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Amargas noticias de apetitos globales
Juana Carrasco Martín
Las promesas electorales se hacen para ser incumplidas cuando se llega al poder. Esta aseveración proverbial para las democracias representativas le cae como un sayo al presidente George W. Bush, quien criticó a diestra y siniestra a su antecesor William Clinton y a su oponente en las urnas, Albert Gore, porque habían extendido la presencia de sus fuerzas militares, para intervenir en lugares donde "los intereses de seguridad" de Estados Unidos no estaban amenazados.
Sin embargo, el hito del 11 de septiembre le dio a Bush, el hijo, la oportunidad de incrementar los lazos del Pentágono con una más amplia variedad de naciones, que sus soldados puedan acudir a cualquier lugar del globo terráqueo en estos momentos y hasta en los años venideros, e incluso que se instalen de manera permanente en nuevas bases militares.
Fuerzas especiales y otros cuerpos armados de Estados Unidos ahora entrenan ejércitos en África, realizan ejercicios conjuntos en el Medio Oriente, acuden al sudeste asiático para perseguir "terroristas", andan de maniobras por Latinoamérica y refuerzan nexos o bases militares en ese traspatio, ampliando mucho más su presencia guerrera, que antes del fatídico martes se extendía ya a 140 países y con la guerra en curso en Afganistán y las que pretenden llevar a cabo en algunos otros lugares todavía no identificados aunque sí señalados, han aumentado en número. Es más, la CIA también ha comenzado a armar y a entrenar a equipos antiterroristas y a servicios de inteligencia de algunos países "aliados".
En ese contexto globalizador de los asuntos bélicos, una región les interesa especialmente. Lo dice el mundo entero, Estados Unidos está edificando su presencia militar en Asia Central —rica en reservas petroleras y gasíferas— como parte de una concepción geoestratégica que le permita entrar, y permanecer, en áreas hasta hace poco consideradas como zonas de influencia de Rusia o de China. El objetivo final está explícito: un paso que les acerca cada vez más a un poder omnímodo sobre el planeta, que el actual mandatario de la Casa Blanca ha definido con una frase altisonante y amenazadora: "conmigo o con el terrorismo".
Kazajastán, Kirguistán, Uzbekistán y Tajikistán, todas antiguas repúblicas de la otrora Unión Soviética, han abierto en mayor o menor medida sus territorios a la presencia militar estadounidense, con el pretexto de cooperar en la llamada "guerra contra el terrorismo", que ha tenido su primer escenario bélico en el vecino territorio de Afganistán. Paquistán, por su parte, entró también en el círculo de esas nuevas alianzas con tres bases puestas a disposición del Pentágono.
ALIADOS Y RODEADOS
De pronto, una simple mirada a un mapa de la región permite comprobar que Irán y Rusia están cercadas, las fuerzas estadounidenses llegaron a las mismas fronteras de China y de la India, y fueron más allá y más acá, cuando irrumpieron nuevamente en territorios de los que habían sido retirados en cierta ocasión, Filipinas por ejemplo, y hasta les gustaría, y lo pretenden, "tomar" nuevamente el Canal de Panamá.
Funcionarios de la administración Bush y jefes militares andan en conversaciones con Australia, Malasia, Singapur e Indonesia sobre las formas en que podrían aumentar la cooperación militar, dicen que para perseguir las supuestas ramificaciones de Al Qaeda en esos países o a otros "terroristas".
Y es que el mandatario yanqui ha declarado una guerra sin límites, la que quiere hacer perpetua, al punto que algunos analistas dicen encontrar remembranzas de las diatribas hitlerianas sobre el poder mundial, acompañadas por igual de mentiras con caras de verdades, justificativas de la agresión y la intervención militar.
"América (se refiere a Estados Unidos, por supuesto) tendrá un continuo interés y presencia en Asia Central en una forma que no habíamos soñado antes", confesó el secretario de Estado, Colin Powell, ante el Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes a comienzos de febrero.
¿Qué hay de cierto? Todo, a juzgar por los hechos. Ya tienen instalados 3 000 hombres en Uzbekistán, desde donde operaron contra el régimen Talibán; un número similar de efectivos está en Manas, a 19 millas de Bishkek —remoto lugar de Kirguistán aprovechado para reabastecer a los C-17 que cumplen misión desde el inicio de los bombardeos contra Afganistán, el 7 de octubre pasado— utilizando el aeropuerto internacional construido originalmente para los bombarderos soviéticos y en el que ahora edifican una base de la Fuerza Aérea de Estados Unidos apenas a 600 kilómetros de los límites fronterizos con China; discuten con Kazajastán el uso de otro aeropuerto, según ha reconocido Kassymzhomart Tokaev, ministro de Relaciones Exteriores de esa nación; mantienen las instalaciones militares y las fuerzas desplegadas en Arabia Saudita, Omán y Kuwait desde la guerra del Golfo, las que son centros neurálgicos de sus operaciones en la región; mientras ahora, un total de 50 000 efectivos militares están emplazados en buques de guerra y bases en un eje triangular que abarca Turquía, Omán y la mencionada Manas.
Como bien dijera Thomas Donnelly, un subdirector ejecutivo del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, "el perímetro imperial se está expandiendo en Asia Central". Y cuando el senador Joseph Lieberman, fracasado aspirante a la vicepresidencia y hombre de la extrema derecha, visitó Kabul, pronunció estas palabras el 7 de enero en la base aérea de Bagram: "Hemos aprendido el 11 de septiembre a un precio muy alto y doloroso el costo de nuestro poco involucramiento en Asia Central, y no vamos a dejar que esto suceda otra vez".
El subsecretario de Defensa, Paul D. Wolfowitz, con mayor conocimiento de causa que los dos criterios anteriores, dijo que con su presencia militar en Asia Central, Estados Unidos está enviando un claro mensaje a los países de la región "tenemos capacidad de regresar y regresaremos" cada vez que lo consideren necesario. Para Wolfowitz, las bases "quizás sean más políticas que militares", según su decir, pero lo cierto es que le da la mayor importancia a esa posición estratégica en una posible extensión del conflicto contra ese cualquier e indefinido "enemigo".
Las experiencias de las guerras del Golfo, Bosnia y Kosovo muestran que Washington está dispuesto a quedarse en Asia Central.
¿Acaso es la visión militar la única que predomina en estas decisiones? Indiscutiblemente no. Dos párrafos simples y meridianamente claros, pronunciados el 12 de febrero de 1998 por John J. Maresca, vicepresidente de relaciones internacionales de la transnacional petrolera Unocal Corporation, ante un subcomité de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, permite comprender todo el interés de Washington en la región:
"Como ustedes saben, Unocal es una de las principales compañías mundiales de recursos energéticos y desarrollo de proyectos. Considero que estas audiencias son importantes y oportunas. Enhorabuena que ustedes se ocupen del tema de las reservas de gas y petróleo del Asia Central y del papel que ellas juegan en la conformación de la política de Estados Unidos.
"Me gustaría centrarme en tres asuntos. Primero, en la necesidad de multiplicar las rutas para el transporte del petróleo y el gas del Asia Central. Segundo, la urgencia que tiene Estados Unidos de apoyar los esfuerzos internacionales y regionales con el fin de conseguir acuerdos políticos duraderos para los conflictos regionales, incluyendo el de Afganistán. Tercero, la obligación de una asistencia integral para impulsar las reformas económicas necesarias con el propósito de crear un clima adecuado para la inversión en la zona".
1998... Cabría preguntarse dónde se hace realmente la política en Estados Unidos.