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16 de junio del 2002
El Juicio a Henry Kissinger
Christopher Hitchens
politicaconosur
CAPITULO 5: CHILE
En una famosa expresión de su desprecio por la democracia, Kissinger una vez dijo que no veía razón por la cual se le debiera permitir a cierto país "hacerse marxista" meramente por "la irresponsabilidad de su gente." El país en cuestión era Chile, que, en la época de este comentario, tenía una justificada reputación como la democracia pluralista más evolucionada del hemisferio sur de las Américas.
El pluralismo se traducía, en los años de la Guerra Fría, en un electorado que votaba un tercio conservador, un tercio socialista y comunista, y un tercio demócrata-cristiano y centrista. Esto hacía relativamente fácil mantener a los marxistas fuera de su turno en el gobierno, y, comenzando en 1962, la CIA se había contentado --como lo había hecho en Italia y otras naciones semejantes- con sólo financiar a los elementos confiables.
En septiembre de 1970, sin embargo, el candidato de la izquierda ganó las elecciones presidenciales por una leve mayoría de 36.2 %. Divisiones en la derecha, y la adherencia de los partidos más pequeños como los radicales y cristianos de izquierda, crearon una certeza moral que el Congreso chileno, después del tradicional paréntesis de sesenta días, confirmaría al Dr. Allende como el próximo Presidente. Pero el nombre mismo de Allende era un anatema para la extrema derecha en Chile, para ciertas poderosas corporaciones con inversiones en Chile y Estados Unidos (notoriamente ITT, Pepsi Cola y el Banco Chase Manhattan), y para la CIA.
Este desprecio se transmitió rápidamente al Presidente Nixon. Este estaba relacionado personalmente con Donald Kendall, presidente de Pepsi Cola, quien le había dado su primer cliente corporativo cuando, como abogado joven, se había integrado a la firma legal de John Mitchell en Nueva York. Una serie de reuniones en Washington durante los primeros once días del triunfo electoral de Allende básicamente decidieron el destino de la democracia chilena. Después de conversaciones con Kendall y David Rockfeller del Chase Manhattan Bank, y el director de la CIA, Richard Helms, Kissinger se fue a la Oficina del Presidente con Helms.
Las notas que tomó Helms demuestran que Nixon gastó muy poco aliento en hacer públicos sus deseos. Allende no asumiría la Presidencia. "Sin preocupación por los riesgos que pueda traer. No debe haber participación de la embajada. Diez millones de dólares disponibles, más si es necesario. Trabajo de tiempo completo -los mejores hombres que tengamos- Hacer gritar a la economía. 48 horas para un plan de acción".
Documentos desclasificados muestran que Kissinger, quien previamente desconocía o no le importaba Chile, al cual había descrito despreocupadamente como una daga apuntando al corazón de la Antártica, tomó en serio esta oportunidad para impresionar a su jefe. Un grupo fue organizado en Langley, Virginia, con el propósito expreso de ejecutar una política de "doble vía" para Chile: una de diplomacia abierta y la otra -oculta del Departamento de Estado y del embajador en Chile, Edward Korry- una estrategia de desestabilización, secuestro y asesinato, diseñada para provocar un golpe militar.
Había obstáculos de corto y largo alcance para la incubación de tal intervención, especialmente en el corto intervalo que existía antes de que Allende asumiera su juramento de Presidente. El problema de largo alcance era la tradición de los militares de no inmiscuirse en la política en Chile, una tradición que los separaba de los países vecinos. Tal cultura militar no podía degradarse de la noche a la mañana. El problema de corto alcance radicaba en un hombre -el General René Schneider. Como Comandante en Jefe, estaba claramente opuesto a cualquier intervención militar en el proceso electoral. Por lo tanto, en una reunión del 18 de septiembre de 1970, se decidió que el General Schneider tenía que salir.
El plan era que fuera secuestrado por oficiales extremistas, de manera de hacer aparecer al incidente como si elementos izquierdistas y pro-Allende estaban detrás del complot. La consiguiente confusión, esperaban, produciría pánico en el Congreso, y en consecuencia, le negaría la Presidencia a Allende. La cifra de US$50.000 fue circulada en Santiago para cualquier oficial u oficiales suficientemente interesados en llevar a cabo esta tarea.
Richard Helms y su Director de Operaciones, Thomas Karamessines, le dijeron a Kissinger que no eran optimistas. Los círculos militares estaban divididos y titubeantes, o eran leales al General Schneider y a la Constitución chilena. Como Helms lo anotó en un resumen de la conversación: "Tratamos de dejarle claro a Kissinger lo escasa que era la posibilidad de éxito." Kissinger le dijo firmemente a Helms y Karamessines que debían seguir delante de todas maneras.
[... pp 57-64]
Walter Isaacson, uno de los biógrafos de Kissinger, acepta sin cuestionamiento un memo de Kissinger a Nixon después de su reunión del 15 de octubre con Karamessines, memo en el que informa al Presidente que ha "apagado" ( Nota del trad.: como en caso de un motor) el complot de Viaux. Isaacson acepta de igual manera la afirmación de que el asesinato por encargo de Schneider se realizó esencialmente sin autorización.
Estas excusas y disculpas son lógicamente débiles como moralmente despreciables. Henry Kissinger tiene responsabilidad directa por el asesinato de Schneider, como los puntos siguientes lo demuestran.
1. Brian MacMaster, uno de los agentes de "falsa bandera"[N. de la E.: con pasaporte de un tercer país] mencionado en el tráfico de cables anteriormente, un agente de carrera de la CIA que usaba un pasaporte falso de Colombia y que pretendía representar intereses comerciales norteamericanos en Chile, ha hablado de sus esfuerzos para hacer llegar dinero para silenciar los miembros encarcelados del grupo Viaux, después del asesinato y antes de que pudieran implicar a la Agencia.
2. El Coronel Paul M. Wimert, agregado militar en Santiago y principal contacto de la CIA con el grupo de Valenzuela, ha testificado que, después del asesinato de Schneider, el apresuradamente recuperó dos pagos de US$50.000 que se habían entregado a Valenzuela y su socio, como así las tres ametralladoras "estériles". Después de hacer esto, viajó apresuradamente al balneario chileno de Viña del Mar y tiró las armas al océano. Su cómplice en esta acción, el jefe de la estación de la CIA, Henry Hecksher, le había asegurado a Washington sólo unos días antes que ni Viaux ni Valenzuela serían capaz de eliminar a Schneider y así desencadenar el golpe.
3. Examinemos nuevamente el memo Casa Blanca/Kissinger del 15 de octubre y la manera insistente de transmitirlo en forma literal a Chile. En ningún sentido de la palabra, Kissinger "apaga" a Viaux. Si tiene algún efecto, es de incitar a Viaux - un bien conocido y jactancioso fanático- a redoblar sus esfuerzos. "Mantenga sus fuerzas y su ventaja. Estaremos en contacto. La hora llegará cuando usted y sus camaradas podrán hacer algo. Siguen contando con nuestro apoyo." Este no es exactamente el tipo de lenguaje que se usa para desalentar a alguien. El resto del memo habla en forma clara de la intencion de "desalentar en cuanto a actuar solo," de "continuar alentándolo a amplificar sus planes", y de "alentarlo a unir fuerzas con otros complotados de manera que puedan actuar juntos antes o después del 24 de octubre" [cursivas del autor]. Las últimas tres estipulaciones son una descripción enteramente exacta, por no decir, premonitoria, de lo que Viaux hizo en efecto.
4. Consúltese nuevamente el cable recibido por Henry Hecksher el 20 de octubre, que se refiere a ansiosas preguntas emitidas "desde altos niveles" acerca del primero de los fallidos ataques contra Schneider. Thomas Karamessines, cuando fue cuestionado por el Comité de Inteligencia del Senado acerca de este cable, aseguró estar seguro de que las palabras "altos niveles" se referían directamente a Kissinger. En todas las comunicaciones previas desde Washington, una simple mirada revelaría que este había sido el significado. Eso, por si solo, es suficiente como para demoler la aseveración de Kissinger de que había apagado la Vía Dos (y sus vías interiores) el 15 de octubre.
5. Más adelante, el embajador Korry apuntó a lo que era obvio: Kissinger estaba tratando de construir una coartada de papel en caso que el grupo de Viaux fallara. "Su interés no estaba en Chile sino en quién iba a ser culpado y por cuáles hechos. El deseaba que fuera yo el que aguantara el "fuego". Henry no quería ser asociado con un fracaso, y estaba empezando a crear una constancia para echarle la culpa al Departamento de Estado. El me llevó donde el Presidente Nixon para que yo dijera lo que tenía que decir sobre Viaux; lo que quería era presentarme como el hombre blando."
El concepto de "negación" no era bien entendido en 1970 como lo es ahora. Pero está claro que Henry Kissinger deseaba dos cosas simultáneamente. El deseaba que se sacara del camino al General Schneider por cualquier medio y empleando cualquier poder delegado (Nunca se dio ninguna instrucción desde Washington estipulando que Schneider fuera dejado ileso; las armas mortales fueron enviadas por valija diplomática, y se seleccionaron cuidadosamente violentos hombres para recibirlas.) Kissinger quería estar fuera de la escena en caso de que el atentado fallara o fuera descubierto. Estos son los motivos normales de cualquiera que solicita o induce/instiga un asesinato.
Sin embargo, Kissinger estaba más en necesidad del crimen que de la posibilidad de negarlo. Sin tener que esperar que sus muchos documentos secretos fueran entregados al público o que fueran divulgados por orden judicial, podemos decir con cierta seguridad que él es culpable prima facie de complicidad directa en el asesinato de un oficial democrático en un país pacífico y democrático.
No hay una necesidad obvia de repasar el contínuo papel de la administración Nixon-Kissinger en la subversión y desestabilización económica y política del gobierno de Allende, y en la creación de condiciones favorables para el golpe militar que ocurriría el 11 de septiembre de 1973. Tal vez el propio Kissinger no estuvo ni más ni menos envuelto en este esfuerzo que cualquiera otro alto oficial en la órbita de seguridad nacional de Nixon.
El 9 de noviembre de 1970, Kissinger es autor del "Memorándum de Decisión 93" del Consejo Nacional de Seguridad, que analiza la política hacia Chile inmediatamente después de la confirmación de Allende como Presidente. Se proponen varias medidas rutinarias de acoso económico (recordemos las instrucciones de Nixon de "hacer gritar a la economía") con cortes en ayuda y en inversiones. Más significativamente, Kissinger propiciaba que se mantuvieran "relaciones estrechas" con los líderes militares de los países vecinos, para poder facilitar la coordinación de presión contra Chile y la incubación de oposición dentro del país. En cierto modo, esto antecede las revelaciones que a la fecha se han hecho sobre la Operación Cóndor, una conspiración secreta entre las dictaduras militares a lo largo del continente, operadas con la indulgencia y conocimiento de Estados Unidos.
El derrocamiento mismo del gobierno de Allende en un sangriento golpe de Estado tuvo lugar mientras el Senado confirmaba a Kissinger como nuevo Secretario de Estado. Allí falsamente le aseguró al Comité de Relaciones Extranjeras que el gobierno de EE.UU. no había jugado rol alguno en el golpe. Si uno fuera a escoger de un compendio bibliotecario de información irrebatible y contraria a lo que Kissinger declara, uno puede seleccionar el Informe de Situación Nš2 de la Sección de la Marina del Grupo Militar de EE.UU. en Chile, el cual fue escrito por el Agregado Naval Patrick Ryan. Ryan describe su estrecha relación con los oficiales envueltos en el golpe y alaba el 11 de septiembre de 1973 como "nuestro día D", observando con satisfacción que "el golpe de Estado estuvo casi perfecto."
O, uno puede revisar la documentación desclasificada del Proyecto FUBELT -el nombre código bajo el cual la CIA, en frecuente contactos con Kissinger y el Comité 40, condujo operaciones encubiertas contra el gobierno legalmente elegido de Chile.
Lo que llama la atención, y apunta a una complicidad mucho más directa en crímenes individuales contra la humanidad, es el microcósmico detalle con el cual Kissinger se mantuvo informado acerca de las atrocidades de Pinochet. El 16 de noviembre de 1973, el Asistente del Secretario de Estado Jack B. Kubisch entregó un detallado informe sobre la política de ejecuciones de la Junta Militar en Chile, el cual, como él le recuerda al nuevo Secretario de Estado, "Usted solicitó por cable desde Tokio." El memo a Kissinger continúa aclarando en varios estilos los primeros 19 días del gobierno de Pinochet. Las ejecuciones sumarias, se nos dice, totalizan 320. (Esto contrasta con el total anunciado públicamente de 100, y está basado en "un informe interno, confidencial preparado para la Junta" al cual obviamente los oficiales de EE.UU. tienen acceso.)
Mirando las cosas desde el lado positivo, "el 14 de noviembre anunciamos nuestro segundo crédito CCC para Chile -US$24 millones para la compra de maíz para animales. Nuestro compromiso a largo plazo de vender dos destructores que no necesitamos a la Armada de Chile ha recibido una respuesta razonablemente positiva de parte del Senado. Los chilenos, por su parte, nos han enviado varios nuevos pedidos de controvertido equipo militar."
Kubisch entonces plantea una pregunta inoportuna sobre dos ciudadanos asesinados por la Junta -Frank Teruggi y Charles Horman -cuyos detalles precisos de sus destinos fatales, más de un cuarto de siglo después, sus familias todavía buscan. La razón de esta búsqueda puede ser inferida de un comentario posterior de Kubisch, fechado el 11 de febrero de 1974, en el cual informa de una reunión con el ministro de relaciones exteriores de la junta, y subraya que él planteó el tema de los norteamericanos desaparecidos "en el contexto de una necesidad de ser cuidadosos en prevenir que problemas relativamente pequeños en nuestra relación vayan a hacer nuestra cooperación más difícil."
Volvamos entonces, vía este desvío que tomamos, a la Operación Cóndor. Esta fue una maquinaria de asesinatos que cruzaba fronteras con el propósito de secuestrar, torturar e intimidar, acciones coordinadas entre las policías secretas de Pinochet, Stroessner, Videla y otros caudillos regionales. Esta internacionalización del principio de los escuadrones de la muerte, sabemos ahora, ha sido responsable por la muerte del General Prats y su esposa en Buenos Aires, la muerte del general boliviano Juan Torres, y el atentado contra Bernardo Leighton en Italia, por mencionar los casos más sobresalientes. Una escuadra Cóndor también detonó la bomba que mató en septiembre de 1976 a Orlando Letelier y su colega Ronni Moffitt en Washington, DC.
Se ha establecido la complicidad del gobierno de EE.UU. en todos los niveles de esta red criminal. Ha sido establecido, por ejemplo, que el FBI ayudó a Pinochet a capturar a Jorge Isaac Fuentes Alarcón, fue detenido y torturado en Paraguay y luego entregado a la policía secreta chilena y hecho "desaparecer." Asombrosamente, los servicios de inteligencia de EE.UU. prometió a los miembros de Cóndor vigilar a los disidentes latinoamericanos en territorio estadounidense.
Estos y otros hechos han sido establecidos a través de comisiones de "verdad y reconciliación", establecidas por las fuerzas pos dictadura en los países del hemisferio sur. Stroessner has sido derrocado, Videla está en prisión, y Pinochet y sus secuaces han debido rendir cuenta en Chile. Estados Unidos aún no considera conveniente establecer una comisión de verdad y reconciliación propia, lo cual significa que está menos preparado hoy a enfrentar su responsabilidad histórica que aquellos países que eran antes ridiculizados como repúblicas bananeras.
Todos los crímenes citados anteriormente, y muchos otros, fueron cometidos durante el "turno" de Kissinger como Secretario de Estado. Todos ellos fueron y son punibles, bajo leyes locales o internacionales, o bajo ambas. Es muy difícil alegar, por parte de él o sus defensores, que fue indiferente o que no estaba al tanto de la situación verdadera.
En 1999, un memorándum secreto fue desclasificado entregando atroces detalles de una conversación privada entre Pinochet y Kissinger en Santiago, Chile el 8 de junio de 1976. El encuentro tuvo lugar el día antes de que Kissinger participara como orador ante la Organización de Estados Americanos. El tema era los derechos humanos. Kissinger intentó con cierta dificultad explicarle a Pinochet que los pocos comentarios pro forma que haría sobre el tema no debían por ningún motivo ser tomados en serio. Mi amigo Peter Kornbluh ha hecho el servicio de comparar el Memorándum de Conversación con la descripción del encuentro dada por el propio Kissinger en su tercer volumen de apología "Años de Renovación":
Memorias: "Una considerable cantidad de tiempo en mi diálogo con Pinochet fue dedicada a los derechos humanos, los cuales, en efecto, eran el obstáculo principal para llegar a relaciones estrechas entre Chile y EE.UU. Yo resumí los puntos principales en mi discurso ante la OEA que daría al día siguiente. Pinochet no hizo comentario." Memorándum: "Trataré los derechos humanos en términos generales, y los derechos humanos en el contexto mundial. Me referiré en dos párrafos al informe de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA sobre Chile. Diré que el tema de los derechos humanos ha obstaculizado las relaciones entre Estados Unidos y Chile. Esto es en parte el resultado de las acciones parlamentarias. Agregaré que espero que Ud. removerá estos obstáculos... No puedo evitar decir ésto, porque al no hacerlo produciría una reacción en los EE.UU., lo que llevaría a restricciones por parte del Congreso. El discurso no está dirigido a Chile. Quiero hablarle acerca de esto. Mi evaluación es que usted es una víctima de todos los grupos izquierdistas en el mundo y que su pecado más grande fue que fue capaz de derrocar a un gobierno que se iba convirtiendo en comunista."
Memorias: "Como Secretario de Estado, sentí que tenía la responsabilidad de alentar al gobierno chileno en la dirección de una democracia mayor a través de una política de entender los intereses de Pinochet... Pinochet me recordó que 'Rusia apoya a su gente 100 por ciento. Nosotros los apoyamos a ustedes. Ustedes son el líder. Pero Uds. tienen un sistema punitivo para sus amigos.' Yo volví a mi tema de fondo: que cualquiera ayuda mayor por parte nuestra dependería, realistamente, de avances en derechos humanos." Memorándum: "Tiene mérito lo que usted dice. Esta es una época curiosa en los EE.UU. Algo muy desafortunado. Hemos pasado por Vietnam y Watergate. Tuvimos que esperar hasta las elecciones de 1976. Nosotros acogimos en forma positiva el derrocamiento del gobierno pro-comunista aquí. Nosotros no estamos intentando debilitar su posición."
De una manera desagradable, Pinochet menciona dos veces el nombre de Orlando Letelier, el dirigente opositor en el exilio en Washington, acusándolo de engañar al Congreso estadounidense. La respuesta de Kissinger, como se puede ver, fue disculparse por el Congreso (en una especie de repetición de sus tácticas sobre Vietnam en París en 1968) y sugerir que el dictador debía tener esperanzas que las cosas mejorarían después de las elecciones que venían. Tres meses después, una bomba en el automóvil de Letelier lo mata; aún hoy sigue siendo la única atrocidad de esta naturaleza cometida en la capital de la nación por agentes de un régimen extranjero. (Este notable incidente está totalmente ausente de las memorias de Kissinger). El hombre responsable de organizar el crimen, el agente secreto chileno, General Manuel Contreras, ha testificado en un juicio que él no actuó sin ordenes específicas y directas de Pinochet. Contreras permanece en prisión, sin duda preguntándose porqué confió en sus superiores.
"Quiero que nuestras relaciones y nuestra amistad mejoren," Kissinger le dijo a Pinochet (pero no a los lectores de sus memorias). "Queremos ayudarlo, no debilitarlo." Al solicitarle a un asesino y un déspota, cuyo gobierno él había ayudado a imponer, que ignorara sus próximos comentarios al Congreso de EE.UU. como simplemente un apaciguamiento, Kissinger insultó a la democracia en ambos países. También le dio la más verde de las luces a futuras acciones transfronterizas como así al terrorismo interno, dos tipos de acciones que no podían ser desconocidas para él. (En sus Memorias, sin embargo, Kissinger hace mención de una agencia de inteligencia antiterrorista).
Conspirando aún más con Pinochet en contra el Congreso de los EE.UU., el cual estaba considerando la enmienda Kennedy que cortaría la venta de armas a países violadores de los derechos humanos, Kissinger observó servilmente: "No sé si usted ha intervenido mi teléfono, pero si lo ha hecho, debe haberme escuchado dar instrucciones a Washington para [derrotar la enmienda Kennedy]. Si la derrotamos, le entregaremos los F-5 tal como habíamos acordado".
El párrafo anterior vale la pena recordar. Es una buena clave para descifrar la relación usual entre verdad y falsedad en sus pobremente redactadas memorias. (Y este es un reproche enorme a sus editores en Simon & Schuster, y Weinfeld and Nicolson). El párrafo debería servir también como una urgente alerta a los miembros del Congreso y a las organizaciones de derechos humanos, para reabrir las investigaciones incompletas y otras que fueron frustradas, sobre los múltiples crímenes de este periodo.
Finalmente, y leído a la luz del retorno a la democracia en Chile y la decisión de las cortes de continuar en la búsqueda de la verdad y la justicia, el párrafo repudia el insulto arrogante de Kissinger en cuanto a la "irresponsabilidad" de un pueblo digno y humano, que ha sufrido mucho más que el insulto verbal a manos de Kissinger.
Verso, 2001 (Edición en Inglés)
Traducción no oficial por Juan Albornoz
Edición de la versión en español por Pascale Bonnefoy
NOTA DEL MODERADOR: El libro ha sido también publicado en español por la editorial Anagrama, Barcelona, 2002, bajo el título "Juicio a Kissinger".