26 de agosto del 2002
EE.UU: El derecho y los tambores de guerra
John Saxe-Fernández
La Jornada
El año pasado, en medio de los ataques masivos de la Fuerza Aérea
contra Afganistán, Noam Chomsky advertía: "Estados Unidos siempre
ha considerado la diplomacia y el derecho internacional una traba molesta, salvo
que puedan ser utilizados como un arma ideológica". Es una observación
apegada a la experiencia histórica, ausente en la penosa amnesia que
aflige a nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores, según se
vio en torno a la mencionada operación militar, así como al operativo
que desarrolló Washington desde Uruguay contra Cuba, a la que también
se plegó el gobierno de Fox. Pero más allá de la relevancia
histórica de la observación de Chomsky -si se tienen presentes
los daños a la normatividad internacional y a la credibilidad de la ONU
ocasionados por la guerra del Golfo y las operaciones de la OTAN en Kosovo-
en meses recientes se ha recrudecido esta tendencia, al punto de pasar a un
estado de agresividad contra la normatividad internacional, precisamente cuando
empieza a operar la Corte Penal Internacional (CPI) y Washington amenazó
con su retiro de las fuerzas de la ONU a menos de que, ante la comisión
de crímenes contra la humanidad, se otorgue inmunidad a su personal político
y militar. De entonces a la fecha son numerosos los países que han refrendado
el estado de impunidad imperial so pena de restringir o "terminar" con "programas
de asistencia militar", como el Plan Colombia, de ahí que Bogotá
sucumbiera a las exigencias de la Casa Blanca, más con entusiasmo que
con pena por parte del gobierno de Uribe.
Aunque los registros documentales avalan la frecuente práctica del terrorismo
de Estado por parte de Washington, las evidencias son hoy mucho más nítidas.
La aprobación del uso de instrumentos de terror de Estado, mediante operaciones
que en el pasado conservaban su carácter de secreto, ahora se reciben
con el aplauso público del Congreso de ese país. Pregonar operaciones
que involucran el asesinato o el derrocamiento de gobiernos extranjeros denota
tanto un deterioro en la cultura política de EEUU en torno a la vigencia
del estado de derecho, como una agudización de las contradicciones, al
mismo tiempo que impulsa un peligroso agravamiento de la situación internacional.
El análisis sobre los efectos y consecuencias de la diplomacia de fuerza,
con sus políticas de infiltración, penetración, desgaste
y desgarre de estructuras internas de legitimidad aplicados por Washington,
mediante la CIA y otros instrumentos de proyección de poder económico
y militar, nos advierte que este tipo de diplomacia tendrá mayores repercusiones
en EEUU con el creciente riesgo de desembocar en una tragedia humana proporcionalmente
mayor a lo ocurrido el 11 de septiembre.
Una diplomacia de corte hitleriano, como la que se ha registrado e intensificado
en las más recientes décadas, que se experimentó en Chile,
Argentina y Uruguay, en Centroamérica, en Medio Oriente, en Kosovo, y
de manera brutal contra la población afgana, acelera en el terreno internacional
la inducción de un estado de cosas de corte hobbesiano y anárquico.
Que esto ocurra en medio de una perceptible fragilidad y vulnerabilidad estructural
de EEUU, confirma los peligros que encierra para la humanidad el inicio de esta
era hobbesiana. La gravedad de los acontecimientos recientes se percibe en sucesos
como el que la cúpula legislativa de EEUU, aunque ahora muestra serias
reservas en torno a un posible ataque masivo contra Irak, aplaudió la
iniciativa de Bush al permitir que la CIA realice operaciones encubiertas para
derrocar a Saddam Hussein. Este programa encubierto, dado a conocer por el Washington
Post, incluye la autorización de Bush "para usar fuerza letal para capturar
a Saddam". Aunque algunos legisladores expresaron dudas, Richard Gephart, líder
demócrata, dijo: "espero que tales esfuerzos tengan éxito". Y
agregó: "es una opción sabia y prudente". Thomas Daschle aprobó
el "principio" que inspira tanto la acción abierta -ataque militar a
Irak- como la encubierta -asesinato de Hussein-, "lo fundamental es cómo
lo hacemos y cuándo", dijo.
La diplomacia de fuerza del gobierno de Bush conlleva la persistente violación
masiva de los derechos humanos. El despliegue de la política exterior
de EEUU dentro y fuera de Occidente, obliga a una urgente corrección
del rumbo de sumisión por parte de Tlatelolco en el terreno diplomático,
pero también el endoso foxista al esquema empresarial y geoestratégico
del PPP impulsado por Washington, entre otros actores, por medio del Banco Mundial;
el esfuerzo de Los Pinos por pulir el engranaje de la política en Mesoamérica
con el Plan Colombia, así como la igualmente inquietante y persistente
profundización del esquema de privatizaciones y extranjerización,
ahora del sector energético -con la inusitada y torpe iniciativa de utilizar
las Afore para financiar las operaciones de la IP en el sector eléctrico.
Las modificaciones en el escenario doméstico de EU -como su creciente
militarización- y en el deterioro del medio ambiente internacional, particularmente
en Medio Oriente -que implica riesgos para los productores de petróleo
y gas natural del continente, como México y Venezuela- parecen no haber
sido registrados por el régimen foxista que, impertérrito, opera
como si el mundo, y de manera particular la relación bilateral, no habrían
sido afectados por lo que ha seguido al 11 de septiembre.
Uno de los aspectos de mayor peligro es la puesta en marcha de los contratos
de servicios múltiples por parte de la actual cúpula empresarial
que maneja Pemex y que conllevan la intensificación inusitada de la interconexión
de la infraestructura petrolera, gasera y eléctrica con EEUU, así
como el funcionamiento -al margen de la normatividad constitucional vigente-
de empresas petroleras, fundamentalmente de EEUU, en territorio nacional. Peor
aún, el esquema se realiza en la frontera con la potencia norteña.
Todo ello es una imperdonable irresponsabilidad en momentos en que Washington
hace manifestaciones concretas de desprecio al derecho internacional al tiempo
que redobla los tambores de guerra en la principal cuenca petrolera del planeta.