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13 de febrero del 2002
La construcción de una izquierda alternativa:
el papel de la Democracia Participativa
Iosu Perales
La Democracia Participativa puede ser, es, un camino decisivo en el fortalecimiento
de la sociedad civil de los de abajo. Una participación ciudadana capaz
de influir en las decisiones de poder puede regenerar la vida política
y hacer de la democracia ahora legal y formalista un instrumento vivo de la
lucha popular por el cambio social y político. Pero, la Democracia
Participativa, puede ser también el revulsivo necesario que necesitan
los partidos políticos de izquierdas para su propia transformación.
Una transformación que debe recorrer los ámbitos de las ideas,
de la acción política y de la moral, modificando no sólo
la visión de la sociedad futura sino también las concepciones
estratégicas etapistas e institucionalistas que necesitan ser superadas
y llenadas de procesos sociales y de luchas, superando dos tentaciones igualmente
arriesgadas: una de ellas es la del quietismo que se atrinchera en la retórica
y el revolucionarismo de lenguaje, y la otra que consiste en escapar en dirección
a la derecha en busca de un lugar más seguro.
La estrategia de la Democracia Participativa, este paradigma que tiene en
Porto Alegre un referente necesario, está comenzando a jugar en la
izquierda salvadoreña, en el Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional, una función regeneradora de su déficit
de acción social, del mismo modo que constituye un aporte decisivo
en la recuperación de una identidad libertaria lesionada por divisiones
internas y por la dificultad de situarse en un escenario de lucha política
en condiciones adversas.
Es de esto que quiero hablarles, pasando por encima de detalles que tienen
que ver con experiencias muy concretas, en todo caso aún en proceso
de formación.
La crisis
La derrota electoral del Frente Sandinista en febrero de 1990 tuvo una notable
influencia en las creencias y en la psicología de la izquierda centroamericana.
Perder no estaba en la agenda de las fuerzas revolucionarias de la región;
pensar en ello era una herejía. Pero ocurrió.
Y si hasta ese momento se discutía cómo hacer la revolución,
a partir de entonces las reflexiones públicas y privadas de líderes
e intelectuales de la izquierda giraron en torno a la posibilidad misma de
la revolución en un escenario dominado por el peso brutal de Estados
Unidos. Las certezas anteriores fueron sustituidas por enormes dudas que en
algunos casos iniciaron una revisión destructiva del propio pasado
colectivo.
Joaquín Villalobos en El Salvador intentó resolver el problema
pendiente de la revolución mediante la fórmula de decretar los
Acuerdos de Paz firmados el 16 de enero de 1992, como la cristalización
del programa histórico del FMLN. Su tesis no tenía ningún
rigor pero tenía la ventaja de hacer creer que la misión había
sido cumplida. En realidad, lo que se ocultaba detrás de este planteamiento
era una dejación del proyecto popular en favor de la búsqueda
patética de un lugar a la sombra del sistema, pasando a ser la mano
izquierda de la derecha bajo el aplauso de las fuerzas económicas y
políticas más poderosas del país, para lo cual creó
el Partido Demócrata, tras descomponer material y moralmente al ERP,
la fuerza que había liderado durante la guerra. No hay mejor triunfo
para la derecha que fabricar su propia oposición; una oposición
que no sea una amenaza de ruptura con el sistema.
Pero este movimiento tránsfuga de Villalobos no conviene personalizar
en exceso. Lo cierto es que lo sucedido en Nicaragua, poco tiempo después
del desplome de los regímenes del Este de Europa y en particular de
la URSS, puso a prueba a toda la izquierda de la región, construida
con verdades sencillas y líneas de pensamiento armoniosas. La convicción
de que la historia avanza inevitablemente en el buen sentido; la seguridad
de que los hechos acabarán por darnos la razón; la fe en el
triunfo final que le otorgaba a esa izquierda un mundo seguro, entró
en crisis.
Y lo hizo a pesar de que durante mucho tiempo la puesta en cuestión
de esta filosofía de la historia había sido considerada como
un preocupante signo de debilidad. La crisis fue el escenario favorable para
que surgieran con fuerza opciones de orientación socialdemócrata-
llamadas también de centro-izquierda por algunos dirigentes centroamerericanos-,
bajo la premisa de que el realismo debía dejar a un lado los discursos
ideológicos finalistas; premisa de la que se derivaba un cambio radical
respecto del imperialismo norteamericano. De repente, el mayor enemigo histórico
de la región debía ser tratado como un deseable aliado. Pero
esta socialdemocracia, no es aquella que en el tiempo de la guerra, alejada
de la vieja socialdemocracia europea, supo reconocer el carácter explotador
del sistema capitalista y fue leal a una alianza prolongada con las fuerzas
guerrilleras. Ahora se trata de una corriente que busca vínculos fuertes
con la llamada Tercera Vïa, esto es con una socialdemocracia funcional
al neoliberalismo.
El deseo de adaptación a la realidad neoliberal, empujó a un
sector de la izquierda centroamericana a tomar como suya la posición
del mexicano Jorge G. Castañeda en el sentido de que moldear el modelo
económico y social existente, con ser un objetivo menos atractivo que
la lucha por el socialismo, tiene la fuerza y el atractivo electoral de la
viabilidad. Como condición, esta izquierda se propuso hacerse creíble
renunciando a su propio pasado y, en el caso de El Salvador, reiterando públicamente
un anticomunismo que tenía como blanco de sus ataques a miles de hombres
y mujeres que habían peleado la misma guerra y habían firmado
la misma paz. Este proceso particular dado en la izquierda salvadoreña,
tan sólo pone de relieve un fenómeno general: Asistimos a un
prolongado proceso de desnaturalización de buena parte de la izquierda
que tiene una doble manifestación: como fuerza de oposición
al capitalismo y como movimiento ideológico conformador de cultura
y referencias.
Efectivamente, a finales de 1994, irrumpieron con fuerza en el interior del
FMLN –más exactamente en las FPL- las posiciones electoralistas, mediante
un documento llamado de Renovación que explicaba las excelencias de
constituirse en un partido de centro-izquierda. En él había
reflexiones que, sinceramente, ponían a prueba una construcción
ideológica rígida hasta entonces predominante en las fuerzas
guerrilleras. Un hilo conductor de esa construcción era demasiado débil
y los autores del documento lo sabían: Una ideología que vive
de predecir el triunfo final depende del éxito de sus predicciones.
Los críticos tiraron de ese hilo para proponer una nueva política
de contenido reformista, desconsiderando que la razón de ser de la
izquierda descansa en el hecho de que es la esperanza para contribuir al logro
de una sociedad distinta, a la que seguimos nombrando como socialista. Ciertamente
la arquitectura ideológica hasta entonces predominante en las fuerzas
guerrilleras contenía elementos dogmáticos, deterministas y
hasta sectarios, y además una visión de la realidad social basada
en una concepción de la lucha de clases demasiado simple. Pero la reconstrucción
del proyecto político a partir de una reflexión autónoma
y de los datos más que de ideas preconcebidas; y la reconstrucción
asimismo de un conjunto de ideas-fuerza y de valores subjetivos, no tenían
por qué conducir al partido al abandono de principios revolucionarios
y al empobrecimiento de su horizonte. La solución no estaba en echarnos
en brazos del oportunismo, haciendo un canto repentino a los valores liberales
individualistas, al libre mercado y a un proyecto socialdemócrata que,
además, en este caso se presentaba en su versión más
amable con el capitalismo.
El debate político se saldó inicialmente en favor de las posiciones
socialistas. Pero ese desenlace en el interior del partido no resolvía
el problema, dado que la realidad externa inducida por los vientos neoliberales
continuaba fracturando el tejido social, desmovilizando a los movimientos
y sindicatos, empeorando las expectativas populares respecto de asuntos cercanos
como el empleo y de otros lejanos como el cambio de sociedad. Dicho de otra
manera, la corriente revolucionaria luchaba en cancha contraria y a los socialdemócratas
se les abrirían pronto nuevas oportunidades.
La oportunidad les llegó a finales de 1997 cuando la tendencia socialdemócrata
obtuvo la secretaría general del partido y tituló su eventual
victoria como "Cambio hacia la libertad" haciendo una doble alusión
al país y al propio partido. Su éxito momentáneo tuvo
que ver con la ilusión de ganar la presidencia de la República
mediante la oferta a la sociedad de un programa tan pragmático que
no se diferenciaba apenas del de la derecha. Ello fue posible, asimismo, porque
el FMLN había carecido hasta entonces de una conciencia anticipatoria
de los problemas derivados de la fuerza del sistema parlamentario y de la
lógica electoral en lo que tienen de fuerza fagocitadora que empuja
a la izquierda a centrarse en lo institucional, dejando en un plano secundario
o abandonando el impulso del movimiento popular y descuidando la construcción
de su propia identidad. La desnaturalización es un riesgo permanente
de la izquierda en su quehacer parlamentario, cuando se da el hecho de una
frágil inserción social. Lo electoral como elemento divisor
al interior del partido, al incentivar la pugna, a veces muy agresiva, por
obtener cuotas institucionales, se puso de manifiesto en aquel final de 1997
que fue el punto más bajo de la corriente revolucionaria en el partido.
Lamentablemente el debate interno no contrastó ideas y programas y
el partido se vio envuelto en una dinámica de conspiraciones destinadas
a alcanzar mayorías. Efectivamente un tipo de socialdemocracia, gritando
las excelencias de una oposición de centro-izquierda que nunca logró
definir en términos ideológicos y políticos, ganó
la cúpula del partido y posteriormente, en marzo de 1999, compitió
a la presidencia de la República, obteniendo un resultado del 29% frente
al 52% que obtuvo el derechista y actual presidente Francisco Flores. El electorado
ante dos programas muy parecidos prefirió votar al original y no a
la fotocopia. La derrota abrió un debate que en la práctica
fue una crítica dura y necesaria a un proyecto que se alejaba de la
vocación histórica del FMLN y que aceptaba los fundamentos del
capitalismo, su funcionamiento y sus valores liberales levemente corregidos.
Ello permitió a la corriente autodefinida como revolucionaria –que
no sin mala intención es apodada ortodoxa por los medios de comunicación
y la propia corriente socialdemocrata- regresar a la dirección del
FMLN, abrir de nuevo el círculo de la incomodidad y volver a pensar
sobre la identidad del partido, no en términos de melancolía
con el pasado sino en orden a re-elaborar las ideas básicas de un proyecto
ético y político que para empezar necesita desnudar las palabras
revolución y socialismo, a fin de llenarlas de un contenido dinámico
y no metafísico. Volver a pensar qué país queremos, qué
mundo queremos, y aceptar el desafío de volver a explicar con lenguaje
sencillo y nuevo lo que había sido el impulso inicial, altruista, humanista,
apasionado, fundacional del FMLN.
Sólo que este impulso, rico en valores, requería de un cambio
conceptual y política que conservando lo mejor de lo viejo ajustara
algunas cuentas y se impusiera como tarea una reinvención del socialismo,
no sólo como alternativa económica y de reparto de bienes, sino
que también como propuesta civilizatoria y como nueva democracia. Pero
la redifinición del pensamiento revolucionario requería de algo
más: asegurar una visión realista del mundo sobre el que se
desea actuar y de nosotros mismos, profundizar en el entendimiento de la realidad,
no dejando a la corriente socialdemócrata la bandera de la racionalidad.
Este es el punto de partida para hacer del pensamiento crítico un pensamiento
para la movilización. No hay ninguna ley natural que impida a una fuerza
de izquierda combinar su carácter subversivo, su pasión, con
el ejercicio de dar prioridad a la veracidad cuando se trata de reconocer
cómo es la realidad. No necesitamos poner al enemigo más malo
de lo que es, ni embellecer nuestra propia imagen. Los juicios apocalípticos
sobre la crisis inminente del capitalismo contienen una extrema debilidad
al erigirse como construcciones sin apoyo suficiente en los datos.
En marzo del 2000, el FMLN logró un gran triunfo en las elecciones
municipales, ganando casi todas las ciudades del país, con un programa
político de fuerte oposición al gobierno y con candidaturas
que supieron abrirse a la izquierda social incluyendo a independientes. Pero
el FMLN logró también el mayor número de diputados en
el parlamento, por encima de ARENA, presentando un programa que no disfrazaba
su proyecto de izquierda. La corriente revolucionaria acaba de ratificar su
mayoría en el partido en las recientes elecciones internas del 25 de
noviembre del 2001. Pareciera pues que la restauración del proyecto
histórico resuelve los más graves problemas de la izquierda
salvadoreña, pero no es así. Ciertamente hay que combatir fuertemente
aquellas ideas que dentro de la izquierda reducen la construcción de
una estrategia hacia el socialismo a un asunto de conquista del puesto de
mando dentro del propio partido. En realidad esto sirve para poco si no se
sabe avanzar en la articulación de una política que acerque
nuestra acción cotidiana hacia los objetivos finales. Lo más
frecuente es la existencia de una separación entre los discursos y
la práctica real, algo que tradicionalmente la izquierda ha querido
resolver cosiendo como hacen las costureras para unir distintas partes de
una prenda. La resolución de esta contradicción no puede venir
del diseño simple y unilateral de una revolución por etapas,
algo que puede producir sosiego intelectual y espiritual, pero que en la práctica
es tan sólo una solución conservadora a la espera de que las
condiciones objetivas nos vayan llevando de una etapa a otra hasta arribar
al socialismo. Hoy somos conscientes de que los caminos de acumulación
de fuerzas revolucionarias no son fácilmente verificables. Esta cuestión
a estado también presente en el FMLN, pero afortunadamente una visión
y una conciencia mucho más fresca y rigurosa va mostrando cómo
en el impulso de procesos sociales reales se encuentra la vía del cambio
social y político; la lucha de la izquierda revolucionaria se asume
ahora como un movimiento que no tiene fin, ni siquiera tras la toma del poder.
En esta tarea, urgente, de reconstruir las fuerzas sociales que tanto peso
tuvieron en la década de los 70 en el país, también la
corriente socialdemócrata tiene derecho a participar como una realidad
plural dentro del partido, siempre que respete las reglas del juego internas
y no utilice las estructuras partidarias para servir a un proyecto político
externo.
La corriente socialdemocrata inserta en el FMLN no es intelectualmente sólida
en El Salvador.
Sus comportamientos tienen como referencia la oposición a la corriente
revolucionaria y socialista, en lugar de una propuesta propia. Desde un mimetismo
ingenuo conectado al fenómeno de la globalización de las ideologías
admiran a Tony Blair y tratan de importarlo a un país imaginario al
que llaman El Salvador. Así es como hacen circular conceptos como centro
o centro-izquierda, como si los lemas pudieran funcionar sin contenidos.
Son conceptos que se presentan como una supuesta superación de la confrontación
izquierda/derecha. De este modo su logica es la siguiente: "no es que traicionemos
a la izquierda; simplemente ya no tiene sentido". Toma fuerza entonces un
concepto sin contenido ni definición ideológica, una palabra
que sirve como comodín también para la derecha –que así
mismo aspira a conquistar el famoso centro-. El centro es una expresión
sociológica y electoral; como corriente de pensamiento y como proyecto
de sociedad es una nebulosa, nada.
Nuevos enfoques
Casi una década administrando los acuerdos de paz y sumido en convenciones
internas con poco debate de ideas y muchas luchas por el acceso a la dirección
del partido, llevaron al FMLN a un estado de desgaste. Era necesario volver
a lo popular, a las luchas sociales, para corregir el rumbo.
No ha sido ni es fácil para una fuerza política heredera de
las ideas predominantes en las izquierdas de los años sesenta y setenta,
considerarse a sí misma como una parte de la estrategia hacia el socialismo,
cuando siempre se pensó a sí misma como la vanguardia guardiana
de la totalidad del proceso. Esto quiere decir en la práctica que todavía
se están venciendo resistencias a considerar los movimientos sociales
y los procesos de fortalecimiento del poder local como espacios autónomos
con los que el partido debe de construir una unidad abierta en relaciones
de igualdad. Así por ejemplo, no faltan en el FMLN quienes conciben
los movimientos de participación ciudadana en el ámbito municipal
como una estrategia centralista de suma electoral, subordinada por consiguiente
a los puestos de mando del partido en sus distintos niveles. Este punto de
vista arrastra aún una cultura que veía en el centralismo un
camino más seguro para llegar al poder y mantener después la
revolución victoriosa. La idea de que mediante la centralización
sería más fácil lograr la igualdad, la industrialización
y el desarrollo equilibrado entre regiones de un mismo país, eran argumentos
de peso. Además, una visión que colocaba la centralidad obrera
frente a la burguesía, alimentaba asimismo la idea de un Estado centralizado
como paradigma fuerte.
Afortunadamente los procesos de participación ciudadana abiertos en
El Salvador van venciendo esas resistencias, de modo que en el partido va
ganando terreno la idea de que es mediante la participación ciudadana
o popular desde abajo, no sólo desde sindicatos y organizaciones ya
construidas, que es posible recrear y reinventar la movilización de
la multitud, multiplicando redes asociativas en los barrios, distritos, comunidades
y municipios, y extendiendo los valores de la acción colectiva –hoy
bastante en crisis- la solidaridad y el apoyo mutuo. La democracia participativa
se abre camino en El Salvador, en municipios del departamento de Chalatenango,
en Suchitoto, en Nejapa, El Paisnal, Tecoluca, y muy significativamente en
la capital San Salvador, no sólo como resistencia sino también
como nueva ruta de tránsito hacia otro modelo de democracia, de desarrollo
y de sociedad. Los resultados son por el momento muy provisionales pero tienen
algo a su favor: allí donde la democracia participativa se ensancha
y lo hace no desvinculada de la lucha política nacional, las mejoras
económicas y sociales son sustantivas. Esto hace que algunos municipios
salvadoreños sean ya referentes para muchos más, no sólo
para los gobernados por el FMLN.
Es asi que podemos identificar las bondades de la Democracia Participativa
en la configuración de una izquierda social y política en orden
a:
1. Un nuevo enfoque en la construcción de una estrategia de ruptura
con el sistema económico y el parlamentarismo burgués, en el
camino del socialismo, que supere las concepciones vanguardistas por una nueva
disposición de las fuerzas sociales y revolucionarias; es desde abajo
que deben articularse los procesos asociativos, las luchas, y también
los mecanismos de toma de decisiones. El Comité Central sustituido
por una alianza entre fuerzas políticas y sociales iguales.
2. La construcción social de nuevas modalidades democráticas
superadoras de la arcaica democracia liberal y de los enfoques reduccionistas
de la democracia que también han circulado y aún circulan por
las izquierdas.
3. La toma de conciencia de la importancia de la ciudadanía. Una ciudadanía
apenas reconocida en El Salvador, y ahora más amenazada que nunca por
una globalización que al debilitar el Estado y su soberanía
rompe los vínculos de la comunidad política. El peligro de una
ciudadanía des-territorializada es algo que daña de manera grave
el ejercicio de los derechos civiles y políticos, así como alimenta
la fragmentación social y el individualismo.
4. La Democracia Participativa como factor de construcción nacional
en una sociedad nacionalmente débil que sin haberse consolidado como
estado-nación, está siendo succionada por centros de gravedad
de las fuerzas económicas que gobiernan la acumulación rompiendo
las fronteras.
5. EL FMLN está tomando conciencia de que el desarrollo humano sostenible
encuentra en la Democracia Participativa grandes posibilidades de desarrollo
endógeno; un desarrollo orientado a superar las dependencias del exterior
y enfocado a dar respuestas a las necesidades internas.
Así pues la Democracia Participativa puede ser un factor muy importante
en la configuración de un nuevo partido en El Salvador; más
comprometido socialmente; más ético; más militante.
Una participación ciudadana real significa asimismo reconocer la necesidad
de un nuevo equilibrio democrático que: de una parte limita el poder
de las autoridades y de otra extiende los derechos de los participantes, manifestados
en oportunidades de voz, de crítica, de presentación de propuestas,
etc. Esto quiere decir que allá donde los procedimientos democráticos
han sido meramente formalistas, o han brillado por su ausencia, o simplemente
han caído bajo la propiedad de los partidos políticos, se abre
una concertación entre Alcaldía- Concejo y los Ciudadanos. Esta
es una premisa general que en la práctica no es fácil que prospere
si otras instituciones como son los partidos políticos, no se democratizan
a su vez, y modifican su mentalidad vanguardista. Sin embargo, está
en los partidos políticos la clave de un nuevo Poder Local. Para empezar
son ellos los que desde los parlamentos pueden y deben promulgar leyes que
consoliden la autonomía y el poder municipal con presupuesto. En segundo
lugar, los partidos deben reconocer que la estrategia local debe basarse en
la independencia de los municipios y sus ciudadanos para decidir. Este último
es un punto muy interesante que en El Salvador se va abriendo camino: la autonomía
del gobierno municipal que se articula con un poder local que se extiende
al presupuesto participativo ha ganado ya mucha fuerza y el respeto del FMLN.
No me parece pertinente entrar en detalles respecto de la participación
ciudadana que en buena parte no hace sino seguir las rutas ya abiertas y los
métodos desarrollados por la experiencia de Porto Alegre.
La izquierda gobierna en el ámbito municipal más del 60% de
la población, concentrando sus 82 municipios más del 75% de
la actividad económica. Como partido, sus estructuras descentralizadas
sólo con ciertas excepciones han alcanzado aún un grado de consolidación
que les permita hacer y crear política local y territorial sin recurrir
al centralismo y paternalismo de los órganos nacionales. Difícilmente
progresaremos en el sentido de extender más y más la participación
ciudadana por todo el país si el propio partido no acelera su propia
descentralización real. Asimismo es esencial el fortalecimiento de
las candidaturas electorales con capacidad de autogestión y abriéndolas
a gentes independientes y capaces. El campo y sus municipios es una debilidad
de la izquierda salvadoreña: es en el mundo rural, el mismo que contribuyó
a formar nuestro imaginario revolucionario en la época de las guerrillas,
donde el FMLN tiene notables dificultades. Construir alianzas sociales y políticas
en el campo es una prioridad.
Pero, una acumulación de fuerzas desde la izquierda, necesita asimismo:
-Una reactivación de los movimientos sociales sectoriales, gremiales,
globales.
-Una resurrección de lo sindicatos con los que sería conveniente
acordar una agenda social y de reivindicaciones laborales.
-Una crítica más dura a la institucionalidad política,
a su funcionamiento oligárquico.
-Una posición más vigilante respecto de los grupos de interés
del gran capital, de los militares y de las grandes familias históricas.
El FMLN necesita contribuir a la creación de una gran Foro Nacional
de actores sociales y políticos para la concertación y articulación
de una estrategia nacional orientada a desplazar a la derecha del poder. Ello
significa liberarse en parte de la actual dedicación a la vida parlamentaria,
para fijar como principal el despliegue de procesos sociales desde abajo.
La democracia participativa es por consiguiente un pilar decisivo en la estrategia
de edificación de una alternativa al neoliberalismo y a la derecha
nacional. La lucha electoral como instrumento y la lucha popular como articulación
de las fuerzas sociales para el cambio social, deben son los dos pies de un
mismo avance. Esta idea de construcción del poder desde abajo debe
tomar nota del veredicto de la historia en cuanto a algunas concepciones y
políticas que habiendo sido parte de la izquierda, han demostrado ser
erróneas. Sin embargo, hemos de evitar sustituir unos conceptos absolutos
por otros igualmente absolutos. Es conveniente identificar el carácter
abierto que deben conservar muchas ideas y criterios de manera de no caer
en la tentación de diseñar la ruta hacia el socialismo como
un arquitecto diseña un edificio en detalle. Tenemos razones para pensar
que el tránsito a una sociedad distinta recorrerá rutas torcidas,
en las que nada será inevitable y las posibilidades de regresión
constituirán permanentemente una amenaza.
Parto de la necesidad de un mundo subjetivo, de un entramado de ideas y de
sentimientos consistentes. Pero ¿en qué dirección avanzar? ¿En
qué campos de los que nos son conocidos podemos trabajar para alcanzar
este propósito? ¿Es adecuada para el momento actual una ideología
de conjunto, una ideología del estilo de las grandes ideologías
socialistas del siglo XIX? Una de las dificultades es que el ambiente de nuestro
tiempo está demasiado vuelto hacia los problemas inmediatos como para
demandar marcos ideológicos completos. En todo caso sabemos que el
éxito de una ideología en la creación de identidades
colectivas, no depende tanto de su valor, de su novedad, sino de su concordancia
con las demandas espirituales de una parcela de la sociedad.
Algunos criterios que nos parecen de importancia son los siguientes:
1. Los principios o el factor moral. Tradicionalmente la izquierda ha considerado
este factor un subproducto de la política, algo secundario. Sin embargo
no hace falta ni queremos un código moral, pero sí unos principios
y valores revolucionarios: solidaridad, sentido inflexible de la justicia,
lucha por la igualdad, odio al racismo y al machismo. Además de transparencia
interna, conducta ética de los dirigentes y compañeras y compañeros
con cargos públicos. Un partido moralmente deteriorado está
incapacitado para liderar un proyecto de sociedad alternativa.
2. Una clara vocación de cambio y acción social, que incluya
grados de confrontación y de ruptura con el sistema económico.
Ello debe incluir la pendiente transformación del Estado en un sentido
profundo, lo que no será posible sin que se expresen formas de confrontación
entre distintos intereses de clase y diferentes proyectos de sociedad. Las
tesis evolucionistas acerca del cambio totalmente pacífico del sistema
son una ilusión 3. Una posición clara frente a la estructura
de la propiedad que priorice la propiedad social, sabiendo que la ausencia
de propiedad privada no resuelve por si sola todos los problemas y que la
expropiación y la nacionalización no implican por si mismas
un control democrático ni una gestión con fines igualitarios.
4. El impulso de la movilización popular desde la clara convicción
de que los cambios en la correlación de fuerzas devendrá de
la organización y luchas desde abajo, todo ello articulado con las
luchas electorales nacionales y locales.
5. Propugnar y practicar un partido democrático, abierto a la pluralidad,
fraterno, que promueva la solidaridad interna, y elija a sus dirigentes de
manera transparente. Un partido que sea combatiente contra la tendencia al
acomodamiento; atento para superar las servidumbres de las estrategias y de
la acción institucional, la búsqueda de financiamientos externos,
etc.
6. Defender la unidad del pueblo y las alianzas sociales frente a la fractura,
frente al accionar de los partidos tradicionales, frente a la ola neoliberal
que procura la división social y el individualismo a ultranza.
No me extiendo citando más criterios de este tipo.
En otro sentido, es bueno imaginar la sociedad deseable, sobre todo porque
ayuda a desarrollar el sentido de la crítica a lo que ya existe. Pero
si no se tiene conciencia de las profundas limitaciones de ese ejercicio imaginativo,
nos encerraremos en un mundo teórico, abstracto, nada comprobado, que
nos suministrará la ilusión de poseer la sociedad ideal. Es
más acertado plantear la cuestión de la sociedad futura admitiendo
que es mucho lo que no sabemos. Se trata de señalar trazos, puntos
de referencia hacia los cuales interesa tender. El fundamento de nuestra aspiración
socialista tiene hoy un fuerte componente moral que reivindica un cuadro de
valores. Unos valores bien escogidos son una fuente de cohesión y de
energía. Entre ellos la lucha por la igualdad y por la libertad, paradigmas
que con frecuencia han entrado en colisión a partir de enfoques unilaterales.
Hablar de igualdad es algo que remite necesariamente a la cuestión
de la propiedad: frente aun socialismo que quiso hallar un foco universal
de los males en la propiedad privada, hoy tenemos una visión más
multilateral y menos fetichista de la propiedad. Sin embargo, levantamos las
banderas de la propiedad social y de la propiedad pública, sin estatalismos,
y como vías articuladas a los beneficios de la propiedad colectiva
y a la gestión democrática. Como bien dice el sociólogo
nicaragüense Orlando Nuñez debemos reflexionar sobre la necesidad
de superar la vieja dicotomía que hacía creer que la propiedad
o bien era negativa por definición o bien tenía que pasar al
Estado.
Sin embargo, no es mi intención detenerme en un socialismo que está
y estará vivo a condición de que se presente como alternativa
humanista que proponemos no tan sólo para un mejor reparto de los bienes,
sino de una nueva civilización. Tan sólo deseo recordar que
nuestro proyecto de sociedad futura, lejos de encerrarse en un documento de
estrategia que poco o nada tenga que ver con la acción cotidiana, debe
manifestarse ya en nuestra acción social y política, pero también
en el estilo de vida de los dirigentes. Esto debe ser así porque nuestra
nueva idea de socialismo, más allá de pretensiones científicas
que actuaban como supuestas vacunas contra la burguesía y el revisionismo,
debe cristalizar en manifestaciones de lucha, grandes y pequeñas, radicales
y moderadas, de modo constante, como condición para fortalecer la sociedad
civil de los de abajo, construir organización popular autónoma,
y superar el viejo parlamentarismo.
En El Salvador las luchas contra las privatizaciones y contra la corrupción
deben ser rigurosas y ajenas a toda posibilidad de pactos con la derecha.
La lucha contra una globalización neoliberal que convierte al país
en un territorio de maquilas y destruye las economías populares, requiere
de la izquierda un vigor social y nacional para defender otra economía,
otro desarrollo y otra nación. La globalización actual lesiona
gravemente la propia soberanía nacional, de lo que la dolarización
es un ejemplo gráfico. Un país vendido por las elites a fuerzas
financieras externas.
Un Estado desmantelado que siempre fue propiedad exclusiva de una elite servil
a las multinacionales y a la política exterior norteamericana. Un país
dominado por una economía de espuma que depende de las remesas de los
emigrantes. Un país donde la violencia estructural y la anomia es imposible
disociar de la injusticia secular. Pues bien, en este pequeño país,
el FMLN se define como socialista y revolucionario, aunque no esté
de moda. Un socialismo que requiere del ejercicio intelectual para pensarlo
de nuevo y de múltiples experiencias para construirlo desde la realidad.
Y un ser revolucionario, en los comienzos del siglo XXI, porque a pesar de
remover las aguas conceptuales y situarnos en una incomodidad intelectual
que contiene dudas, el FMLN es la izquierda que sembró semillas y soñó
todos los sueños, recreando códigos éticos que no queremos
perder y constituyen lo mejor de su historia.
En El Salvador, como en toda América Latina, la izquierda épica
que estuvo en todas partes y peleó todas las batallas, atraviesa una
época de inseguridad, con frecuencia de perplejidad. El gran desafío
de impulsar una alternativa global al capitalismo parece por momentos una
misión imposible. Jorge Amado utilizó un lirismo desgarrado
al expresar lo siguiente: "Sé de hombres y mujeres, magníficas
personas, que de repente se encuentran desamparados, vacíos, sumergidos
en la duda, en la incertidumbre, en la soledad, perdidos, enloquecidos. Lo
que inspiró y condujo por la vida, el ideal de justicia y belleza por
el cual tantos sufrieron persecuciones y violencia, exilio, cárcel,
tortura y otros muchos fueron asesinados, se transformó en humo, en
nada, en algo sin valor, apenas fue mentira e ilusión, mísero
engaño, ignominia". Son palabras que radiografían una parte
de la realidad. No sirve de nada mirar para otro lado. Pero como bien dice
Eduardo Galeano: "Déjemos el pesimismo para tiempos mejores". Los hechos
muestran que el capitalismo en América Latina construye cada día
una amplia agenda para una izquierda que tenga como aspiración ponerse
al frente en las luchas contra todas las injusticias. En los sueños
sencillos de millones de personas hay una dosis considerable de comunismo,
de anhelos de felicidad individual y pública; en las acciones de mujeres
y hombres desesperados se manifiesta cada día, además de la
lucha contra el hambre, por el empleo, por la tierra, por la salud y la educación,
por la libertad, se manifiesta, digo, la rabia por la vida robada. El odio
a un sistema económico depredador y a unos regímenes políticos
fuentes de insatisfacción.
Para esta gran tarea necesitamos afinar propuestas alternativas en los planos
económico y social, pero necesitamos también de la fuerza del
Ideal. Los sujetos ideales se anticipan a los sujetos reales. La identidad
ideal es un punto de partida en tanto que imagen utópica. El ideal
utópico no se construye para defender literalmente que se convierta
en hechos, sino para cuestionar los hechos y mostrar una dirección
hacia la que hay que tender. Optimizar los ideales presupone buscar, experimentar
cambios, de modo constante; es la tensión utópica que todo lo
remueve. Pero hay algo más: hemos de hacer un esfuerzo por decir las
cosas de un modo nuevo, renovado. La izquierda, si quiere conectar con las
nuevas generaciones tiene que aprender de nuevas metodologías, usar
un nuevo lenguaje. El discurso duro tradicional de la izquierda encuentra
muchas dificultades para triunfar. La fuerza del Ideal tiene que transmitirse
por la razón, pero también por la vía del corazón
y del ejemplo. Sí, por el ejemplo; la izquierda necesita ser distinta,
en la medida en que desea encarnar una propuesta de sociedad y de civilización.
Con frecuencia, la gente no ve esa distinción. Y ahí radica
un profundo problema.