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9 de julio del 2002
América Latina después del 11 de septiembre
El macartismo planetario
Carlos Antonio Aguirre Rojas
Masiosare
Desde hace tres décadas, sostiene el autor, Estados Unidos ha entrado
en un proceso de decadencia económica, política y social. La única
supremacía aún incontestada que le queda es la militar. Puesto
que el vecino país del norte está perdiendo la guerra económica
frente a Europa y Japón, ha decidido afianzar su control económico
sobre América Latina, concebida ahora como su espacio de dominación
en términos de expansión de sus mercados, de inversión
de sus capitales y de suministro seguro de materias primas para su economía.
En este contexto, Estados Unidos ha acelerado el paso al proyecto del Area de
Libre Comercio de las Américas y ha inyectado más recursos al
Plan Colombia
A VARIOS MESES del trágico suceso del pasado 11 de septiembre,
resulta claro que uno de sus efectos principales ha sido el de provocar un cambio
profundo en cuanto al diseño global que Estados Unidos intenta imprimirle
al sistema del equilibrio general de la geopolítica mundial. Pues con
su impacto profundo, ese 11 de septiembre ha generado la acentuación
de la alternativa militarista y macartista que, desde hace varios lustros, venía
siendo impulsada con distinto éxito por ciertos grupos económicos
estadunidenses ligados a los intereses de su propio complejo industrial–militar.
Desde hace tres décadas, Estados Unidos ha entrado en la fase de decadencia
de su rol como potencia hegemónica del capitalismo mundial, siendo cada
vez más superada en la guerra económica por Japón y Europa
Occidental. Y en estas circunstancias de repliegue económico, la única
supremacía aún incontestada que le queda a Estados Unidos es su
liderazgo como primera potencia militar del planeta, lo que explica que algunos
sectores conservadores de sus clases dominantes hayan tratado de compensar este
irrefrenable proceso de decadencia económica, política y social,
con la ostentación amenazante de este liderazgo militar en todo el mundo.
Pero dado que ese complejo industrial militar no es toda la economía
de Estados Unidos, su éxito ha sido muy diverso, imponiéndose
en los gobiernos de Reagan, Bush padre y Bush hijo, para replegarse bajo los
gobiernos de Carter o de Clinton, por ejemplo. El 11 de septiembre ha venido
a otorgarle a dicha opción guerrerista un efímero contexto particularmente
propicio para su despliegue. Asistimos a una clara contraofensiva macartista
planetaria, encaminada a reconstruir todo el equilibrio de fuerzas de la geopolítica
mundial en beneficio de ese complejo industrial militar norteamericano.
Proyecto macartista global que explica tanto la injusta masacre de las poblaciones
afganas o la intensificación terrible del conflicto árabe–israelí,
como la posible intervención militar en Irak o el hostigamiento a los
países del supuesto "eje del mal". Pero también los fenómenos
recientes en Latinoamérica, desde la dura crisis de la economía
argentina o las agresiones injustas de Estados Unidos y México contra
Cuba, hasta el golpe de Estado en Venezuela, el fin de las pláticas de
paz en Colombia o la parálisis consciente del gobierno mexicano frente
a Chiapas.
Contraofensiva macartista que se despliega de manera desigual a lo largo y ancho
del mundo. Porque en el Lejano Oriente, Estados Unidos no puede intervenir demasiado,
ya que esta zona está hoy controlada por Japón, uno de sus rivales
económicos. Entonces, a pesar del temor que le inspira el papel cada
vez mayor de China, Estados Unidos se limita aquí a amenazar a futuro,
hostilizando a Corea del Norte y apoyando de modo incondicional a Taiwán.
Tampoco parece factible una intervención más activa en Europa
o Rusia, luego de la abierta intervención en Kosovo, y en virtud de que
Europa es el segundo gran rival económico de Estados Unidos, mientras
que Rusia aún posee el segundo mayor arsenal militar. Ahí, la
presencia norteamericana, sólo abarca las presiones constantes por revitalizar
a la OTAN –es decir, mantener el dominio sobre los ejércitos de Europa
Occidental–, y el apoyo incondicional de Inglaterra.
Africa tampoco parece interesarle mucho a Estados Unidos, dada su enorme pobreza,
y el hecho de que décadas de guerras parecen haberla dejado prácticamente
exhausta.
Frente a estas vastas zonas de intervención acotada Estados Unidos ha
decidido concentrar hoy esos esfuerzos macartistas en dos zonas de intervención
activa y permanente: en primer lugar la zona del Cercano y Medio Oriente, y
en segunda instancia en América Latina. La primera zona constituye un
espacio vital para la declinante economía norteamericana en razón
de su enorme riqueza petrolera. Lo que explica que Estados Unidos haya masacrado
a Afganistán, azuzado y apoyado a Israel contra Palestina, atizado el
conflicto entre Pakistán e India y amenazado con una nueva intervención
en Irak.
Rompiendo los frágiles equilibrios que existían antes ahí,
Estados Unidos ha configurado al Medio y Cercano Oriente como su primera zona
de intervención activa, creando a mediano plazo una bomba de tiempo de
enormes proporciones, cuya magnitud se manifiesta ya de un modo terrible en
los recientes sucesos del conflicto árabe–israelí.
América Latina en la geopolítica actual
La segunda zona de intervención inmediata y activa de Estados Unidos
es América Latina. Aquí, después del 11 de septiembre,
se ha comenzado a desplegar una ofensiva para rearticular la subordinación
de América Latina; lo que explica que Estados Unidos ha acelerado su
impulso al proyecto del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA),
que debe crear el nuevo mecanismo económico para la regulación
y control, por parte de Estados Unidos, de América Latina.
Puesto que Estados Unidos está perdiendo la guerra económica frente
a Europa y Japón, ha decidido afianzar su control económico sobre
América Latina, concebida ahora como su espacio de dominación
incontestada en términos de expansión de sus mercados, de inversión
de sus capitales, y de suministro seguro de materias primas para su economía.
El ALCA representa la creación de ese espacio en donde habrán
de venderse, en gran escala y en todos los mercados latinoamericanos, la creciente
masa de mercancías que ya no encuentra salida, ni en el mercado interno
norteamericano, ni en sus antiguos mercados europeos y asiáticos, dominados
hoy por sus grandes rivales. Lo que, sin embargo, ignora el hecho de que las
posibilidades de absorción de esas mercancías dentro de estos
mercados latinoamericanos están limitadas por la pobreza y polarización
crecientes de nuestras economías, y por la estrechez relativa y la fragilidad
permanente de nuestros mercados internos.
Lo mismo sucede con el flujo de capital excedente norteamericano, que al verse
desplazado por el capital japonés o europeo de sus anteriores destinos
en Asia, Rusia y Europa, comienza a dirigirse de nuevo hacia América
Latina, en donde exige ciertas condiciones de seguridad, rentabilidad y ausencia
de conflicto social, que son justamente parte de las regulaciones y acuerdos
del ALCA.
En tercer lugar, el ALCA pretende redefinir los términos de lo que deben
ser en el futuro las actividades económicas prioritarias de América
Latina, concebidas en función de los intereses norteamericanos. Pues
si Estados Unidos nos invade con sus capitales, para crear inmensos corredores
de industrias maquiladoras en toda América Latina, y si su industria
es la que alimenta masivamente a nuestros mercados de bienes intermedios y finales,
entonces es previsible una retracción de nuestras plantas industriales
en toda América Latina, junto a una promoción al primer plano,
de nuestras agroindustrias y ramas productoras de materias primas. Así,
nuestra tarea será la de seguir produciendo materias primas baratas para
la economía norteamericana, como lo hemos hecho durante 500 años
para los sucesivos centros hegemónicos del capitalismo mundial.
Por último, este ALCA también pretende regular los cada vez mayores
flujos de fuerza de trabajo latinoamericana que migran hacia Estados Unidos.
Se trata de imponer cantidades, tiempos, condiciones y modalidades a ese flujo
migratorio que hoy se da de manera creciente, para adecuarlo a las exigencias
del asimétrico y desigual mercado de trabajo norteamericano. Regulación
que dada la creciente polarización y pobreza de América Latina,
difícilmente podrá tener éxito.
Es sobre este telón de fondo económico de la imposición
unilateral del ALCA a América Latina, que se explican varios de los sucesos
recientes de nuestra historia latinoamericana.
La imposición en América Latina
A esta luz, la crisis argentina se revela también como el intento norteamericano
de sabotear las posibilidades futuras del MERCOMUN de América del Sur
–proyecto alternativo y opuesto al ALCA–, demostrando a la par el poder incrementado
y las nuevas funciones intervencionistas que le están siendo asignadas
al FMI y al Banco Mundial. Estos organismos financieros, junto con Estados Unidos,
han dejado avanzar y hasta promovido la actual quiebra de la economía
argentina, en una tendencia que asesta un golpe durísimo al MERCOMUN
de América del Sur y depura en cierta medida a esa economía de
la presencia de capitales europeos, preparando su sometimiento total a las expoliadoras
condiciones que el FMI quiera imponerle.
Porque el lugar que ahora abandonan los capitales españoles o canadienses
en Argentina, será mañana ocupado por los capitales de Estados
Unidos o por los préstamos del FMI. Al mismo tiempo, la dramática
situación de la economía argentina, que desde finales del 2001
se ha hecho evidente, es utilizada por Estados Unidos como demostración
del enorme poder que tendrá en el futuro el FMI, el que ahora se da el
lujo de regatear el otorgamiento de los 15 mil millones de dólares que
necesita con urgencia Argentina, para relanzar inicialmente su economía.
Y mientras a Argentina se le regatean hoy 15 mil millones de dólares,
dejándola hundirse e imponiéndole durísimas condiciones,
a México le fueron otorgados, hace pocos años, 50 mil millones
de dólares para paliar una crisis de la economía que habría
podido llevar a México a un escenario similar al que hoy vive Argentina.
¿Por qué se salvó a México y se deja caer a Argentina?
Porque México, a cambio de esos 50 mil millones de dólares ha
empeñado todo su petróleo a Estados Unidos, lo que Argentina no
puede hacer. Y México tiene una frontera de 3 mil kilómetros con
Estados Unidos, que se volvería inexistente frente a una crisis similar
a la argentina, desencadenando un flujo migratorio de México a Estados
Unidos de proporciones incalculables. También, porque esa crisis mexicana
se presentó antes del rediseño macartista, belicoso y prepotente
que hoy caracteriza al intervencionismo norteamericano en el mundo.
El FMI y Estados Unidos están usando a Argentina como ejemplo del riesgo
que corren los países latinoamericanos que no se sometan a sus dictados.
Y están también las presiones que Estados Unidos ejerce sobre
Brasil, país que se ha opuesto más abiertamente al ALCA, insistiendo
en negociar con más detalle y punto por punto sus distintos rubros, reglas
e implicaciones. Brasil es la economía más grande, importante
y avanzada de Latinoamérica y sería la más afectada por
la imposición unilateral del ALCA, que pondría en jaque a toda
su planta industrial, desmantelaría ramas económicas hoy rentables,
incrementaría masivamente el desempleo y amenazaría con acelerar
más la desigualdad económica.
La voluntad norteamericana de acentuar el dominio económico y geopolítico
sobre América Latina es también la que lo ha llevado a presionar
al gobierno colombiano para romper las pláticas de paz con la guerrilla,
amenazando con una futura intervención militar estadunidense. Inyectando
así más recursos al Plan Colombia, lo que Estados Unidos pretende
es aumentar su control y supervisión del hiperlucrativo negocio del narcotráfico
colombiano, a la par que reconquista el sur de Colombia, puerta de entrada al
Amazonas y zona de una riqueza biótica extraordinaria, codiciada por
las industrias farmacéuticas norteamericanas. Reimposición hegemónica
en Colombia, que se fortalece con el futuro gobierno del derechista Alvaro Uribe,
presidente recién electo.
Lógica de reordenamiento geopolítico de América Latina,
que subyace también al fallido reciente golpe de Estado en Venezuela.
Golpe que se explica como respuesta al suministro venezolano de petróleo
a Cuba y a los trabajos de cabildeo de Hugo Chávez entre los países
productores de petróleo del Tercer Mundo, encaminados a revalorar el
precio de ese petróleo en el mercado mundial. Pero también a sus
intentos mediadores en Colombia y a su retórica política, demasiado
"independiente" para los criterios de los grupos militaristas hoy dominantes
en la Casa Blanca.
Y a pesar del carácter contradictorio de ciertas posiciones de Chávez,
y de ciertos rasgos suyos muy autoritarios, no hay duda de que ha sido el importante
respaldo popular del que aún goza, el que ha revertido y anulado ese
golpe de Estado, montado con el beneplácito de Estados Unidos.
Este mismo intervencionismo norteamericano es el que lo ha llevado a lanzar
la reciente ofensiva múltiple contra Cuba, que abarca desde las acusaciones
de bioterrorismo hasta las ofensas abiertas del gobierno de México a
Fidel Castro, pasando por la demanda de "reformas internas" de Bush Jr. al gobierno
cubano, y por la extraña provocación que representa la ubicación
de presos talibanes en Guantánamo.
Y en todo este proyecto de reordenamiento geopolítico de América
Latina, México ha sido el aliado incondicional de Estados Unidos, impulsando
el Plan Puebla-Panamá, defendiendo enérgicamente el ALCA, y siendo
un simple agente sometido, encargado de llevar adelante el hostigamiento diplomático
en contra de Cuba.
Estados Unidos intenta, por enésima vez, aislar a Cuba dentro del concierto
internacional, tratando de deslegitimar a un gobierno y a un pueblo que, por
más de 40 años, han mantenido una posición de soberanía
radical y de abierta independencia frente a ese rediseño norteamericano
de la geopolítica mundial. Soberanía e independencia de las que,
en cambio, México ha abdicado vergonzosa y voluntariamente frente a Estados
Unidos, con las nuevas políticas de relaciones internacionales instauradas
a partir de diciembre del año 2000.
* Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM