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21 de abril del 2002
Desafío: ¿importa la superpotencia?
Immanuel Wallerstein
La Jornada
George W. Bush tiene una prioridad en estos momentos: invadir a Irak.
Ariel Sharon tiene una prioridad en la mente en estos momentos: destruir a la
Autoridad Nacional Palestina y sacar a Yasser Arafat de la escena política.
Si bien Bush simpatiza enormemente con lo que Sharon está haciendo, lo
cierto es que ello empieza a interferir en su gran plan. Algo que incluso el
mismo Cheney le ha hecho notar.
A regañadientes, el presidente de Estados Unidos dio un ultimátum
a Sharon: "detente ahora". En términos políticos fue un paso difícil,
que le valió reproches de los republicanos, los demócratas y del
lobby israelí. Pero también ha tenido que lidiar con los sauditas,
los jordanos, los marroquíes, los egipcios e, incluso, los bahreníes,
quienes no tienen poder alguno dentro del sistema político estadunidense,
pero que tienen bases militares y la habilidad de legitimar las acciones que
Bush desee llevar a cabo. Así pues, los israelíes cuentan con
un arma para usarla en contra de Bush -el apoyo interno estadunidense-, y los
palestinos tienen la suya -la necesidad de Estados Unidos de contar con el apoyo
árabe para aminorar la indignación mundial cuando invada a Irak.
Dada esta necesidad, Bush exigió a Sharon que parara. El primer ministro
israelí respondió: "no lo haré", y con poca educación.
El New York Times, que está lejos de ser un entusiasta de Arafat, afirmó
en su editorial del 9 de abril: "Esto es un insulto al señor Bush y a
Estados Unidos". Y, de hecho, lo es. Bush y Sharon están jugando a ver
quién es más gallito. Y, hasta ahora, el israelí lleva
la batuta. En términos inequívocos, a esto se le llama desafiar
a una superpotencia.
¿Qué puede Estados Unidos hacer al respecto? No mucho, y con eso cuenta
Sharon. ¿Cuál será la consecuencia? En Israel y Palestina los
resultados serán desastrosos para la región. Y en el resto del
mundo, las implicaciones serán funestas, ya que desafiar a la superpotencia
puede ser contagioso. Si Sharon es capaz de hacerlo, ¿quién dice que
Europa no podrá hacerlo? ¿O Rusia? ¿O China? O, para ese caso, ¿Canadá,
México o Brasil?
El poder se refiere al miedo de los otros de no poder salirse con la suya. Eso
es en lo que Bush ha estado insistiendo. Dijo que los talibanes creyeron que
podían tranquilamente apoyar los ataques de Al Qaeda contra Estados Unidos.
Y él, Bush, les demostró que no sabían con quién
estaban tratando. Pudo haber estado en lo correcto con los talibanes. Pero,
¿qué puede hacerle a Sharon? ¿Mandarle las Fuerzas Especiales? ¿Cortar
sus relaciones comerciales o la ayuda estadunidense? ¿Quién se está
burlando de quién? Si Bush quisiera hacer eso, lo cual definitivamente
no es así, se trataría de un paso que simplemente está
fuera del rango de posibilidades.
Cada paso que el mandatario estadadunidense ha dado lo ha hundido más
en el lodo. Llegó al poder con la determinación de no repetir
lo que creía había sido el grave error de Clinton, esto es, haberse
involucrado personalmente en un acuerdo en Medio Oriente. Para Bush, se trató
de un movimiento en falso, en el que no se puede ser ganador, y que solamente
debilitó la autoridad del presidente de Estados Unidos. En esta postura
había una cierta lógica, limitada, aunque retorcida. Pero tuvo
que renunciar a ella. Primero envió a Zinni, después a Cheney,
ahora a Powell. Lo que queda es reunir a las partes en Campo David. Si intentara
hacerlo en estos momentos Sharon no acudiría.
Quizá, no lo sé, en discusiones privadas en la Casa Blanca se
acepte que se han cometido traspiés. ¿Pueden corregirse los errores?
El problema es que un ligero chanchullo en la política exterior estadunidense
no cambiará mucho las cosas. Cuando un coche va cuesta abajo y los frenos
no funcionan debidamente, uno tiene que arreglárselas para reducir la
velocidad sin correr el riesgo de volcarse. Normalmente no se sobrevive aumentando
la velocidad. La hegemonía incontestada de Estados Unidos está
rodeada de confusión. Sharon, quien se considera a sí mismo un
gran amigo de Estados Unidos y, ciertamente, de sus presidentes conservadores,
está transmitiendo ese mensaje al mundo. Y otros, menos amigables hacia
Washington y sus mandatarios conservadores, escucharán ese mensaje muy
claramente.
El desafío ya ha empezado a tener repercusiones en Europa donde, de pronto,
la atmósfera básicamente pro israelí se ha convertido en
una de considerable desaprobación, e incluso de hostilidad. Benjamín
Netanyahu, el crítico de Sharon desde la derecha, afirma que ello prueba
lo que siempre ha creído: que los europeos siguen siendo antisemitas
(presumiblemente al revés de los estadunidenses). Esa es una retórica
tonta y desgastada. Seguramente algunos europeos son antisemitas, como lo pueden
ser algunos estadunidenses. Pero, actualmente, el antisemitismo no es el motor
de las actitudes de Europa. Como tampoco lo son las peticiones de los palestinos,
para los que ese fenómeno es apenas un asunto menor. Los europeos están
realmente manifestando su consternación ante la falta de inteligencia
y los peligros de las aventuras de la política exterior de Estados Unidos.
En relación con los países árabes "moderados", el rey Mohammed
VI, de Marruecos, se dio el lujo de regañar a Powell ante los canales
de televisión mundiales. El rey Abdala de Jordania afirmó por
televisión que Sharon ha hecho de Arafat un santo, queriendo con ello
decir que en estos momentos no está en posibilidades de criticar al líder
palestino, como Bush no lo estaría de denunciar a la Madre Teresa. Por
lo que respecta al líder de la ANP, quedé sorprendido por los
comentarios del pacifista israelí Ury Avnery, quien lo visitó
en Ramallah después de que se le confinara en su cuartel y antes de que
iniciara la ofensiva de los tanques israelíes. Se refirió a él
como un hombre con comportamiento casi sereno, y dijo que le recordó
a Kutuzov, personaje de Tolstoi en La guerra y la paz. Cuando los generales
de Kutuzov le preguntaron qué debían hacer ante la invasión
de Napoleón, sonrió y pidió que esperaran. Cuando Napoleón
estaba a escasa distancia de Moscú y empezó a nevar por todas
partes, el estratega decidió unilateralmente retirarse. Todo lo que hizo
Kutuzov fue esperar. Arafat espera. Putin y el liderazgo chino son igualmente
pacientes. También ellos esperan. Bush, sin embargo, no espera. Hace
trampa.
Traducción: Marta Tawil