Latinoamérica
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30 de octubre del 2002
El triunfo de Lula
Aleardo Fernando Laría
Attac Madrid
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La victoria del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, según el autor, provocará el auge de los regionalismo en medio de la expansión de lo "global".
El perfil que ha adoptado el actual proceso de globalización no es producto de la fatalidad económica, de determinismos tecnológicos o de simples acontecimientos fortuitos. Es más bien el resultado de una serie de decisiones políticas dirigidas a conformar un espacio único, en el que puedan circulan sin limitación alguna, bienes, servicios y sobre todo el dinero, la mercancía por excelencia del capitalismo. La plena liberalización de los intercambios y la supresión de los marcos jurídicos susceptibles de regularlos, es lo que denominamos neoliberalismo. Frente a esa opción son concebibles, desde el plano teórico, otros enfoques (keynesianismo "verde", democracia neosocial, etc.) sobre la política económica que se debe aplicar para conseguir el óptimo social entre la actividad desplegada desde el mercado y las necesidades urgidas por la sociedad.
El triunfo de Lula en Brasil, imponiéndose finalmente a los condicionantes alentados por los bancos de inversión internacional como J.P. Morgan, Merrill Lynch y Goldman Sachs, no sólo representa el triunfo de la democracia sobre la dictadura de los mercados financieros. Abre también una interesante perspectiva sobre el fortalecimiento del regionalismo como opción realista frente a la uniformidad neoliberal. Las declaraciones del nuevo presidente electo, de fortalecer el MERCOSUR, marcan el deseo de construir opciones fuertes desde el Sur, frente a los poderosos países del Norte desarrollado. El PT no es un partido meramente testimonial, sino que gobierna en casi 200 ciudades (entre ellas Sao Paulo y Porto Alegre) y en cinco Estados del Brasil. De allí que frente a las impugnaciones meramente retóricas y los llamamientos apocalípticos –que lejos de debilitar fortalecen las posiciones neoconservadoras- se ha impuesto una visión que, en palabras de Vidal-Beneyto, no pretende negar la globalización, sino de asumirla, descontruyéndola para poder reconstruirla desde una opción de progreso.
La creación de macro áreas regionales, de naturaleza política-económica, en espacios interrelacionados y autónomos, representa una posibilidad de multipolarización democrática frente a la pretensión de hegemonías unilaterales y veleidades neoimperiales. De allí la urgencia de que los proyectos regionales como el MERCOSUR o la Unión Europea, tomen un mayor dinamismo y recuperen su plena autonomía. Se trata de reducir la dominación de un espacio global único y desregulado, mediante la creación de áreas económicas y políticas con fuerza suficiente para abordar los problemas no resueltos por la "globalización depredadora": la degradación del medio ambiente; la concentración de la riqueza y la creación de grandes monopolios; las desigualdades en el interior de los Estados y entre unos países y otros; la criminalidad económica organizada; la uniformización cultural y la extensión de la miseria y el hambre.
Es cierto que el regionalismo no se ha manifestado aún como contrapeso eficaz del globalismo uniformador. Inclusive existe el riesgo de que el regionalismo sea utilizado instrumentalmente para reafirmar el control hegemónico del neo imperio. De allí que la simple potencialidad latente de un regionalismo positivo puede verse truncada si no se consigue una democratización de las instituciones globales mediante la presión que ejercen las fuerzas sociales más democráticas de la sociedad mundial. La gran presencia internacional que han alcanzado las fuerzas sociales transnacionales vinculadas a los derechos humanos y al medio ambiente, o las más recientes vinculadas a la necesidad de regular los mercados financieros (como ATTAC) o a acabar con las formas de corrupción corporativa o gubernamental (Transparency International) abren alentadoras esperanzas sobre la conformación de un poder democrático mundial que pueda ofrecer una resistencia a la influencia y poder de las multinacionales, los bancos transnacionales y los mercados financieros globales.
Que 60 millones de votos hayan apoyado en Brasil a un dirigente sindical que propicia una globalización alternativa, es un dato alentador para todos los ciudadanos del mundo que aspiran a preservar la paz, regular la economía mundial, impulsar el desarrollo de los pueblos más pobres y proteger el medio ambiente. Estamos frente a un episodio histórico, que puede contribuir a recuperar las preocupaciones éticas que habían quedado postergadas desde que el estruendoso fracaso del modelo soviético provocó la virtual desaparición de alternativas socialistas en la vida política mundial. De momento se ha ganado una batalla en el largo y azaroso devenir de un proyecto embrionario que aspira a regular el mercado global en beneficio de los intereses humanos y del futuro del propio planeta.