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15 de febrero del 2002
Entrevista con la segunda vice-presidente de la Asamblea Nacional, Noelí
Pocaterra.
'Antes éramos invisibles'
Milagros Socorro
El Universal, 21 de Enero de 2002
Advierte que 'los indios somos amigos o enemigos. Chávez ha
sido no sólo nuestro aliado sino también un protector de los
indios. Ante cualquier amenaza, nosotros no nos quedaríamos de brazos
cruzados'.
Cuando los militantes zapatistas cruzaron México, desde Chiapas hasta
la capital, para llegar al Congreso Nacional y exponer sus puntos de vista
en el centro del poder de esa nación, con ellos venía una gran
caravana que incluía un pequeño de grupo de invitados internacionales.
Cinco, para ser precisos. Entre ellos estaba Noelí Pocaterra, nacida
en la Guajira venezolana, el 18 de septiembre de 1936, y miembro del clan
Uliana. Los seguidores del subcomandante Marcos la habían distinguido
como una de las más importantes dirigentes indígenas del continente,
cosa que también había hecho la ONU, cuando la designó
oradora de orden, en diciembre de 1992, para dejar instalado el Año
Internacional del Indígena, que comenzaría en enero del 93.
Noelí Pocaterra, que aprendió el castellano a los nueve años,
se graduó de trabajadora social en la UCV (1956) y llegó hasta
4to año de Derecho en LUZ. Fue candidata por el Conive (Consejo Nacional
Indio de Venezuela) a diputada a la Asamblea Nacional, donde fue electa en
2000 y ese mismo año fue nombrada presidente de la Comisión
Permanente de Pueblos Indígenas, posición desde donde logró
la promulgación de la Ley de Demarcación y Garantía del
Hábitat y Tierras de los Pueblos Indígenas.
_El Conive apoya el proceso del presidente Chávez...
_Sí.
_...en la medida en que éste apoye los intereses de los indígenas?
_No. Nosotros estamos muy claros y no ponemos condiciones a nuestro apoyo
al presidente Chávez.
_¿A qué se debe semejante lealtad?
_Los indígenas venezolanos, que hemos sido muy maltratados y discriminados,
estamos luchando desde hace muchos años para que nuestros derechos
estuvieran en la Constitución; y habíamos logrado muy poco hasta
que Chávez nos dio la oportunidad. Ya eso basta para que él
tenga nuestra lealtad eterna. Pero, además, los indígenas venezolanos
tenemos noticia de Chávez desde 1989, cuando él estaba en Elorza,
en Apure. Los cuibas, indígenas de ese estado, hablaban de que allí
había un militar que los protegía, que era su amigo, y lo llamaban
El militar bueno. Apure es uno de los estados más racistas de Venezuela;
allí había un deporte que llamaban guajibear y que consistía
en cazar indígenas guajibos. Todavía se producen matanzas de
indígenas; hace poco se produjo una y a los culpables los dejaron en
libertad. El caso es que ya desde el 89, los indios de Apure hablaban de un
militar que quería a los indios, que los sacaba de la cárcel
cuando los detenían injustamente; que los visitaba en sus comunidades,
bebía el agua de sus totumas, se sentaba en sus chinchorros y cargaba
en brazos a sus hijos, a pesar de que estaban hediondos a manteca de chigüire.
_¿Esas noticias le llegaban a usted a Maracaibo?
_No. Me llegaban en la reuniones del Conive. Nosotros recorríamos todo
el país haciendo contacto con nuestros hermanos indígenas y
en esas conversaciones nos hablaban de los problemas, de la gente mala y también
de la gente buena y, entonces, hablaban de Chávez. Por eso, cuando
apareció en televisión, en febrero de 1992, tras el intento
de golpe, el militar bueno del que hablaban los cuibas tuvo un rostro, el
del comandante Hugo Chávez. Y luego, desde la prisión, estableció
un enlace con los indígenas y nos hacía llegar mensajes con
respecto a la reivindicaciones que haría de los pueblos indígenas.
_¿Usted fue una de los que lo visitó en la cárcel?
_No. Yo lo conocí en el año 1997, en el aeropuerto de Maracaibo,
por medio a Arias Cárdenas, quien me lo presentó. Luego nos
vimos en el año 98, cuando salió electo presidente, e hizo un
decreto ejecutivo donde estableció que tres indígenas formarían
parte de la Constituyente.
_Esta inclusión de los indígenas en el centro del poder político,
¿era inédita en Venezuela?
_Totalmente. Nadie lo había hecho antes. No hay un discurso de Chávez
donde no mencione los indígenas. Y fue él quien presentó
una propuesta de Constitución incluyendo los derechos de los pueblos
indígenas. Antes de Chávez, nosotros éramos invisibles:
en la Constitución del 61 sólo aparecíamos en el artículo
77, donde decía que los indígenas se someterían a un
régimen de excepción mientras se incorporaban. Chávez
reconoció nuestra cultura, nuestros idiomas, fue un aliado. Y, aparte
de eso, nosotros coincidimos con él en su proceso de cambios porque
el país necesitaba una transformación. No se podía seguir
así. No puede hablarse de democracia mientras haya hambre, desnutrición
y terribles carencias de salud pública. Los indígenas, que hemos
sentido en carne propia esa desigualdad, esa discriminación, no podíamos
quedarnos al margen de este proceso. Y Chávez nos abrió la puerta.
_Sin embargo, los indígenas encontraron resistencia en la propia Asamblea
Nacional.
_Sí. Es que por mucho que el Presidente nos distinguiera con su apoyo,
no éramos más que tres indios. Y encontramos mucha resistencia
en el general Visconti, quien reconocía algunos derechos pero alegaba
que detrás de nosotros andaban las transnacionales, que la demarcación
de las tierras atentaba contra la soberanía y que Venezuela se iba
a quedar sin tierras si nos reconocían las nuestras. Para colmo, el
general Visconti era muy convincente. Por eso decidí hablar con Chávez
para pedirle que le diera instrucciones a su gente para que ellos nos aprobaran
los derechos. El Presidente me respondió que él no les podía
dar instrucciones a los asambleístas, que no se podía inmiscuir
en eso. Me sentí muy avergonzada. El me tomó la mano y me dijo:
'Yo confío en tu capacidad'. Al poco tiempo, Chávez se fue a
China y nosotros nos quedamos muy solos ante un general Visconti que aparecía
en la prensa asegurando que los indígenas íbamos a desmembrar
el país.
_¿Cómo logró un desenlace positivo para su causa?
_Cuando faltaban dos o tres días para la decisión sobre los
derechos indígenas, la cosa estaba muy difícil. Angela Zago,
que había sido nuestra aliada, había cambiado de posición.
De manera que fui otra vez a hablar con Chávez. Le dije que faltaban
dos días para la decisión sobre los derechos, que esos derechos
eran históricos y que los íbamos a perder porque no teníamos
suficiente apoyo, no había una mayoría que no respaldara: la
posición del general Visconti era muy fuerte. Le pedí que me
ayudara. El me dijo que me tranquilizara: 'yo estoy al lado de ustedes'.
_Finalmente, Chávez giró instrucciones?
_No sé. Supongo que movería sus contactos. Nosotros lo sentimos
preocupado, por eso creemos en ese líder.
_Si el Presidente viera en peligro su poder, si se produjera ese golpe que
él mismo ha anunciado ¿qué harían los indígenas?
_Los indios somos amigos o enemigos. El presidente Chávez ha sido no
sólo nuestro aliado sino también un protector de la comunidad
indígena. Ante cualquier amenaza, nosotros no nos quedaríamos
de brazos cruzados. Si tenemos que llevarnos a Chávez para las comunidades,
si tenemos que protegerlo, si tenemos que estar al frente, en lo que sea necesario,
lo haremos. No tengo ninguna duda de que Chávez ama este país
y quiere hacer algo por él. Ya por los indígenas ha hecho mucho,
más que ningún otro presidente. Y eso no lo vamos a echar al
olvido.
Quiere tiempo para indígenas que deambulan por Caracas
_¿Cómo llega usted a la segunda vicepresidencia de la Asamblea Nacional?
_Muy buena pregunta. Yo misma me la hago todavía. Días antes
de la elección, había salido en la prensa una información
según la cual yo era candidata para esa posición. Sorprendente
noticia para mí, que no tenía idea de que se barajaba mi nombre
para eso, puesto que nadie me lo había ofrecido.
En diciembre, yo había planteado ante el Conive que quería dejar
la presidencia de la Comisión de Asuntos Indígenas y desligarme
un poco del trabajo administrativo (que se lo come a uno: uno está
en una reunión durante seis horas y cuando sale, a las ocho de la noche,
ya no es hora de oficina, ni queda tiempo para lo que deseo hacer) para estar
más vinculada a las comunidades. Estoy preocupada por las mujeres indígenas
que abandonan sus comunidades y vienen a Caracas a pedir limosnas, con sus
niños a cuestas, y quiero tomar medidas urgentes para corregir esa
situación. El día viernes, la jefe de fracción, Cilia
Flores, me dijo que me preparara porque el MVR me había propuesto para
esta posición, en el caso de que no se llegara a ningún acuerdo.
Esa noche las conversaciones fueron insistentes: la búsqueda del acuerdo
rebasó la medianoche. Yo tenía la esperanza de que esa noche
se produjera el acuerdo, y yo quedara relevada de la responsabilidad. Pero
luego, dadas las circunstancias, tuve que aceptarla.
_¿Qué planes tiene para desarrollar desde su posición?
_Por lo pronto, llenar esto de indios (dice, señalando con el brazo
extendido las amplias oficinas con que cuenta la segunda vicepresidencia de
la AN). En fin, parece que mi candidatura era de consenso y yo la acepté
por un sentido de responsabilidad civil. Los retos se asumen. Pero esto no
era lo que yo estaba buscando, los indígenas no llegamos a la Asamblea
buscando cargos, ni mucho menos nuestros votos están condicionados.
Nosotros formamos parte del bloque del cambio, creemos en este proceso y lo
apoyamos. Queremos que los indígenas sean considerados ciudadanos de
primera categoría, que haya igualdad. Y vemos con ilusión que
éste puede ser el escenario para impulsar nuestras expectativas, por
eso asumí la vicepresidencia, porque muchos hermanos me dijeron que
desde aquí podía hacer más por los indígenas.
Entonces, aquí me tienes.
Una infancia en el desierto
Yo nací en la Guajira. Mis padres, ambos wayúu, todavía
viven. Mi madre es una analfabeta, como dicen ustedes los alijunas, pero es
una mujer muy inteligente, con un gran sentido humano y sabiduría.
Todavía me aconseja. Ella vive en el monte, no se quiere salir de allá.
Vive en la frontera de Colombia, cerca de Carretal y de Maicao. Mi padre fue
el primer maestro wayúu, él fue mi maestro.
Tuve una infancia muy a lo wayúu, muy libre, muy feliz. Me parece que
desde que conocí el mundo alijuna me he complicado mucho la vida. A
veces me dicen que soy ingrata, que he aprendido otras cosas. Sí, pero
cuál es el precio que he tenido que pagar. Muy alto, en verdad. La
discriminación, por ejemplo. Nunca olvidaré cuando fui por primera
vez a Maracaibo, íbamos mi madre y yo por la calle, las dos vestidas
con nuestras mantas guajiras, naturalmente, y la gente nos gritaba algo que
no entendí _todavía no entiendo_: 'china guajira, bota la piedra
por la barriga'. Era terrible. Cuando vine a estudiar a Caracas me gritaban
en los autobuses: 'Hey, no estamos en carnaval'. A mí me molestaba,
yo era muy joven, tenía 18 años, y sentía rabia, ganas
de llorar, dolor. No entendía porque me trataban así: ése
era mi traje, el de mi madre y mis abuelas.
Mis compañeras wayúu de mi edad, que nunca salieron de la Guajira,
no tienen esos problemas. En cambio yo tengo que estar pendiente de muchas
cosas de la ciudad: la prensa, la corredera, las reuniones. Cuando Rómulo
Gallegos recorrió la Guajira para tomar notas con miras a la redacción
de su novela Sobre la misma tierra (1943), visitó la escuela de mi
papá. Esta escuela era extraordinaria porque mi padre, al notar que
los burros que transportaban a sus alumnos no se movían al mediodía,
cuando los niños debían ir a sus casas a almorzar, organizó
la creación de huertos para producir alimentos y cocinar entre todos
la comida de los niños, con lo que introdujo nuevos cultivos en nuestra
comunidad y desarrolló un sistema didáctico perfectamente acorde
con los principios conservacionistas de nuestra cultura. Cuando vino Gallegos,
mi padre lo hizo escuchar a una niña que cantaba una hermosa canción
titulada La doncella de piedra. En esa canción se hablaba de una muchacha
llamada Remota, que inspiraría la creación de Remota Montiel,
la protagonista de esa novela de Gallegos.
Mi padre sufrió mucho por la dictadura de Pérez Jiménez,
de la que fue un perseguido por enfrentarla. Desde luego, estuvo muy orgulloso
cuando me gradué. En el acto de graduación me acompañaron
mi madre, una tía, y Miguel Acosta Saignes, quien había sido
mi profesor. Todos salimos fotografiados en la primera página de El
Nacional, por ser la primera indígena que se había graduado
de trabajadora social. Eso fue en el año 56. Nunca olvidaré
a Acosta Saignes porque con él comencé a escribir, en 1952,
una Ley de Etnias Indígenas. Por cincuenta años guardé
esos apuntes y todo el tiempo supe que algún día me serían
muy útiles. No me equivoqué.