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16 de abril del 2002
En busca del centro perdido
Marcos Roitman Rosenmann
Centro de Colaboraciones Solidarias
Los partidos políticos sufren un proceso de mutaciones resultando
difícil identificar los orígenes ideológicos y los principios
que favorecieron su nacimiento y desarrollo. Podemos constatar degeneraciones
cuyo efecto se hace sentir en la desconexión existente entre los programas
electorales, las demandas de la ciudadanía y la escasez de proyectos
de cambio social. Proyectos en ocasiones inexistentes o diluidos en eslóganes
publicitarios ajenos -la mayoría de las veces- a las reivindicaciones
emanadas de la sociedad civil.
Son continuos los bandazos sufridos por los partidos con el fin de torear dicha
inconsistencia. Para no alejarse de las opciones de gobierno deben cambiar su
personalidad, buscando adecuarse a las circunstancias de un tiempo despolitizado.
Emerge un prototipo de organización política reivindicativa del
centro y la neutralidad ideológica. El centro político cobra actualidad.
La mayoría de los partidos luchan denodadamente por ser reconocidos socialmente
como portadores de una nueva ideología anclada en el equilibrio equidistante
de la derecha y de la izquierda. La sensatez y coherencia acompaña la
definición de organización "centrista". Primero de centro y a
continuación de izquierda o socialdemócrata. Igualmente de centro
y con posterioridad de derecha. Se trata de una búsqueda infatigable
por parecer insípido, inodoro e incoloro, además de vacío.
El partido político como efecto placebo. Ser portadores de orden y gobernabilidad
se torna una obsesión cuyo fin está en recaudar votos para lograr
el éxito electoral. "Vótenme a mi, no soy un peligro para nadie".
Así reza el mensaje del centrismo político.
En esta guisa, casi ningún partido quiere ser identificado como partido
de izquierda o de derecha. Y si lo son deben ser modernos. Es decir centristas.
Más vale poseer cierto grado de flexibilidad en la definición.
La ambigüedad puede resultar un factor de atracción. Ser un poco
"asexuado" políticamente despierta la libido. Es el partido "atrápalo
todo". Despolitizado y sin un derrotero fijo, suelta los lastres que lo atan
con ideologías fuertes o principios democráticos radicales sobre
los cuales asentar su compromiso ético. Éste desaparece en favor
de la razón de Estado. Los cambios internos se hacen necesarios para
virar en dirección al centro. El itinerario marcado obliga a reformar
la estructura partidaria, adecuándola a las nuevas tareas.
Todo debe ser modificado. Ser centrista lo demanda. El debate político
y teórico interno es sustituido por la imagen afable, conciliadora y
tolerante de sus dirigentes. Éstos no deben sobrepasar los límites
de las buenas costumbres y maneras. Los debates, si se producen deben ser inconsistentes
y poseer la virtud de no molestar a nadie. Discusiones anodinas e inicuas, donde
lo importante radica en no producir ideas que requieran explicaciones en profundidad.
No hay tiempo. Ser inofensivo y no crear conflicto es la máxima virtud
del nuevo dirigente político. Estos, deben poseer un talante conciliador,
fácilmente reconocible por su adecuación a cualquier circunstancia.
Cuando se hable en rojo debe hacerlo en rojo. Cuando en azul, en verde o amarillo
debe ser capaz de sufrir una trasformación camaleónica y adaptarse
al color del espectro elegido. No es conveniente alterar el curso de las aguas,
defender proyectos o programas disonantes. Ello redundaría en un proceso
degenerativo donde lo más probable es que el dirigente díscolo
sea protestado y eliminado de la escena por ser un obstáculo para atraer
votantes centristas. Y en el mejor de los casos, se le conceptualizará
como una persona íntegra pero fuera de la realidad.
No resulta extraño que en este camino se pierdan las identidades y las
referencias sobre los cuales se articulaban la militancia y el compromiso político
con la organización. La entrega desinteresada, afincada en principios
compartidos por todos los militantes, es un recuerdo del pasado. En la actualidad,
los partidos tienen una existencia menos comprometida con sus militantes y mas
articulada al mercado. Vivir para el mercado y trastocar las elecciones en un
mercado de votos es la máxima que guía su actuación. Renovarse
o morir. Y es en esta "renovación" modernizadora donde se suele perder
el horizonte histórico desde el cual se miraba el futuro, se aunaban
las voluntades y se construía militancia.
En América Latina, este fenómeno de viajar al centro se desarrolla
en la década de los años ochenta del siglo XX, aunque hunde sus
raíces en la crisis política de los años setenta, sobre
todo en el cono sur, donde emergieron las tiranías militares. Regímenes
despolitizantes cuyos discursos y mensajes criticaron abiertamente la militancia
política y la existencia de los partidos. Los partidos de izquierda fueron
perseguidos, declarados ilegales y disueltos, otros los más cercanos
y comprometidos con las tiranías fueron declarados en receso. En cualquier
caso se gobernó sin ellos. El poder militar desarrolló una práctica
tendente a su deslegitimación. Hubo un rechazo a la militancia política,
no se consideró formativa de vida republicana. Se interpretó desde
las tiranías militares como una opción personal para "medrar"
en el poder. Esta visión caló profundamente en la población.
El proyecto neoliberal lo asumió como parte de su estrategia de poder.
El apartidismo y la organización "centrista". Eso permitió introducir
la idea de racionalidad y eficiencia, orden y progreso. Gobernabilidad y seguridad.
Todos valores tendentes a crear una visión de la política como
gestión de recursos, bienes y servicios. Si los partidos querían
sobrevivir debían ser capaces de despolitizarse.
Este viaje al centro se popularizó en toda la región. Independientemente
de sus orígenes espúreos se impuso como referente para introducir
los cambios en la llamada modernización del Estado. Crear un sistema
de partidos donde el pacto de gobernabilidad sea el objetivo, supuso renunciar
explícitamente a proyectos de trasformación social de democracia
radical, por ejemplo. Todo se puede dentro del sistema, nada contra él.
Desde esta perspectiva, efectivamente apropiarse del centro es la única
opción para llegar a ser gobierno. Tanto ha calado esta concepción
que, en la actualidad, las propuestas políticas con proyectos alternativos
se consideran causas de inestabilidad y son descartadas por la población.
El miedo a la contingencia y el deseo de ser gobernados sin sobresaltos prima
sobre la construcción de un orden democrático, abierto y conflictivo.
Demos gracias a las tiranías por haber logrado su objetivo, imponer un
diseño único de futuro donde no cabe la discrepancia ni la democracia,
salvo la del mercado claro, que no es democracia.