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15 de abril del 2002
Petropolítica global: implicaciones
del plan energético de Bush en el extranjero
Michael T. Klare
Estados Unidos no puede incrementar en 50 por ciento su consumo de petróleo
extranjero, como prevé el nuevo plan energético de George W. Bush,
sin inmiscuirse en los asuntos políticos, económicos y militares
de los Estados de los cuales se espera que fluya ese petróleo. Esta injerencia
puede adoptar formas diplomáticas y financieras en la mayoría de
los casos, pero a menudo también requerirá acción militar
La propuesta de Plan Nacional de Energía (PNE) que el presidente
George W. Bush dio a conocer el 17 de mayo de 2001 se elaboró con un objetivo
global en mente: incrementar la oferta agregada de energía para la nación:
"Los objetivos de esta estrategia son claros: asegurar una oferta continua y económica
accesible a los hogares, empresas e industrias estadounidenses", afirmó
Bush. Sin un incremento sustancial en las reservas de energía, advirtió,
Estados Unidos podría enfrentar una amenaza significativa a su seguridad
nacional y a su bienestar económico.
La necesidad percibida de un incremento sustancial en las reservas de energía
llevó a Bush a proponer dos pasos que han suscitado considerable controversia
en Estados Unidos: la extracción de petróleo del Refugio Nacional
Artico de la Vida Silvestre (ANWR, por sus siglas en inglés), y un relajamiento
de la supervisión gubernamental de los mejoramientos que se realicen a
la infraestructura energética. El primero, por supuesto, despertó
oposición a causa del riesgo de que se cause un daño ambiental mayúsculo
a la zona de naturaleza prístina; el segundo, por las muy difundidas sospechas
de que el gobierno respalda ese relajamiento en deferencia a figuras poderosas
de las industrias del petróleo, el gas y el carbón, muchas de las
cuales, entre ellas el ex presidente de Enron, Kenneth Lay, contribuyeron con
fuertes sumas a la campaña de Bush. Ambas preocupaciones han ayudado a
enfocar la opinión pública en la cuestión energética
y a propiciar el debate en el Congreso sobre aspectos claves de política
interior en el plan del gobierno. Sin embargo, también han desviado la
atención de otro aspecto crítico del Plan Nacional de Energía:
una creciente dependencia de energéticos importados para compensar las
inadecuadas reservas nacionales.
AMENAZA A LA SEGURIDAD NACIONAL Estados Unidos tiene la gran fortuna, entre las
principales potencias industriales, de poder atender buena parte de sus necesidades
energéticas con fuentes propias. Según el Departamento de Energía,
la producción energética nacional de 72 mil 800 billones de unidades
térmicas británicas (BTU) representó 73 por ciento del consumo
energético total del país en 2000. Además, al extraer petróleo
de la ANWR y aumentar el uso del carbón y la energía nuclear, Estados
Unidos puede elevar la producción nacional en otros 18 mil billones en
los próximos 20 años, a 90 mil 700 billones. Pero el problema es
éste: el consumo se eleva a mayor ritmo que la producción, por lo
que el país tendrá que satisfacer con importaciones una proporción
creciente de sus necesidades energéticas totales.1 Esta dependencia es
particularmente aguda en el caso del petróleo, que representa 35 por ciento
del consumo estadounidense de energía y es absolutamente indispensable
para el transporte terrestre y aéreo. Al momento actual, Estados Unidos
recibe alrededor de 53 por ciento de sus requisitos energéticos de fuentes
extranjeras, y para 2020 se prevé que esa cifra se elevará a 62
por ciento. En términos prácticos, esto significa elevar el consumo
de petróleo importado en 50 por ciento, de 24.4 a 37.1 millones de barriles
(mdb) por día. Sin estas importaciones adicionales, al país le resultaría
difícil en extremo sostener el crecimiento económico y alimentar
su inmensa flota de automóviles, camiones, autobuses y aviones.
El gobierno de Bush ha caracterizado explícitamente esta dependencia como
una amenaza a la seguridad nacional. "Si seguimos el curso actual", advierte el
PNE, "de aquí a 20 años Estados Unidos importará casi dos
de cada tres barriles de petróleo, y dependerá cada vez más
de potencias extranjeras que no siempre toman en cuenta los intereses estadounidenses".
Para disminuir esta dependencia, el gobierno se propone explotar toda fuente concebible
de energía, incluso la ANWR y otras reservas naturales protegidas. También
se pondrá cada vez mayor énfasis en la conservación y el
desarrollo de sistemas alternativos, entre ellos los basados en energía
eólica y solar. Pero en última instancia el proyecto de Bush cuenta
con que las importaciones proporcionarán buena parte de la energía
adicional que el país requerirá en los años por venir. De
hecho, el PNE demanda que los estrategas del gobierno dediquen tanto esfuerzo
a garantizar suministros adicionales de energía del extranjero como a incrementar
la producción doméstica.
En una lectura superficial del PNE no resulta evidente de inmediato hasta qué
punto se apoya en la adquisición incrementada de energía del exterior.
Sólo hacia el final del informe, en el último capítulo, se
vuelve clara la significación de los suministros extranjeros. Sin especificar
en realidad la cantidad de energía importada adicional que se requerirá
-alrededor de 15 mil 400 billones de BTU de aquí a 2020, cantidad equivalente
a la energía que generarán todas las plantas nucleares y sistemas
hidroeléctricos de Estados Unidos-, el informe delinea una detallada estrategia
para procurar esas aportaciones con productores de todo el mundo.
La creciente dependencia de fuentes petroleras del exterior es la historia no
contada más significativa que surge de la revelación de los planes
energéticos del gobierno. Para obtener toda la energía adicional
que será necesaria, Estados Unidos tendrá que gastar aproximadamente
2.5 billones de dólares en petróleo importado de aquí a 2020
-suponiendo que los precios se mantengan en su actual nivel moderado- más
una suma comparable en gas natural. Para garantizar que estas reservas estén
disponibles, las empresas estadounidenses tendrán que trabajar conjuntamente
con los productores extranjeros para incrementar de manera sustancial la producción
anual. Y como muchos de estos productores están ubicados en zonas de conflicto
e inestabilidad, el gobierno tendrá que brindarles apoyo en materia de
seguridad, que en algunos casos puede implicar el despliegue de fuerzas de combate
estadounidenses.
La acuciante necesidad de más y más reservas de energía importada
tendrá un efecto profundo y duradero en la política exterior estadounidense.
No sólo deben los funcionarios asegurar el acceso a esas reservas del exterior;
también deben dar pasos para que las entregas a Estados Unidos no se vean
impedidas por guerras, revoluciones o desórdenes civiles. Estos imperativos
gobernarán la política del país hacia todas las regiones
de importancia en cuanto a suministro energético, en particular el golfo
Pérsico, la cuenca del mar Caspio, Africa y América Latina.
ATADO AL GOLFO PÉRSICO El golfo Pérsico ha sido y seguirá
siendo una zona de interés prioritario para la política exterior
estadounidense porque allí se encuentra el principal depósito mundial
de petróleo no explotado.
Según BP Amoco, los principales proveedores del Golfo poseen unos 675 mil
millones de barriles de petróleo, es decir, dos terceras partes de las
reservas conocidas del planeta. Los países de la zona son también
los principales productores sobre una base diaria; en 1999 representaron en conjunto
unos 21 millones de barriles, 30 por ciento de la producción mundial de
ese año.2 Y como el Golfo representa tan alta proporción de la producción
global, son estos países los que determinan el precio global de los productos
petroleros.
Si bien Estados Unidos obtiene del golfo Pérsico sólo 18 por ciento
de sus importaciones petroleras, tiene un significativo interés estratégico
en la estabilidad de la producción de la zona porque sus principales aliados
-en particular Japón y las naciones de Europa occidental- se apoyan en
las importaciones de la región y porque el alto volumen de exportación
del Golfo ha contribuido a mantener relativamente bajos los precios mundiales,
lo cual beneficia a la economía estadounidense. Además, al reducirse
la producción doméstica, Estados Unidos será cada vez más
dependiente de las importaciones del Golfo. En consecuencia, el PNE declara que
esa región "seguirá siendo vital para los intereses de Estados Unidos".
Por supuesto, el país ha tenido un papel relevante en los asuntos del Pérsico
desde la Segunda Guerra Mundial. Cuando ese conflicto llegó a su fin, el
presidente Franklin D. Roosevelt firmó un acuerdo con el rey de Arabia
Saudita, Abdul-Aziz ibn Saud, conforme al cual Estados Unidos se comprometía
a proteger a la familia real de sus enemigos internos y externos a cambio de acceso
privilegiado al petróleo saudita. En fechas posteriores, Estados Unidos
también acordó proporcionar apoyo en materia de seguridad al sha
de Irán y a los líderes de Kuwait, Bahrein y los Emiratos Arabes
Unidos (EAU). Estos acuerdos han conducido a la entrega de grandes cantidades
de armamento y municiones estadounidenses a los países del golfo Pérsico
y, en algunos casos, al destacamento de fuerzas estadounidenses de combate. (El
vínculo de seguridad entre Estados Unidos e Irán se rompió
en 1980, cuando el sha fue depuesto por fuerzas islámicas militantes.)
La política de Washington en cuanto a la protección de las reservas
energéticas del Pérsico es inequívoca: cuando surge una amenaza,
Estados Unidos echa mano de cualquier recurso, inclusive la fuerza militar, para
garantizar el flujo continuo de petróleo. El primer presidente que hizo
explícito este principio fue James Carter en enero de 1980, a raíz
de la invasión soviética de Afganistán y la caída
del sha, y ha permanecido desde entonces como política del país.
Conforme a la doctrina Carter, Estados Unidos ha recurrido a la fuerza
en varias ocasiones: primero, en 1987-1988 para proteger los buques cisternas
kuwaitíes de los misiles y las embarcaciones artilladas iraníes
durante la guerra Irán-Irak, y luego en 1990- 1991, para expulsar de Kuwait
a las fuerzas iraquíes (la operación Tormenta del desierto).
Hoy la doctrina Carter es tan vital como siempre. Entre 1991 y 2001 el
Departamento de Defensa realizó una importante expansión de las
capacidades militares estadounidenses en el golfo Pérsico, desplegando
fuerzas aéreas y navales adicionales en la región y "preposicionando"
armas y municiones para crear una poderosa fuerza terrestre.3 Estas capacidades
se pusieron en juego durante la ofensiva estadounidense contra las fuerzas de
Al Qaeda en Afganistán y en operaciones conexas en el Pérsico en
otoño de 2001, aunque los saudiárabes impusieron ciertas restricciones
al uso de bases aéreas estadounidenses en su territorio. Asimismo Estados
Unidos prosiguió sus ventas de armamento moderno por miles de millones
de dólares a sus regímenes aliados de la zona, entre ellos Kuwait,
Arabia Saudita y los EAU. Como protección adicional contra una interrupción
del flujo petrolero, el presidente Bush advirtió al gobierno iraquí
que habría graves consecuencias si intentaba aprovecharse de cualquier
situación de inestabilidad en la zona que desembocara en acciones terroristas.
A estas alturas parece que las amenazas tanto de Al Qaeda como de Irak han quedado
circunscritas, y que las entregas de petróleo del Pérsico están
relativamente a salvo de perturbaciones. Pero, mirando hacia el futuro, los que
toman decisiones políticas en Estados Unidos enfrentan dos desafíos
cruciales: garantizar que Arabia Saudita y otros productores de la región
incrementen la producción en la proporción requerida por las crecientes
demandas estadounidenses (e internacionales), y proteger a Arabia Saudita de desórdenes
internos.
La necesidad de aumentar la producción saudita es particularmente aguda.
Arabia Saudita, que cuenta con la cuarta parte de las reservas mundiales conocidas
de petróleo (unos 265 mil millones de barriles), es el único país
con capacidad para satisfacer los requerimientos estadounidenses e internacionales.
Según el Departamento de Energía, la producción neta de petróleo
saudiárabe debe duplicarse en los próximos 20 años, de 11.4
millones de barriles diarios a 23.1 millones, para satisfacer las demandas anticipadas
del mundo.4 Sin embargo, expandir esta capacidad en 11.7 millones de barriles
diarios -equivalentes a la producción total anual de Estados Unidos y Canadá-
costará miles de millones de dólares y creará enormes retos
técnicos y logísticos. La mejor manera de lograr este incremento,
según analistas de Estados Unidos, es convencer a Arabia Saudita de abrir
su sector petrolero a inversiones sustanciales de las compañías
petroleras de aquel país. Y, conforme al plan energético del gobierno,
eso es lo que se propone hacer el presidente; sin embargo, todo esfuerzo de Washington
por presionar a Riad para que permita mayor inversión estadounidense en
el reino encontrará sin duda resistencia significativa de la familia real,
que nacionalizó todas las existencias estadounidenses de petróleo
en el decenio de 1970.
El gobierno encara otro problema en Arabia Saudita: las prolongadas relaciones
en asuntos de seguridad con el régimen saudiárabe se han convertido
en una fuente importante de tensión en el país, y son cada vez más
los jóvenes sauditas que se vuelven contra Washington por sus estrechos
vínculos con Israel y por lo que perciben como predisposición contra
el Islam. En este medio antiestadounidense reclutó Osama Bin Laden a muchos
de sus seguidores y obtuvo buena parte de su apoyo financiero a fines del decenio
de 1990. Después del 11 de septiembre, el gobierno saudita desmanteló
algunas de estas fuerzas, pero la arraigada oposición a la cooperación
militar y económica del régimen con Washington sigue siendo intensa.
Encontrar una forma de desactivar esta oposición mientras se persuade a
Riad de incrementar sus entregas de petróleo a Estados Unidos será
uno de los desafíos más difíciles que enfrentarán
los estrategas de Washington en años venideros.
También tendrán que prestar estrecha atención a Irán
e Irak, segundo y tercer principales productores de petróleo en el Pérsico.
Si bien actualmente ambos países están excluidos de la inversión
de compañías petroleras de Estados Unidos por su apoyo al terrorismo
y su supuesto propósito de producir armas nucleares, un cambio futuro en
su estatus político permitiría una participación estadounidense
en el desarrollo de sus cuantiosas reservas de crudo, lo cual sería sin
duda muy agradable para las empresas del país norteamericano. Sin duda
Washington seguirá buscando que surjan gobiernos amigables y cooperativos
en Bagdad y Teherán, y si esos esfuerzos fallan, está preparado
para contrarrestar con todo el peso de su poderío militar cualquier acción
agresiva que pudieran intentar.
GEOPOLITICA ENERGÉTICA EN LA CUENCA DEL MAR CASPIO Si bien Estados Unidos
seguirá dependiendo del petróleo del Pérsico porque allí
es donde está la mayoría de las reservas no explotadas del globo,
también deseará reducir al mínimo posible esa dependencia
mediante la diversificación de fuentes de energía importada. "La
diversidad es importante, no sólo por la seguridad energética sino
también por la seguridad nacional", declaró el presidente Bush el
7 de mayo de 2001. "La dependencia excesiva de cualquier fuente de energía,
sobre todo del extranjero, nos hace vulnerables a alzas súbitas de precios,
interrupciones de suministros y, en el peor de los casos, al chantaje." Para evitarlo,
el plan energético del gobierno demanda realizar un esfuerzo sustancial
para incrementar la producción en muchas partes del mundo.
Entre las zonas que recibirán atención particular de Estados Unidos
se encuentra la cuenca del mar Caspio, es decir, la región que comprende
Azerbaiján, Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán,
junto con áreas adyacentes de Irán y Rusia. Según el Departamento
de Energía, la cuenca del Caspio contiene reservas probadas de entre 17.5
y 34 mil millones de barriles, y reservas posibles de 235 mil millones, cantidad
que de ser confirmada la convertiría en el segundo depósito mundial
de reservas no explotadas, después del golfo Pérsico.5 Para asegurarse
de que buena parte de este petróleo fluirá con el tiempo hacia los
consumidores occidentales, Estados Unidos ha hecho un ingente esfuerzo por desarrollar
la infraestructura y sistemas de distribución de petróleo en la
zona. (Como el mar Caspio está rodeado de tierra, el petróleo y
el gas natural de la región deben viajar por ductos a otras zonas; por
lo tanto, cualquier intento de acceder a sus vastas reservas de energía
implica la construcción de líneas para exportación a larga
distancia.) Los primeros intentos estadounidenses de tener acceso a las reservas
del Caspio se llevaron a cabo en tiempos del presidente Clinton, porque hasta
entonces los estados de la región (excepto Irán) formaban parte
de la Unión Soviética, y el acceso exterior a sus fuentes de energía
estaba severamente restringido. Una vez que esos estados se volvieron independientes,
Washington emprendió una intensa campaña diplomática para
que abrieran sus campos a la inversión de empresas petroleras occidentales
y permitieran la construcción de nuevos ductos para exportación.
El propio Clinton desempeñó un papel clave en este esfuerzo, con
repetidas llamadas telefónicas a los líderes de esos países
e invitaciones periódicas a visitarlo en la Casa Blanca. Estos esfuerzos
eran esenciales, dijo Clinton en 1997 al presidente azerbaijano Heyder Aliyev,
para "diversificar nuestra provisión de energía y fortalecer nuestra
seguridad nacional".
El principal objetivo del gobierno de Clinton durante ese periodo fue asegurar
la aprobación de nuevas rutas de exportación del Caspio hacia los
mercados de Occidente. Como el gobierno no deseaba que el petróleo fluyera
a través de Rusia en su ruta a Europa occidental (pues ello daría
a Moscú cierto grado de control sobre las reservas energéticas occidentales),
y como el transporte a través de Irán estaba prohibido por Estados
Unidos (por razones ya citadas), el presidente Clinton dio su respaldo a un plan
orientado a transportar petróleo y gas de Baku, en Afganistán, a
Coyhan, en Turquía, vía Tiflis, en la ex república soviética
de Georgia. Antes de dejar el cargo, Clinton voló a Turquía para
presidir la firma de un acuerdo regional que permite la construcción del
ducto Baku-Tiflis-Coyhan (BTC), con un costo de 3 mil millones de dólares.
Con base en los esfuerzos del presidente Clinton, el gobierno de Bush planea acelerar
la expansión de las instalaciones de producción y los ductos del
Caspio. "Las inversiones y la tecnología extranjeras son cruciales para
el rápido desarrollo de nuevas rutas de exportación comercialmente
viables", afirma el PNE. "Ese desarrollo permitirá que la creciente producción
petrolera del Caspio se integre efectivamente al mercado mundial del petróleo."
Se pondrá especial énfasis en completar el ducto BTC y en incrementar
la participación de compañías de Estados Unidos en los proyectos
energéticos del Caspio. Con miras más a futuro, el gobierno también
espera construir un ducto de petróleo y gas en la costa oriental del Caspio
hasta Baku, en la costa occidental, para incrementar la energía que fluya
del ducto BTC.
Hasta el 11 de septiembre, el involucramiento estadounidense en la cuenca del
Caspio y en Asia central se había restringido a los esfuerzos económicos
y diplomáticos, acompañados por algunos acuerdos de ayuda militar.
Después de esa fecha, para combatir a los talibanes y a Al Qaeda en Afganistán,
el Departamento de Defensa estableció bases militares en Tadjikistán
y Uzbekistán. Si bien consideradas en principio instalaciones temporales,
para apoyar a las tropas estadounidenses enviadas a la guerra afgana, esas bases
podrían constituir el arranque de una presencia militar permanente de Estados
Unidos en la zona del Caspio. Aunque nada se ha dicho públicamente de ello
en Washington, esa presencia sería consistente con los acontecimientos
en el golfo Pérsico, donde los esfuerzos estadounidenses por proteger el
flujo de petróleo han conducido a una expansión de la infraestructura
militar de ese país.
Sea que las bases estadounidenses en Tadjikistán y Turkmenistán
adquieran estatus permanente o no, es un hecho que Washington buscará aumentar
su capacidad de emplear la fuerza militar en la zona. El Cáucaso y Asia
central no son más estables que el golfo Pérsico, y ningún
caso tiene desarrollar el mar Caspio como fuente alternativa de energía
si no se puede garantizar el flujo del petróleo y el gas que produzca.
Reconociendo la amenaza potencial a las reservas energéticas de la región,
el Departamento de Defensa ha conducido una serie de ejercicios militares con
las fuerzas de Kazajstán, Kirgistán y Uzbekistán (los ejercicios
anuales Centrazbat) y firmado acuerdos de cooperación militar con
otros estados de la zona.
Estos vínculos se han fortalecido a partir del 11 de septiembre.6 HACIA
AFRICA...
Si bien los Estados de Africa apenas representaron 10 por ciento de la producción
petrolera del globo en 1999, el Departamento de Energía predice que su
participación se elevará a 13 por ciento para 2020, y aportarán
en el proceso otros 8.3 millones de barriles a las reservas globales.7 Para Washington
es una estupenda noticia: "Se espera que Africa Occidental sea una de las fuentes
de más rápido crecimiento de petróleo y gas para los mercados
norteamericanos", informó el gobierno en 2001. Además "el petróleo
africano tiende a ser de gran calidad y bajo en azufre", por lo cual es especialmente
atractivo para las refinerías estadunidenses.
El gobierno de Bush prevé concentrar sus esfuerzos en dos países,
Nigeria y Angola. Nigeria produce en la actualidad unos 2.2 millones de barriles,
y se espera que duplique su producción hacia 2020, cuando buena parte de
ese petróleo irá hacia Estados Unidos. Nigeria, sin embargo, carece
de recursos para financiar esta expansión, y la legislación vigente
(por no mencionar la muy extendida corrupción) desalienta la inversión
extranjera. Por tanto, el PNE señala que los secretarios de Energía,
de Comercio y de Estado deben trabajar con los funcionarios nigerianos "para mejorar
el clima hacia el comercio, la inversión y las operaciones con la industria
estadounidense del petróleo y el gas". Sin embargo, al trabajar tan de
cerca con el gobierno nigeriano, Washington se arriesga a asociarse con un régimen
que ha recibido críticas de todas partes por persistentes violaciones a
los derechos humanos.
Un cuadro similar se encuentra en Angola. Allí también Estados Unidos
busca expandir significativamente la producción petrolera, que ahora se
estima en unos 750 mil barriles por día.
Varias empresas estadounidenses de energía han empezado a hacer exploraciones
petroleras en zonas de mar profundo de la costa angoleña en el Atlántico,
y los primeros indicios muestran que contienen significativas reservas de crudo.
Pero una vez más, la participación estadounidense en la industria
petrolera angoleña conduciría a asociarse con un régimen
al que se atribuyen monumentales violaciones a los derechos humanos.
Si bien es un hecho que crecerá la participación estadounidense
en el desarrollo energético africano, no es probable que venga acompañada
-como en las zonas del Pérsico y el Caspio- de una presencia militar directa,
pues, cualquiera que fuese la forma en que se presentara al público, conjuraría
imágenes de colonialismo y atraería oposición tanto en el
país como en Africa. Sin embargo, es probable que Washington proporcione
a Nigeria y a otras naciones amistosas formas indirectas de apoyo militar, como
adiestramiento, asistencia técnica y transferencia de armamento de baja
tecnología.
... Y AMÉRICA LATINA El gobierno de Bush también proyecta un incremento
significativo en las importaciones petroleras de México, Brasil y los países
andinos. Ya obtiene de América Latina buena parte de su abastecimiento
petrolero -Venezuela es el tercer proveedor de petróleo a Estados Unidos
(después de Canadá y Arabia Saudita), México es el cuarto
y Colombia el séptimo-, y Washington planea depender aún más
de la región en el futuro. De acuerdo con Spencer Abraham, secretario de
Energía, "el presidente Bush reconoce no sólo la necesidad de un
incremento en el suministro de energía, sino también el papel crucial
que tendrá el hemisferio en la política energética del gobierno".
Al presentar estos planes a los gobiernos de la región, los funcionarios
estadounidenses ponen énfasis en su deseo de establecer un marco de cooperación
mutua para el desarrollo de energía.
"Nos proponemos subrayar el enorme potencial de una mayor cooperación regional
energética en el futuro", señaló Abraham durante la quinta
Conferencia Ministerial de Iniciativa Energética, realizada en México
el 8 de marzo de 2001.
"Nuestro objetivo es construir relaciones entre nuestros vecinos que contribuyan
a nuestra seguridad energética compartida, que conduzcan a un acceso adecuado,
confiable, ambientalmente sano y costeable a la energía." Por sinceros
que hayan sido, esos comentarios pasaron por alto la realidad fundamental de que
El plan energético de Bush pone énfasis en la adquisición
de petróleo adicional de México y Venezuela. "México es una
fuente destacada y confiable de petróleo importado", indica el PNE.
"Sus grandes reservas básicas, aproximadamente 25 por ciento mayores que
nuestras reservas probadas, hacen de México una fuente probable de producción
petrolera incrementada en la próxima década." Venezuela es crucial
para Estados Unidos porque posee vastas reservas de crudo convencional (sólo
eclipsadas por las de Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudita y los EAU) y porque
alberga importantes reservas del llamado crudo pesado, que puede ser convertido
en petróleo convencional mediante un costoso proceso de refinación.
Según el PNE, "el éxito logrado por Venezuela en volver comercialmente
redituables sus depósitos de petróleo pesado sugiere que contribuirá
en forma sustancial a la diversidad de la oferta global de energía, y a
nuestra propia mezcla de abastecimiento energético a mediano o largo plazo".
Sin embargo, los intentos estadounidenses de recibir abundantes suministros energéticos
de México y Venezuela se encontrarán con una dificultad importante,
porque ambos países han colocado sus reservas de energía bajo control
estatal y establecido fuertes barreras legales y constitucionales a la participación
extranjera en la producción nacional. Por lo tanto, si bien pueden tratar
de capitalizar los beneficios económicos de un aumento de exportaciones
a Estados Unidos, también es probable que se resistan a la participación
de firmas de ese país en sus industrias del ramo, y a cualquier incremento
apresurado de su extracción petrolera. Esta resistencia provocará
sin duda frustración en los funcionarios de Washington, que andan detrás
precisamente de ese tipo de participación. Por lo tanto, el PNE llama a
los secretarios de Comercio, Energía y Estado a cabildear con sus contrapartes
latinoamericanos para que eliminen o atenúen las barreras a una creciente
inversión petrolera estadounidense. Es probable que estos esfuerzos se
vuelvan asunto de importancia en las relaciones de Estados Unidos con esos dos
países.
Las consideraciones energéticas también formarán parte de
las relaciones de Estados Unidos con Colombia. Si bien se le conoce en el país
norteamericano sobre todo por su papel en el tráfico ilícito de
drogas, es también un productor importante de petróleo y podría
tener un papel más prometedor en los planes energéticos estadounidenses.
Sin embargo, los intentos de incrementar la producción petrolera colombiana
se han visto entorpecidos por constantes ataques a instalaciones y ductos petroleros
cometidos por grupos guerrilleros. Con el argumento de que esos grupos brindan
protección a los traficantes de drogas, Estados Unidos, dentro del Plan
Colombia, asesora a la policía y al ejército de ese país
en sus esfuerzos por suprimir a las guerrillas. En ningún momento Washington
ha ligado explícitamente esos esfuerzos con sus políticas energéticas,
pero sus funcionarios sin duda creen que una reducción sustancial de la
actividad guerrillera permitirá un eventual incremento en la producción
de crudo.
LAS IMPLICACIONES El panorama anterior permite formarse una impresión anticipada
de lo que los funcionarios estadounidenses tendrán que llevar a cabo en
los próximos años para que Estados Unidos continúe contando
con petróleo importado para dar energía a sus industrias, calor
a sus hogares y combustible a sus vehículos. No puede incrementar su consumo
de petróleo extranjero en 50 por ciento, como demanda el plan energético
de Bush, sin inmiscuirse en los asuntos políticos, económicos y
militares de los estados de los cuales se prevé que fluirá todo
ese petróleo. Esta injerencia puede adoptar formas diplomáticas
en la mayoría de los casos, pero también implicará a menudo
acción militar.
Es posible que el Congreso y los ciudadanos estadounidenses estén de acuerdo
en que estos esfuerzos son necesarios para asegurar un flujo constante de energía.
Cierto, ha habido algunos signos de disentimiento, pero la mayoría de discusiones
sobre el plan energético de la Casa Blanca se han concentrado en las consecuencias
internas, no en las internacionales. Por desgracia, eso oscurece algunas ramificaciones
importantes del plan. Ha habido pocos comentarios, por ejemplo, sobre el aumento
potencial de acciones militares implícito en la nueva política.
Hacer caso omiso de esas consideraciones puede resultar peligroso. Teniendo en
mente el interés de forjar un plan energético sensato y costeable,
el Congreso debe emprender un examen minucioso y de largo alcance sobre las implicaciones
que la estrategia energética propuesta por el Ejecutivo tiene para la política
exterior.
© Current History
Michael T. Klare es profesor de estudios de paz y seguridad mundial en el Colegio
Hampshire y autor de Resource Wars: The New Landscape of Global Conflict
(Guerras de recursos: el nuevo panorama de conflicto global). Nueva York, Metropolitan
Books, 2001.
Notas:
Departamento de Energía de Estados Unidos: Annual Energy Outlook 2002 (Perspectiva
energética anual 2002). Puede consultarse en htttp://www.era.doe.gov/oiaf.aeo.
Salvo indicación en contrario, todas las estadísticas energéticas
citadas en este artículo se derivan de documentos del informe National
Energy Policy (Política energética nacional), emitido por la
Casa Blanca el 17 de mayo de 2001.
2 BP Arnoco: Statistical Review of World Energy (Revisión estadística
de la energía mundial), junio de 2000.
3 Ver detalles en Michael Klare: Resource Wars (Guerras de recursos), Nueva
York, Metropolitan Brinks, 2001), capítulo 3.
4 Departamento de Energía: International Energy Outlook (Panorama
internacional de energía) 2001, tabla D1.
5 Departamento de Energía: Caspian Sea Region (Región del
mar Caspio), julio de 2001. Puede consultarse en http.//www.ria.doe.gov/cabs/caspian.html.
6 Véanse antecedentes de estos esfuerzos en Klare, op. cit., capítulo
4.
7 Departamento de Energía: International Energy Outlook 2001, tabla
D1.
8 Departamento de Energía de Estados Unidos: Annual Energy Outlook 2002
(Perspectiva energética anual 2002). Puede consultarse en htttp://www.era.doe.gov/oiaf.aeo.
Salvo indicación en contrario, todas las estadísticas energéticas
citadas en este artículo se derivan de documentos del informe National
Energy Policy (Política energética nacional), emitido por la
Casa Blanca el 17 de mayo de 2001.
9 BP Arnoco: Statistical Review of World Energy (Revisión estadística
de la energía mundial), junio de 2000.
10 Ver detalles en Michael Klare: Resource Wars (Guerras de recursos),
Nueva York, Metropolitan Brinks, 2001), capítulo 3.
11 Departamento de Energía: International Energy Outlook (Panorama
internacional de energía) 2001, tabla D1.
12 Departamento de Energía: Caspian Sea Region (Región del
mar Caspio), julio de 2001. Puede consultarse en http.//www.ria.doe.gov/cabs/caspian.html.
13 Véanse antecedentes de estos esfuerzos en Klare, op. cit., capítulo
4.
14 Departamento de Energía: International Energy Outlook 2001, tabla
D1.