21 de agosto del 2002
Borrador anticipado del sorprendente discurso de Bush en el aniversario del 11-S
Bernard Weiner
Counterpunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Lo que sigue, un presunto borrador de un discurso, escrito por George W.
Bush en persona, para ser pronunciado en el aniversario de los ataques del 11-S,
llegó recientemente a nuestras manos, proveniente de una fuente generalmente
digna de confianza de la Casa Blanca, la persona que nos es conocida como "Garganta
Banal". Previamente, este topo del GOP [Partido Republicano] nos ha pasado otros
documentos e informaciones. (Vea: "Los documentos de 'Garganta Banal', un guión
previo al 11-S", publicado aquí en febrero, y "'Garganta Banal' revela
los puntos débiles de Bush & Cía.," publicado aquí en
junio.)
No podemos documentar la validez de este documento, y no tenemos la menor idea
de si este discurso va a ser realmente pronunciado. Pero el borrador ciertamente
conduce a interesantes especulaciones. Veamos qué piensa usted.
Buenas noches. He solicitado esta transmisión porque en este primer aniversario
del 11-S, quería unirme a ustedes lamentando nuestras masivas pérdidas.
Inclinemos todos nuestras cabezas en silencio, en honor de los caídos [20
segundos de silencio.] Gracias.
Ante todo, quiero que sepan que nadie excepto yo escribió este discurso.
Ayer me dieron otro discurso –ya saben, para que lo considere varias veces antes
de que lo pasen al teleprompter- y comencé a repasarlo. Pero al hacerlo
por segunda vez, algo me agarró el corazón y me dijo que lo tirara
y que escribiera mi propio discurso. Oré y medité sobre lo que realmente
quería expresar. Y es lo siguiente:
Toda mi vida, me dijeron lo que debía decir, qué hacer, cómo
hacerlo y decirlo, y generosamente recompensado por todo eso. Por ser básicamente
la creación de algún otro –esencialmente un títere, obligado
hacia otros.
Lo hice como gobernador de Texas y lo he hecho durante los dos primeros años
de mi presidencia. Pero basta. Esta noche, quiero que todos me escuchen y que
no quepa la menor duda. Ya no soy el títere, ni el bobo de nadie. Soy independiente,
tengo mis propias ideas. Y a aquellos en mi administración a los que no
les guste lo que estoy haciendo, o diciendo aquí, que se vayan a... a buscar
trabajo en otra parte.
Los historiadores y los políticos siempre hablan del "legado" de un Presidente
–es decir, los valores y programas perdurables que un Presidente deja a sus conciudadanos.
Yo me dirigía hacia un legado embarazoso, el de un Presidente que sería
recordado ante todo por haber obtenido su puesto de manera extraña, y que
una vez que llegó a la Casa Blanca, por impulsar una cultura de codicia
corporativa, de destrucción de nuestro glorioso medio ambiente, y por portarse
como un matón arrogante en la arena global, comenzando guerras y enajenando
a una buena parte del mundo.
Este Presidente no quiere ser recordado por algo así.
He hecho algunas cosas innobles, despreciables, en mi breve tiempo en este mundo
–que van desde la absorción de sustancias indebidas a mi sistema, a vender
mi alma por beneficios mal habidos- pero, finalmente, estoy dispuesto a aceptar
la responsabilidad por mis acciones (a diferencia de tantos otros amigos y colegas),
y a tratar de expiar por los peores aspectos de mi vida, haciendo el bien.
Me doy cuenta que fuerzas poderosas en este país tratarán de desacreditar
mi nueva posición –dirán que he tenido un "ataque de nervios," o
que los terroristas me han lavado el cerebro, o que me he vendido a los rojillos,
o que todo lo que estoy diciendo es sólo para obtener ventajas en las elecciones
–pero, con la ayuda y apoyo y fe de ustedes en mi persona, sé que lograré
imponerme.
Pase lo que pase –sea basura política apilada sobre mi cabeza por los que
me llaman un "traidor" a mi clase o a la causa conservadora, o, Dios me libre,
la bala de un asesino- avanzaré con mi cabeza bien en alto, con mi corazón
puro, y mi mente calma. Porque, al fin de cuentas, sobre el pecho de Jesús
–no diciendo simplemente que "he vuelto a nacer," sino sabiéndolo en lo
más profundo de mi corazón –ahora comprendo porqué vine a
este mundo: no para servirme de los despojos que me ha dado mi familia y mis conexiones,
sino para ayudar a otros, en todo el mundo y aquí mismo en éste
nuestro propio, gran país.
El año pasado, después del 11-S, pensé que había descubierto
mi razón de ser, dirigir la lucha contra un nuevo azote de la humanidad,
el terrorismo. Pero con el pasar de los meses, me quedó en claro que aunque
el objetivo es correcto –no podemos tener gente que ande reventando a civiles
inocentes –tal como estábamos procediendo, era como decimos en el Oeste
de Texas, mirando hacia el culo del burro, y, para rematarla, contraproducente.
Volvamos al 11-S, y trataré de explicar. Cuando llegamos al poder –y ni
siquiera comenzaré a hablar de cómo un candidato no elegido fue
instalado en la Casa Blanca –la administración saliente nos entregó
todo tipo de inteligencia sobre los fanáticos musulmanes asociados con
Osama bin Laden, y nos dio sugerencias sobre cómo enfrentar esa nueva realidad.
Ignoramos esas advertencias en parte porque estábamos ocupados con la transición
al poder y en parte porque pensamos que todo lo que Clinton dijera o hiciera era
algo automáticamente sospechoso. Pero también porque, durante los
primeros ocho meses de nuestra Administración, nuestro programa estaba
hecho guiñapos en el Congreso (incluso antes que Jeffords abandonara el
GOP); sabíamos que la mejor manera de hacer pasar nuestra agenda era que
alguna amenaza atemorizara al público para que exigiera una mano firme
desde arriba. Y por ello no escuchamos, no queríamos escuchar, todas las
advertencias que llegaron el verano pasado casi a diario de nuestros amigos y
aliados en el extranjero, sobre un inminente ataque aéreo de al- Qaeda
contra objetivos que eran íconos de EE.UU.
Estábamos ocupados preparando nuestros planes para después del ataque
–tanto aquí en este país, en cuanto a cómo podíamos
torcer y alterar la Constitución en nombre de la "seguridad nacional" y
"defensa interior," y en el extranjero, teniendo en claro que éramos la
única superpotencia que quedaba en el globo y que podíamos salirnos
con la nuestra con casi cualquier cosa, porque no había nadie que pudiera
detenernos. Y así miramos a otro lado cuando supimos que se nos venía
encima un ataque terrorista de masivas proporciones. Más de 3.000 buenas
personas murieron hace un año debido a nuestra decisión consciente
de no actuar según nuestra previa información. Mientras viva, jamás
podré perdonarme por ese acto de cobardía política.
Sé que al admitir esto, me expongo totalmente a una recusación,
pero si caigo, me llevaré conmigo a un montón de gente, que también
están implicados en el encubrimiento del 11-S. Pero, quién sabe,
algunos también pueden caer por otros motivos: el Vicepresidente por sus
irregularidades en Halliburton y su negativa a entregar al Congreso los documentos
relevantes de política energética; el Ministro de Justicia, por
su liderazgo en la erosión de las protecciones ofrecidas por la Constitución
y por avanzar hacia un estado policial neofascista; Don Rumsfeld, Gayle Norton,
Tom White, Larry Thompson, Harvey Pitt, y todos los demás. (E incluso yo
mismo, por las travesuras financieras de cuando estuve en Harken Oil.)
Pero, por lo menos yo –me siento seguro en mi alma- estoy dispuesto a decir la
verdad de lo que sucedió, y por qué, y confrontar las consecuencias.
Los otros, después de tanto esquivar y correr, tendrán que hablar
por sí mismos.
Es la naturaleza de la Presidencia que lo lleva a uno a echarse una buena mirada
en el espejo nacional. No me gustó lo que estaba viendo. Considerando mi
historia, no es sorprendente que haya más o menos entregado el gobierno
a las gigantes corporaciones; me ayudaron a escribir sus propias leyes reguladoras,
consiguieron lo que querían en cuanto a la desregulación, la contabilidad
corporativa, la toma de beneficios, la relajación de los controles de la
contaminación, del comercio, etc. Nos hicieron favores con donaciones para
la campaña electoral, por nuestra parte les ayudamos a que hicieran lo
que quisieran en su busca corporativa de beneficios. Supongo que debiera haber
sabido que algunos llevarían las cosas al extremo.
Me sentí como un hipócrita total, obligado por la presión
política –cuando a los mercados les fue mal y todos esos planes de pensión
para jubilados se evaporaron, cuando nadie tenía confianza en las declaraciones
financieras de las grandes corporaciones- al denunciar las retorcidas, poco éticas
y probablemente ilegales prácticas que enriquecieron a tantos de mis amigos
y partidarios a costa de estadounidenses comunes. ¿Cómo podíamos
Dick Cheney y yo hablar de la necesidad de reformas de las contabilidades, y denunciar
a los codiciosos ejecutivos de las corporaciones, cuando nosotros mismos participamos
en muchas de las mismas prácticas? Fue terrible cuando me vi en el espejo.
Pero no me entiendan mal. Continúo creyendo fieramente en la ética
capitalista de dejar que el mercado determine una buena parte de la política
social. Hay que recompensar la iniciativa. Pero cuando el sistema está
manipulado contra los que nada tienen y contra los que tienen poco, a favor de
los que tienen un montón, entonces hay que cambiar algo, incluso en el
campo de juego, para establecer y controlar algunas reglas para que no se beneficien
solamente los ricos.
En las relaciones exteriores, nosotros, en EE.UU., simplemente debemos cambiar
la forma en la que vemos a los demás, y las políticas que causan
tantos problemas en el mundo. Se trata de un solo planeta, y nosotros los seres
humanos ya no podemos permitirnos el lujo de portarnos como si fuéramos
criaturas separadas de otros en el globo. Lo que nosotros, estadounidenses, hacemos
en Irak y en el Oriente Próximo, por ejemplo, afectará la economía
de todo el mundo durante décadas –y ni hablar de lo que podría suceder
si alguien, en alguna parte, emplea armas nucleares o biológicas.
Así que, esta noche, voy a detener todos los planes de un ataque contra
Irak y solicitar una revisión de toda la política de EE.UU. en el
mundo, para que esté sobre mi escritorio dentro de una quincena. Me doy
cuenta, por ejemplo, que hasta que se logre una paz justa entre israelíes
y palestinos, no habrá estabilidad en esa región, o en otros sitios,
y por ello me voy a involucrar personalmente para ayudar a desarrollar esa paz,
por el bien de las generaciones a venir de niños israelíes y palestinos,
que algún día podrán llegar a ser amigos y socios, en lugar
de eternos antagonistas.
Simplemente debemos modificar la química del suelo en el que prospera una
parte tan grande del terrorismo; debemos dar esperanzas a esos jóvenes
atacantes suicidas potenciales, de que su mundo cambiará para mejorarlo,
con paz y justicia y trabajo en un país propio y viable. No hacer nada
por modificar ese suelo es hacer un daño indecible a los intereses nacionales
vitales de Estados Unidos, y de nuestros amigos y aliados.
También estoy solicitando una revisión exhaustiva de toda la política
ambiental federal, para desarrollar programas que ayuden a preservar y a aumentar
la calidad del aire y del agua, a reducir las emisiones invernadero ante el calentamiento
global, para castigar a los contaminadores, dar incentivos tributarios para el
desarrollo de combustibles alternativos, para exigir un rendimiento superior de
la gasolina en los coches nuevos, etc.
También me comprometo a luchar por revocar las grandes ventajas tributarias
dadas a los ricos por 10 años. Adoptamos esa acción cuando se anticipaba
un inmenso superávit (estimándolo a 10 años de distancia
sin tener idea de cómo estaría la economía entonces, o incluso
a un año de la aprobación de la ley); ahora nos va mal y es hora
de revisar nuestra manera de pensar, de manera que no jodan en cosas de impuestos
a la persona de pocos medios y a la clase media, y para que dispongamos de los
medios para financiar algunos de nuestros importantísimos programas gubernamentales
sin afectar los fondos fiduciarios de Medicare [atención sanitaria] y de
la seguridad social, como lo estamos haciendo actualmente.
Ahora tengo que respirar profundamente. He estado pensando tanto en los últimos
días que casi me agobia. No tengo detalles que presentar. Ya vendrán.
Pero quería asegurarme que todos comprenden mi nueva actitud, mis nuevas
prioridades, mis nuevos planes, en un amplio bosquejo.
Como sugerí anteriormente, espero una inmensa tormenta de oposición
a mis nuevas posiciones de la parte de algunos dentro de mi Administración
y en el Congreso, especialmente de muchos de mis amigos republicanos en la extrema
derecha. Pero espero que una vez que sientan el amplio, abrumador, apoyo de los
estadounidenses, demócratas y republicanos por igual, llegarán a
ver la sabiduría de realizar los cambios necesarios para el bien de nuestro
país.
Si ustedes deciden que me van a permitir que sirva otro período, me comprometo
ante todos mis conciudadanos estadounidenses a trabajar incansablemente por el
bien de todos, no sólo de aquellos que me apoyaron con dinero o que pensaron
que eran mis congéneres ideológicos o religiosos. Me sentiré
muy feliz de trabajar con el Congreso, incluyendo a los dirigentes demócratas,
para ayudar a cambiar verdaderamente el tono en Washington, y para devolver este
país a la urbanidad y acercarlo más al centro, donde todos nosotros
podamos beneficiarnos.
Dios los bendiga a todos. Dios bendiga a EE.UU. Gracias.
19 de agosto de 2002
Bernard Weiner, poeta y dramaturgo, fue el crítico teatral del San Francisco
Chronicle; tiene un doctorado en relaciones gubernamentales e internacionales,
ha enseñado en varias universidades, y ha escrito para The Nation, Village
Voice, The Progressive, y a menudo en Internet.