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Internacional

6 de junio del 2002

Día mundial del medio ambiente

Ciencia para el desarrollo sostenible, una oportunidad para la Tierra
Rafael León Rodríguez

"Demos a la Tierra una oportunidad" es en el 2002 el lema del Día Mundial del Medio Ambiente. Difícil, por no decir imposible, objetivo en el actual marco económico-político que decide el destino de más de seis mil millones de seres humanos. Difícil cuando la mayoría de las decisiones políticas y económicas parten, a pesar de las continuas referencias al desarrollo sostenible, de los falsos supuestos de que crecimiento económico y recursos naturales son infinitos y de que la ciencia y la tecnología tienen capacidad absoluta para solucionar cualquier problema, tal y como veladamente denuncia el Director Ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en su mensaje con ocasión de este Día Mundial Del Medio Ambiente.
Ciencia y tecnología ya han experimentado la metamorfosis que las ha "elevado" a la categoría de mito. Ante esta nueva divinidad que, junto y al servicio del poderoso mercado, parece ocupar la cúspide del Olimpo, desarrollo sostenible y medio ambiente sólo son dioses menores que tarde o temprano se tornarán simples mortales. Y ello, a pesar de que hechiceros y adoradores del mito tecnocrático traten de presentarnos los avances científicos como un nuevo tótem de la modernidad que dará respuesta a cualquier problema ambiental encaminándonos de forma ineludible al desarrollo sostenible.
No se trata de poner en cuestión la importancia que ciencia y tecnología tienen o, mejor dicho, deberían tener para avanzar hacia un verdadero progreso humano. Pero de ahí a dotar a los actuales y futuros avances científicos de carácter taumatúrgico media un profundo abismo. Esa confianza ciega en la capacidad de la ciencia para obrar prodigios, a modo de peligroso dogma de fe, supone un obstáculo casi insalvable para alcanzar la sostenibilidad. Por el contrario, para dirigirnos hacia el desarrollo sostenible es preciso que en ámbitos científicos se comience a tomar conciencia de la necesidad de sustituir dogmas de fe y confianzas ciegas por la humildad y la puesta en valor del concepto de incertidumbre como elemento esencial del método científico. Es una obligación moral de la Ciencia la desmitificación del avance tecnológico y científico como "piedra filosofal" capaz de aportar solución a todos los problemas ambientales.
Es una aberración hipotecar el futuro sobre la base de soluciones técnicas y científicas que aun no se han producido y cuyo resultado se desconoce. Es más, resulta insostenible continuar hipotecando el presente en función de tecnologías que tan sólo ofrecen soluciones parciales o aparentes y que, en muy pocos casos, se dirigen a cubrir las verdaderas necesidades del ser humano, ni a la raíz de los problemas y a su prevención. Una raíz que se encuentra en el modelo de producción neoliberal-mercantilista, nunca tan agresivo con el medio como en su actual etapa globalizadora. Un modelo que se ha apropiado casi por completo de la Ciencia y que si algo ha demostrado hasta el momento es su capacidad para destruir el medio físico y social. Lo cierto es que la ciencia en la actualidad se encuentra mucho más cerca del Averno que del Monte Olimpo. Hoy día la investigación, el desarrollo y la innovación científica están sobre todo al servicio de los intereses mercantiles de unas cuantas grandes empresas, incluidas las que hacen de la guerra su negocio, sin prestar la mínima atención a las necesidades del conjunto de la sociedad.
El Informe sobre el Desarrollo Humano para 1999 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo denuncia claramente esta situación: "Al definir las prioridades de la investigación, el dinero se impone a la necesidad: los cosméticos o los tomates de maduración retardada ocupan un lugar más alto en la lista de prioridades que una vacuna contra la malaria o cultivos resistentes a la sequía para tierras marginales. El control más estricto de la innovación en manos de multinacionales desconoce las necesidades de millones de seres humanos. Desde los nuevos medicamentos hasta mejores semillas para cultivos alimentarios, las mejores tecnologías nuevas están diseñadas y su precio se fija para quienes las puedan pagar. El progreso tecnológico sigue estando lejos del alcance de los pobres."
Ciertamente no se puede decir que el problema radique en la ciencia. Es más, la ciencia puede aportar muchas soluciones. Pero nunca en el contexto actual en el cual, los avances y la investigación científica, tanto privada como pública, están orientados casi exclusivamente a tratar de perpetuar y acrecentar sin límite la expansión capitalista sobre los débiles cimientos de una renovación tecnológica cuyo objetivo casi exclusivo parece ser el incremento de los beneficios económicos de las grandes transnacionales y la acumulación creciente del capital.
Esta metamorfosis de la Ciencia (de sistema de conocimientos al servicio de la sociedad a mito de la economía capitalista) ha operado ya también un profundo cambio en la sociedad. La necesidad de rentabilizar económicamente las innovaciones científicas y de acumular capital mediante una renovación tecnológica que marcha por un camino diferente y mucho más deprisa que las verdaderas necesidades sociales, hace que se universalice el uso de tecnologías y productos sobre los cuales no se ha efectuado una evaluación seria de sus posibles efectos negativos sobre la biosfera y la salud. Los ejemplos son innumerables, desde productos como el DDT o los CFCs, hasta muchos de los modernos transgénicos, pasando por la energía nuclear. Así, la teorizada sociedad del riesgo ya ha sido ampliamente superada por una sociedad sumida en un peligro global permanente y creciente. Peligro que se hace más evidente cuando constatamos que, sin ir más lejos, en el año 2002 las inversiones previstas por el gobierno español para I+D armamentística suponen en torno al 40 % del total del presupuesto destinado a I+D, 12 veces más de lo que se dedica, por ejemplo, a la investigación sanitaria.
Para dar realmente a la Tierra una oportunidad, es preciso dejar de contemplarla como un peligroso laboratorio cuya única finalidad es el beneficio privado y donde el ser humano y millones de especies animales y vegetales no pasan de ser meros conejillos de indias u objetos de tiro al blanco. Ello requiere que la Ciencia, mediante su democratización al servicio de las verdaderas necesidades de una sociedad en armonía con su entorno, se transforme, de críptico mito situado en el Averno del Mercado, en una realidad humana y humanizada.