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Latinoamérica

11 de julio del 2002

Chile: ¡cuerpo a tierra!

José Steinsleger
La Jornada
Por no fijarse en Chile, los europeos parecen estar perdiendo el paso de ganso de la modernidad. En días pasados, cuando la Corte Suprema del país andino se aprestaba al sobreseimiento del proceso contra Augusto Pinochet por el caso de la Caravana de la muerte (1973), un tribunal de Alemania condenaba a siete años de cárcel al ex oficial de los nazis Friedrich Engel por el asesinato de 59 presos políticos en el norte de Italia (1944).
Es verdad que, finalmente, los belgas no quisieron o no pudieron juzgar al genocida israelí Ariel Sharon por la matanza de Sabra y Chatila (1982). Pero la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) acaba de advertir que después del 11 de septiembre de 2001 la "obsesión terrorista" pone en riesgo la economía mundial y la Unión Europea ha reconocido que en su territorio se "siguen perpetrando actos de tortura y sus autores quedan impunes".
¡Qué anacronismo! Los europeos persisten en remover "las heridas y mitos del pasado" y se ensañan con un viejito de 93 años. ¿Por qué no siguieron el ejemplo de ética y piedad de la justicia chilena con aquel viejito de 87 años, jefe terrorista del auténtico, para América Latina, 11 de septiembre? La "transición" chilena de quien sabe que le ha dado a Europa una lección de cómo la división de poderes de la democracia liberal puede y debe cagarse en la memoria y el dolor de los pueblos. Y, como decía el cura Hurtado, "todos contentos, señor, contentos".
Durante 30 años Pinochet ha impuesto su voluntad en Chile. Si en los primeros 17 hizo que los chilenos viviesen de rodillas (aunque también los hubo que cayeron de pie gritando "viva Chile mierda"), la vaselina ideológica de los 13 años siguientes consiguió, existencialmente, que el país viviese cuerpo a tierra. Hoy ya no son las botas ensangrentadas las que se pasean por encima de los desaparecidos políticos, sino los finos calzados de la "concertación" los que pisotean y lucran con los desaparecidos sociales, junto con los siúticos fascistas de la Corte Suprema, los "dueños" de las ONG, los doctores de posgrado y esas fieras de la "democracia viable", que tantos análisis estupendos merecieron de sociólogos como Luis Maira.
No cabe duda de que en asuntos de sevicia y cinismo institucional, así como el de Patricio Aylwin y Eduardo Frei, el de Ricardo Lagos es un gobierno paradigmático. Oigamos a la ministra Soledad Alvear, ex de Justicia (¿?) y actual titular de Relaciones Exteriores: "...(Chile apoya) el combate al terrorismo impulsado por Estados Unidos. Pero éste debe llevarse a cabo con estricto respeto a los derechos humanos y sin descuidar el ámbito democrático".
¿Qué sentirá un intelectual como Luis Maira cuando por las noches, al recostar la cabeza en la almohada, medita sobre el fallo referido de la justicia de su país? ¿Seguirá creyendo que esta ignominia contribuye a la democracia, la transición y el respeto que merece su pueblo? Si plata y prestigio no le faltan... ¿no le dan ganas de renunciar sentando un precedente simbólico contra la impunidad del asesino de Salvador Allende, de cuya amistad el embajador se jactó días atrás en un acto de homenaje al natalicio del Chicho?
Sin embargo, la trayectoria de Maira es demostrativa de cómo la "izquierda" oficialista chilena entiende la política: de la democracia cristiana que quiso ser democrática a la izquierda que quiso ser cristiana porque la primera decidió ser golpista. Y del gobierno de la unidad que fue popular al socialismo que no fue tal porque llegó a tiempo para ser "pragmático".
No nos interesa comparar aquí el ladrillo con pelos que encierra la cabeza de la señora Alvear con el cerebro del señor embajador. Nos interesa subrayar que en los fugaces y felices momentos de una historia harto conocida, y que ya va para largo, la lucidez de su pensamiento crítico continúa vigente. Tampoco exigimos nada. Sólo se nos pasó por la mente el ejemplo del poeta Octavio Paz cuando renunció a la embajada de México en la India tras los hechos de 1968.
En Chile subyace una mentira de dimensiones tan gigantescas como las ganancias que allí celebra la plutocracia internacional. Porque todo, absolutamente todo, apunta a la desolación de aquel desgraciado país: pobreza y desempleo, drogadicción y desesperanza, racismo y apartheid social, apoliticismo y acriticidad académica, hipocresía y cinismo institucional, embrutecimiento mediático y tarjetas de crédito que mantienen crónicamente endeudadas a vastas capas de la población cumpliendo un papel más eficaz que el aparato de inteligencia más perfecto.
En 13 años de "democracia" Chile se ha convertido en un modelo universal de neoesclavitud neoliberal. Ahora sabemos que los gobiernos de la concertación nunca le tuvieron miedo a Pinochet. Que siempre pactaron con los grupos económicos y con los milicos. Que sólo pensaron en sí mismos. Que sólo cuidaron de sus bolsillos. Y que siempre aceptaron, sin chistar, que el tirano debía morir en paz en un país donde el "consenso" sería bienvenido y el sentido de justicia un chiste macabro.