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Internacional

8 de mayo del 2002

Libres para ser pobres

Paul Street
ZNet
Con la llegada del nuevo milenio, los artífices de la política y la opinión norteamericanas confirmaron que una cosa estaba clara en este complejo y cambiante mundo. La humanidad, nos dijeron, es más libre que nunca. De acuerdo con los editores de la revista Time, el legado del siglo pasado al nuevo podría resumirse en una frase: "la libertad ha ganado". "Mentes libres y mercados libres", afirmó Time el último día de 1999, para empezar con el número 1, "han prevalecido por encima del fascismo y del comunismo". Como demostración de esta tesis, Time y otras publicaciones señalaron el alto porcentaje (sin precedentes) de gente viviendo en países con sufragio universal, con elecciones multipartidistas competitivas, con derechos civiles elementales, y con economías de "mercado libre". Basándose en estos criterios, el grupo de expertos conservador Freedom House declaró que 85 de los 192 países actuales pasaron a ser "libres" con el cambio de milenio.
Otros 59 eran "parcialmente libres", dejando sólo a una cuarta parte de los países del mundo como "no libres". Dos días antes de la celebración retrospectiva de Time, el Wall Street Journal mencionó que se debían exigir estos resultados: "Al término del siglo, la democracia está literalmente dominando el mundo". Esta "larga marcha hacia la libertad" se convirtió en el tema clave en el círculo de auto-adulación formado por la clase política norteamericana y sus animadores intelectuales al fin del milenio. Los líderes americanos sabían que el éxito de esta marcha se debía principalmente al modelo y al activismo de los EEUU. Caracterizado como el "primer modelo verdaderamente benevolente" y ahora afortunadamente el único superpoder, los EEUU habían aportado el ímpetu y la protección necesarios para provocar la globalización, que según la sabiduría de la élite convencional, es la principal fuerza que impulsa la difusión de la "libertad y de la democracia".
La mayor parte del mundo vive en barrios de chabolas
Sin embargo, a aquéllos a quienes les importaba escuchar podían percibir en los principales medios de comunicación notas discordantes sobre un aumento del sufrimiento humano y de una chocante desigualdad. En un importante estudio que recibió poca atención por parte de los medios durante el verano de 1999, el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas confirmó que "las desigualdades globales en rentas y niveles de vida habían llegado a grotescas proporciones". La ONU denunció que la diferencia de ingresos entre los 5 países más ricos y los 5 más pobres (calculado mediante la media nacional de renta per cápita) creció del 30 a 1 en 1960 al 74 a 1 en 1997.
Los 5 más ricos poseían el 86,1% del producto interior bruto mundial, el 68% de las inversiones extranjeras directas y el 74% de las líneas telefónicas mundiales. Tomando en cuenta las amplias disparidades entre ricos y pobres en todos los países del mundo, resultaba que el 20% de la gente más rica del mundo recibía al menos 150 veces más ingresos que el 20% más pobre. Según las cándidas palabras del Boston Globe, "la globalización ha resultado un boom para el 20% de la población mundial y un desastre para todo el resto".
Una disparidad como esta hubiera parecido menos molesta si no fuera porque era la principal causa de la miseria substancial de todos aquéllos que están en lo más "bajo". Mientras las 200 personas más ricas del mundo (la gran mayoría en los países más avanzados del norte) doblaron sus riquezas a 1 billón de dólares de 1994 a 1998, los medios dijeron que más de 1300 millones de personas en el mundo en desarrollo salieron adelante con menos de 1 dólar al día -lo que el Banco Mundial considera punto de referencia de miseria. El corresponsal R.C. Longworth del Chicago Tribune señaló que el cambio de milenio se caracteriza por observando que "el aumento de la economía mundial, que enriquece a unos y pasa por alto a todos los demás".
Según Longworth, "con el siglo XXI, como el XX, ha empezado a modo de una bellle epoque para aquéllos que tienen la suerte de poder disfrutarla".
Estos afortunados eran una minoría para quiénes la nueva era global era "la edad dorada de la paz, de las grandes riquezas, del boom de los mercados.
Facilidad para viajar. Comunicaciones instantáneas, comodidades fabulosas y, con todo esto, una inocencia y una confianza de que esta buena fortuna no sólo es merecida, sino también eterna." Pero "las cosas son muy diferentes", Longworth escribió, para la "mayoría, que vive en shanty towns en las afueras de la aldea global". Longworth se refería al "resto de la humanidad" bajo la opulenta minoría: "millones de nómadas sin empleo en China, gente de la calle en Calcuta, trabajadores europeos sin trabajo, el 28% de los norteamericanos cuyos trabajos son pagados casi al nivel de pobreza, jóvenes medianamente educados pidiendo limosna en cuatro lenguas, los pobres sin esperanza de África, los niños trabajadores en Bangladesh, los pensionistas de Polonia, los rusos preguntándose qué les ha pasado a sus vidas."
Libertad sin oportunidad
Especialmente sorprendentes fueron los reportajes de los medios dominantes rusos, una nueva "democracia" celebrada en la era post-Guerra Fría. El entusiasmo de los rusos con la globalización encabezada por los EEUU y su "marcha hacia la libertad" se apagó porque desde el colapso del socialismo soviético y la apertura de su país a las fuerzas del mercado global, vivieron la peor y más larga depresión que haya sufrido una civilización industrializada. John Lloyd, jefe de la agencia de Moscú para el Financial Times, declaró en verano de 1999 en un artículo del New York Times titulado "La autonomía rusa", que los "rusos de la post-guerra fría, libres para ser ricos, son más pobres". Además: "La riqueza de la nación ha disminuido -al menos la porción de la riqueza disfrutada por la gente. Se calcula que el 10% más rico posee el 50% de la riqueza del país, el 40% que le sigue, menos del 20%. Entre 30 y 40 millones de rusos viven por debajo de la línea de pobreza- definida en aproximadamente 300 dólares al mes. El producto interior bruto ha disminuido cada año de libertad en Rusia, excepto a lo mejor en 1997, que creció, como mucho en un 1%. El desempleo, oficialmente inexistente en los tiempos soviéticos, es ahora oficialmente de un 12%, pero realmente podría llegar a ser de un 25%. La esperanza de vida está entre los 50 y los 60 años; enfermedades como la tuberculosis y la difteria han reaparecido; los militares sufren desnutrición; la población decrece rápidamente." "Tan grande ha sido la economía rusa y su catástrofe social", apuntó el experto en Rusia Stephen F. Cohen en la publicación liberal y de izquierdas Nation "que ahora debemos hablar de un desarrollo sin precedentes: la de-modernización literal de un país del siglo XX." Las víctimas de esta "de-modernización", junto con decenas de millones de otras ubicadas en el lado erróneo de la globalización, podrían haber entendido bien el triste llanto de Lula da Silva, el carismático líder del Partido de los Trabajadores del Brasil. "żEs que acaso tenemos democracia", preguntó Lula, "sólo por tener el derecho a gritar que estamos hambrientos?". Noam Chomsky expresó algo muy similar. "Libertad sin oportunidad", escribió Chomsky, "es un caramelo envenenado."
La "libertad" empieza en casa
El llamamiento de Chomsky resultó relevante dentro de lo que supuestamente constituían los cuarteles generales y la patria de la libertad global, donde la décima parte de la población poseía el 72'3% del total de riqueza a finales del siglo XX. En un importante estudio que recibió una moderada atención por parte de los medios de comunicación, los investigadores Marc y Marque-Luisa Mirongoff de la Universidad de Fordham, denunciaron que la sanidad pública de los EEUU en los 90 estaba muy por debajo de niveles anteriores. Especialmente inquietantes fueron las revelaciones de los Mirongoff al constatar que tres indicadores habían llegado a su nivel más bajo desde 1970: el seguro social , la cobertura de los cupones de comida, y el trecho abierto entre ricos y pobres (la diferencia entre la distribución porcentual del total de ingresos recibidos por el quinto más rico y el quinto más pobre de todas las familias. "Solía acontecer que la marea levantaba todos los barcos", concluyeron, "pero en cierto momento de los 70, los ingresos per cápita y la sanidad pública se distanciaron". Debido principalmente a una pobreza persistente y a la consiguiente profundización de la desigualdad, los Mirongoff concluyeron que los norteamericanos estaban experimentando una "recesión social" escondida detrás del boom económico de los 90.
Significados doctrinales
Puede parecer paradójico que los medios de comunicación más importantes trataran dos temas tan contradictorios -uno lleno de luz y esperanza (la marcha hacia la libertad y la democracia) y otro de oscuridad y sufrimiento (la persistente e incluso creciente pobreza y desigualdad)- al mismo tiempo.
La pobreza es enemiga de la libertad en el sentido material más básico. Por otra parte, la teoría política occidental ha reconocido que el núcleo de los ideales democráticos -"una persona, un voto" y la distribución por igual de la influencia del quehacer político- no pueden florecer codo con codo en medio de una desigualdad significativa entre riqueza y pobreza. Las minorías ricas poseen los recursos necesarios para distorsionar los procesos políticos de manera que derroquen a la democracia. En el otro lado del péndulo de la desigualdad, a la gente que debe gastar la mayor parte de su tiempo tratando de sostener su mera existencia, le falta tiempo y energía para participar activamente de lo procesos políticos y de establecimiento de normas. Estas disparidades en el poder político así como sus oscuras implicaciones para la democracia, están profundamente exacerbadas por la globalización que la ideología dominante actual sitúa como impulsoras de la expansión de la libertad global. La globalización, casi por definición, elimina el poder básico de decisión socioeconómico de la política estatal pública de los países, aumentando el poder privado lejos de la influencia peligrosa de la mayoría sin riqueza.
La paradoja, no obstante, se disuelve si tomamos en cuenta cinco cuestiones básicas. Primero, la "marcha de la libertad", y no la trágica persistencia de la pobreza y las desigualdades había constituido de lejos la historia dominante en los respetables medios de comunicación a finales del siglo XX.
Esta cuestión se encontraba en la portada y editoriales de los principales periódicos; la otra, en cambio, estaba bien escondida en las páginas y secciones reservadas para los más interesados en intentar conocer la verdad.
Segundo, tanto entonces como ahora, la cobertura que se le daba a estos temas en la prensa dominante era frecuentemente correcta y franca porqué la mayoría de los ricos e ideológicamente seguros de la prensa dominante exigían una información acertada para poder llevar a cabo eficazmente sus tareas de supervisión y adoctrinamiento del sistema social y del "planeamiento estratégico." Tercero, el marco ideológico dominante en la política y la creación de opiniones norteamericanas en el cambio de milenio sostenía que la igualdad de oportunidades era el único objetivo legítimo de una sociedad libre. Operando en el falso y "auto-creado" supuesto de que esta igualdad había sido sustancialmente lograda, las autoridades norteamericanas en este cambio de milenio estaban convencidas de que las evidentes y feroces desigualdades en los resultados, reflejaban los defectos internos y los errores cometidos por los desfavorecidos en su afán por apoderarse de las oportunidades que ya estaban disponibles.
Cuarto, la definición norteamericana dominante de democracia en este cambio de milenio se parecía poco a su definición clásica. Sólo requería que todos los ciudadanos dispusieran de los mínimos derechos civiles básicos y que fueran libres para votar en periódicas y competitivas elecciones en las que poder elegir al menos una cantidad significativa de los políticos pertenecientes a un círculo elitista del país. Estos representantes tenían la libertad de ejercer su programa sin tener que dar explicaciones a la población entre elección y elección. Como apuntó el economista conservador Joseph Schumpeter en 1947, "democracia únicamente significa que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar a aquellos que habrán de gobernarles".
La definición dominante restringía la democracia aceptada al sector político y su "división de labores" entre las esferas políticas y las socioeconómicas. La democracia estaba limitada por definición a las primeras y no afectaba esencialmente a las segundas. Esto era consecuente con la larga historia de la ideología capitalista. Bajo el capitalismo, como Ellen Meiksens-Wood apuntó: "muchas cosas suceden en política y organización comunitaria a todos los niveles, sin afectar de una manera fundamental a los poderes explotadores del capital, y sin modificar en forma decisiva la balanza del poder social. Las luchas en estos campos continúan siendo de vital importancia, pero tienen que estar organizadas y dirigidas hacia el total reconocimiento de que el capitalismo tiene una notable capacidad para distanciar las políticas democráticas de los centros de decisión de poder social y para aislar el poder de apropiación y de explotación de las responsabilidades democráticas...El capitalismo, más que nunca, ha permitido una distribución más amplia de bienes extra-económicos, y específicamente de bienes asociados a la ciudadanía. Pero ha vencido la escasez a través de la devaluación de la moneda." Como Chomsky apuntó a mediados de los 90, el "significado doctrinal de la democracia" en manos de los intelectuales y las élites políticas de los EEUU "se refiere al sistema en el cual las decisiones son tomadas por los sectores de las comunidades de negocios y sus élites relacionadas...el público hace sólo de espectador de la acción y no de actor. Se les permite ratificar las decisiones sobre sus apuestas y prestar su apoyo a unos u otros, pero no a interferir en los asuntos -como las políticas públicas- que no son de su incumbencia. Si segmentos del público se desvían de su apatía y empiezan a organizarse y a entrar en el debate público, eso no es democracia. Mejor dicho, es una crisis de la democracia en el sentido técnico de la palabra, una amenaza que tiene que ser superada en uno u otro sentido: en El Salvador, mediante escuadrones de la muerte, en los EEUU mediante medidas más sutiles e indirectas." Así pues, según el criterio norteamericano dominante a finales del milenio, no existía contradicción alguna al afirmar que una sociedad con enormes diferencias en cuanto a temas como la riqueza, los privilegios e incluso la influencia política, era una democracia. No había contradicción al declarar que el mundo se estaba volviendo más democrático al mismo tiempo que empezaba a crecer la pobreza y se dividía en función de los ingresos y la riqueza. "Al limitar el debate político a una élite mediante elecciones libres", apuntó el sociólogo William I. Robinson en un importante estudio, las élites norteamericanas hicieron de "la cuestión sobre quien controla los bienes materiales y los recursos culturales de la sociedad", algo esencialmente "ajeno a la discusión sobre democracia (énfasis añadido)". Era una posición absurda pero sostenida, no obstante, en los círculos de la economía, la política y el poder intelectual norteamericanos.
El final de la historia interrumpido
La quinta y última razón en que los medios dominantes de comunicación podían reflejar esta evidencia aparentemente contradictoria en el estatus de la libertad y la democracia humanas, era la apreciación de la clase política norteamericana de que no existían fuerzas significativas que pudieran hacerles ver sus propias contradicciones. Con la caída de la Unión Soviética y sus estados satélites, la muerte de la resistencia en el Tercer Mundo, el retroceso de los movimientos obreros y de la democracia social y el triunfo global de las fuerzas de mercado "neoliberales", las clases gobernantes norteamericanas y globales concluyeron que la desunión entre la sociedad y el sistema y su debate moral-ideológico había llegado a un callejón sin salida. La historia, entendida como una repetición de luchas sobre la naturaleza y los objetivos de la economía política, había, en su opinión, terminado. Se había disuelto, así lo creyeron, en un bienvenido consenso acerca del capitalismo de "mercado libre" como el mejor de los mundos posibles.
Afortunadamente para todos excepto para la minoría opulenta del mundo, esta situación demostró ser una ilusión. Esta falacia fue descubierta el otoño de 1999, cuando decenas de miles de manifestantes llenaron las calles de Seattle para enfrentarse a la fiesta de la globalización capitalista en el encuentro anual de la OMC. Las subsecuentes demostraciones masivas contra la globalización capitalista y el mundo financiero dominante y sus instituciones reguladoras en Washington, Praga, Quebec y otros, coincidieron con la celebración del Foro Social Mundial en Porto Alegre, Brasil y otros avances que anunciaban la emergencia de nuevos movimientos sociales, que desafiaban al profundo y persistente autoritarismo, destructivismo e injusticia del nuevo capitalismo mundial. Compuesto, a veces, por numerosos impulsos y tendencias contradictorias -eco-decentralistas, anarquistas, socialdemócratas, anti-globalizadores, globalizadores de izquierdas, defensores de los derechos de los indígenas, feministas, marxistas, obreros, etc..- el nuevo movimiento se unió en un compromiso para con los valores inseparablemente vinculados de justicia social y democracia clásicamente concebidos y por su determinación a hacer frente al capital en una escala global. El instinto humano básico de genuina libertad, el que coge a la gente más allá del "caramelo envenenado", no ha sido extinguido. La Historia, después de todo, no se ha terminado.



Traducido por Joana Llinàs y revisado por Mónica Krebs.