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El "arequipazo" derribó al gabinete peruano
NIKO SCHVARZ
Alejandro Toledo remodeló su gabinete, sustituyó en el Ministerio
de Economía a Pedro Pablo Kuczynski, el hombre del FMI, por el aprista
Javier Silva Ruete, colocó en la cancillería al embajador en EEUU
Allan Wagner, nombró jefe de gabinete al líder de su partido (Perú
Posible) Luis Solari, cambió los titulares de las carteras de Producción,
de Educación y de la Mujer, y dejó en capilla al rechazado ministro
de Justicia Fernando Olivera, en gestiones en Washington. La disgregación
del gabinete comenzó días atrás con la salida del ministro
del Interior Fernando Rospigliosi, responsable de la represión en Arequipa.
Es valor entendido que los sucesos de fin de junio en esa ciudad sureña
precipitaron los cambios ministeriales, a menos de un año de la asunción
de Toledo y cuando el rechazo a su gestión alcanza el 80% en las encuestas.
Privatizaciones en el ojo de la tormenta
El trastrocamiento producido en las esferas del gobierno refleja la fuerza del
movimiento popular. En el caso, del formidable movimiento unido representado
por el Frente Amplio Cívico de Arequipa, que agrupó al conjunto
de la población en seis jornadas de masivas manifestaciones, a las que
se sumó la huelga de hambre del alcalde Juan Guillén, en rechazo
al proyecto del gobierno de privatizar la empresa eléctrica Egasa para
colocarla en manos de la transnacional de matriz belga Tractebel, lo que se
traduciría en aumento de las tarifas y despido de trabajadores (como
ha sucedido a lo largo de América Latina). El movimiento se extendió
hacia el sur a Moquegua y a la fronteriza Tacna (amenazada igualmente por la
privatización de su empresa Egesur, codiciada por la misma transnacional)
y hacia el norte a Puno y Cuzco, en los accesos de Machu Picchu. La represión
fue brutal. La región fue declarada en estado de emergencia y bajo control
militar, se suprimió la vigencia de las libertades públicas y
se reprimió a sangre y fuego a los manifestantes con un saldo de dos
estudiantes muertos y más de 200 heridos. La población no se amilanó
y el movimiento creció, adquiriendo un volumen y un grado de combatividad
tales que obligaron al gobierno a dar marcha atrás, suspendiendo las
privatizaciones. Así lo anunció el propio presidente Toledo, obligado
a poner la cara. Poco después el ministro Rospigliosi prefirió
renunciar antes que solicitar excusas a una población indignada (véase
nuestra nota del 23 de junio "Corazón de fuego en diversas latitudes").
La salida de los otros ministros (y la que seguirá pronto) es consecuencia
directa de estos hechos. Porque la población de Arequipa y de las otras
ciudades involucradas, con lúcida conciencia, han extraído conclusiones
de estas luchas y las ofrecen a su país y al continente, embarcados en
esencia en un combate común. La primera es que se cortó de cuajo
un proceso de privatizaciones que el gobierno ya tenía planeado extender
a otras áreas.
Promesas y plebiscitos
En ese sentido el presidente se vio entre la espada y la pared, confrontado
a sus promesas electorales de no privatizar las empresas generadoras, lo que
le fue vivamente recordado. "Cuando a un pueblo se le engaña, no sólo
se llena de frustración, sino de ira, como pasó en Arequipa",
expresó el alcalde, que había participado junto a Toledo en la
campaña contra la re-reelección de Fujimori y fustigó la
utilización de las fuerzas armadas contra las protestas populares.
Por añadidura, y como dijo el alcalde, "la población de Arequipa
no renuncia a llevar el caso de la privatización a una consulta popular
para decidir el futuro de las empresas eléctricas", destacando que se
logró el compromiso del gobierno de "no hacer nada con las privatizaciones
hasta que se agoten todos los niveles jurisdiccionales".
Todo esto gravita en la actual encrucijada política y en el panorama
sindical y social en su máxima extensión.
El hombre del FMI
La principal central obrera del país, la CGTP, y los sindicatos también
están reclamando no privatizar las empresas estratégicas y reponer
a los trabajadores despedidos durante la década del gobierno de Fujimori
(1990-2000), a la vez que promueven el cambio de rumbo de la política
económica y la renuncia del ministro de Economía Pedro Pablo Kuczynski.
Este ha sido, hasta ahora, el hombre del FMI en el gabinete. Alto funcionario
de dicho organismo internacional, era vox populi que sería designado
desde el día mismo en que Toledo ganó la elección. Los
cables dicen que el ministro "era percibido como una garantía de una
política responsable en el gasto público y como un impulsor de
la privatizaciones, que sufrieron un serio revés en junio al postergarse
tras una revuelta popular". En todo caso, debe tenerse presente que, apenas
asumió, y con la banda rojiblanca ceñida a la cintura, el nuevo
ministro Silva Ruete juró que continuaría con la misma política
en un plano estrictamente ortodoxo, y en ningún caso cedería a
lo que designó como políticas "populistas". En cuanto al presidente
Toledo, consciente de que su prestigio y credibilidad están por el suelo
(y de que hay elecciones municipales en noviembre), enfatizó que va a
"relanzar" su gobierno y prometió que --en un cuadro caracterizado por
una recesión de 4 años, bajos salarios y muy elevados índices
de desempleo y subempleo--, se abocará a la atención de los hogares,
la microeconomía y los problemas sociales.
Dos modelos, dos concepciones
Las luchas sociales en Perú y las remezones políticas resultantes
han tenido la virtud de exhibir con crudeza la crisis de las concepciones neoliberales
y del pensamiento único. En toda América Latina (incluido nuestro
país, como se demostró en la interpelación del senador
Couriel) estos dos modelos de país están agudamente confrontados,
y de ello depende nuestro futuro. *