YellowTimes.org Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Durante mi visita del otro día a Barnes & Noble, vi un pequeño letrero informando que el negocio abriría tarde el 11 de septiembre. La dirección invitaba a los empleados a pasar la mañana en tranquila reflexión.
En todo EE.UU. los mandamases, del supervisor al baboso lunático que dirige el Departamento de Justicia, quieren que guardemos silencio, que no digamos ni pío y estemos tranquilos. "Guarden dos minutos de silencio," aconsejan. Como si no hubiéramos tenido todo un año de inmenso, estridente silencio; todo un año en el que nadie que fuera "respetable" se atreviera a señalar la refulgente desnudez de nuestro emperador nombrado por la corte.
Se hizo el silencio entre los estadounidenses cuando una conspiración criminal decidió que introducir a su muchacho a la Casa Blanca era más importante que mantener hasta la pretensión de elecciones democráticas.
Los estadounidenses guardaron silencio mientras numerosas personas eran "desaparecidas" en prisiones desconocidas, por tribunales desconocidos, y el Gran Hermano expandía Sus tentáculos; cuando la tenue pretensión de protección constitucional era borrada por una administración "conservadora" y un Congreso servil. En la actualidad, el gobierno puede encerrar a la gente secretamente y negarle una representación legal. Es la realidad. Y EE.UU., en su mayoría, guarda el silencio.
Los estadounidenses reaccionaron con silencio cuando el poder de EE.UU. fue utilizado para asesinar a extranjeros inocentes en su fiesta de boda. Las informaciones sobre fosas comunes de prisioneros en Afganistán fueron recibidas con aún más silencio.
El silencio es adictivo. El silencio sobre un tema lleva al silencio sobre otro.
¿Pensamos realmente que se honra a los muertos con nuestro silencio y complicidad?
Hablemos en honor a los muertos. Hablar es la esencia de la democracia. Tomemos dos minutos, o dos horas, o todo el tiempo del que cada uno de nosotros pueda disponer, para hablar de lo que sucedió en realidad, y de qué sucedió, y de lo que significa para el futuro.
Hablemos de todas las víctimas del terrorismo, y no sólo de los que son estadounidenses. Prestemos especial atención a aquellos cuyas muertes fueron planificadas y financiadas por Washington.
Hablemos de todas las víctimas: Hiroshima, Nagasaki, Corea, Vietnam, Indonesia, Camboya, China, Filipinas, Laos, Timor Oriental, Grecia, Turquía, Honduras, Guatemala, Ecuador, Nicaragua, la República Dominicana, El Salvador, Chile, Brasil, Colombia, Panamá, Haití, Pakistán, Irán, Irak, Palestina, el Líbano, Jordania, Argelia, Nigeria, Suráfrica, Ruanda, Zaire, Sudán, Somalia, Nueva York, y Afganistán.
Hay tanto que no sabemos sobre el 11 de septiembre, y el gobierno parece estar determinado a que continuemos sin saberlo. ¿Qué pasó con todas las repetidas advertencias sobre posibles ataques terroristas? ¿Por qué ningún responsable les prestó atención? ¿Por qué le interesaba tan poco a la administración, desafiando todo sentido común, el terror antes del 11 de septiembre?
El efecto más importante del 11 de septiembre fue una masiva ola de denegación. La denegación de la responsabilidad por permitir que sucediera el ataque es, por desgracia, sólo la punta del iceberg.
La denegación es comprensible pero, a pesar de todo, es necesario decir la verdad: los ataques terroristas contra las Torres Gemelas tuvieron éxito.
No queremos reconocerlo. El mal no debería triunfar, decimos. No queremos dar a los perpetradores el placer de saber que tuvieron éxito. Pero sólo nos engañamos a nosotros mismos si pretendemos que existe una alternativa.
El ataque a las Torres Gemelas fue un mensaje del Infierno. Fue uno de esos raros casos en los que culpar a los mensajeros está totalmente justificado. No cabe duda de que son culpables de asesinato masivo.
Pero una vez establecido ese hecho, debemos escuchar el mensaje. No es sabio ignorar los mensajes del Infierno.
Tenemos que abrir el sobre chamuscado y leer lo que dice en su interior; no somos los primeros que lo reciben. Tarde o temprano, todo imperio lo recibe. Es el mismo mensaje que Nabucodonosor recibió sobre la pared del palacio real: "MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN" (Daniel 5:25).
No he hablado con nadie de Al Qaeda. Deduzco de las declaraciones de Bin Laden que su objetivo estratégico era la destrucción de Estados Unidos. El ataque contra las Torres Paralelas debe ser entendido como una acción táctica dentro de esa estrategia. Obviamente, el ataque no destruyó a Estados Unidos, ni podía hacerlo. La pregunta es, "¿Impulsó el ataque los asuntos mundiales en la dirección de la caída de EE.UU.?" La respuesta es un resonante sí, por tres motivos.
Primero, los terroristas demostraron a su público que una banda clandestina, con un compromiso total y un mínimo de inteligencia y dinero, podía asestar un duro golpe al centro del poder estadounidense. La prueba de la vulnerabilidad de EE.UU. es necesaria para reclutar gente para el sueño de destruir a EE.UU. El objetivo ha sido logrado.
Peor aún, lo que se logró es un cambio de reparto en el lenguaje del romanticismo del papel de EE.UU. en el mundo. Para comprenderlo, hay que preguntarse, "¿Si Bin Laden tuviera que producir una película en Hollywood sobre el ataque, a qué película estadounidense se parecería más esa producción?" Mi respuesta es Star Wars [La Guerra de las Estrellas].
Con menos de 30.000 dólares, el terrorista logró matar a 3.000 personas, destrozar dos símbolos del poder de EE.UU. y causar daños por más de 60.000 millones de dólares, invalidando de pasada un presupuesto de "defensa" de más de 300.000 millones de dólares establecido en su contra. Es exactamente el mensaje de Star Wars: el triunfo de la creencia, la agilidad y la dedicación por sobre el poder bruto y el tamaño.
Ese aspecto del ataque es la fuente más potente de la denegación estadounidense. Al cometer sus crímenes, los terroristas se apropiaron de los sueños y fantasías estadounidenses. En su fe religiosa, su espíritu de iniciativa, de dedicación y de capacidad de realización, los terroristas exhibieron mucho de lo que los estadounidenses consideran heroísmo.
Los terroristas no fueron héroes; fueron asesinos. Pero el lenguaje del romanticismo puede disfrazar fácilmente el asesinato de heroísmo. Baste con preguntarse cuánta gente inocente murió durante las aventuras de Luke Skywalker. O con notar lo fácil que le fue a Hollywood presentar como héroes a los militares asesinos de EE.UU. en Vietnam.
La prohibición de comprender lo que sucedió en términos que podamos compartir con los terroristas, corrompe el discurso público. En lugar de buscar la narración más completa, nos concentramos en un solo aspecto, las víctimas, y nuestro propio dolor y temores. Terminamos con una caricatura, ni siquiera buena o inteligente.
Es parte del logro de los terroristas que los estadounidenses no puedan discutir públicamente lo que sucedió, excepto en media lengua. Este logro subraya otros dos motivos para describir el 11 de septiembre como un éxito táctico para los terroristas. Los dos resultan de la reacción estadounidense.
El reclutamiento de terroristas necesita decisiones duras y opresión. Las dos condiciones fueron suministradas inmediatamente por la administración Bush en su reacción al 11 de septiembre. Israel aumentó su represión contra los palestinos con pleno apoyo de EE.UU. En Afganistán, se creó un régimen títere, y EE.UU. se niega a suministrar otra ayuda que la que conduce a hacerlo más represivo. En Pakistán, el dictador militar acaba de otorgarse el control sobre la constitución con pleno apoyo estadounidense. Finalmente, EE.UU. se prepara para atacar a Irak a fin de imponer a otro dictador amigo. El Oriente Próximo se está orientando de la escena de regímenes opresivos apoyados por EE.UU. a un emplazamiento de regímenes opresivos establecidos y mantenidos por EE.UU. Y esto sucede ante un fondo de masiva animosidad popular contra EE.UU.
Ahora bien, agreguemos a lo indicado, el desdén general de Bush hacia el resto de la humanidad y su exigencia de que se elija si se está "con nosotros o con los terroristas." Desde luego, muchos, especialmente entre las elites locales, preferirán alinearse con EE.UU. Pero incluso su apoyo será tibio, temperado por los resentimientos, por un sentido de creciente humillación, y el conocimiento, basado en la experiencia del pasado, de que EE.UU. es un aliado en el que no se puede confiar. Muchos, sin embargo, especialmente entre las masas, se decidirán contra EE.UU. Y ahora recordemos cuan pocos fueron necesarios para cometer el 11 de septiembre.
Un año más tarde, los terroristas lograron hacer que EE.UU. se viera aún más repelente que antes. Afirmarán que ese repugnante, egocéntrico, y cruel EE.UU. es el verdadero. No es cierto. EE.UU. es inmenso y contiene multitudes. Pero mientras más largo sea el tiempo durante el cual se permita que la administración Bush proyecte esa repelente imagen, sin que el pueblo de EE.UU. aplique los frenos, más se sentirá atraído el resto del mundo hacia esa imagen y especialmente la gente del Oriente Próximo.
La Casa Blanca comprendió de inmediato la dimensión psicológica del 11 de septiembre. El ataque a Afganistán, que con gran seguridad costó más vidas inocentes que las que murieron en las Torres Gemelas, fue organizado menos para defender a EE.UU. que para defender la imagen de EE.UU. como una fuerza poderosa y creíble.
Una de las mayores razones para el próximo ataque a Irak es el deseo de desmoralizar aún más a los fundamentalistas islámicos que esperan ver el derrumbe de EE.UU. La administración razona que un despliegue exitoso de determinación y poder militar anulará el efecto del 11 de septiembre. En particular, que borrará la imagen de EE.UU. como un "tigre de papel" vulnerable.
Puede ser que Bin Laden haya subestimado la ferocidad de la reacción de EE.UU. Esté muerto o vivo, no es verdad que esta reacción esté logrando su objetivo.
El problema es la creencia en que el éxito de los ataques terroristas fue sólo psicológico.
No es el caso. Los ataques terroristas tuvieron éxito porque desnudaron una auténtica vulnerabilidad de EE.UU.
En la aldea global, tiene sentido portarse bien. Incluso un pequeño grupo antagónico puede infligir una herida debilitante a la mayor potencia. Por desgracia, EE.UU. ha estado abusando e intimidando a otras naciones desde la II Guerra Mundial. Portarse bien requiere que la elite de Washington muestre su voluntad de hacer compromisos, y no le gusta hacer compromisos.
Además, EE.UU. encuentra en el fanatismo religioso un enemigo de aliento perpetuo. Para desmoralizar a un enemigo semejante se precisa más que el éxito militar; se requiere la capacidad de proyectarse como una imagen con un futuro inevitable. Los imperios sólo logran proyectarse hacia el futuro mientras ofrecen una esperanza de integración y paz. EE.UU. ha perdido ese poder en las últimas décadas por su esquivo compromiso a realizar una política exterior de total hipocresía y de prejuiciado egoísmo. Un ataque contra Irak, o incluso contra una docena de otros países, no cambiará esa realidad. Al contrario, el uso irrestricto de poder militar es un signo de debilidad y será interpretado como tal.
El inmenso presupuesto militar de EE.UU., que consume más de la mitad de cada dólar de impuestos que pagamos, no está resultando en mucha seguridad para los estadounidenses. De nuevo, al contrario, al envalentonar a la elite de Washington a intimidar a otras naciones, reduce la seguridad. Lo que hace este presupuesto militar es dañar a la sociedad de EE.UU. al reducir la inversión en los problemas sociales de EE.UU., reales y crecientes.
El intento de remendar la credibilidad de EE.UU. aumentando el presupuesto de defensa, transformando a EE.UU. en una sociedad cerrada, fortificada, y eligiendo el ataque, garantiza que aumente nuestra vulnerabilidad. Exige que se renuncie a los beneficios de una sociedad abierta y que se aumente la carga financiera de mantener un descomunal aparato militar. Los fanáticos islamistas van a identificar correctamente el nuevo nivel de excesivo despliegue como otro clavo en el ataúd de la potencia EE.UU. No se van a desmoralizar. Van a estar eufóricos.
El ataque contra las Torres Gemelas fue un mensaje del Infierno. Si EE.UU. quiere evitar un colapso mucho más doloroso, debemos aceptar el 11 de septiembre como una verdadera derrota para los que creen que el uso del poder de EE.UU. en el exterior no trae consecuencias.
No es una derrota para la vasta mayoría de los estadounidenses. Es una derrota para la pequeña minoría en Washington que considera que su actitud prepotente hacia el resto del mundo es un derecho divino. Tenemos que controlar a esa minoría, o destruirá a EE.UU. con su manía del poder. 11 de septiembre de 2002
[Gabriel Ash nació en Rumania y creció en Israel. Piensa que la pluma es a veces más poderosa que la espada –y a veces no. Gabriel es el redactor encargado del Oriente Próximo en News from the Front de YellowTimes.org. URL: http:// www.YellowTimes.org/nftf.html. Vive en EE.UU.]
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