VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Internacional

4 de mayo del 2002

Una ojeada al diario de Colin Powell

Bernard Weiner
Counterpunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Si me voy ahora, cuando Karen Hughes acaba de irse y cuando los dardos demócratas comienzan a dar en los puntos débiles de la Administración, sería mal visto. Como si abandonara un barco que comienza a hacer agua.
Además, la gente pensaría que lo hago por ambición, Para que no me salpiquen demasiado todos los escándalos de la administración Bush, los que ya están al descubierto, y los que aún no han salido a la luz. (En general me dejan fuera del circuito, pero sospecho que muchas de esas trasgresiones están del otro lado de la valla moral, y probablemente legal.)
Claro que quiero ser Presidente – aun Bush y Cheney lo saben, lo que ayuda a comprender todo lo que dicen, detrás de las bambalinas de mí y del Departamento de Estado– pero también me gusta pensar que sirvo para algo en este mundo, aunque a menudo sólo sea para arrojar agua fría sobre algunas de las peores proposiciones del Wolfpack [manada de lobos, N.d.T.]. Ese Wolfowitz es como un perro con un hueso en su determinación de que EE.UU. domine el globo; pienso que habría que ver si tiene rabia.
Se me tolera. Digo lo que pienso sobre las drogas, el sexo, y la pobreza, y a veces incluso sobre la política de guerra – aunque ahí tengo que proceder con mucho cuidado– y no se han librado de mí. Soy su coartada, en muchos sentidos. Vean, dicen, tenemos un Gabinete con todo incluido, heterogéneo –miren tenemos a Colin Powell. ¿Lo ven? Es negro. Incluso es liberal. Por lo tanto la Administración no puede ser tan mala. (Por cierto que no soy liberal; sólo parezco como si lo fuera, cuando se me compara con fanáticos derechistas como Ashcroft, Wolfowitz y DeLay. Y parezco un condenado intelectual que sabe cómo expresar frases correctas y leer discursos, cuando se me compara contra nuestro intrépido líder.)
Estoy acá en parte por mi relación con el Papá y por mis contactos en todo el mundo –muchos dirigentes internacionales me consideran de confianza– pero sobre todo, me mantienen por las apariencias y para aparentar una tapadera moral. Y para mantenerme adentro, ocupado, y un poco amordazado, para que no convierta en jefe de un movimiento de oposición republicano. Lo sé muy bien, y ellos saben que lo sé. Es sólo la complicada danza política que uno tiene que realizar, para poder hacer algo de bien –o, en el caso de esta administración, para ayudar a impedir parte del mal. Pero tengo que escoger con cuidado mis enfrentamientos, o no tendré ninguna influencia.
Sin embargo, se está haciendo más y más difícil tragarse una buena parte de la línea de la Administración. Estos tipos –que, desde luego, encontraron formas convenientes de escapar al servicio en el ejército, de Bush a Cheney a DeLay, etc. –se están preparando para la "guerra permanente". Piensan que, como no hay otro país que desafíe a la súper-potencia EE.UU., igual pueden apoderarse de todo. Seguro, podríamos apoderarnos, pero ¿qué tendríamos entonces? Un retorno al Imperio Romano, con nuestros ejércitos controlándolo todo a miles de kilómetros de distancia, en un mundo que nos resentiría, odiaría y atacaría tanto más, y con disenso permanente dentro del país. (Lo más deprimente de todo es que los demócratas en el Congreso ni siquiera han pedido un debate sobre si sería una buena idea atacar a Irak, o cuáles serían sus consecuencias. Tienen tanto miedo de aparecer "poco patrióticos" que se han vuelto poco patrióticos al guardar silencio.)
Demasiados funcionarios clave no tienen un entendimiento militar o político de las complejidades involucradas, sólo un deseo de aprovechar mientras las condiciones sean tan ventajosas. También creo en la codicia, como una fuerza motivadora positiva –pero dentro de límites razonables. Esos tipos, y sus patrocinadores corporativos, no son capaces de ver más allá de sus cuentas bancarias. Todo el tiempo estoy tratando de decirles que pueden recibir una buena tajada, y ayudar a otros a que también la reciban– llevando así a más consumidores a comprar cosas producidas por las corporaciones –pero sólo me sonríen como si fuera un chiflado deficiente o algo parecido.
Lo que fue el colmo fue el sentimiento que tuve de que me estaban dejando colgado, durante mi más reciente misión al Oriente Próximo. Dios mío, tuve que simular que no le estábamos dando carta blanca a la campaña militar de Sharon –casi dije Sherman´s– para eliminar la infraestructura y la organización política de la Autoridad Palestina. ¡Vaya! Me tuvieron vagabundeando por todo el globo durante casi una semana antes de permitirme que fuera a la Tierra Santa. Mientras tanto, Bush le "ordena" a Sharon que retire sus tropas inmediatamente –guiños, guiños, codazos, codazos, ¿saben lo que quiero decir? Me podían haber matado, colgado ahí afuera, revoloteando en el viento.
Los dirigentes árabes le tienen aún más miedo a Sharon que el que simulamos nosotros. Nadie se va a arriesgar a irritar al tipo, por miedo a que los ataque y los destruya, probablemente en dos días, sin siquiera tener que utilizar sus bombas atómicas. Pero lo que sí pusieron en claro los árabes es que a menos que EE.UU. actúe enérgicamente para resolver el puzzle Israel/Palestina, estaremos poniendo en juego nuestra credibilidad y nuestro capital político en esa parte del mundo. Y nadie va siquiera a pensar en ayudarnos a atacar a Irak –por mucho que quieran que se elimine a Sadam– hasta que se haya resuelto el tema palestino, de una vez por todas.
Tengo que decir que comprendo un poco lo que debe haber sufrido George Mitchell en Irlanda del Norte. Pero esos dos lados se habían combatido "sólo" unos 800 años; en este caso estamos hablando, en cierto sentido, de miles de años. Y no va a ser fácil. Sharon y Arafat, esta vez, son como dos animales enloquecidos, piafando, sin ver otra cosa que al otro que va a atacarlos y, ahora, sin querer otra cosa que la victoria, la dominación total. Sharon piensa que puede forzar su camino hacia el Gran Israel a fuerza de golpes, Arafat piensa que puede forzar su camino a fuerza de bombazos suicidas hacia la Gran Palestina. Son dos brutos.
Si jamás logramos llegar a auténticas conversaciones de paz –y puede ser que no viva para verlo, otra razón para salirme antes de que se me pegue la imagen de un tremendo perdedor –probablemente pasaremos meses hablando de la forma correcta de la mesa de negociación. El mejor guión sería –¡Dios, espero que nadie encuentre este diario!– que los dos murieran en su sueño, y que emerjan dirigentes más razonables para que terminen la labor de preparar un tratado y un modus vivendi.
Bueno, tengo que terminar ahora. Más reuniones, más crisis que resolver en el Oriente Próximo –el plan saudí se mueve de nuevo: Arafat podría estar dispuesto a firmar algo mientras gana tiempo para reconstruir su estructura política y militar. Sharon quiere encontrar nuevas formas de apartarse de un posible estado palestino. Voy a verme enterrado en esta Administración, que lo único que quiere es atacar Irak y el control del globo. Tengo que salirme de esto, rápido.
2 de mayo de 2002
Bernard Weiner, es un dramaturgo y poeta, fue el crítico teatral del San Francisco Chronicle durante casi 20 años. Doctor en gobierno y relaciones internacionales, ha enseñado en varias universidades, y ha publicado en The Nation, Village Voice, The Progressive y ampliamente en Internet. Internet