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12 de mayo del 2002
El órdago de Bush
Alberto Piris
Estrella Digital
Pocos jugadores de mus desearían tener al presidente Bush como pareja. Deja en seguida adivinar cuáles son sus cartas. Bien es verdad que jugando con una pistola cargada encima de la mesa tampoco se necesita ser un habilidoso envidador para ganar. Viene esto a cuento de la advertencia que ha hecho a Arafat, cuando éste apenas emergía de las ruinas de su cuartel general en Ramala, en relación con la prevista conferencia internacional de paz en Oriente Próximo: "Esa conferencia será su última oportunidad para conseguir la paz". Es como exigir que el contrario le acepte a la mano un órdago a la grande después de enseñarle ésta cuatro reyes.
No es que estén representados por cuatro reyes los organizadores de la conferencia (los componentes del llamado "cuarteto" de Oriente Próximo: la ONU, EEUU, la Unión Europea y Rusia), pero son los que pretenden organizar una conferencia de paz, con grandes probabilidades de convertirse en la encerrona definitiva para Arafat y, en consecuencia, para el pueblo palestino. El presidente de una Autoridad que ya apenas gobierna nada, porque su país ha sido devastado en unos días de fiebre destructora de las armas hebreas y muchos resortes de su autoridad han sido desbaratados, habrá de afrontar el trágala de la citada conferencia sin apenas margen de maniobra.
El cuarteto, en realidad, no es tal. La Unión Europea demostró su incapacidad para tratar directamente con Sharon, que la desprecia sin disimulo, y su presencia en la conferencia es un obsequio de Bush para ayudarle a mantener la imagen. Lo mismo sucede con Rusia, el pariente pobre, pero todavía peligroso, a quien de cuando en cuando se satisface con algún obsequio para tenerle contento. De la ONU, tras el resonante fracaso en su intento de enviar una misión observadora a Yenin, más vale no esperar nada. Su desprestigio es tan grande como su incapacidad para exigir a Israel el cumplimiento de las numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad. Así que, como siempre sucede en los últimos tiempos, sólo queda EEUU como centro de toda decisión. Y en lo relativo a los palestinos, ya se sabe el nulo efecto que las demandas de Bush causan en Sharon, quien ha hecho caso omiso de todas las que se le hicieron llegar en los últimos días.
Es precisamente en EEUU donde hoy presentará Sharon un proyecto de plan de paz que puede ser la puntilla definitiva a las aspiraciones del pueblo palestino. Porque la conferencia prevista se basa en la conocida tesis de "paz por territorios", pero si la paz parece algo concreto y definido (al menos, materializada en el silencio de las armas y las bombas), los territorios no lo son tanto. Cada vez más reducidos, más fragmentados y dispersos, atomizados, en suma, el mosaico resultante tiene muy pocas posibilidades de constituir la base física de un Estado palestino viable. A pesar de que era eso lo que, con boca pequeña, Washington anunció que deseaba lograr en cuanto, en su paranoica guerra contra el terrorismo y una vez concluidas las operaciones en Afganistán, designó a Sadam Husein como objetivo del próximo pimpampum a organizar por el Pentágono. Atacar a Irak requiere apoyos, siquiera mínimos, en el mundo árabe y musulmán. La creación de un Estado palestino nominal, apoyada por la correspondiente ofensiva propagandística de los medios de comunicación controlados por Washington, sería un triunfo que EEUU podría utilizar como trampolín para llegar en son de victoria hasta Bagdad.
El plan que hoy presenta Sharon a Bush va a convertir a Palestina en un nuevo bantustán. Se habla en él de alambradas electrificadas y verjas de seguridad, franjas de aislamiento y puntos de control, que recuerdan inevitablemente al Telón de Acero o al Muro de Berlín, por no mencionar a Auschwitz, para evitar ser denostado como lo fue Saramago. Un Estado sin fuerza militar, colonizado y gobernado desde Israel, con las tropas judías acantonadas en su interior y cuyos recursos (agua, agricultura, energía, comercio, etc.) dependen de la inescrutable voluntad del Gobierno israelí. Eso es lo que se le va a ofrecer al pueblo palestino, a cambio de que abandone, de una vez para siempre, su legítima aspiración a una soberanía real.
Sharon nunca ha aceptado el principio de paz por territorios, a menos que no sea él quien defina qué se entiende por paz y cuáles son los territorios a devolver. Nunca abandonará todas las tierras palestinas ilegalmente ocupadas desde 1967, y menos las que Israel había ya usurpado en 1948, expulsando de ellas a más de medio millón de palestinos. Tampoco accederá a desmantelar las colonias judías asentadas en Cisjordania o Gaza, ni a que Jerusalén Oriental sea la capital del futuro Estado Palestino. El apoyo mayoritario que el Congreso de EEUU acaba de dar a la actual ofensiva militar israelí contra Palestina reforzará aún más la postura intransigente del primer ministro judío.
Lamentablemente, no es una partida de mus lo que el mundo está jugando para poner fin al conflicto palestino, sino una lucha enconada entre un pueblo ocupado —el palestino— y otro ocupante —el judío— bajo una enorme presión exterior, fruto de la llamada guerra contra el terrorismo, emprendida por Washington. Si Arafat acepta el órdago en las condiciones en que le va a ser planteado, es claro que perderá. Si no lo acepta, su pueblo seguirá siendo acorralado militarmente y la tragedia de Yenin se repetirá en otros lugares, hasta que los palestinos, con su simple presencia, dejen de ser el principal obstáculo para recuperar toda la tierra prometida (Eretz Israel) con la que siempre ha soñado el sionismo más empecinado. Éste es el que parece haber tomado el control de la situación, paradójicamente apoyado por la ultraderecha cristiana estadounidense, cuyos votos necesita Bush para las inminentes elecciones de mitad de mandato. Religión y política forman, una vez más, un combinado explosivo de alta peligrosidad.
* General de Artillería en la Reserva. Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)