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CRISIS en ARGENTINA
EL REGRESO A LA NACION
Alain Touraine
Como amigo de la Argentina, lamento el drama que está viviendo este país. Conozco su esplendor— el de uno de los países más avanzados del mundo a comienzos del siglo que acaba de concluir— y su caída que, con el correr de los años, se volvió mortal, afectando el nivel de vida y de empleo y destruyendo la capacidad de decisión política. Me siento, por lo tanto, obligado a hacer algunas reflexiones. La causa profunda de las crisis argentina es que este país descuidó las fuerzas productivas y no supo defender su nivel de vida. Es natural que hoy todos piensen en el presente, que se condene al FMI y que se insulte a Cavallo o a De la Rúa. Pero esta mirada puede resultar miope, ya que lo que acaba de derribar al gobierno argentino no es solamente una crisis económica o financiera, sino, más allá incluso de una crisis política, una crisis nacional, la pérdida de una voluntad de existencia colectiva. Entre la exportación de materias primas y la distribución de un fuerte poder adquisitivo, se sacrificó el mundo de la producción, el de la inversión, de la organización, de la formación y del poder de presión de los asalariados de la producción. El llamado de Perón a la unión de la CGT y la CGE fue sólo un encantamiento. Arturo Frondizi, el más lúcido de los dirigentes, se topó con coaliciones más fuertes que él. La dictadura militar le permitió a Martínez de Hoz soñar con un retorno de la oligarquía rural y Raúl Alfonsín, respetable y respeta do, fue derrocado por la hiperinflación. Desde entonces, la economía argentina siempre estuvo a la deriva. Lo que se llamó, apelando a un término demasiado noble, reforma monetaria consistió en pegar el peso al dólar, lo cual puso fin a la inflación, pero dificultó aún más la solución de los problemas económicos y, sobre todo, la competitividad. Desde hace diez años, la Argentina, con la paridad peso-dólar, viene perdiendo su sangre, sus empleos, su nivel de vida y, cada año que pasa, empeora la gangrena y hace que la solución política sea más difícil y la voluntad de acción, más débil. ¿Cómo no mirar a Brasil? Desde la caída de los liberales, en 1930, Brasil se industrializó. Fernando Henrique Cardoso rompió la paridad del real y el dólar. Permitió que su país, a costa de su propia popularidad, saliera rápidamente de la crisis. Hoy, Brasil tiene un inmenso mercado interior y exporta productos industriales. La Argentina, por el contrario, es víctima de un completo estallido de su sistema político, que se volvió tan incapaz de modernizar la producción como de defender los salarios y el empleo. Su único papel importante es el de ser el centro de la corrupción. Un dicho muy conocido dice que uno no se enriquece en los mercados internacionales sino en los pasillos de la Casa Rosada. Semejante acusación, cargada de verdad, no denuncia una debilidad. Más bien define una enfermedad mortal. El sistema político se deshizo junto con el país que ya no podía gobernar. Esta caída no proviene exclusivamente de la dificultad de elegir entre una devaluación indispensable y la amenaza de un aumento intolerable de las deudas privadas, ya que esta dificultad sólo se vuelve imposibilidad cuando desaparece la capacidad política. El país se vacía de su sustancia. Desde hace mucho tiempo, la fuga de cerebros hace que muchos de los mejores profesionales y especialistas abandonen la Argentina. Y los capitales nacionales huyen de un país donde es muy difícil producir, mientras que los capitales extranjeros se niegan a invertir en un país a la deriva. Sin embargo, lo más grave es que las reivindicaciones más justificadas de una clase media empobrecida contribuyen a encerrar al gobierno en una política de distribución más que de producción. ¿La Argentina llegó al fondo de su crisis? No se sabe a ciencia cierta. La huida de los políticos y la violencia de ciertos grupos en las calles pueden exponer a la Argentina a un golpe de fuerza, más bien civil que militar, probablemente incapaz de sacar al país de las dificultades. La Argentina necesita actos simbólicos, manifestaciones de voluntad colectiva: nuevas elecciones y una mayor capacidad del nuevo gobierno para imponer medidas difíciles, no impopulares, sino por el contrario favorables al pueblo, ya que una democracia no puede gobernar contra los ciudadanos. El nuevo Presidente debe también dar castigo ejemplar a los más corruptos. El verdadero nombre de la Argentina es Nación Argentina. Y es precisamente un retorno a la Nación lo que este país necesita, un retorno a la conciencia nacional o, si no resulta demasiado chocante, un retorno "al espíritu de Córdoba". Es en el interior del país donde estalla la crisis y allí también deben ponerse en movimiento nuevas fuerzas sociales. Apenas se den los primeros pasos, la comunidad internacional rápidamente respaldará una recuperación que sólo es posible si se la busca, ya que Argentina dispone de recursos humanos y técnicos que la mayoría de los países en desarrollo son incapaces de adquirir.