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22 de febrero del 2002
Brasil: el país más desigual de la tierra
Cristina Feijóo y Lucio Salas Oroño
ZNet en español
No hace falta decir que el Brasil es un país maravilloso, con sus 4.000 kilómetros de playas, sus forestas tropicales -la región amazónica es la mayor reserva biológica del planeta- y la variedad de sus recursos naturales, que incluyen todo tipo de minerales -petróleo incluido- y productos agropecuarios; no es sólo el país de las bananas, o el café, o el azúcar, sino que es uno de los mayores exportadores de oleaginosas como la soja, y en su extremo sur también se produce carne vacuna de primera calidad y cereales propios de los climas templados. El grado de industrialización es alto, y lo ubica como octavo país del mundo en este aspecto; posee tecnología nuclear y cibernética propia, y una industria automotriz que exporta a toda América Latina. La superficie brasileña es aproximadamente la mitad de toda la de América del Sur, y su población -más de 160 millones de personas- es, también, casi la mitad del total de la región (recordemos que "el otro gigante", México, es parte de la América Latina, pero geográficamente se ubica en el hemisferio norte).
De esos 160 millones de habitantes, al menos 1/3 se encuentra en situación de marginación total: no percibe siquiera el salario mínimo (que es de 80 US$ mensuales), ni tiene acceso a servicios educativos o de salud; más aún, tal como la prensa brasileña ha destacado últimamente, unos 30 millones de personas "no existen" oficialmente, es decir, carecen de cualquier tipo de documentación. Viven en un grado de marginación mayor que en cualquier otro país latinoamericano, con economías de subsistencia que colapsan periódicamente ante fenómenos naturales tales como sequías o inundaciones. Las diferencias regionales son muy intensas; en más de un sentido puede hablarse de que "hay varios Brasil". La zona amazónica, la norte y la nordeste del país son las más pobres, con mayores concentraciones de población indígena y negra. El sur, donde se encuentra la sede del Foro, Porto Alegre, es la región más integrada socialmente gracias a sus recursos naturales y el turismo costero (y a una tradición política distinta, desde la época de Getúlio Vargas). El centro, donde habita la mayor parte de la población brasileña, cuenta con grandes núcleos urbanos de actividad económica moderna, como Belo Horizonte, Río de Janeiro y, sobre todo, San Pablo, una de las mayores concentraciones industriales del mundo y sede del núcleo de la estructura de poder brasileña: la burguesía paulista, que constituye una clase poderosa, con conciencia de sus objetivos y perseverancia para conseguirlos, algo excepcional en América Latina (donde, según la expresión de André Gunther Frank, por lo general nos encontramos con "lumpenburguesías", totalmente dependientes del poder imperial norteamericano).
Esta burguesía paulista y las burguesías regionales a ella asociadas -no sin conflictos, pues el poder político de estas burguesías menores a veces es mayor que su poder económico, y logran que el Estado brasileño las privilegie por encima de los sacrosantos criterios capitalistas de eficiencia ("Bahía" consiguió de ese modo que una planta de Ford se instalara en la ciudad y no en San Pablo, como hubiera sido lo lógico)- están desde hace décadas comprometidas con un modelo de expansión que las transforme en el "centro natural" de Sudamérica. El modelo se ha sostenido en lo esencial tanto bajo los gobiernos militares como bajo la actual democracia, y se basa en mantener un enorme ejército de desocupados que contenga las presiones salariales; de allí que la integración de población marginal a la vida moderna sea paulatina, y tienda a equilibrarse con el ritmo de aumento de la natalidad. En suma: que la masa crítica marginalizada se mantiene estable, pese a que en los últimos años se han intentado algunos remedos de política social.
Como no podía ser de otro modo, una estructura económico-social de este tipo genera resistencias. Antes de que consideremos su actual forma política, parece necesario comentar las formas predominantes que ha adquirido en las dos últimas décadas, formas que en el actual debate mediático brasileño se simplifican como "delincuencia" o "criminalidad". En realidad, se trata de todo un estilo de vida al que millones de brasileños se ven obligados por carecer de alguna forma de acceso a la sociedad "oficial". Naturalmente, llegado a cierto punto -como con la actual "industria del secuestro" en San Pablo-, los "decentes" tienen extrañas relaciones de ayuda mutua con los "criminales": son tan importantes las sumas de dinero que se manejan en secuestros y tráfico de armas, cocaína y marihuana, que la burguesía reclama su parte a cambio de protección judicial, parlamentarios "amigos" y, sobre todo, policías (en Brasil hay cuatro clases: Militar, Civil, Federal y de Investigaciones) cómplices. El grado de corrupción consecuente es altísimo y, salvo en el Sur, las grandes ciudades brasileñas presentan en 2002 un entretramado mafioso que implica riesgos de disolución social (como pasaba -y en buena medida aún pasa- en Medellín, Cali y Bogotá, las mayores ciudades de Colombia). Tanto por vías fluviales como terrestres, adentrarse en el Brasil profundo es hoy una aventura, pues "piratas" (acuáticos o de carreteras) realizan innumerables ataques: la imagen es la del bosque donde se escondía y Robin Hood, pero con menos romaticismo y más de cruda, terrible realidad. Los turistas se asombran al saber que las pintorescas "favelas" de Río de Janeiro -unas 200, con cientos de miles de pobladores- son completamente controladas por distintos "comandos" ilegales, cuyos recursos los obtienen del tráfico de armas y drogas, y que tienen un pacto de protección mutua con los pobladores; ninguna forma de policía entra normalmente en las favelas (alguna vez lo ha hecho el Ejército con tanques y helicópteros) pues son recibidos a tiros.
Para el Brasil oficial, hay otra forma de delincuencia aún más peligrosa: la de los 3 millones de campesinos organizados en el Movimiento de los Campesinos Sin Tierra (MST). Quienes participan de este movimiento de los "sem terra" exigen el cumplimiento de viejas promesas acerca del reparto de las tierras de gigantescos latifundios; el grado de concentración de la propiedad agraria en Brasil es el mayor del mundo, y los métodos empleados por los latifundistas -con la complicidad o el abierto apoyo del Estado- para hacerse de la tierra o conservarla son verdaderamente bárbaros. La mentalidad latifundista es arcaica, tendiente a monocultivos intensivos: son los herederos de los dueños de plantaciones de azúcar o café, producciones que se realizaban sobre la base de mano de obra esclava (la esclavitud en el Brasil recién se abolió a fines del siglo XIX). Por contrapartida, los "sem terra" constituyen un sector muy dinámico: las "fazendas" que han logrado ocupar y retener tienden a una producción diversificada, cuidadosa de las condiciones ecológicas y de la preservación de los suelos. No se participa del MST: se "vive" en él, pues los campesinos, que se trasladan a veces cientos y hasta miles de kilómetros en busca de tierras, tienen implementados sus propios sistemas de educación y salud gracias a sus contactos con el mundo urbano; son comunidades nómadas, que en algún sentido se asemejan a las antiguas "bandeiras" con las que los brasileños fueron ocupando el interior de su gigantesco país durante el período colonial.
Como dijimos, la sociedad política oficial está muy contaminada, y eso se manifiesta claramente en las formas en que se perfila la campaña electoral: en 2002 deben realizarse elecciones para elegir al sucesor de Fernando Henrique Cardoso, actual presidente en su momento reelecto. Cardoso, un sociólogo internacionalmente reconocido por su "teoría de la dependencia" de los países del Tercer Mundo, resolvió "olvidar" ese pasado y hacerse representante de sus intereses de origen, los de su aristocrática familia, que no eran otros que los de la burguesía paulista. "No lean mis libros", llegó a decir a los periodistas que le señalaban las contradicciones entre lo que hacía desde el poder y lo que había elaborado como teórico.
El Partido de los Trabajadores, anfitrión del Foro
Si los "partidos tradicionales" -todos fuerzas pequeñas, generalmente dependientes de un cacique y con base limitada a una región- sólo se diferencian por el grado de demagogia de sus promesas pre-electorales ("acabar con la delincuencia", "proteger a la familia", "hacer de Brasil el mejor país del mundo"), hay una fuerza política de naturaleza completamente distinta: el Partido de los Trabajadores (PT). El PT nació hace unos veinte años en San Pablo como el intento de un sector sindical de izquierda -uno de cuyos principales líderes era Lula- por aprovechar la apertura política que ofrecía el régimen militar, por entonces en retirada (como en el resto de América Latina). Lula se presentó como candidato a presidente en tres elecciones, aumentando en cada una de ellas el caudal de votos, y es casi seguro que se presentará también en las de este año; las encuestas lo favorecen ampliamente (cuenta con una base de un 30% de votos, contra 15% de sus dos principales contrincantes), pero es probable que sea derrotado en la segunda vuelta por la unión de todos sus oponentes, que ante ese tipo de crisis olvidan todas sus diferencias (tal como sucedió en las últimas elecciones presidenciales en el Uruguay, donde el Frente Amplio de izquierda triunfó en la primera vuelta para ser derrotado por los partidos tradicionales en la segunda).
En cualquier caso, el PT brasileño es la fuerza política de izquierda más consolidada de América Latina; aunque comenzó su existencia en San Pablo, en la actualidad tiene uno de sus bastiones en el Sur, donde gobierna no sólo la intendencia de Porto Alegre -de allí que digamos que es el "anfitrión del Foro"- sino todo el importante Estado de Rio Grande do Sul. En su crecimiento lo ha distinguido su vocación democrática, tanto hacia adentro del partido -conviven varias tendencias que van desde la "izquierda-izquierda" hasta el "centro-izquierda pero no mucho"- como hacia afuera: en Porto Alegre, por citar el ejemplo más notorio, el dinero público se maneja a través del mecanismo de "presupuesto participativo" por el cual desde asambleas de base se define a qué se aplicarán los recursos. Como es de suponer, el amplio espacio que ha conquistado el PT ha tentado a oportunistas que lo ven, simplemente, como una nueva forma de acceder al poder; durante los últimos años se han registrado casos de corrupción en los que estuvieron envueltos miembros del partido.
Sin embargo, los mayores peligros que enfrenta la organización tienen que ver con la desconfianza más o menos explícita que le tienen los detentadores del poder. En los últimos días se han hecho públicos casos de infiltración por parte de agentes de los servicios secretos brasileños, muchos miembros del PT han sido amenazados de muerte y dos dirigentes prominentes -intendentes de ciudades satélites a San Pablo- han sido asesinados; la falta de voluntad oficial por descubrir a los autores, presuntamente miembros de las mafias pero de seguro con alguna conexión con el poder, resulta verdaderamente escandalosa. Bien puede tratarse de una campaña dirigida a aterrorizar a la militancia "petista", tal como desde hace años viene realizándose con los activistas "sem terra".
Otro problema grave para el PT es el asociado a una creciente burocratización, directamente relacionada con los espacios de poder que va obteniendo en órganos legislativos -en los consejos de las ciudades, en los parlamentos estaduales y en el congreso federal- y ejecutivos, en intendencias y también en algunos Estados. Durante el congreso del partido realizado en 2001, las autoridades del PT encargaron a la Fundación Perseu Abramo la realización de una encuesta entre los más de 500 delegados; los resultados acaban de ser dados a publicidad. Si la estructura social del Brasil no ha cambiado, la del PT sí lo ha hecho. Considerando las rentas conjuntas de los hogares de los delegados, sólo un 7% percibía hasta 5 salarios mínimos (en 1997 era el 12%), y entre 5 y 10 salarios mínimos el 16% (contra el 14% antes). El salto se da entre quienes perciben de 10 a 20 salarios mínimos, que eran un 20% de los delegados y ahora son un 31%; los que perciben entre 20 y 50 salarios mínimos son un porcentaje similar (aproximadamente el 30%), mientras que los que perciben más de 50 salarios mínimos han pasado del 6% al 9%. Con lo irritante que pueda ser, tal vez esta última cifra no sea la más preocupante: siempre ha habido en las izquierdas algún "conde rojo"con vocación de "manejar al partido", como pretende la "condesa" Suplicy, alcaldesa de San Pablo. El problema, en todo caso, es si la dejan.
Pero el verdadero problema es que tras esos bien pagados estratos medios (cerca de un 70% de los delegados) hay una gran cantidad de profesionales de la política: funcionarios del propio partido, de los sindicatos afines (la Central Única de Trabajadores de Brasil, CUT), de los órganos parlamentarios (asesores, secretarios de parlamentarios "petistas") y de las intendencias. No hace falta ser muy mal pensado para suponer que esos delegados votan "con sus patrones", tal como lo sostiene Jornal do Brasil: lo contrario podría equivaler a perder sus jugosos puestos de trabajo. También resulta preocupante constatar la pérdida de relación directa de muchos delegados con los movimientos sociales: de un 41% de delegados de extracción sindical en 1999 se pasó a un 29% en 2001, y de un 23% que en 1999 no tenía relación con ningún movimiento social se llegó ahora a un 31%; de un 15% que militaban en ONGs se pasó a un 11% y de un 30% que trabajaban en movimientos sociales urbanos ahora sólo lo hace un 18%. Por contrapartida ha aumentado la participación en movimientos ecologistas, que en América Latina suelen ser algo bastante "elegante" (estilo "save the wales" cuando la gente se muere de hambre), sólo un 5% lo hace en movimientos antirracistas -aunque en Brasil sí existe el racismo, pese a todos los alegres mitos- y apenas un 4% trabaja también en el movimiento de los "sem terra" (MST), con el que el PT tiene relaciones cada día más distantes.
Otro aspecto notable de la composición de los delegados del PT es el nivel de educación; si siempre fue muy alto (entre los que contaban con estudios universitarios y posuniversitarios eran el 73% en 1997), ahora ya pareciera ser un partido de la elite intelectual: el 83% de los delegados cuenta con esa formación. Verdaderamente, una sorpresa en un partido de trabajadores en Brasil, donde la amplia mayoría de la población o es analfabeta o apenas cuenta con educación básica. Los delegados son cada vez menos jóvenes y entre ellos la proporción de mujeres era del 25%.
El solo hecho de que la dirección del PT haya hecho pública esta encuesta parece demostrar una honradez inusual; lo que no es seguro es que puedan modificar este curso de elitización, que es el que hizo de las socialdemocracias europeas partidos anodinos, perfectamente asimilables por el sistema. Confiemos en que la multitudinaria presencia en el Foro Social Mundial de militantes radicalizados de todo el mundo y de personalidades verdaderamente críticas de la mayor relevancia -el caso de Noam Chomsky es paradigmático- contribuyan a que nuestros anfitriones no pierdan el rumbo y puedan ser, junto al multitudinario movimiento de los "sem terra", los artífices del cambio radical que se merece este maravilloso país y su generoso pueblo. Si Brasil cambia, cambia América Latina por arrastre, y el Sur podrá hablar en otros términos con los amos del Norte.