|
1 de junio del 2002
João Amazonas, un revolucionario irrepetible
Miguel Urbano Rodrigues
resistir.info
La muerte de grandes figuras políticas suscita siempre comentarios
que expresan valoraciones diferentes, a veces antagónicas, del significado
de su intervención en la historia.
Eso ocurre no solamente entre los adversarios, sino también entre aquellos
que han admirado al desaparecido y se sitúan en el mismo cuadrante ideológico.
En esa categoría de hombres incluyo a João Amazonas, fallecido
el 27 de mayo .
La dificultad que enfrento al escribir sobre el revolucionario y el amigo no
la encuentro en su personalidad ni en su trayectoria de combatiente. De Amazonas
se puede decir que fue un comunista ejemplarmente coherente.
Es en mí que se localiza la dificultad.
El PC do B nació en 1962 de la crisis profunda que sacudió al
Partido Comunista Brasileño después del XX Congreso del PCUS.
Como comunista portugués, las circunstancias de la lucha me llevaron
a militar simultáneamente, como internacionalista, en el Partido Comunista
Brasileño. Con él quedé después de la escisión
que golpeó la mayor fuerza política de la izquierda en Brasil,
anunciadora de las que se producirían en los años de la dictadura.
No tendría sentido entrar aquí a valorar las polémicas
que entonces irrumpieron en torno al relatorio del XX Congreso, de Stalin y
de la estrategia de Kruschev. Tan solo recordaré, por ser inseparable
del tema de este artículo, que me mantuve alejado de las posiciones maximalistas
entonces asumidas con pasión. Siempre separé el hombre Stalin,
cuya personalidad y métodos me inspiraron repulsión, del juicio
de valor sobre la URSS de su época, prestigiada universalmente por su
victoria sobre el Reich nazi, la contribución decisiva a la descolonización,
y las grandes conquistas sociales, económicas y científicas, que
hicieron de la patria de Lenin un país desarrollado y el único
adversario respetado por el imperialismo.
Esta aclaración previa facilita la comprensión de una evidencia
que para muchos intelectuales de izquierda continua sin ser obvia: transcurridas
cuatro décadas de la crisis del 62, el PC do B, como partido marxista-leninista
revolucionario no puede ser plenamente comprendido solamente mediante la exégesis
de los acontecimientos ocurridos en la URSS tras la muerte de Stalin.
No obstante haber reafirmado el PC do B a lo largo de los anos su fidelidad
a posiciones asumidas durante el llamado conflito sino-soviético, no
es tampoco en la aceptación de tesis chinas sobre la estrategia de la
toma del poder, y por tanto en una aproximación al maoísmo, que
podremos encontrar la explicación de un fenómeno político
que desconcierta a analistas burgueses: la sobrevivencia de un pequeño
partido que, perseguido con ferocidad por la dictadura de los generales, logró
crecer en la lucha, ahondando sus raíces entre los trabajadores.
Lo que mejor define la intervención en la historia de un partido comunista
es, ante todo, su comportamiento como organización revolucionaria en
el país donde se formó y actúa. Es su actitud en el combate
diario frente al enemigo –la clase dominante y el imperialismo-, la fidelidad
a los objetivos trazados, el respeto por el funcionamiento interno de la democracia
socialista (tan pisoteada en la URSS) y la permanente conciencia de que el pueblo
es el sujeto de la historia.
Desde su constitución, el PC do B ha sido el más severamente criticado
de los partidos de la izquierda marxista brasileña, el más mal
tratado por la intelligentsia burguesa, el más ignorado por los
mass media. Pese a ello, ha sido el único que creció mientras
luchaba para sobrevivir. No abdicó de los ideales, los principios y la
práctica comunista cuando, en los años 70 y 80, el PCB entró
en un proceso degenerativo que culminó con la renuncia de su propio nombre
y símbolos y con la metamorfosis que dio origen al Partido Popular Socialista-PPS,
caricatura del antiguo partido de Luis Carlos Prestes.
Fue en ese contexto que la tríada formada por João Amazonas, Mauricio
Grabois y Pedro Pomar jugó un papel primordial, dirigiendo un pequeño
partido revolucionario. Fue con asombro que en las grandes megalópolis
del sur, sometidas al terror de la dictadura, se tomó conocimiento de
que el ejército movilizaba miles de hombres para combatir en las selvas
del bajo Araguaia, en Pará, una guerrilla de contornos fantasmales, casi
legendarios, que desafiaba el poder fascistizante que oprimía al pueblo
brasileño.
Eran los combatientes de aquella fuerza que entraría en la historia con
el nombre de Guerrilla del Araguaia. Casi todos perecieron en esa trágica
epopeya.
Un cuarto de siglo después, en 1996, en Brasilia, tuve el privilegio
de participar como ex-parlamentario portugués en una audiencia auspiciada
por la Comisión de Derechos Humanos de la cámara de Diputados
de Brasil para escuchar testimonios acerca de la matanza de los últimos
guerrilleros del PC do B, sesión en que la intervención principal
estuvo a cargo de Amazonas.
No olvido que al intervenir esa tarde llamé la atención de los
presentes respecto a dos cuestiones que me preocupaban y siguen preocupando,
relacionadas con la ética y la pasión en el debate ideológico
desarrollado dentro de la izquierda, con el sectarismo y el dogmatismo y también
con la coherencia en las luchas revolucionarias.
Casi todos los que en un pasado relativamente próximo, como dirigentes
o simples militantes de partidos y organizaciones revolucionarias –y en la sala
estabámos algunos-- se confrontaron en muchos frentes con la dictadura
terrorista, reflejando la atmósfera de la época, habían
hablado y actuado como si la estrategia de su partido fuera la única
lúcida y adecuada al momento histórico dado. Simultáneamente,
al criticar a compañeros de otros partidos y sectores de la izquierda,
asumíamos casi sin excepción una actitud arrogante y dogmática.
¿Cuántos entonces no perjudicaron con su sectarismo los objetivos por
los que se batían? La mayoría. Porque me concernía, allí
mismo hice un acto de mea culpa.
Contemplados ya aquellos años desde alguna distancia, se llega a la conclusión
de que entonces, como los hechos demostraron, ningún partido había
forjado una estrategia infalible que condujera a la victoria. Ni ello era posible
en el contexto histórico y con la correlación de fuerzas existentes.
Recordando el panorama de luchas de la época, lo que me conmovía
en la audiencia que nos reunía en aquel salón era la profunda
admiración que todos nosotros –hombres y mujeres que habíamos
militado en partidos diferentes--, sentíamos ahora por los guerrilleros
del Araguaia, y por los que en otros frentes habían llevado su coherencia
de revolucionarios, comunistas y no comunistas, hasta la entrega de la vida.
Evoqué, en trasposición de escenarios, el combate heroico y consecuente
de los dirigentes de los movimientos de liberación de las colonias portuguesas
en los tiempos en que los gobernantes fascistas de Lisboa los definían
como «bandoleros y asesinos». Y sin embargo, pasados 16 años, los presidentes
de las jóvenes repúblicas africanas nacidas de ese combate eran
aclamados de pie en el parlamento portugués, y eran llevados a descansar
en las camas de los antiguos reyes de Portugal, en el Palacio de Queluz.
En la persona de João Amazonas allí presente, rendía homenaje
a los guerrilleros del Araguaia, independientemente de lo correcto o no de la
estrategia que los llevaba a las selvas amazónicas al encuentro con la
muerte, en la fidelidad a un ideal de trasnsformación revolucionaria
del mundo.
xxx Joâo Amazonas ya no está con nosotros. Pero su ejemplo permanece
como lección. En él identifico el paradigma del revolucionario
que responde a los sueños de la juventud que hoy rechaza la hegemonía
del sistema del poder imperial de los EE.UU. y denuncia la amenaza que su agresiva
irracionalidad representa para la humanidad.
João Amazonas hace pensar, en otro contexto, en los revolucionarios profesionales
rusos que, movilizando a su pueblo, hicieron posible la victoria de la Gran
Revolución de Octubre del 17.
Obrero, sindicalista, agitador, constituyente en el 45, dirigente del partido
desde joven, preso en muchas ocasiones, clandestino durante largas temporadas,
exiliado, productor de ideología, fue confrontado por la vida con opciones
de las que dependería el rumbo de su partido, y, más tarde, la
vida de muchos camaradas.
Nunca le escuché –en las largas y repetidas conversaciones que mantuvimos
en la vieja sede de la calle Major Diogo, en Sao Paulo, donde comparecía
cada tarde a las 4 horas— una frase que transpirase orgullo o vanidad. Su firmeza
de convicciones resultaba incompatible con actitudes de suficiencia. Nunca ocultó
su deseo de aprender, al tiempo que procuraba trasmitir --y mucho era--, el
saber teórico y práctico adquirido en una existencia de luchador.
Los camaradas se complacían en recordar que él había sido
uno de los primeros comunistas en captar el peligro mortal de la política
de Gorbachov, que denunció como «vía de consolidación del
regreso de la URSS al capitalismo». En él sus compañeros identifican
«el ideólogo y constructor del Partido Comunista do Brasil».
João Amazonas fue, como otros grandes dirigentes políticos, el
producto de una época. Sus luchas no pueden ser disociadas del Brasil
en que vivió, del medio en que se moldeó su carácter, de
las circunstancias históricas. Mas la relación armoniosa existente
entre el ciudadano y el revolucionario, y el escenario humano, social y cultural
del Brasil contemporáneo permitieron que cualidades no comunes imprimiesen
a su intervención personal en la historia marcas imborrables. Su travesía
por el siglo XX –nació en 1912—acompaña la historia del partido
que dirigió a lo largo de un período simultáneamente trágico
y maravilloso, signado por guerras, revoluciones y contra revoluciones, cosnquistas
sociales, y también por actos de barbarie que han transformado la vida
en la Tierra más de lo que ella lo había sido en los últimos
trescientos años.
La confianza en el hombre y la conciencia de que son transitorias las derrotas
que han aplazado la materialización de los ideales de la Revolución
de Octubre, nunca abalaron su convicción de que el comunismo terminará
por hacerse realidad, precisamente porque responde a valores eternos de la condición
humana.
Para cumplir el deseo por él expresado, sus cenizas serán lanzadas
sobre la región del Araguaia, donde bajo las balas de la dictadura, luchando
por la libertad, la democracia y la idea de la revolución, cayera un
destacamento de heroicos guerrilleros del PC do B.
Flores rojas y de otros colores germinarán de sus cenizas en el silencio
de la selva. El verde infinito de la mayor floresta del mundo se hace marco
de la esperanza comunista, también infinita, de João Amazonas,
revolucionario irrepetible.
Traducción de Marla Muñoz