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En el proyecto neoliberal solo tenemos
cabida como proveedores de placer
Hilario Rosete Silva y Julio César Guanche
Entrevista a Jorge Acanda. "Es preciso desarrollar un concepto de cultura
nacional sin que este se torne limitativo y objetivamente conservador, eliminando
la tentación de crear barricadas, de identificar en la tradición
al único sistema de valores revolucionarios posible"
Jorge Luis Acanda González (La Habana, 1954) es profesor universitario
desde hace veintitrés años. Docente de la Facultad de Filosofía
e Historia de la Universidad de La Habana (UH), hoy comparte el magisterio
con sus tareas de investigación en el Centro Cultural Juan Marinello,
adscripto al Ministerio de Cultura. Allí lo encontramos, cuando la
Cátedra Antonio Gramsci convocó al Taller Internacional "Aniversario
70 de José Carlos Mariátegui", ensayista y crítico limeño
(1895-1930), fundador de la revista Amauta, y autor, entre otros, de Siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana. La permanente vigencia
de los textos del gran revolucionario latinoamericano, marcó a toda
una pléyade de intelectuales y luchadores cubanos, de Villena a Carpentier,
desde Mella hasta Marinello, y Acanda González, reconociéndose
como "un trabajador de la Filosofía, de la Historia del Pensamiento
Marxista, y de temas vinculados con la Revolución y la política
cultural", se ocupa, aquí y ahora, en analizar "las claves mariateguianas
para pensar el tema de la identidad".
IDENTICOS Y PROPIOS
-¿No cree usted que identidad y cubanía se han convertido en
dos temas omnipresentes en nuestro campo cultural?
-Ya lo creo. Han alcanzado gran relevancia en los últimos diez
años. La universalización de la forma mercancía y su
expansión determinante a todos los campos de la vida social, fenómeno
denominado con el término globalización, presenta su cara más
amenazante en el ámbito cultural, haciendo peligrar nuestra identidad.
Su defensa se ha convertido en nuestro principal empeño. Tenemos que
defender nuestra identidad. Seguir siendo idénticos a nosotros mismos.
Defender nuestros valores.
-Así enunciado, no parece haber mayor complejidad en el planteamiento
del asunto. Pero, ¿qué quiere decir eso de ser "idénticos"?,
¿qué es lo "nuestro" y cómo distinguirlo de lo "ajeno"?
-La cosa no es tan fácil. Hace pocos meses, interactuando con un
grupo de estudiantes de tercer año de una carrera universitaria de
ciencias sociales, les pregunté si se sentían orgullosos de
ser cubanos. Noté cierta sorpresa momentánea ante una pregunta
que parecía referirse a lo obvio, pero rápidamente respondieron
que sí, que por supuesto que se sentían orgullosos de ser cubanos.
Les pedí entonces que me argumentaran sus razones, y la sorpresa de
aquel colectivo fue aún mayor. Se quedaron inicialmente muy confundidos.
Me dieron la impresión de que no habían pensado mucho sobre
esto. Parecían sentirse orgullosos porque sí, porque es imposible
no sentir orgullo de lo que uno es, aunque no se sepa muy bien qué
es eso que uno es. Cuando les insistí, pidiéndoles argumentos
racionales, al fin una alumna me respondió diciéndome que se
sentía orgullosa de ser cubana porque "tenemos una de las mejores músicas
del mundo".
-La respuesta entristecería a cualquiera.
-Y mi tristeza aumentó cuando pocos días después
una conocida periodista de nuestra televisión, que en correspondencia
con el calificador de cargos se anuncia como especialista en temas culturales,
me dijo a mí y a quién sabe cuántos millones más
de televidentes, que "uno de los elementos principales que define la identidad
del cubano es el baile"... Como nunca he oído decir que Varela, Luz
y Caballero, Villena, Frank País y otros destacados hombres de nuestra
historia, paradigmas de cubanía, fueron grandes bailadores, o siquiera
bailadores, a la tristeza inicial sumé la confusión. ¿En qué
puede consistir esa identidad nacional, esa cubanía o cubanidad de
la que tanto hablamos, que peso o sustancia puede tener, de qué nos
puede servir, si se define por nuestra capacidad de bailar y cantar?
Otra anécdota de nuestro periodismo televisivo igual me permite ilustrar
cuán difícil resulta definir lo "nuestro" y cómo distinguirlo
de lo "ajeno". En cierta oportunidad un narrador deportivo conversaba en pantalla
con una compañera empadronada como periodista de temas culturales,
y le confesaba saber muy poco sobre los dioses de las religiones afrocubanas,
a lo que la periodista contestó: "¡Pues tienes que aprender, porque
esos son nuestros dioses!" Me imagino la sorpresa de cristianos, católicos
y protestantes, al enterarse en ese momento de que adoraban a un dios ajeno,
foráneo, extraño. Sobre todo porque si es verdad que Jehová
(o Yavé) y Cristo proceden de Palestina, no es menos cierto que Changó
y Yemayá provienen de África. Ni el arroz ni los frijoles, ni
la caña de azúcar ni el café, ni los blancos, los negros
o los chinos, ni siquiera el idioma español, son nativos. Tampoco lo
es el marxismo, que no se inventó en Cuba, sino que nos vino de Europa,
y que era rechazado por los intelectuales burgueses.
-"¡Rara coincidencia!", con el mismo argumento utilizado infelizmente
por la colega periodista.
-En efecto, los intelectuales burgueses impugnaban al marxismo diciendo
que no era nuestro, que se trataba de una ideología foránea.
La contraposición de lo propio y lo ajeno puede ser, bien eficaz instrumento
de reflexión, cuando se asume en forma razonada, o bien vehículo
de superficialidad, si se toma con ligereza. Lo preocupante es que la ligereza
y la superficialidad suelen ser los más fuertes aliados de la reacción.
CRIOLLOS, CHINOS, NEGROS E INDIOS
-Usted relacionaba todo esto con el pensamiento de Mariátegui.
-En la obra de Mariátegui se encuentran pistas o claves extraordinariamente
fértiles no solo para el desafío de pensar nuestra identidad,
sino también para el otro, no menos importante reto, asumido en raras
ocasiones, de pensar qué queremos hacer con nuestra identidad y de
saber cómo vamos a interactuar con nuestra cubanía.
Me voy a referir en particular a algunas ideas expuestas por Mariátegui
en el último de sus Siete ensayos de interpretación de la realidad
peruana. (*) Se nos presenta este ensayo, con mucho el más extenso
de todos, como un texto de crítica literaria. Se titula "El proceso
de la literatura". Pero de sus mismas páginas se desprende la confesión
implícita del autor, de que también contiene indicaciones para
un estudio sociológico de los procesos de interacción étnica
y de formación de la nacionalidad peruana. Su estudio nos permite entender
el modo complejo, creador, y por lo tanto revolucionario, de Mariátegui,
al abordar la materia. Él afirma en 1928 que aún no existía
la nacionalidad peruana, que estaba en proceso de formación, no se
había alcanzado un grado elemental de fusión de los elementos
raciales que convivían y conformaban la población peruana. Analiza
los factores étnicos existentes en Perú: el criollo, el chino,
el negro y el indio. El criollo, nos dice, aún no está netamente
definido; no es más que un nombre que utilizamos para designar tipos
muy diversos de mestizos. Con respecto al chino y al negro, emite juicios
muy duros. Ninguno de ellos, manifiesta, ha aportado aún a la formación
de la nacionalidad peruana valores culturales ni energías progresivas.
"El chino parece haber inoculado a su descendencia el fatalismo, la apatía,
las taras del oriente decrépito. El aporte del negro aparece más
nulo y negativo aún. No estaba en condiciones de contribuir a la creación
de una cultura, sino más bien a estorbarla". Mariátegui explica
esto a partir de las condiciones histórico-concretas que condicionaron
la llegada de chinos y negros a Perú. Son etnias traídas para
ser insertadas en el contexto de una sociedad colonial marcada por el predominio
de relaciones feudales, y acusan la falta de dinamismo y la obediencia espiritual
concomitantes. Solo lo indígena puede ser la base de la constitución
de lo peruano. Y ello no solo por su abrumadora mayoría poblacional,
sino sobre todo porque culturalmente no se vinculó a la formación
colonial tradicional, y no está marcada por ella.
-Pero Mariátegui rechaza el indigenismo o nativismo tradicionales.
-Sí. Y lo califica de utopía especulativa. Tuvo sentido
en un momento histórico, como reacción contra la supeditación
cultural ante lo colonial, como primer paso en la afirmación de la
autonomía cultural, pero solo como primer paso. El indigenismo auténtico
no significa restauración ni resurrección de lo indígena,
sino reivindicación, lo que es otra cosa. Ha de entenderse al nativismo
como revolución y emancipación. Y enseguida lanza una provocativa
afirmación: el cosmopolitismo representa un estímulo para el
indigenismo. En su ambiente nativo, el indio no está incorporado aún
a la cultura occidental, y esto es lo que ha de lograrse con la abolición
de lo feudal persistente en la sociedad peruana, para que el indio encuentre
por sus propios pasos, y en poco tiempo, la vía de la civilización
moderna, y traduzca a su propia lengua las lecciones de los pueblos de Occidente.
NORMAS DE IDENTIDAD
-¿Por qué Mariátegui considera tan importante realizar
el empalme de la cultura indígena con la occidental moderna?
-Usando sus propias palabras, porque considera a esta última una
cultura expansiva, dinámica, que aspira a la universalidad. En el ambiente
de pervivencia del latifundio feudal, ese mestizaje carece de elementos de
ascensión. Es el desarrollo social y económico, el despliegue
de las energías de la cultura industrial, lo que permite superar las
características culturales negativas del chino, el negro y el criollo.
Convertirlos en obreros, despertar en ellos su conciencia clasista, europeizarlos,
puede conducirlos a una ruptura sustancial con la identidad cultural existente,
fragmentada y estancada, colonial en suma. Esta ha de ser la tarea de la revolución
socialista en el Perú.
-En síntesis, ¿cuáles serían entonces las ideas
de Mariátegui que usted esgrimiría, a modo de principios, para
enfocar y analizar el tema de la identidad?
-Primero, precisamos de una visión histórica y "descosificada"
de la identidad y la cultura, estas no son cosas dadas, sino procesos condicionados
histórica y socialmente. Segundo, es necesario estudiar la intencionalidad
subyacente en la base de los fenómenos culturales, puesta de manifiesto
en la función desempeñada por ellos en el contexto del todo
social, de la formación económico-social específica,
es decir, en la interpretación de la cultura se requiere de una visión
sistémica, de totalidad. Tercero, urge asumir las formas culturales
existentes, y entre ellas la cultura popular, no como objetos de simple conservación,
sino como entes de transformación revolucionaria. Y cuarto, en la labor
de transformación revolucionaria de la identidad cultural, debemos
tomar los elementos de universalidad y de dinamismo.
-¿Quiere decir que estos mismos principios podrían servir de
brújula para repensar la cuestión de nuestra identidad y de
nuestra cubanía?
-Así es. Muchas veces se tiende a identificar nuestra identidad,
nuestra cubanía, como un conjunto fijo y estable de características
de personalidad y comportamiento, que siempre son las mismas. Lo que nos identifica
y nos caracteriza, según esta visión, es que somos bulliciosos,
alegres, bailarines y musicales, y sobre todo, muy sensuales. Se entiende
la identidad como algo "natural". Se establece un signo de igualdad entre
nuestra identidad y la imagen que tenemos de nosotros mismos.
-No nos preguntamos de dónde salió esa imagen, ni por
qué, curiosamente, se parece tanto a la que en el exterior se tiene
del cubano.
-Esa interpretación de nuestra identidad nacional se complementa
muy bien con la imagen negativa del cubano que desde hace mucho difunden quienes
han pretendido dominarnos y sus cipayos entre nosotros, una imagen que nos
presenta como indolentes, inconstantes y perezosos. En definitiva, se puede
ser todo eso y seguir manteniendo la gracia, la musicalidad y la sensualidad.
Pero además, se corresponde perfectamente con el lugar que se nos tiene
asignado en el nuevo ordenamiento del mundo según el proyecto neoliberal.
En este solo tenemos cabida como proveedores de placer.
SER CULTOS PARA SER LIBRES
-Ante este estado de cosas, ¿qué debemos hacer?
-Abandonemos esa visión "biologizante" y exótica, y pasemos
a pensar nuestra identidad en su complejidad y carácter contradictorio.
Retomemos la esencia del aporte mariateguiano y fijemos un conjunto de puntos
nodales para abordar esta cuestión.
Nuestra identidad no es un resultado natural y homogéneo. Es un producto
histórico. Es preciso por lo tanto preguntarse cómo se ha producido
y cómo se sigue produciendo, quiénes la producen -lo que hace
válido también preguntarse quiénes podrían estar
produciéndonosla- y con cuál intención.
Si nuestra identidad nacional y nuestra cultura son fenómenos históricos
y contradictorios, debemos pensar qué estrategia asumir con respecto
a su desarrollo y transformación. Pensar cómo vamos a interactuar
con ellas, para reconstruirlas de acuerdo con nuestros intereses liberadores.
Es preciso establecer un nexo crítico con nuestra cultura y nuestra
identidad en tanto ellas incorporan en sí, desde sus inicios, las contradicciones
y deformaciones de nuestra deformación, buscando eliminar de ellas
las estructuras espirituales que consolidan nuestra dependencia. Se impone
crear, por lo tanto, una cultura para la liberación. Y no puede concebirse
la política cultural para la liberación como simple defensa
de un patrimonio ya dado. La cultura para la liberación se constituye
no solo mediante la organización de datos culturales preexistentes,
sino también mediante la creación de un tejido de ideas y valores.
Es preciso desarrollar un concepto de cultura nacional sin que este se torne
limitativo y objetivamente conservador, eliminando la tentación de
crear barricadas, de identificar en la tradición al único sistema
de valores revolucionarios posible.
Notas:
* Y más específicamente a las presentadas en los epígrafes
del diecisiete al diecinueve, expuestas entre las páginas de la trescientos
setenta y nueve a la cuatrocientos siete de la edición cubana de Casa
de las Américas de 1973.
Hilario Rosete Silva y Julio César Guanche son periodistas del periódico
Alma Mater, La Haban