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Latinoamérica

19 de junio del 2002
Paradoja de la historia

La revolución de los pobres para salvar a los ricos
Américo Díaz Núñez
Rebelión

Quienes venimos de la vieja teoría marxista (no por vieja dejó de tener vigencia), nos asombramos a veces del masivo apoyo cristiano y creyente en general a los planteamientos y retos revolucionarios del presente en Venezuela, donde se desarrolla un drama paradójico, desde mi punto de vista, pues se impulsa una revolución de los pobres y los justos para salvar a los ricos y a los desalmados de la estereotipada "justicia revolucionaria" de expropiaciones y paredones.
Sin una sola expropiación ni un ajusticiado por sus desmanes, la Revolución Bolivariana se presenta como un caso único en la historia universal, además de encarnar la paradoja insólita de estar no sólo impirada sino ajustada a la letra de la Constitución Nacional, la única legitimada por el pueblo venezolano.
Limpia lucha democrática A partir de 1998, surgió el liderazgo revolucionario de Hugo Chávez, un caso también inédito (al menos en Venezuela) de arrollador éxito electoral que mantiene, cuatro años después, un altísimo apoyo popular que obliga a sus adversarios a buscar el atajo del golpe de estado, fracasado el 11 de abril de 2002, a pesar del descarado apoyo político, logístico y diplomático de Estados Unidos, gobierno derrotado también en su propia engendro neocolonial: la OEA, recientemente.
La limpia lucha democrática, con seis contiendas comiciales ganadas sin mayores recursos financieros ni apoyo de los poderosos ­vieja práctica político-mercantil de la llamada democracia representativa--, ha generado un marco ético y moral que la oposición recalcitrante no ha podido enlodar, como ha sido su intención desde 1998. Los medios de comunicación masiva asumieron el papel de los viejos partidos desplazados y vienen bombardeando de manera inclemente pero torpe un proceso que más conviene a los ricos que lo que hasta ahora ha dado a los pobres.
¿Por qué conviene a los ricos? Por una cuenta muy simple: 80 por ciento de pobreza en cualquier país del mundo es una amenaza potencial no hipotética (remember Caracazo, 1989), sino muy real y catastrófica si llegara a estallar ese volcán en lenta ebullición que podría barrer en instantes con todo a su paso.
Además, ni la Constitución Bolivariana ni el gobierno de Chávez prometen a los pobres mejoras sobre la base de las posesiones de los ricos, sino apoyados en un claro concepto de justicia social que debe eliminar privilegios de clase para que la distribución de la riqueza nacional sea más equitativa. Eso no significa en absoluto expropiaciones ni mucho menos confiscación de la libertad de empresa o de iniciativa económica en su más amplia visión capitalista.
Más democrática que todas las experiencias pseudodemocráticas del pasado reciente, con garantías de participación cotidiana, incluso hasta para burlarse socarronamente (como lo hacen los medios todos los días) de una revolución que no persigue a nadie ni tiene cárceles para las ideas, por más descabelladas que sean, porque por primera vez la justicia está separada de la voluntad del Poder Ejecutivo o de los autoritarismos que nos golpearon tanto en el pasado, que algunos en la oposición añoran y como lo vivimos por 48 horas el 11 y 12 de abril pasado.
La justicia social sin burlas La literatura satanizada de cierta oposición primitiva (para no decirle embrutecida por el odio) se burla de todos los postulados humanitarios y justicieros del proceso que apoyan los pobres como su última esperanza de redención social y que respaldan otros cientos de miles de personas solidarias con tal propuesta política, salvadora de los más pudientes de un nuevo estallido devastador como el de 1989.
No hay que retroceder tanto para mostrar las huellas del desajuste subterráneo de clases que sólo podrá ser amortiguado con cambios a favor de los más pobres. Al día siguiente del golpe de estado siniestro del 11 de abril, los saqueos en Catía y otros sitios de Caracas fueron un pálido reflejo de lo que podría ocurrir si los privilegiados y corruptos recuperan el poder por la fuerza o con las mañas del soborno parlamentario, para desbaratar las conquistas legales y sociales que ofrece a los menos favorecidos la Constitución Bolivariana, el texto doctrinario de esta revolución salvadora, por cierto, de los más afortunados en el reparto de las riquezas materiales y por la acumulación capitalista.
Es salvadora de éstos porque plantea un equilibrio pacífico entre una mayoría (80 por ciento de la población) sin nada o con poco, y una minoría pírrica que hace bulto con la llamada clase media, pero que no llega ni al 20 por ciento del total social.
El equilibrio se busca mediante un mejor reparto de los ingresos del estado, que beneficie por primera vez en la historia más a los pobres que a los ricos, que se hicieron millonarios a la sombra de privilegios que deben ser diminuidos o eliminados en lo que a tal reparto se refiere.
La negativa opositora a admitir que los cambios democráticos en la sociedad son la única salida pacífica de una crisis estructural de esa sociedad tremendamente desigual, conduce a una permanente confrontación política con el gobierno de Chávez, poniéndole ingredientes de intolerancia, terquedad, hipocresía y desfachatez a sus demandas de desconocer la Constitución, el estado de derecho y la legitimidad de Chávez para gobernar en paz.
Si el precio de una guerra civil no fuera tan alto, provocaría dejar a los conspiradores probar la reacción de un pueblo enfurecido con una minoría que no soportaría los embates de una verdadera confrontación violenta por todos sus flancos, de la cual sería menos que imposible escapar sin graves consecuencias.
La vía pacífica Las recientes provocaciones de los conspiradores, sus amenazas contra los círculos bolivarianos, su dramatización mediática de una guerra a muerte al estilo paramilitar, la parafernalia de una clasista "sociedad civil" engarzada con los viejos partidos antes vituperados por ella, toda esa ensalada de fascismo con ultra- izquierda paranoica, son obstáculos deliberadamente colocados para obstruir la vía pacífica de este proceso de cambios pacíficos.
Lucen como un "peine" para que los bolivarianos caigan en la trampa armada mucho más arriba por los golpistas mayores, los del Norte que en la época de Martí era "revuelto y salvaje", y a los que Simón Bolívar señaló como signados por la Providencia para plagar a la América de miseria en nombre de la libertad.
La libertad plena es hoy excusa para hacer terrorismo electrónico desde Miami y Nueva York contra la democracia venezolana, llamando a prepararnos para una guerra donde los muertos y heridos los pondríamos nosotros, mientras los promotores de la contienda solamente ponen los dólares para apoderarse de nuestro petróleo, porque bien tontos seríamos si no sabemos qué es lo que buscan con su juego sucio de mover sus marionetas a distancia.
Ninguna revolución en el mundo se ha hecho sin violencia, generalmente provocada por sus enemigos, porque hasta la independencia de la India, lograda mediante la resistencia pacífica, costó miles de vidas y grandes calamidades al pueblo hindú.
Pero la violencia jamás debe ser endiosada ni bendecida como la gran hacedora de la historia ("partera de la historia" la llamó Marx), por que el precio de su beso es demasiado sangriento y desolador como para buscarlo deliberadamente.
Los cambios en Venezuela son necesarios e ineludibles para cualquier gobierno que respete la democracia y la libertad. Si los conspiradores de hoy creen que pueden gobernar por el terror, deben recordar la aterradora cifra de la desigualdad social. Ya no se trata de controlar por la fuerza a un pequeño partido comunista y a sus aliados, sino al 80 por ciento de la población que quiere cambios favorables y no migajas en épocas electorales o con ocasión del golpe anunciado, esta vez con "previsiones" como esta que anuncian los conspiradores civiles: "mejorar una transición que tenga como palabra clave la inclusión de los estratos de menores ingresos, de todos los sectores y fuerzas políticas, incluyendo el chavismo".
Maquiavélicos los angelitos del nuevo golpismo maquillado para que Estados Unidos lo apoye como "constitucional".
De la torta que pusieron el 11, algo han aprendido. Lamentablemente, los maquillajes no taparán la tronera social que los tiene en la mira.