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Latinoamérica

22 de julio del 2002

Colombia: Más de lo mismo

MOIR
Las campa
ñas presidenciales del presente año tuvieron características similares a las realizadas a lo largo de la década anterior; muchos personajes jugaron un papel repetitivo y los temas fueron los mismos, sobre todo en la cuestión económica, pues el neoliberalismo se ha impuesto con el la ruina de la producción y una pobreza sin precedentes. El panorama de la política oficial colombiana ha sido tan nefasto como monótono desde que en 1990 César Gaviria subió al gobierno sobre los hombros de Galán; su obra consistió en colocar los cimientos de la apertura económica. Serpa fue su comisionado de Paz, Noemí su canciller y Álvaro Uribe Vélez se apersonó desde el Congreso de la privatización de la salud y de la reforma laboral que tantos perjuicios han causado al pueblo. Al finalizar su mandato, Gaviria fue premiado por Estados Unidos escogiéndolo secretario general de la OEA. Transcurrieron los años y recientemente, en medio de la crisis general del continente, Gaviria tuvo el desparpajo de considerarse opuesto al neoliberalismo y seguidor de las teorías socialdemócratas. Hace menos de seis meses Serpa señaló, refiriéndose a Gaviria: "el ex jefe de Estado si que está haciendo real falta en el país. (...) A él lo requiere la nación para que la oriente, el pueblo para que lo ayude en su anhelo de paz y justicia social, y su Partido Liberal para que participe activamente en la lucha que libra para poner en ejecución el compromiso social que exigen los colombianos".
La campaña electoral de 1990 se hizo prácticamente en recinto cerrado y el cuatrienio gavirista estuvo enmarcado por el auge del narcoterrorismo en medio de un sainete que incluyó vastas fumigaciones de los cultivos ilícitos (como todos los años y sin que disminuyera el área sembrada), los acuerdos con Pablo Escobar y su fuga, los diálogos con la guerrilla y la toma de Casa Verde. Hasta mayo de 1990, la violencia había generado 1.548 muertos y 416 secuestrados. Gaviria venía ser tanto ministro de Hacienda como de Gobierno de Barco, el presidente más pro yanqui desde Olaya Herrera, según se comentaba en esos tiempos. Navarro –recién reinsertado– obtuvo 800 mil votos que le permitieron instalarse en el Ministerio de Salud durante todo un cuatrienio en el cual se sentaron las bases de la actual catástrofe de la salud. Samper, que defendió tercamente al gobierno autista de Barco, pasó a convertirse en ministro de Desarrollo de Gaviria "para mostrarle a los empresarios que no era peligroso" y propuso una apertura gradual, pero finalmente se acomodó a la vía rápida y posteriormente, durante todo su mandato presidencial, mantuvo pisado el acelerador neoliberal María Emma Mejía, quien habría de ser candidata a la vicepresidencia de Serpa, fue importante asesora de Gaviria. Según The Economist, durante 1990 en Colombia se presentó un robo al erario de 100 mil millones de pesos, lo que llevó a que el país figurara entre los cinco más corruptos del mundo.
Gaviria hizo numerosas promesas sociales y su plan de desarrollo privilegiaba de palabra la inversión social y el desarrollo tecnológico; su tema reiterado fue "concentrar el gasto público donde su efecto sobre el crecimiento y la equidad sea mayor" y propuso sacar de la pobreza a tres millones de colombianos. Juan Manuel Santos fue su ministro de Comercio Exterior y lideró una parte fundamental de la apertura, lo cual le dio méritos para convertirse en ministro de Hacienda de Pastrana y el año pasado Serpa le ofreció la jefatura del partido liberal. A mediados del gobierno de Gaviria, Samper se retiró del ministerio de Desarrollo para dedicarse a preparar su candidatura, pero permaneció en el gobierno, manteniendo su cuota burocrática y refugiándose en la estratégica embajada en España. Al final del gobierno gavirista insistió en que se excluyera de la burocracia gubernamental a Andrés Pastrana, quien tenía una cuota ministerial, pero Gaviria no aceptó. Luis Alberto Moreno, actual embajador en Washington y a quien Uribe Vélez prometió ratificar en caso de resultar elegido, fue ministro de Desarrollo de Gaviria. El gobierno de la Revolución Pacífica, que había anunciado un "gran revolcón social que haría de Colombia una sociedad más justa y equitativa", terminó arruinando al país e involucrado en gigantescos episodios de corrupción, como los negociados de sus hermanos en construcción de vivienda y las becas de Colfuturo gestionadas por la Primera Dama al final del mandato.
La siguiente campaña electoral, la de 1994, tuvo ingredientes parecidos. Mientras Pastrana afirmaba rotundamente: "no soy neoliberal" y prometía que su programa haría énfasis en lo social, Samper insistía en este mismo tema y, luego de declararse admirador de Clinton, preconizaba la política del "Salto Social" y una "apertura con corazón". Si bien declaraba que "una política social es ante todo una política de empleo", durante su administración el desempleo se disparó hasta niveles nunca vistos. Serpa pasó de actor clave del diseño de la Constitución de 1991, la cual hoy todo el mundo quiere reformar, a ministro de Gobierno. Durante el gobierno de Samper se iniciaron gigantescas concesiones con el sector privado para la construcción de carreteras, continuó la privatización del sector eléctrico, se cocinaron los joint ventures de Telecom que tienen a la nación a punto de perder centenares de millones de dólares, se ratificó el ingreso de Colombia a la OMC, el país se endeudó vertiginosamente y los municipios también, hasta el punto que la deuda de estos últimos con el sistema financiero alcanzó en el año 2000 más de 4,7 billones de pesos. Este enorme déficit fue uno de los motivos que se adujo después para aprobar la Ley 617 de racionalización de las finanzas regionales, así como el Acto Legislativo 1 y la Ley 715 de 2001 que reformaron el sistema de transferencias con el fin de disminuir los ingresos de las regiones y cuya aprobación parlamentaria le pareció a Serpa "responsable y acertada". Samper, como Pastrana posteriormente, intentó infructuosamente amarrar el movimiento sindical a un Pacto Social de Productividad, Precios y Salarios. El embajador norteamericano, "el vampiro" Frechette, intervino todos los días en los asuntos internos del país, conducta que sustentaba aseverando que "ya se acabó eso de que cada Estado es soberano". También en aquella época se ventiló el asunto de la independencia del Banco de la República con quejas similares a las que el actual jefe de Planeación expone sobre el mismo asunto. El país, como resultado de la apertura, entró en una recesión de la cual todavía no sale y las finanzas estatales continuaron en crisis, el gasto público siguió aumentando por encima de los ingresos, pero no para generar empleo como se había prometido.
A lo largo de la década pasada se mantuvo la obsesión –hoy persistente– por controlar la inflación, aún a costa de paralizar la economía. Serpa, quien se acomoda tan bien a la paz como a la guerra, sin dar pie con bola en ninguna, propuso a comienzos de 1996 negociar con las Autodefensas, adaptándose al clima de la opinión pública. Pastrana entregó los narcocasetes y después se fue del país para durante los años siguientes no opinar sobre los grandes asuntos de Colombia, costumbre que ha mantenido a lo largo de su gobierno. Durante todo el cuatrienio de Samper, Clinton correspondió a la admiración del presidente colombiano tratándolo como un paria e intentando tumbarlo del gobierno. Para "neutralizar" a los gringos, Samper continuó la apertura económica y a la postre logró mantenerse en el poder, entre otras cosas por el apoyo que le brindaron los principales grupos económicos encabezados por Santodomingo. Mientras tanto, en la Gobernación de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez tomaba medidas tendientes a privatizar la educación, incidía en el otorgamiento de concesiones para la construcción de carreteras, privatizaba la distribución de la Empresa de Licores de Antioquia –la más grande del país en su género– y desmontaba la Empresa de Obras Públicas Departamentales para entregar la reparación de vías al sector privado, arrojando más de 5.000 trabajadores a la calle. Mientras duró el gobierno de Pastrana, Uribe se mantuvo casi siempre por fuera del país, apoyó a Serpa en las elecciones de 1998 y no dejó duda sobre su identidad con la apertura y la globalización. Sus recientes esfuerzos por mejorar las relaciones con Washington, deterioradas por su presunta relación con los paramilitares, han sido intensos y un indicio de ello es la adhesión a su candidatura de Roso José Serrano, policía consentido del gobierno estadounidense.
En el curso de estos últimos tres gobiernos, el país fue escenario de una contienda entre los nuevos políticos tecnócratas y la vieja clase política, cuya corrupción y clientelismo sirvió de pretexto para la reforma constitucional de 1991. Hoy nuevamente los parlamentarios sirven de chivos expiatorios por las falencias del régimen y se les acusa de corrupción a gran escala con fondos manejados por el Congreso y el Ejecutivo. Ya en la década pasada se había vivido el cuestionamiento permanente de los políticos tradicionales y de las mismas instituciones representativas. El Congreso elegido en 1990 fue revocado durante la administración Gaviria, en tanto que en el mandato de Samper numerosos parlamentarios fueron encarcelados y perseguidos por sus nexos con el cartel de Cali. En el presente gobierno se ha culpado a los congresistas de los cupos indicativos, el fraude electoral y los negociados con el presupuesto del órgano legislativo, a pesar de que –salvo contadísimas y honrosas excepciones– el Parlamento, de mayoría liberal y serpista, aprobó toda la legislación propuesta por el gobierno. Una parte de sus integrantes está o estuvo en la cárcel. mientras otros desaparecieron de la escena política nacional. La mayoría se acomodó e incluso sacó ventajas de la aprobación de las leyes aperturistas o de los negocios que se crearon con ellas. Los privatizadores, los "modernizadores", conforman una gama de moralizadores que sospechosamente han desplegado este cuestionamiento al sistema político y a sus protagonistas; son personajes como Hommes, Perry, "Chiqui" Valenzuela, Mauricio Cárdenas, Luis Fernando Alarcón, quienes han ido saltando a las instituciones mundiales de crédito o a altos puestos en los monopolios nacionales e internacionales. Varios de ellos están incursos en procesos por negociados con el erario público en sumas bastante más cuantiosas que las imputadas a los congresistas. Aquí, paradójicamente, se habla de las incompatibilidades de los parlamentarios pero no de las de los funcionarios públicos para ingresar a la grandes empresas privadas, nacionales o extranjeras. Y nuevamente –como en los últimos tres gobiernos– el Ejecutivo, sus amigos o parientes han sido protagonistas de sonados casos de corrupción como Dragacol, Chambacú, el Banco del Pacífico y Termo Río. A través de Planeación Nacional y de entidades como Findeter, Caminos Vecinales, el DRI y Coldeportes, el Ejecutivo se dedicó a sobornar a numerosos parlamentarios, destinando a estas entidades miles de millones de pesos con los cuales se compró la aprobación del Congreso a las principales iniciativas gubernamentales, como ocurre religiosamente cada año para aprobar la Ley de Presupuesto. Existen parlamentarios que "pecan por la paga", mientras que los miembros del Ejecutivo "pagan por pecar". El país clama horrorizado contra los Name, pero contra los Juan Hernández se mantiene un ominoso silencio. Este enlodamiento de los políticos, e incluso de la política, ha sido el pretexto para hablar nuevamente –en lo que Uribe Vélez ha sido especialmente insistente– de reformas caracterizadas por su peligroso recorte democrático y, en particular, por menoscabar la representación de las minorías políticas.
Los últimos tres gobiernos han manejado la misma política de comercio exterior, con iguales resultados (aumento de las importaciones por encima de las exportaciones y éstas completamente dependientes de los precios declinantes de productos básicos como café, petróleo, flores y banano), mientras el mercado interno se entregó a los productores extranjeros, lo cual Serpa avaló tajantemente al afirmar: "Es correcta la política de comercio exterior". Mientras tanto, Uribe no sólo elogia sin cesar el Plan Estratégico de Exportaciones de Pastrana sino que porfía en continuarlo.
El gobierno de Samper fue aislado y chantajeado por Estados Unidos, al paso que el de Pastrana restableció las buenas relaciones con Washington, asegurando así fondos para su Plan Colombia. Esta cordialidad llegó hasta el extremo que Serpa, el candidato de la "oposición patriótica", elogió la política exterior pastranista, viajó con frecuencia a Washington y allí fue donde finalmente logró comprender las "bondades" del Plan Colombia porque, según afirmó, ellos lo explican mejor que en Colombia. Después de uno de esos viajes reiteró: "Esperamos la asesoría y la colaboración de los organismos multilaterales".
D'Artagnan, serpista clase A, afirmó recientemente: "Se puso Horacio a apoyar a Pastrana, su eterno rival político, no sólo en el desgaste de a su postre estéril proceso de paz, que no ha conducido sino a la guerra y el terrorismo, sino peor, a respaldarlo así mismo mediante la bancada liberal en el Congreso en todos aquellos proyectos que para el gobierno tenían, como es obvio, un alto costo político". Esta convivencia ya había sido anotada por Navarro Wolf al expresar en mayo de 2001 que "en el frente político no he visto a nadie tan serpista como Pastrana ni tan pastranista como Serpa".
La campaña presidencial nuevamente mostró el rosario de promesas. Uribe Vélez se declaró socialdemócrata y contrario al neoliberalismo, aunque de hecho se convirtió en el candidato predilecto de la oligarquía, especialmente de aquella que adula sin medida la apertura económica. Serpa afirmó la continuidad de la política económica y declaró: "Yo prefiero no tener compromisos con el Fondo, porque el país pierde autonomía en la cosa económica. Sin embargo, sé que estar o no con el Fondo no depende de una decisión política, sino que se toma con base en una situación económica. Aspiro a que el presente Gobierno deje las cosas al derecho para que no haya necesidad de hacer un nuevo programa con el Fondo. (...) La apertura es una realidad económica. Primero, el modelo que traíamos ya estaba agotado. Segundo, el país ya había dejado de crecer. Tercero, el pueblo estaba pidiendo productos de mejor calidad. Y cuarto, el país estaba viviendo una especie de apertura con los sanandresitos. Pienso que era importante hacer la apertura. Mis discrepancias con el tema, es que se hubiese podido hacer sin meterse de una vez en todos los sectores: el campo, las confecciones, etc. Se ha podido hacer de manera gradual". Serpa ciertamente representa en buena medida a la llamada clase política que ha sido satanizada, vilipendiada, cooptada y encarcelada, pero no planteó una lucha siquiera a medias contra el modelo económico neoliberal ni contra la política norteamericana de recolonización; sólo les hizo una crítica claudicante, contemporizó con la apertura y se acomodó a la dominación estadounidense. Por su parte Uribe, a la cabeza de una nueva generación de políticos –mesiánicos e iluminados– quienes quieren que la apertura funcione sobre rieles, continuará sin resquicios la política de sumisión ante Washington practicada por Pastrana.
Álvaro Uribe Vélez –ganador de las elecciones presidenciales en la primera vuelta, lo que lo envanlentonará aún más a aplicar a rajatabla su política– continuará trasegando la senda trazada en la anterior década, insistirá en las "reformas institucionales" recomendadas por Estados Unidos y las entidades multilaterales de crédito así en su discurso del 26 de mayo demagógicamente llamará a las últimas a reformular sus pócimas, profundizará la apertura que en sus ejecutorias aplicó y en sus propuestas electorales tanto recabó y –fiel a su estirpe autoritaria– intentará aplacar el descontento popular con su autoproclamada "mano firme" o con vanas reformas.
Los sectores más esclarecidos del pueblo deben desechar las trampas que les tienda la nueva administración uribista y tomar conciencia de que mientras no se varíe drásticamente el rumbo del país, nos espera más de lo mismo.
Editorial de la Revista Deslinde Nº 31 de Junio-Agosto de 2002