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14 de febrero del 2002
Washington contra Chávez
Angel Guerra Cabrera
La Jornada
La conspiración contra Hugo Chávez marcha a todo tren
en Venezuela dirigida desde Washington. Oligarcas, jerarcas eclesiásticos,
dueños de los grandes medios de comunicación, la corrupta clase
política tradicional, las plumas acomodaticias y los burócratas
sindicales enriquecidos se dan la mano en la tarea. Ahora más alborotados
por las arrogantes censuras a Chávez de Colin Powell y del director
de la CIA. Deseosos de pescar en río revuelto dos oficiales de las
fuerzas armadas pidieron hace unos días la renuncia del mandatario,
aunque sin apoyo visible en los cuarteles.
Chávez llegó al poder en los hombros de la más temprana
rebelión popular contra el neoliberalismo en nuestra América.
Ese modelo excluyente vino a colmar la copa donde desde mucho antes Estados
Unidos había impuesto, con sangrientas dictaduras militares o gobiernos
civiles, uno de los más depredadores y cleptocráticos sistemas
de explotación de la región. Las masas protagonistas del caracazo
y sus pares en todo el país abrazaron como suyo el pronunciamiento
militar nacionalista del 4 de febrero de 1992 y dieron su voto por siete veces
consecutivas en los últimos tres años a su figura principal,
una vez que saliera de la cárcel y se postulara a la Presidencia de
la República.
Chávez pertenece a la corriente patriótica y popular de los
militares latinoamericanos: la de los Arbenz, Turcios Lima, Yon Sosa, Caamaño,
Velasco Alvarado y Torrijos. Se reconoce seguidor de Bolívar, de su
ética política y su proyecto de unión latinoamericana,
que no pueden ser más contemporáneos en estos tiempos en que
la frivolidad pugna por convertirse en virtud ciudadana mientras Estados Unidos
se encamina a la recolonización de América Latina con el ALCA.
A diferencia de casi todos sus pares en la región, Chávez ha
aplicado una política independiente de Washington. Consiguió
que la economía repuntara de la recesión y creciera, aumentó
dos veces los salarios de trabajadores y pensionados, extendió la seguridad
social y redujo la inflación en 2001 a su nivel más bajo en
16 años, pero no ha podido abatir la pobreza y el desempleo.
Vencer las poderosas fuerzas que lo en-frentan será su prueba de fuego
en un país en el que junto a la mayoría de marginados, conviven
sectores de capas medias y aristocracia obrera depauperados en los últimos
años, pero privilegiados durante el boom petrolero y asimilados culturalmente
al ideal consumista estadunidense. En una parte de ellos, al parecer importante,
ha calado la colosal campaña de la maquinaria mediática contra
el gobierno. El plan de Estados Unidos es usar a esos grupos so-ciales, al
estilo chileno, como tropa de choque contra el proyecto bolivariano hasta
provocar la salida de Chávez. El golpe de Estado no está excluido
de los cálculos, por improbable que parezca por ahora, y el desfachatado
conato de rebeldía de los dos oficiales parece un balón de ensayo
para medir la reacción en los cuarteles.
Chávez resistió en diciembre la primera huelga patronal de la
historia venezolana, dirigida contra un moderado paquete de decretos que buscan
acabar con el latifundio, reforzar la soberanía, reducir los privilegios
de los bancos y las grandes em-presas y beneficiar a los más desfavorecidos.
Medidas dentro de la Constitución que no rebasan el marco capitalista,
pero rompen con el esquema neoliberal. Este es el primer régimen venezolano
en muchos años que no reprime, encarcela ni asesina opositores. El
ejemplo de rebeldía contra el orden neoliberal de un gobierno electo
según las normas de la democracia representativa y respetuoso de las
libertades ciudadanas es lo que más teme Washington. Más temible
en un área díscola y le- vantisca como la andina.
La huelga sirvió para polarizar más al país en torno
al proyecto bolivariano. Desde entonces Chávez anunció su intención
de radicalizar el proceso y sus partidarios han mostrado mayor presencia y
combatividad en las calles frente a la ofensiva oligárquica. El presidente
continúa siendo el líder político más popular
de Venezuela y ningún observador serio duda que de convocarse a elecciones
ahora las volvería a ganar frente a una oposición dividida y
sin más miras que derrocarlo. El proyecto de Chávez depende
demasiado de su persona; necesita desesperadamente una estructura política
que canalice la iniciativa de sus partidarios, gane a los indecisos y sea
cantera de cuadros que asegure su continuidad.
guca@laneta.apc.org