación de un bloque que sirva como
dique de contención a China. Con el potencial demográfico de India,
Pakistán y Estados Unidos que equivale a alrededor de 1.4 mil millones
de seres humanos, una guerra convencional contra China deja de ser una utopía
militar.
La incógnita en este momento consiste, por supuesto, en el conflicto
entre Pakistán e India por el control de Cachemira. Sin embargo, parece
razonable asumir que se logrará establecer algún modus vivendi
entre ambos países, posiblemente después de un enfrentamiento
bélico, que garantizará los intereses de Estados Unidos en esta
región. En retribución a esta alianza, Washington ya ha cancelado
las sanciones económicas a Pakistán por sus pruebas nucleares,
ha preparado u otorgado, respectivamente, un paquete de ayuda económica
multimillonario para ambos Estados y ha aceptado su status de potencias
nucleares secundarias.
4. El futuro de Rusia se inclina hacia la integración en la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la Unión Europea (UE)
y la Organización Mundial de Comercio (OMC), alejándose, en consecuencia,
de un posible eje con China. El "matrimonio" entre Rusia y la UE es lógico:
la UE puede proveer el capital y la tecnología que requiere la economía
subdesarrollada de Rusia, por una parte; el potencial territorial, las materias
primas y las armas estratégicas de Rusia, por otra, le agregarán
al naciente Leviatán europeo un componente de poder imprescindible para
una proyección imperialista mundial, comparable a la de Estados Unidos.
5. El aprovechamiento del conflicto de Afganistán para la imposición
del Área de Libre Comercio (ALCA) y del Plan Colombia en América
del Sur y Centroamérica, hasta el año 2005, tiene la función
de liquidar a la Patria Grande como sujeto de la historia y anexarla como cuarto
botín regional al sistema geopolítico de Washington. La calificación
de los grupos guerrilleros colombianos como organizaciones terroristas por parte
de la Casa Blanca; la intensificada aplicación del esquema fascista de
"limpieza política" por parte de los paramilitares; la liquidación
de la zona de despeje de San Vicente del Caguán, por decisión
de Washington; el golpe de Estado contra el gobierno bolivariano en Venezuela;
la imposición electoral violenta de un "contra" neoliberal como presidente
de Nicaragua y la autorización del fast track (vía rápida)
a Bush II para avanzar con más rapidez en las negociaciones del ALCA,
reflejan esa dinámica.
Mientras todos esos factores mejoraron las posibilidades de Washington y del
ALCA, el levantamiento argentino del 20 de diciembre es un factor contraproducente.
Fue el Departamento del Tesoro de Washington quien decidió el estallido
de la crisis argentina al bloquear ayuda propia y la del FMI, obviamente sin
prever que la crisis pudiera llevar a una mayor incidencia popular en la política
argentina y con eso, fortalecer el movimiento contra la adhesión al ALCA
y la sumisión a Washington.
6. Otro rasgo esencial del Tercer Orden Mundial consiste en la política
concertada entre el imperialismo estadounidense y el europeo en el sentido de
impedir la democratización estructural de la sociedad mundial mediante
el uso de sus aparatos represivos y de terrorismo de Estado. Esto incluye tanto
la neutralización de los movimientos nacionales de liberación
(FARC/ELN) y Estados progresistas (Venezuela), como de movimientos anticoloniales
retrógrados, como el régimen Talibán.
7. La guerra contra Afganistán que es la partera del Tercer Orden Mundial,
amalgama la alianza entre la burguesía europea y la estadounidense, contra
el Tercer Mundo. De hecho, la burguesía atlántica se perfila como
el centro de gravitación del Tercer Orden Mundial que, diferencias tácticas
aparte, defenderá sus intereses estratégicos frente a los "condenados
de la tierra" mancomunadamente.
8. Otro elemento importante del ordine novo es la acelerada integración
del imperialismo europeo, donde la derecha reciclada de los años treinta
—los herederos contemporáneos de Mussolini y Franco, Berlusconi y Aznar—
junto con la socialdemocracia alemana (Schroeder), los profetas de la Tercera
Vía de Lord Palmerston (Blair y Giddens) y los camaleones verdes (Fischer),
han formado el arco iris de la nueva superpotencia imperial. Ese proceso se
potencia con la introducción práctica del Euro: crecerán
juntos el Euro, la identidad y el imperialismo europeo.
9. En el Tercer Orden Mundial, las armas de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN) sustituyen, de hecho, al derecho internacional
de las Naciones Unidas, tal como la fuerza de las armas reemplazó a las
instituciones de la Liga de las Naciones en los años treinta, durante
el Primer Orden Mundial.
10. China y Japón se quedan peligrosamente fuera de los bloques en esta
tercera gran escenografía secular del capitalismo atlántico, al
igual que la humanidad y sus intereses de democratización. Es de suponer,
sin embargo, que Japón entrará relativamente pronto como aliado
subordinado en una alianza estratégica con la burguesía atlántica,
antes que generar su propio bloque regional en Asia. Sobre este afianzamiento
del poder de Occidente, la elite atlántica ejecutará su política
de "contención" para convertir a China en neocolonia. Y al integrar a
Rusia en la Unión Europea y la OTAN se quitará los dos únicos
rivales serios encima que tiene en el planeta.
11. La conquista de los cuatro espacios regionales por parte de Washington consolidará
su posición de líder mundial y dará sólidos fundamentos
al sueño imperial de extender el "siglo estadounidense" otro saeculum
más. El abandono de los acuerdos limitantes de armamento estratégico
(SALT I y II) y la creación de un escudo antibalístico es el regreso
a la doctrina militar de los años cincuenta, centrada en la noción
de que es posible dominar militarmente a la sociedad global mediante la capacidad
de una guerra nuclear preventiva.
12. El contenido político-económico del TOM consiste en la conversión
de la aldea global en una Maquiladora Global Militarizada (MGM) o, para decirlo
en términos latinoamericanos, en un Obraje Global Militarizado. Los antecedentes
modernos de esa política de megaproyectos capitalistas que conforman
el TOM, fueron desarrollados por los planificadores estratégicos de los
nazis en la llamada Grossraum-Ordnungspolitik de Adolf Hitler, que constituyó
la base de su política anexionista en Europa y desató la Segunda
Guerra Mundial.
Si el afán de la burguesía atlántica de perpetuar el sistema
mundial de explotación, dominación y enajenación, establecido
a partir de la invasión europea del 12 de octubre de 1492 al hemisferio
occidental, es preocupante, no lo es menos la metodología que ha venido
desarrollando en los últimos diez años, durante la fase de transición
del segundo Orden Mundial a este nuevo, el tercero. La enorme facilidad con
que Occidente ha obtenido sus sucesivos triunfos militares en Panamá,
Irak, Kosovo y Afganistán ha restablecido el modus operandi de
su fase de imperialismo clásico del siglo XIX: el binomio de ultimátum
político, ataque militar, como instrumento fundamental de su política
exterior. Desaparecida la Unión Soviética, cuya presencia impedía
el uso de este instrumento tradicional contra los países socialistas
y algunas naciones del Tercer Mundo, hoy día la humanidad entera vuelve
a ser rehén de la lógica binaria imperial formulada por Bush II
dentro de los moldes clásicos de la ideología del nacionalsocialismo
alemán, conceptualizada por su más importante doctrinario, Carl
Schmitt en los años treinta.
Antes de los atentados del 11 de septiembre, la situación política
en la aldea global se caracterizaba por un ascenso de las luchas populares contra
el régimen neoliberal. Las fuerzas democratizadoras globales (Seattle,
Davos, Génova) y nacionales habían conquistado la iniciativa frente
a la burguesía atlántica, tanto en el terreno político
como ideológico. Sin embargo, esta correlación de fuerzas cambió
a raíz de los atentados: la elite atlántica, que desde hace quinientos
años determina dictatorialmente los destinos de la humanidad, logró
recuperar transitoriamente la ofensiva.
Las implicaciones para la Patria Grande que se derivan del nuevo Orden Mundial,
de la metodología binaria de ultimátum político-ataque
militar, y de la pérdida transitoria de la iniciativa, agravada por la
quiebra económica de la mayoría de los países del hemisferio,
son obvias: los espacios para experimentos de desarrollo y democracia nacional
se estrechan violentamente, porque el imperio exige el cumplimiento exacto de
sus reglas de juego, bajo amenaza de neutralizar por la fuerza a todo sujeto
disidente.
Ante este panorama es fundamental que las fuerzas democratizadoras definan adecuadamente
la correlación de poder que debe orientar su praxis política.
Un análisis realista de esta correlación no deja dudas: a nivel
mundial los sectores democráticos están coyunturalmente a la defensiva
y su tarea consiste en parar los avances del proyecto Bush-Blair. Para América
Latina esto significa: a) concentrar todas las fuerzas en la defensa de la soberanía
e integración autónoma, imposibilitando la concreción del
ALCA; b) impedir el triunfo del Plan Colombia; c) evitar la destrucción
del proceso bolivariano en Venezuela; d) aprovechar todos los foros sociales,
políticos y culturales del año 2002, para estabilizar el frente
de las fuerzas latinoamericanistas y, e) avanzar el Nuevo Proyecto Histórico
de las mayorías. Sin embargo, es necesario ser realista y aceptar la
posibilidad de que algunos de esos objetivos no se logren a corto plazo y que
la lucha por la democracia y justicia social tendrá que seguir en otros
escenarios, diferentes al actual.
La perspectiva de los años venideros es de lucha. Incapaz de resolver
los grandes problemas de la humanidad, el capitalismo en su fase actual ya sólo
agudiza el hambre, la miseria, la guerra y la represión. Las mayorías
y sujetos democratizadores están obligados, por lo tanto, a decidir qué
estrategia van a adoptar ante la nueva agresividad y las renacientes tendencias
fascistoides de la elite global. Si esta estrategia será de índole
defensiva, es decir, de las más amplias alianzas democráticas
posibles, para defender al Estado de derecho o si se inclina hacia una estrategia
ofensiva, haciendo avanzar el socialismo del siglo XXI o, acaso una combinación
de las dos, es de trascendental importancia para el futuro del sistema global
y de la humanidad. En cada una de las estrategias que los pueblos escojan, sin
embargo, la esencia de su praxis debe ser el Nuevo Proyecto Histórico;
porque sólo la lucha por la democracia participativa, la economía
de equivalencias y la justicia social pueden coordinar y guiar la infinidad
de esfuerzos individuales hacia el triunfo final.