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Una pelea cubana contra el demonio global
Arleen Rodríguez Derivet
El mundo no ha visto nunca gentes como éstas, ni ha oído
una doctrina semejante. Sólo puedo decirte que quien pretenda medirlos
por nuestro rasero se equivoca.
Carta de Vinicio a Petronio en QUO VADIS?, de Henryk Sienkiewicz
Todo comenzó en Berlín, en el otoño de 1989, cuando
cayó el Muro y se decretó el Fin de la Historia. El mundo festejó
el suceso, creyendo que la Guerra Fría también había
llegado a su fin.
Aquel fue el mejor año de la economía de Cuba, tanto que en
algunas producciones, como la de leche, nunca obtuvimos índices similares
después que se esfumó la RDA.
Como si fueran unos adoquines más de aquella absurda pared que partía
en dos a esa ciudad, las toneladas de leche en polvo que cada año llegaban
de tierras alemanas para apuntalar una ganadería sujeta a los vaivenes
de la tropicalidad, desaparecieron abruptamente junto con la casi totalidad
del equilibrado comercio mutuo.
Detrás vendría la cascada del castillo de naipes. Con los restos
del socialismo de Europa del Este, se derrumbaron también todos sus
compromisos con el resto del mundo en desventaja: de repente, los pobres sólo
fuimos deudores de los que se hicieron del poder. La colaboración perdió
toda posibilidad de traducción y los convenios fueron quemados en la
hoguera de una nueva "ética" civilizatoria.
El pragmatismo neoliberal desplegó sus alas, bajo las que no había
espacio para evaluar el costo de interrumpir programas y deshacer decisivas
inversiones concebidas sobre la base de créditos solidarios.
Empezó para Cuba el segundo bloqueo, más duro incluso que el
norteamericano porque ya no había a dónde mirar. Hubo que reinventar
tecnologías y apelar a la mística de los fundadores para que
la desilusión no nos sitiara junto con la falta de recursos. El oportunismo
fabricó en el Congreso yanqui nuevas leyes y enmiendas contra la Isla.
Todo el fuego de los revanchistas se concentró contra el pequeño
país sobreviviente de la debacle, al que le llovían recetas
y críticas de todas partes. Los "triunfadores" de la nueva era calificaron
de autárquica cada hora de nuestra resistencia.
Una multipremiada literatura sucia para la que los intelectuales de la deserción
inventaron términos grotescos, intentó pintar el panorama que
no podían ver desde la comodidad del exilio europeo con la que les
pagaban sus servicios. Las librerías más serias del mundo convirtieron
en best-seller cualquier obra que pronosticara la hora final de Fidel Castro,
descrito en todos los idiomas como un líder fuera de época al
que en breve tiempo abandonaría todo su pueblo en precarias balsas,
rumbo al norte de todas las promesas. Durante mucho tiempo, para la televisión
global, los cubanos no emigraban, huían de un sistema sin perspectivas.
Fuera de Cuba, sólo los rebeldes sin cura, ya escasos, pero suficientes
por la calidad de su compañía, insistían en la solidaridad
militante y en lugar de exigirnos, llegaban a trabajar, agradeciéndonos
el valor de sostener la bandera en medio del violento vendaval con el que
la historia humana cumplía su obligado tiempo de retroceso. Sólo
ellos comprenderían, diez años después, que la entrada
victoriosa de la Revolución Cubana en el Tercer Milenio, no era un
milagro sino el resultado consecuente de una experiencia socialista diferente,
auténtica.
Buscando en la Cuba profunda, que ninguna publicación ligth llegaría
a pulsar, la solidaridad aprendió muy pronto las razones de nuestra
nación para no lanzarse a la eufórica marea de la naciente globalización
neoliberal: en realidad hacía 30 años que habíamos escapado
de ella.
Cuba fue el primer y más completo modelo del neoliberalismo en América
Latina - según nos dejó dicho el prestigioso economista Regino
Boti- y lo fue en condiciones de neocolonia yanqui hasta enero de 1959. De
manera que la Revolución no tuvo que importarla nadie. Nació
como único remedio a la insostenible situación de injusticia
social amparada por el terror de un régimen armado hasta los dientes
y bendecido por el poderoso vecino del Norte.
En otras palabras, cualquiera que conociera mínimamente la Historia
de Cuba, comprendía que el neoliberalismo no podía ser nuestro
futuro porque había sido un dolorosísimo pasado reciente. De
ahí la transformación que en los 90 sufrió la histórica
consigna de Patria o Muerte, negación expresa a la sumisión
al imperio, por el grito de Socialismo o Muerte, que no está inspirado,
como algunos quisieron hacer ver, en una vocación suicida, sino en
entender que la dimensión exacta de nuestras vidas ya no se mediría
sólo por lo que podríamos tener sino por conservar lo que habíamos
llegado a ser.
Las estadísticas económicas y sociales de todo el Tercer Mundo,
particularmente las de los países africanos, durante la última
década del siglo XX, bastan para constatar los profundos y dolorosos
retrocesos experimentados por sociedades que ensayaban la construcción
de modelos no capitalistas, cuando perdido el socialismo, se vieron forzados
a meter en el corsé diseñado por Occidente sus frágiles
economías y sus tradiciones políticas y hasta culturales, como
precondición para acceder a la prometedora nave, supuestamente igualadora,
de la Globalización.
De más está decir que, de volver al pasado, a Cuba no le tocaría
el capitalismo de Suecia o de Alemania. Súmense a los críticos
indicadores socio-económicos de cualquier país pobre, los desgajamientos
de aquellos donde el espíritu revanchista exacerbó todos los
odios y se tendrá un panorama aproximado de una Cuba sometida al dictado
neoliberal.
Treinta años de un socialismo, necesariamente original y creativo,
que asume a Marx y Lenin desde la perspectiva raigal de José Martí
y creció bajo el asedio permanente de la potencia total de nuestra
época, dotaron a la nación cubana de condiciones excepcionales
para la resistencia.
Una resistencia que tiene su lógica económica afincada en la
tan denostada como indispensable planificación, pero que es esencialmente
un fenómeno político sostenido por la existencia de una vanguardia
de indiscutible autoridad moral, capaz de encauzar las necesidades y aspiraciones
populares por su permanente vínculo con ellas.
Fue esa vanguardia la del extraordinario valor de advertir que un día
podríamos despertar sin URSS y sin campo socialista, cuando la sola
suposición del hecho parecía tan absurda como la posibilidad
de amanecer alguna vez sin sol.
Hasta que se inició el lento paso de los días, los meses y los
años en que padecimos escaseses mucho más profundas que la del
ya inexistente vaso de leche del desayuno con sabor a solidaridad alemana,
porque también nos quedamos prácticamente sin libros nuevos
y la grabadora fue suplantada por la rumba de cajón o la humilde guitarra
y a veces sólo por nuestras voces, indefectiblemente alegres en medio
de apagones infinitos, en la certeza de que íbamos creciendo humanamente
más, mientras más creábamos para resistir.
El invento cubano adquirió categoría de plan de contingencia
y la inteligencia cultivada extensivamente durante décadas se dispuso
a probar fuerzas. Nos redescubrimos poco a poco como una fuente de recursos
humanos y reservas morales en capacidad no sólo de darnos, sino de
dar, infinitamente.
Me permito una anécdota. En septiembre de 1990, como parte de la crisis
en Europa del Este, los precios del papel gaceta en el mercado mundial se
multiplicaron varias veces. Cuba, que lo adquiría en el mercado soviético
a un precio de 200 y tantos dólares la tonelada, se vio privada repentinamente
de esa posibilidad de importación e imposibilitada de acudir a otras
fuentes demasiado caras, porque la prioridad era importar alimentos y las
reservas financieras no daban para tanto.
Trabajar con planificación y reservas le permitió al país
sostener sus principales publicaciones, aunque con una periodicidad diferente,
durante algunos años más. El ajuste implicó que algunos
diarios se convirtieran en semanarios, pero antes de hacerse efectiva la decisión,
Fidel Castro, en persona, visitó nuestras redacciones y dialogó
largas horas con el personal. Insistió en que nadie podía quedar
desamparado ni desocupado: las emisoras de radio ocuparían una parte,
otra dispondría de una suerte de año sabático, para estudiar
idiomas y actualizar sus conocimientos técnicos y culturales y siempre
permanecerían vinculados a su medio, donde conservarían salarios
y derechos, porque iban a volver.
Increíblemente en aquellos inolvidables diálogos nocturnos,
Fidel siempre habló del futuro con optimismo, dibujando sobre el papel
lo que entonces sólo podían ser sueños y fijó
una meta: "Si resistimos cinco años -dijo-, al menos cinco años,
vamos a vencer". Unos meses antes de cumplirse el plazo, Cuba, que había
tocado fondo al caer en más de un 34 por ciento su PIB, daba, al término
de 1994, la primera señal de crecimiento. Aquel pronóstico cumplido
venía a confirmar el concepto martiano del buen gobierno: "gobernar
es prever".
Decía al principio que, en cierto sentido esta historia comienza en
Berlín - y se vio claramente cuando los poderosos, encabezados por
Bush el viejo y Gorbachov, el ex, se dedicaron mutuamente los más encendidos
elogios en el décimo aniversario de la caída del Muro, con Helmut
Khol de anfitrión- porque con el inicio de los sucesos que desintegraron
el sistema socialista mundial, comenzó, ya sin contrapeso, la ofensiva
neoliberal que ha ido, simultáneamente, recolonizando a nuestros pueblos
y arrasando sin piedad con las conquistas de los trabajadores europeos y del
mundo desarrollado en general tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Justo en el momento en que comenzaban a liberarse del molesto ejemplo socialista,
los teóricos imperialistas buscaron una categoría "amorfa" para
enmascarar la fase actual de expansión capitalista y hacerla ver "como
un proceso universal, impersonal e irreversible", tal como nos ha advertido
el eminente sociólogo norteamericano James Petras.(1)
Y eventualmente alcanzaron su propósito. La globalización se
convirtió muy rápido en objeto de discusiones que en general
soslayaban las referencias a las connotaciones intervencionistas y voraces
del estadío final del sistema.
Identificado, al margen de consideraciones políticas, como el proceso
objetivo de achicamiento del mundo que algunos sitúan incluso en los
distantes tiempos de los viajes "descubridores" de Colón, en muchos
escenarios se obvió, en nombre del carácter ineluctable de la
globalización, que ésta puede discurrir en dos sentidos: en
el capitalista neoliberal, egoísta, degradante, anticultural, deshumanizador
y en su orientación inversa: solidaria, ambientalista, culta, humanista,
socialista.
Más de una vez ha mencionado Fidel Castro el favor que nos hizo el
aislamiento de la globalidad conducida por el poder unipolar. Fuera de la
órbita despiadada de las instituciones financieras internacionales,
Cuba pudo "acomodar las formas de gobierno del país a sus elementos
naturales", como pidió Martí, para quien "...el buen gobernante
... no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés,
sino el que sabe con qué elementos está hecho su país",
el mismo que se adelantó por más de un siglo a esta época
e identificó Patria con Humanidad, pero advirtió también:
"Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha
de ser el de nuestras repúblicas".(2)
Libre también de las presiones y chantajes con los que se ha impuesto
el formulario neoliberal en casi todo el mundo, sin tomar para nada en cuenta
las abismales distancias entre países desarrollados y países
en subdesarrollo, Cuba pudo decir, en los umbrales de esta época lo
que estaban obligados a callar otros:
Hace falta un orden mundial, global, justo, democrático. Hay uno que
viene, que se ve venir a toda velocidad, indetenible, es el de la globalización
neoliberal; hay que ir pensando en el otro y, mientras tanto, denunciar y
luchar.
En esa batalla contra la desesperanza universal, la primera misión
fue estudiar el tema esencial de la época para entender sus avisos:
"Algunos en sus angustias, incertidumbres y dudas, buscan alternativas eclécticas.
El mundo, sin embargo, no tiene otra alternativa a la globalización
neoliberal, deshumanizada, moral y socialmente indefendible, ecológica
y económicamente insostenible, que una distribución justa de
las riquezas que los seres humanos sean capaces de crear con sus manos laboriosas
y fecunda inteligencia. Cese la tiranía de un orden que impone principios
ciegos, anárquicos, caóticos, que conduce a la especie humana
hacia el abismo. Sálvese la naturaleza. Presérvense las identidades
nacionales. Protéjanse las culturas de cada país. Que prevalezcan
la igualdad, la fraternidad y con ellas la verdadera libertad,"(3) dijo Fidel
el primer día del año 1999, desde el mismo balcón desde
donde 40 años antes proclamara el triunfo de la Revolución Cubana,
aquella que ni en los años más críticos y solitarios
de su resistencia, renunció a sus deberes para con la Humanidad, ni
de palabra ni de hecho.
A la hermosa legión de miles de jóvenes del Tercer Mundo, graduados
en escuelas y universidades cubanas y a los cientos de colaboradores civiles
y militares que forjaron la ética del internacionalismo cubano, en
los últimos años se han sumado los actuales esfuerzos de Cuba
por contraponer la globalización de la solidaridad a la globalización
neoliberal.
Cerca de 3 000 trabajadores de la salud de Cuba hoy impulsan en 14 países
un programa integral de atención primaria y una cifra similar lo hizo
en una etapa anterior, al tiempo que 8 941 jóvenes de 89 países
son becados actuales del único gobierno del mundo que no renunció
a la solidaridad, cuando en octubre de 1989 la alegría por la caída
del Muro del Berlín distrajo la atención del planeta de un cambio
mucho más trascendente: el comienzo de una nueva fase más cruenta
y difícil para la humanidad, la del imperialismo global, más
conocida como la globalización neoliberal.
Cuando en su ciego odio al ejemplo cubano, Estados Unidos compró votos
contra la Isla en la CDH, cientos de miles de cartas inundaron nuestros buzones
convencionales y electrónicos. Y en todas podían encontrarse,
en síntesis, mensajes comunes, agradeciendo la resistencia y la solidaridad.
Y, sin embargo, las gracias podría darlas Cuba por aquella felicidad
que adivinó José Martí, cuando, presto a combatir por
nuestra libertad escribió: "ĦQué placer será - después
de conquistada la patria al fuego de los pechos poderosos, y por sobre la
barrera de los pechos enclenques- cuando todas las vanidades y ambiciones,
servidas por la venganza y el interés, se junten y triunfen, pasajeramente
al menos, sobre los corazones equitativos y francos, - entrarse, mano a mano,
como único premio digno de la gran fatiga, por la casa pobre y por
la escuela, regar el arte y la esperanza por los rincones coléricos
y desamparados, amar sin miedo la virtud aunque no tenga mantel para su mesa,
levantar en los pechos hundidos toda el alma del hombre!" (4)
Notas
1- La descripción del Che de la expansión del capitalismo como
esencialmente una relación de poder político, se encuentra en
contraste agudo con los teóricos contemporáneos que parlotean
acerca de la "globalización". Éstos describen la expansión
del capitalismo como un proceso universal, impersonal, que es irreversible
porque es el producto de estructuras económicas.
La lectura del Che de la expansión capitalista como una relación
social y política contrasta con los teóricos globalistas contemporáneos,
que hablan en términos de procesos objetivos. Estas concepciones diferentes
tienen ramificaciones políticas enormes. Debido a que el Che reconoce
que el poder político es la fuente de la expansión del capital
mundial, utiliza un concepto analítico incisivo--el imperialismo--.
Los teóricos globalistas no tienen ejes centrales donde ubicar su amorfa
categoría, en gran parte descriptiva, de la "globalización".
Segundo, el Che define el imperialismo como una relación social y política
entre clases y Estados; por lo tanto sujeta a la transformación. Los
globalistas describen la globalización como una estructura objetiva
que se propaga mediante su lógica interna y que, por ende, elimina
cualquier acción política o social transformativa.
Tercero, el Che conceptualiza el imperialismo como un fenómeno histórico
contradictorio, cuya expansión crea conflictos nacionales/de clase
que conducen a su declive. En contraste, los globalistas tienen una concepción
lineal de la expansión capitalista, que resulta en su consolidación
en un nuevo orden mundial. En su forma extrema(y reaccionaria), los globalistas
conciben al capitalismo deviniendo en un "sistema capitalista mundial" auto
perpetuante, en el que los únicos cambios ocurren entre diferentes
localidades dentro del sistema. (Fragmentos de "El Che contra los globalizadores",
en Le Monde Diplomatique, 12 de mayo 2000)
2- Martí, José: "Nuestra América", Obras Completas, Tomo
6, página 15.
3- Castro, Fidel: "Globalización neoliberal y crisis económica
global", discursos y declaraciones, Oficina de Publicaciones del Consejo de
Estado, La Habana, 1999.
4- Martí, José, "Los pobres de la tierra", en Patria, Nueva
York, octubre de 1894
Arleen Rodríguez Derivet. Publicado en CONTRACORRIENTE. 2001. una
revista cubana de pensamiento