7 de diciembre del 2002
¿Por qué la urgencia
de los golpistas venezolanos?
Heinz Dieterich Steffan
Rebelión
El gobierno constitucional de Hugo Chávez enfrenta el cuarto asalto
al poder en ocho meses. El golpe de Estado del 11 de abril inició la
cadena de asonadas que posteriormente se repitieron bajo la figura de los "paros
laborales" o "cívicos", todos ellos programados con altos ingredientes
de violencia física y manipulación mediática.
Esta alta intensidad golpista contra la democracia venezolana entraña
una profunda paradoja. La constitución bolivariana de 1999, que nació
del seno de una Asamblea Constituyente y que fue aprobada mediante referendo
constituyente por los ciudadanos, es, sin duda, la más democrática
de América Latina. Como tal prevé la revocabilidad del mandato
de los funcionarios públicos elegidos. Su artículo 72 estipula,
que "todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables",
transcurrida la mitad del periodo para el cual los funcionarios fueron elegidos.
Aplicándose este artículo al presidente Chávez, se presenta
en el mes de agosto del 2003 la posibilidad de removerlo de su investidura,
por medio de un referendo revocatorio, dentro de los términos de la Magna
Carta. Es decir, existe una vía institucional para el cambio del mandatario
- --que, según los opositores es el objetivo de sus acciones callejeras---
cuya utilización protegería la vida de los ciudadanos, fortalecería
el régimen democrático y el ejercicio cívico del poder
y mejoraría la situación de la economía nacional.
El presidente Chávez ha afirmado públicamente que se someterá
a ese instrumento constitucional y los mediadores internacionales del conflicto,
como el Secretario General de la Organización de los Estados Americanos
(OEA), César Gaviria, han insistido en que el mecanismo adecuado para
resolver los problemas del país es la vía institucional. Sin embargo,
los "paristas" hacen caso omiso a la constitución y al instituto político
hemisférico, insistiendo en una solución extraconstitucional y
de violencia callejera.
La interrogante que se deriva de esta situación es la siguiente: ¿Por
qué los "paristas" no pueden esperar ocho meses, para alcanzar su objetivo
por vías pacificas e institucionales? Es decir, ¿cuál es la urgencia
que les hace actuar desesperadamente en pos del caos, de la ingobernabilidad
y del golpe militar, para no llegar a la fecha de agosto?
Las razones de este comportamiento son obvias y pueden sintetizarse en tres.
Desde el golpe de Estado del 11 de abril, que fue el punto máximo de
su poder, los conspiradores se han debilitado en dos aspectos: a) han perdido
unidad interna al luchar entre sí por el protagonismo y el poder y, más
importante, b) han perdido una parte fundamental de su base social que son sectores
de las clases medias. Las 24 horas que estuvieron en el poder, durante el coup
d´ état del 11 de abril, bastaron para demostrar a las clases medias
que habían sido utilizadas como carne de cañón en un proyecto
dictatorial transnacional. Y las asonadas posteriores mediante "paros cívicos"
sólo profundizaron la erosión de legitimidad de la camarilla golpista,
apoyada desde el exterior por Otto "Tercer" Reich y el franquismo reciclado.
La segunda razón de la premura golpista es la entrada en vigor de varias
leyes importantes, el 1 de enero del 2003, que tocan intereses vitales de la
elite económica. Entre ellas, la Ley de Tierras que afecta no sólo
a los grandes latifundistas del campo, sino también a los especuladores
inmobiliarios y los terrenos baldíos de las zonas urbanas. La Ley de
Hidrocarburos es aún más importante porque permitiría desmantelar
al Metaestado de la empresa petrolera PdVSA, es decir, la nomenclatura corrupta
del petróleo que controla la vida económica del país y
que es parte integral del proyecto del Nuevo Orden Energético Mundial
de George Bush.
Hoy día, sólo el veinte por ciento de los ingresos de esta megaempresa
son integrados a las arcas del Estado; el ochenta por ciento figura como "costos
operativos" que enriquecen las cuentas secretas de los beneficiarios de este
cáncer económico. El poder de esta robocracia petrolera se ha
venido afianzando progresivamente durante las últimas décadas.
En 1974, entregó el 80 por ciento de los ingresos al Estado y se quedó
con el 20 por ciento ("costos operativos"). En 1990, la relación se emparejó
en un 50 a 50 por ciento, y en 1998 había alcanzado ya la proporción
del 80 por 20 por ciento. Es lógico, que van a luchar hasta la muerte
-- -de la nación--- para defender "su" oro negro.
La tercera razón del apremio de los golpistas radica en su duda de poder
ganar un referendo revocatorio. El Artículo 72 prevé tres condiciones
para revocar el mandato del presidente. 1. Un número no menor del veinte
por ciento de los electores en la correspondiente circunscripción es
necesario para solicitar la convocatoria del referendo. 2. La concurrencia al
referendo tiene que ser igual o superior al veinticinco por ciento de los electores
inscritos. 3. El número de electores que voten a favor de la revocación
tiene que ser igual o mayor al número de electores que mandataron al
funcionario. Como Chávez fue elegido con el 57 por ciento de los electores,
los "paristas" tendrían que igualar o superar esa votación en
el referendo de agosto.
Existe un cuarto agravante para los golpistas. Durante el período para
el cual fue elegido el funcionario "no podrá hacerse más de una
solicitud de revocación de su mandato", establece la Carta Magna, de
tal manera que un eventual fracaso del referendo agotaría toda posibilidad
institucional de destituir al gobierno bolivariano.
En la fase actual del conflicto, la nomenclatura de PdVSA y los medios de comunicación
masiva venezolanos son los dos frentes de batalla internos en que se decide
el destino del experimento bolivariano. Habiendo perdido los conspiradores su
núcleo golpista en las Fuerzas Armadas y partes de sus bases sociales
en las clases medias, la batalla decisiva de esta asonada se libra en lo que
la subversión llama, "un paro activo con un ingrediente de gasolina",
es decir, el control de la robocracia petrolera.
Derrotar el intento de estrangulación energética de la subversión
abre el camino a la destitución de la dirección de PdVSA y la
recuperación de la empresa para la nación. Esta será la
medida del triunfo o del fracaso del gobierno. Toda contemporización
con los conspiradores en este punto mantendrá vivo el centro económico-sindical
de la contrarrevolución y debilitará al proceso popular.
Vencer a la conspiración con medidas legales, pero firmes, oportunas
y audaces, reducirá la hidra interna a una sola cabeza: el pulpo mediático.
La política de este pulpo se explica por múltiples intereses económico-políticos
de gran envergadura, entre los cuales merecería particular atención
el cuarteto de Carlos Andrés Pérez, Gustavo Cisneros (Venevisión),
Jesús Polanco (El País) y Felipe González. Pero, este tema
será materia de otro análisis.