La tardía hora de la verdad
Por Marcelo Pereira
El país está más cerca que nunca de cruzar una frontera
establecida sin base jurídica, para afrontar que el terrorismo de Estado
tuvo cómplices y coautores civiles en los partidos. Cinco mujeres son
figuras principales en una historia que comenzó hace casi 26 años
y desemboca en el pedido de procesamiento de Juan Carlos Blanco, ministro de
Relaciones Exteriores de la dictadura de 1973 a 1976 y senador pachequista de
1990 a 1995. La primera es Elena Quinteros, maestra y militante del Partido
por la Victoria del Pueblo (pvp), secuestrada en los jardines de la embajada
venezolana en Montevideo el 28 de junio de 1976, cuando intentaba pedir asilo
político, y desaparecida desde entonces. La segunda es María -"Tota"-
Almeida de Quinteros, la madre de Elena, quien batalló sin descanso por
esclarecer lo que había ocurrido con su hija, hasta su muerte en enero
del año pasado.
La tercera es María del Luján Flores de Sapriza, del Departamento
Jurídico del Ministerio de Relaciones Exteriores, a cuya tenacidad se
debe un expediente de cientos de fojas, iniciado en agosto de 1987 por orden
del ministro Enrique Iglesias, en el cual constan elementos más que suficientes
para determinar la responsabilidad del Estado uruguayo en la desaparición.
La cuarta es Mirtha Guianze, fiscal en lo penal de segundo turno, quien pidió
a fines de 2001 el procesamiento de Blanco por el delito de privación
de libertad -al cual corresponden de un año de prisión a nueve
de penitenciaría- debido a su responsabilidad en el secuestro y a partir
de lo averiguado por Flores. La quinta es María del Rosario Berro, jueza
en lo penal de primer turno, quien debe decidir en el caso.
LA CARTA ROBADA
Son muchas más las personas que han intervenido, durante más de
un cuarto de siglo, en la tarea colectiva de destacar lo evidente: que Blanco
es por lo menos responsable de haber encubierto el secuestro y la desaparición
de Quinteros. El cargo que ocupaba y las tareas que desempeñó
en el caso no permiten imaginar otra cosa, y se han acumulado sobradas evidencias
de que conocía los hechos cuando discutió el "caso Venezuela"
el 3 de julio de 1976, en aquel Consejo de Seguridad Nacional de triste memoria
con los comandantes en jefe Víctor González Ibargoyen, Dante Padini
y Julio César Vadora, los generales Hugo Linares Brum y Walter Ravenna,
el contralmirante Francisco Sangurgo y subordinados en la cancillería
Álvaro Álvarez, Julio César Lupinacci y Guido Michelín
Salomón.
De tal reunión se conserva el memorando secreto redactado por Álvarez
sobre las "ventajas" y "desventajas" de "entregar" y "no entregar a la mujer",
que se hizo público en junio de 1990, cuando Blanco era senador. Alguien
lo entregó a militantes del pvp, terminó publicado en el semanario
tupamaro Mate Amargo, y su autenticidad y autoría fueron confirmadas
por Flores. Ese breve texto analizaba la crisis causada por quienes sacaron
por la fuerza a Quinteros de la embajada venezolana, tras lo cual el gobierno
de Carlos Andrés Pérez exigió que se le entregara a la
secuestrada y terminó por romper relaciones con la dictadura uruguaya,
que no aceptó liberarla. Blanco nunca pudo convencer a nadie de que el
memorando planteaba sólo una hipótesis de trabajo, elaborada en
total ignorancia del paradero de "la mujer", como sostuvo en 1990 ante la comisión
del Senado que investigó el asunto.
"No tengo información adicional que pueda agregar con respecto a Elena
Quinteros", dijo al diario El País, después de que el semanario
Búsqueda dio a conocer la semana pasada el pedido de Guianze. Se duda,
una vez más, de la veracidad de sus dichos, pero a los efectos de probar
su responsabilidad en el delito no hace falta que agregue nada. Que los secuestradores
"estaban haciendo un operativo" no es un secreto. Lo admitió el 1 de
diciembre de 1981, ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas, el entonces embajador uruguayo Carlos Giambruno.
Ni sombra. En 1990 la mayoría del Senado -nueve blancos y ocho colorados-
consideró que no había elementos probatorios de la responsabilidad
del excanciller, o invocó una vez más la "lógica de los
hechos", contra la opinión de los siete frenteamplistas, de los dos nuevoespacistas
y de cuatro blancos, del Movimiento de Rocha y Por la Patria. "En el Senado
no hay ni sombra de solidaridad con la actuación del hoy senador Juan
Carlos Blanco", aseguró en aquella sesión, que terminó
en la madrugada del 7 de setiembre, el entonces vicepresidente Gonzalo Aguirre.
Pero preguntó: "¿A título de qué se está creando
todo este problema para juzgar con la óptica de 1990 la responsabilidad
en los hechos en que incurrió en 1976? ¿Qué es lo que se busca?
¿Hacer justicia? No -se respondió-, porque los supuestos delitos están
prescriptos, la realidad indica que no puede haber procesamiento".
"¿Qué es lo que quieren? ¿Obtener citaciones de militares en sede penal?",
volvió a preguntar. Y explicó en cierta medida qué quería
decir: "Si el señor senador Blanco es citado a comparecer ante un juzgado
penal en la calle Misiones, se deberá llamar también a jerarcas
militares del período de la dictadura. Por un momento me sentí
tentado a decir que no sabemos qué ocurrirá; sin embargo, sí
sabemos qué pasará, pero no queremos decirlo". "Lo que hay es
un afán de reabrir un proceso que se clausuró con el veredicto
popular", concluyó.
Olvidó Aguirre, tan versado en leyes, o quizá no quiso recordar,
que podía -como aún puede- haber procesamiento, porque la privación
de libertad es un delito continuado hasta que cesan sus efectos. Esa es la tesis
que acepta en forma pacífica la doctrina jurídica, la sostenida
por Guianze y la apoyada en 1990 por los especialistas Alejandro Artucio, Jacinta
Balbela, Gonzalo Fernández y Rodolfo Schurmann Pacheco, y hace un par
de meses por el expresidente de la Suprema Corte de Justicia Milton Cairoli.
Olvidó también Aguirre, o tampoco quiso recordar, que la ley de
impunidad sólo abarca delitos cometidos por "funcionarios militares y
policiales, equiparados y asimilados", y que como Blanco no era nada de eso
en 1976 ningún presunto veredicto popular de clausura lo ampara.
Una denuncia penal contra Blanco presentada en principio por los legisladores
del Frente Amplio, y luego respaldada por unas 200 personas más, comenzó
un lento e intermitente trámite, yendo y viniendo entre los tres poderes
del Estado. El 20 de junio de 2001 el abogado Pablo Chargoña, de la Comisión
de Derechos Humanos del pit-cnt y exrepresentante de María Almeida, pidió
la reactivación del proceso, y luego Guianze llegó a la única
conclusión posible desde 1990. Y he aquí que el ex-senador está
hoy más cerca que nunca de la cárcel, por el único acto
criminal de la dictadura en el cual se sabe que estuvo involucrado con algún
leve atenuante.
PARADOJA
Blanco firmó alegatos ante la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de la OEA, en los cuales intentó, sin éxito alguno, convencer
a ese organismo de que Leonardo dos Santos, Nibia Sabalzagaray y álvaro
Balbi no habían sido asesinados por la dictadura en 1973, 1974 y 1975,
respectivamente. Avaló en 1976 la inverosímil versión de
que las personas asesinadas por la dictadura argentina que aparecieron en nuestras
costas eran coreanos y una prostituta,
muertos tras una orgía en alta mar. Presentó en septiembre de
1974, en Uruguay y ante la OEA, testimonios obtenidos en sesiones de tortura
de una veintena de presos políticos, con la intención de probar
que Cuba había entrenado y asesorado a guerrilleros uruguayos. Anuló
la validez de los pasaportes de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez
Ruiz, quienes quedaron por eso más acorralados en Argentina, y visitó
Buenos Aires, con fines inconfesados, 11 días antes del secuestro de
los dos legisladores asesinados (pero dijo años después que si
hubiera tenido alguna relación con sus muertes, "no habría podido
rezar más"). Cometió, en suma, fechorías que justifican
con creces los adjetivos "servil" y "genuflexo", de moda en estos días,
y otros mucho peores. Pero no está expuesto a ser procesado por esos
desmanes, sino por el caso de Quinteros, en el cual el ministerio que dirigía
se inclinó, tras valorar pros y contras en el famoso memorando, por "entregar
a la mujer". Así paga la vida, por primera vez, a un colaborador civil
de la dictadura, y es también la primera ocasión en que hay pedido
fiscal de procesamiento por un acto de terrorismo de Estado en Uruguay.
FRONTERAS.
El hallazgo en Argentina de Simón, el hijo de Sara Méndez, fue
la cima simbólica de años de búsqueda de niños arrebatados
a sus familias por la dictadura. Antes, la creación de la Comisión
para la Paz y sus actuaciones habían terminado con lustros de cerrado
rechazo estatal a la asunción de responsabilidades en la cuestión
de los desaparecidos. Ahora el país está muy cerca de cruzar la
frontera que ha impedido, sin base legal alguna, el juicio a civiles responsables
de terrorismo de Estado, que fueron muchos en el caso emblemático de
Elena Quinteros. Según demostró la investigación de Flores,
no sólo Blanco y militares conocieron el memorando de Álvarez.
Y en otros muchos casos la lista es larga.
Aún es posible, por ejemplo, que una declaración oficial de que
Elena Quinteros está muerta cambie el rótulo de secuestro por
el de homicidio, con la intención de establecer que el delito continuado
de Blanco dejó de cometerse hace años. Sea como fuere, temprano
o no muy tarde habrá que tomar decisiones ante esa frontera y ante otras,
ulteriores, porque los tiempos han cambiado en el país y en el mundo.
Quienes defienden la "lógica de los hechos" quizá comprueben que
se trata de un arma con doble filo, y la lógica del derecho, nacional
e internacional, nunca permitió plantear la caducidad de la pretensión
punitiva en casos de detenidos hace muchos años, pero desaparecidos hoy
como el primer día.
Aun otras lógicas, contrarias a la pretensión de caducidad de
los hechos y de su memoria, tienen sólido apoyo en la experiencia histórica,
en los derechos de los pueblos, en la ética y en las leyes de la política.
Todo eso significa que las vidas de los responsables de terrorismo de Estado
terminarán mucho antes que los esfuerzos para aclarar qué hicieron,
cuándo, cómo y por qué, y para lograr que afronten consecuencias
de sus actos. A esta altura temprana del largo partido, la esperanza que empieza
a quedarles es que el resultado de esos esfuerzos no los alcance en vida. Se
baten en retirada.
Informativo electrónico Políticaconosur Nº 599 del 13 de abril
de 2002.