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29 de abril del 2002
Lección francesa
Octavio Rodríguez Araujo
La reciente elección en Francia (primera vuelta) nos plantea serios
cuestionamientos. El más importante, obviamente, es por qué la
derecha (incluso la ultraderecha) ha ganado terreno en los últimos años
en varios países europeos.
El fenómeno más interesante es el del ultraderechista Jean-Marie
Le Pen del Frente Nacional (FN). Esta organización se formó con
antiguos poujadistas (dirigidos por Pierre Poujad en los años 50 del
siglo pasado) y con quienes fueron partidarios de una Argelia francesa (también
en esa época) que formaron Orden Nuevo (disuelto por el gobierno en 1973).
El movimiento poujadista fue de extrema derecha y surgió gracias a la
capitalización del descontento de capas sociales como los pequeños
comerciantes y artesanos amenazados por la modernización económica
de Francia. Los defensores de una Argelia francesa, como su nombre lo indica,
estuvieron a favor de que ese país del norte de África siguiera
siendo colonia gala. Eran, obviamente, racistas, además de colonialistas.
Vale decir que los poujadistas obtuvieron el 11.6 por ciento de las votaciones
en 1956 a pesar de ser prácticamente desconocidos unas semanas antes
de las elecciones.
La primera expresión electoral del FN fue en los comicios municipales
de 1983. Su crecimiento fue muy rápido, ya que en las legislativas de
1986 (Ątres años después!) obtuvo casi la misma votación
que el viejo Partido Comunista Francés (9.65 por ciento contra 9.78,
respectivamente). Le Pen supo capitalizar a los franceses desempleados, argumentando
que los extranjeros, principalmente del norte de África, los estaban
desplazando de sus puestos de trabajo además de incrementar la inseguridad
especialmente en los barrios pobres y marginados de Francia. Muchos jóvenes
blancos desclasados (lumpenproletariat) y sin perspectivas de empleo
se sumaron al FN. Este fenómeno, por cierto, no es exclusivo de Francia.
Contra los pronósticos de Duverger, quien decía que el FN desaparecería
(Cfr. La cohabitation des français, PUF, 1987), la votación
a su favor siguió en aumento. En la primera vuelta de la elección
de 1988 Le Pen obtuvo un alarmante 14.4 por ciento de la votación total,
y en 1995 alcanzó el 15 por ciento mientras que el candidato del Partido
Comunista bajaba a 8.6 por ciento. Siete años después los comunistas
apenas lograron el 3.5 por ciento mientras que los neofascistas del FN quedaron
en segundo lugar con 17 por ciento. Es dudoso que en la segunda vuelta Le Pen
gane sobre Chirac, pues hasta la izquierda votará por éste para
frenar a la ultra derecha, pero ésta está ahí y ha crecido
más que la izquierda y los partidos de centro. Esto es lo preocupante,
y más porque se empata con una tendencia que está afirmándose
en varios países de Europa.
El neoliberalismo y la Unión Europea no han demostrado bondad alguna
con los pobres de Europa, ni con los pequeños empresarios. El desempleo
persiste y la concentración de capital, como en el resto del mundo, es
innegable. Lo que ha planteado Le Pen, además de su oposición
a las políticas migratorias, es un fuerte rechazo a la globalización,
una suerte de nacionalismo a ultranza, libre de capitales extranjeros dominantes
y de mano de obra no francesa (léase no blanca). Este discurso se presenta
en un país donde la sindicación ha disminuido considerablemente,
en el que el desempleo (datos de 1999) era superior al 11 por ciento de la población
económicamente activa (PEA) y donde tanto los trabajadores agrícolas
como los industriales mantienen una tendencia a la baja (4 y 24 por ciento de
la PEA, aproximadamente).
La izquierda, por otro lado, ha mostrado una tendencia descendente desde hace
muchos años, además de que está muy dividida. Los comunistas,
desde que se socialdemocratizaron (el llamado eurocomunismo en su momento),
aceleraron su caída electoral. La izquierda radical no ha logrado sumar
esfuerzos. La socialdemocracia, representada en Francia por el Partido Socialista,
tiene el estigma, para los ultranacionalistas, de haber apoyado la idea de una
Europa unida que, al final, sólo ha favorecido a los grandes capitales,
tanto franceses como extranjeros o a ambos asociados. Y todas las corrientes
de la izquierda se encuentran ahora ante la disyuntiva de apoyar a la derecha
o, por omisión, permitir que puedan ganar los neofascistas. Vaya paradoja.
Algo tendrá que revisar la izquierda. Mucho en realidad, pues ya ni siquiera
el reformismo y la moderación convencen; no por lo menos a quienes han
sido las principales víctimas del neoliberalismo que, en teoría,
deberían de ser sus principales seguidores. El PRD mexicano haría
bien en interpretar la lección.